La ciudad de aguascalientes

La ciudad de aguascalientes


La ciudad de Aguascalientes, que desde que se fundó hasta el año de 1884 había venido creciendo de una manera muy lenta, sucumbió a partir de esta fecha al asalto impetuoso del progreso. La inauguración de la vía de ferrocarril que unía las ciudades de México y Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez) abrió nuevos horizontes, entrelazó los mercados y redujo la resistencia opuesta durante siglos por la geografía. Poco después, en 1889, se abrió al tráfico una línea que iba de Aguascalientes hasta Tampico, lo que convirtió a nuestra ciudad en uno de los puntos más importantes del sistema ferroviario nacional.

Todo eso fue una especie de detonador que dio al comercio, a la industria y a la agricultura una vitalidad desconocida. Las minas de Asientos y Tepezalá se abrieron de nuevo a la explotación, construyéndose para su beneficio una gran fundición en las afueras de la capital del estado. Tan sólo esa fundición, una de las más grandes y modernas de toda América, se tradujo para la ciudad en un cambio de importancia insospechada.

Por su parte, Juan Douglas mandó construir una gran fábrica de harinas y almidones, que daba empleo a más de 400 trabajadores y que se convirtió en el obligado punto de confluencia de los productores de maíz de la región. Las instalaciones de la tenería El Diamante, propiedad de Felipe Ruiz de Chávez, fueron ampliadas y modernizadas; en ella se llegaron a fabricar bolsas y zapatos que nada pedían a los extranjeros. A la fábrica de productos textiles de San Ignacio, abierta desde 1860 por dos inmigrantes franceses, se añadieron las de La Aurora y La Purísima, que atendieron la demanda de un mercado en expansión.

Con el propósito de que todos los obreros y técnicos empleados en las nuevas fábricas tuvieran dónde vivir se desarrollaron alrededor de la ciudad nuevos fraccionamientos. Las antiguas huertas, que eran uno de los sellos distintivos de la población, se transformaron poco a poco en colonias. Las más importantes fueron las que se construyeron por el rumbo de la Estación del Ferrocarril, sobre terrenos pertenecientes a la hacienda de Ojocaliente. En 1900 se constituyó la Compañía Constructora de Habitaciones de Aguascalientes, la primera de una larga lista de empresas dedicadas a fraccionar la tierra y construir casas. El gobierno del estado, que realmente no estaba preparado para enfrentar esta clase de situaciones, le encargó al ingeniero Samuel Chávez la confección de lo que se llamó Plano de las Colonias, que fue el primer instrumento con el que se intentó regular y orientar el crecimiento de la ciudad.

Al mismo tiempo se modificó el aspecto de las antiguas calles y monumentos. Se corrigió el trazo del antiguo camino que iba extremo oriental de la ciudad hasta los baños del Ojocaliente, siendo bautizado con el nombre de calzada Arellano, en honor de Rafael Arellano Ruiz Esparza, que fue el gobernador que promovió la realización de dicha obra. También se abrieron la avenida de la Fundición, que comunicaba el barrio de Guadalupe con el establecimiento de ese nombre, y la Vázquez del Mercado, que continuaba la antigua calle del Apostolado hasta las instalaciones de la fábrica La Perla.

A los mercados también se les prestó atención. Sólo se contaba con uno que había en el cruce de los corredores internos del Parián, que aparte de feo e incómodo era incapaz de atender las demandas de la nueva ciudad. A principios de 1880, durante la administración del gobernador Miguel Guinchard, se inició la construcción del mercado Terán, el cual fue finalmente inaugurado en 1884. Su nombre le fue impuesto en honor de Jesús Terán, que fue gobernador del estado y que después se desempeñó como agente confidencial del gobierno de Juárez en Europa.

La plaza principal de la ciudad fue objeto de diversas mejoras. A principios del siglo XIX no era más que una inmensa y polvosa explanada en cuyo centro se erigía, solitaria, una columna o exedra. En 1841 se construyó una fuente, se sembraron los primeros árboles y se comenzó el trazo de andadores interiores. En 1880 estaba convertida en un centro muy activo de la vida social. Mientras la gente mayor platicaba o simplemente dejaba pasar el tiempo, los niños jugaban y llenaban el ambiente con su algarabía.

En 1899 el gobernador Rafael Arellano decidió mejorarla de manera integral. Se colocaron más de cien bancas metálicas y se embanquetaron "con cemento inglés de primera clase" todos sus andadores. Lo que enojó a la gente fue el sacrificio de los antiguos fresnos, que templaban el clima y regalaban con su sombra a los platicadores. De cualquier forma, con sus nuevas bancas y sus árboles que sólo con el tiempo crecieron, la plaza siguió siendo, tal y como dijo el novelista Eduardo J. Correa, "la sala de recibir de la ciudad" y "el sitio de reunión de todos".


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