Despegue industrial

Despegue industrial


A principios de la década de los ochenta el modelo de desarrollo seguido por el país entró en una profunda crisis, que trajo como consecuencia un proceso de restructuración y ajuste que tendió hacia un nuevo modelo de desarrollo basado en la producción manufacturera, con gran participación del capital extranjero, y la apertura de mercados, con la consecuente eliminación del proteccionismo y la restructuración territorial de la industria.

En este contexto, Aguascalientes reunía algunas características que la hicieron viable para este proceso de descentralización industrial. Entre éstas habría que señalar el clima de paz social; la ubicación geográfica, en la que hay que considerar la cercanía relativa con el mercado de los Estados Unidos, y las vías de comunicación.

En el mismo orden de ideas, al protestar como gobernador del estado, en diciembre de 1980, Rodolfo Landeros Gallegos preconizó la industrialización del estado como palanca fundamental del desarrollo de la entidad, y anunció el abandono de las actividades agrícolas por su incosteabilidad.

Si bien esta declaración en torno a la necesidad de industrializar el estado no era nueva, y varios gobernadores se habían referido a la industrialización como una opción de desarrollo, sólo entonces se pudo llevar a la práctica.

En efecto, 1981 marca un parteaguas en la historia contemporánea de Aguascalientes, ya que ese año se inició en la entidad un proceso de industrialización de una importancia tal que en pocos años se convirtió en el eje conductor del desarrollo, al tiempo que propiciaba una profunda transformación económica, social y urbana.

Gracias a la tranquilidad social y a la ausencia de conflictos obrero-patronales, pero también al Plan Nacional de Descentralización Industrial impulsado durante el gobierno del presidente José López Portillo, Aguascalientes se convirtió en un importante receptor de grandes inversiones, particularmente extranjeras, que se ubicaron de manera predominante en las ramas metalmecánica y electrónica. En términos generales se trata de empresas orientadas al mercado externo, con altos niveles de tecnología que les permiten operar con un importante ahorro de mano de obra.

En general, las ramas industriales tradicionales de Aguascalientes quedaron relegadas a un segundo término frente a las grandes inversiones foráneas. En la mayoría de los casos se trataba de empresas familiares, situación que generalmente significaba la falta de profesionalismo en su manejo.

En gran medida los problemas que muchas de estas empresas tuvieron que afrontar en este periodo se debieron a deficientes métodos de administración y organización interna, aunque, en muchos casos, el contacto de estos empresarios tradicionales con el capital foráneo instalado en Aguascalientes permitió la modernización de sus sistemas administrativos, lo cual no evitó que, paralelamente al establecimiento de las inversiones extranjeras, ocurriera un fenómeno según el cual algunos capitales nacionales incursionaron en Aguascalientes y adquirieron algunas de las empresas más importantes del estado, que atravesaban por graves problemas económicos.

Por otra parte, las empresas tradicionales perdieron su lugar predominante en el estado frente a las grandes industrias instaladas. En el caso de las ramas textil y del vestido, la segunda permanece sumida en una situación de crisis ante la apertura del mercado, mientras que la primera ha recuperado terreno y ha podido mantenerse. Sin embargo, aun cuando en la relación inversión-empleo crean más empleos que la gran industria, su producto ha terminado diluyéndose frente al valor de lo producido por las grandes empresas.

En cuanto a la industria metalmecánica, mientras que los talleres ferroviarios entraron en un periodo de franca decadencia, la empresa J. M. Romo, fabricante de equipos metálicos, vivió una importante transformación que la llevó a ocupar uno de los primeros lugares nacionales en su rama de actividad.

Los talleres ferroviarios corrieron con la misma suerte que los Ferrocarriles Nacionales en el ámbito nacional, aunque existen algunos elementos de especificidad propia que también contribuyen a explicar esta situación. Si bien este fenómeno comienza a advertirse hacia principios de los setenta, no es sino hasta fines de los ochenta cuando se agudiza.

Una de las ramas de actividad económica que recibieron un impulso sin precedentes entre 1970 y 1992 fue la industria de la construcción, a la que le tocó realizar las importantes tareas de urbanización y construcción de obra pública.

Evidentemente en el corto plazo estos cambios trajeron consigo una serie de transformaciones en el seno de la sociedad, que influyeron en sus costumbres. En este sentido, el proceso de incorporación de la mujer al mercado laboral iniciado en la década de los años sesenta se consolida en esta etapa. En términos generales la mano de obra femenina se concentra en la industria de la confección. A principios de los ochenta esta industria generaba unos 50 000 empleos, de los cuales 85% estaban ocupados por mujeres.

El auge industrializador de los años ochenta completó la transformación de una sociedad rural a una urbana, por una parte, y de una sociedad regional, relativamente cerrada, a otra más abierta al país y al mundo, y sin embargo esta transformación no ha dejado de tener sus inconvenientes, principalmente a causa de la centralización que este fenómeno ha provocado. En efecto, en la actualidad no existen en el estado localidades que tengan la capacidad de fungir como opciones para la concentración urbana de la capital. Por otra parte, a partir de este fenómeno los otros municipios de la entidad han perdido autonomía por las insuficientes posibilidades de desarrollo.


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