Las ráfagas de ideas revolucionarias, vientos del cambio político, no hubieran podido presentarse sin contar con medios de información, de divulgación del pensamiento e inquietudes sociales. Era necesario apoyar por escrito lo que se decía de palabra. Se hizo imprescindible propagar los hechos, y la libertad de imprenta significaba una jornada en el avance social. Un liberal llamado Francisco Bates hizo realidad el proyecto de establecer una imprenta en la capital peninsular, con lo que en 1813 salió a la circulación el primer periódico, El Aristarco, cuyo redactor fue precisamente Lorenzo de Zavala. Al haber cumplido su objetivo, abrió un cauce para la aparición de otros medios informativos: El Misceláneo, El Redactor Meridiano y algunos más que alegraron el palenque de la polémica escrita.
Páginas de política, documentos oficiales, correspondencia, editoriales, columnas de acuerdo con las necesidades del momento y las circunstancias, pero conforme avanzaron los años del siglo XIX también fueron sintiéndose vacíos que era necesario llenar, como por ejemplo el de la cultura, la pasada y la de esos momentos, de manera que se emprendió la tarea de rescate que iba a sustentar la personalidad de la sociedad peninsular. Ese toque publicitario, acompañado de excepcional sensibilidad, fue captado por Justo Sierra O´Reilly, quien en 1840, a sus 36 años de edad, empezó a dedicar parte de su tiempo a consultar archivos de la época de la dominación española, anotar relatos que le fueron ofrecidos por ancianos venerables, manuscritos inéditos y otros antiguos documentos, y comenzó a publicar la riqueza de este bagaje en el periódico que fundó con el nombre de El Museo Yucateco, editado en el puerto de Campeche entre 1841 y mayo de 1842; Antonio Canto López apuntó al respecto:
El Museo Yucateco fue un periódico de divulgación científica, artística, literaria e histórica, con el tema yucateco como motivo principal; reprodujo manuscritos, leyendas y documentos curiosos; describió costumbres regionales y aportó serios estudios biográficos. Hizo literatura en el mejor sentido de la palabra, tanto en prosa como en verso, y fue un orgulloso campeón de las excelencias del arte y la civilización mayas.
El periódico, que era por entregas mensuales, publicó, entre otros títulos Profetas sobre el Chilam Balam, la profecía del sacerdote Patzin Yaxun Chan y la de Nahau Pech. El afán de Sierra O'Reilly por divulgar la historia regional lo llevó a incluir fragmentos de la obra del padre Diego López de Cogolludo. Publicó asimismo Teogonía de los antiguos indios e Importancia de un Museo de Antigüedades; tradujo a John Lloyd Stephens, publicó la biografía de Pablo Moreno y la de Lorenzo de Zavala; leyendas como La tía Mariana, que se refiere a una aventura del pirata Lorencillo, así como la novela histórica El filibustero. En esa tarea periodística, que alcanzó renombre en su tiempo, también colaboraron el poeta José Antonio Cisneros, quien escribió un drama histórico sobre Diego el Mulato, y Vicente Calero Quintana. El Museo Yucateco fue el pilar sobre el que se levantó el edificio de la literatura peninsular.
El Registro Yucateco fue el segundo periódico que fundó Sierra O'Reilly, y puede considerársele como una continuación del anterior, solamente que éste se editó en Mérida entre 1845 y 1849. Tuvo una destacada planta de colaboradores, entre los que podemos mencionar a Andrés Ibarra de León, Francisco Calero, Juan Pío Pérez, José Cadenas, Manuel Barbachano y Rafael Carbajal. En el segundo volumen se explicó una de las razones de su publicación: "[...] relativo a Yucatán; porque hemos cuidado que nuestro periódico tome por objeto la historia antigua, los monumentos célebres, y los grandes hombres de una patria que tan acreedora es a nuestro aprecio". Fueron cuatro volúmenes en los cuales destacaron la novela Un año en el hospital de San Lázaro y la Galería biográfica de los obispos de Yucatán.
