La guerra de independencia

La guerra de independencia


De los sucesos que llevaron a la Nueva España a proclamar su independencia han sobresalido, en la historiografía tradicional, los de carácter bélico. Es conocida la participación de la población novohispana en los diversos grupos armados encabezados por diferentes jefes insurgentes. Así se habla de los Villagrán en el Bajío, de los Rosales en Zacatecas, de los Verduzco en Zamora, de los Galeana en Guerrero. En Aguascalientes no hubo uno que se distinguiera: varios jefes se levantaron en armas seguidos por pequeños grupos de rebeldes y actuaron en la medida en que las circunstancias se lo permitieron. En los primeros dos años se levantaron por cortos periodos en lugares muy localizados: en la región de Asientos hubo varios brotes insurgentes, pero fueron controlados con rapidez. En Paso de Soto se levantaron en armas los cabecillas López Oropeza, pero también su actuación fue corta. En realidad aquí la actividad insurgente fue restringida por la constante presencia de tropas realistas, por una geografía poco propicia, por la utilización de los grandes medios para disuadir a los simpatizantes, porque la élite criolla o no tomó partido abierto o se unió al realista. Además los habitantes de la subdelegación tenían una cohesión interna muy fuerte y se logró controlar las posibles deserciones en favor de la insurgencia. Por todas estas razones, en Aguascalientes la insurgencia armada no cundió. En cambio este partido cooperó con muchos hombres, alistados por leva, para reforzar las tropas realistas. Por la cooperación prestada a la causa realista las autoridades del partido pidieron en 1813 se le concediera la categoría de ciudad, prerrogativa que no se le otorgó sino hasta consumada la independencia.

La guerra se acompañó en la Nueva España de la experiencia de un nuevo tipo de gobierno, impulsado por los liberales españoles y más tarde instituido por la Constitución de Cádiz. Desde 1808, cuando los franceses invadieron la península ibérica, los liberales españoles, aprovechando la coyuntura, formaron un gobierno con fundamento representativo que intentaba cambiar los usos tradicionales. En 1809 llegó a la Nueva España la orden para efectuar las primeras elecciones que se organizaron en la América española, para nombrar representantes a la Junta Central de España. Por la premura, por la falta de experiencia, posiblemente hasta por falta de voluntad, estas elecciones no fueron en la Nueva España tan representativas como debieron ser.

Aguascalientes participó en este proceso electoral en el marco de su provincia, Zacatecas. Para representarla, el ayuntamiento designó, entre los principales de la subdelegación, a cuatro personas. Muy poco de moderno y todavía mucho de tradicional hubo en estas elecciones para nombrar a los representantes americanos, pero ¿quién hubiera pensado un año atrás que un proceso así se presentaría? Aunque el presbítero don José María Cos, nombrado representante por Zacatecas a la Junta Central, nunca llegó a su destino por el curso de los acontecimientos, su elección fue la primera experiencia electoral que esta provincia vivió. El aprendizaje de una nueva forma de gobierno se inició y en varias ocasiones más los habitantes de la subdelegación de Aguascalientes ejercitaron el sistema electoral impuesto por la Constitución de Cádiz, antes de proclamar la independencia.

Por su aplicación, en agosto de 1813, se eligió por primera vez popularmente a todos los miembros del ayuntamiento, resultando electas varias personas que hasta entonces nunca habían tenido acceso al gobierno municipal. Los regidores que habían obtenido sus empleos por compra, tuvieron que abandonar sus asientos y dejarlos a los electos, no sin antes tratar de recuperar de la hacienda real lo invertido.

Por un tiempo se vivió al ritmo de la Constitución de Cádiz, lo que implicó muchos más cambios de los que nos podamos imaginar. Su jura se efectuó con toda solemnidad: varios días de festejos, lectura pública del código en la iglesia parroquial, explicación y señalamiento de tan importante acontecimiento y de las innovaciones que su aplicación traería. Seguramente para muchos de los asistentes a los festejos, los sermones y discursos pronunciados en favor de la Constitución pasaron inadvertidos, posiblemente tan sólo para unos cuantos lo que se dijo tuvo sentido, pero fue suficiente para señalar a un grupo que quería cambiar los caminos que podían seguirse sin recurrir a la rebelión. De un día para otro la libertad de prensa se concedió: todos los libros, periódicos, panfletos que durante años estuvieron prohibidos llegaron al Nuevo Mundo. Los americanos encontraron inspiración para escribir y la proliferación de escritos de todo tipo hizo irrupción en un mundo hasta entonces mantenido al margen de lo que sucedía en el exterior. Esto no duró mucho tiempo. Por el tono de los escritos americanos, pronto el virrey Calleja se dio cuenta de que no convenía dar en América todas las libertades dadas en la península; desobedeciendo el mandato de las Cortes suprimió la libertad de prensa.

A fines de 1814, con el regreso de Fernando VII al trono español, la Constitución de Cádiz fue derogada y se anularon todos los cambios favorecidos por su aplicación. Los ayuntamientos volvieron a funcionar como antes y los antiguos regidores recuperaron sus asientos en el cabildo. Todo lo que se proclamó durante los dos años en que estuvo vigente la Constitución se desmintió, pero fue imposible borrarlo de la mente de los americanos. Se contaba con una nueva experiencia que aguardaría el momento más propicio para ser aprovechada. Si en Aguascalientes la lucha armada no pudo fructificar, la esperanza de un cambio por la vía legal nutrió las expectativas de muchos jóvenes que aprovecharon el tiempo ilustrándose y discutiendo las nuevas ideas que llegado el momento les permitirían optar por una nueva forma de gobierno para su patria. Los diez largos años de confrontación y de lucha sirvieron de preparación a la ya no por mucho tiempo Nueva España para asumir su independencia.

El 21 de junio de 1821, desde un balcón de las casas reales, los miembros del ayuntamiento proclamaron la independencia de la Nueva España. Representantes de todas las tendencias estuvieron presentes; ya no quedaba en ese momento nadie que no estuviera convencido de la necesidad de separarse de la madre patria. Don Felipe Pérez de Terán, cabeza militar durante muchos años del grupo realista de la subdelegación, proclamó la independencia junto al capitán Valentín Gómez Farías, quien obtuvo su grado en los batallones de patriotas defensores del rey.


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