De 1848 a 1850 Sierra O'Reilly publicó en la ciudad de Campeche el periódico noticioso y mercantil El Fénix, que dio a conocer la novela La hija del judío, así como infinidad de artículos sobre temas de actualidad, como los relativos a la Guerra de Castas, edificios (como el titulado "El hospital de San Lázaro"), cuestiones internacionales como la referente a Belice, trabajos extensos como el que se refirió a los indios de Yucatán, y reflexiones sobre el establecimiento británico.
Posteriormente vino la publicación del último de los periódicos de Sierra, que se tituló La Unión Liberal, y que se comenzó a publicar en la ciudad y puerto de Campeche el 14 de diciembre de 1855, como órgano oficial del gobierno de Yucatán, que tenía su residencia en Mérida, y a cuyo frente estaba don Santiago Méndez. El redactor propietario de La Unión Liberal era el propio Sierra O'Reilly. Por las características del bisemanario, su contenido fue principalmente de índole política, y tuvo secciones como Parte Oficial, en la que se daban a conocer circulares y decretos tanto del gobierno nacional como del de Yucatán. En otra columna, titulada Noticias Nacionales, se proporcionaban noticias al público bajo los rubros de Avisos, Documentos Públicos, etcétera.
La publicación de La Unión Liberal se inició a cuatro meses de consumado el triunfo revolucionario de Ayutla y alcanzó 170 números, en dos tomos. Salía los martes y viernes, impreso por José María Peralta. El título Unión Liberal sirvió de programa al "periódico político", como desde un principio lo anunció el redactor propietario. En las páginas del bisemanarlo no se pierde de vista el recto criterio que lo alimentaba, y al que Sierra O'Reilly le imprimió un sentido liberal y de unión, tan necesario para amortiguar los efectos de la Reforma.
El interés del doctor Sierra por Yucatán no escapó al sentido público en las páginas de La Unión Liberal, advirtiéndose en secciones como las siguientes: Ley de Imprenta, Catastro, Importación de Maíz, Noticias Nacionales, Contribuciones, Errores Económicos, El Congreso, Agonía de la República, Sentimiento Religioso, La Hacienda de la República, La Reacción, Fuerzas Latentes, Patentes de Navegación, Moneda Lisa, Naufragio, Marcha Social, órdenes, El Cementerio, Guardia Nacional, Nuevas de la República, Las Reformas, La Guerra Social, que se refiere a la Guerra de Castas que hacía nueve años asolaba a la península; Situación de Yucatán; Los Bárbaros, en que relata la matanza de 200 familias de blancos realizada por los indígenas sublevados de Yucatán; Sesiones del Congreso, Federación, etcétera.
El 20 de mayo de 1856 aparecieron firmados los editoriales de La Unión Liberal, en ausencia del redactor propietario, por José R. Nicolín. La firma de Justo Sierra apareció nuevamente en la publicación del viernes 13 de junio del mismo año.
Como se ha visto, diversos temas de carácter social, político y económico fueron tratados en el periódico. Resalta una serie de artículos referentes al problema del territorio del Carmen, en los cuales su autor defendió con energía los derechos y la pertenencia de dicho territorio al estado. El primer escrito sobre esta materia fue publicado el martes 24 de junio de 1856. Bien fundado el derecho de Yucatán sobre la Isla del Carmen, "adyacente natural", Sierra exhortó al Congreso General Constituyente de 1856-1857 a que revocara los decretos separatistas de Santa Anna, como al fin se logró, pues en la sesión del 17 de diciembre de 1856 el Congreso acordó que se reincorporara nuevamente la Isla del Carmen al estado de Yucatán.
El periódico El Heraldo de la ciudad de México hizo suyas las opiniones de Sierra sobre el territorio del Carmen. Más adelante estos 12 artículos fueron reunidos y publicados en un libro, principalmente por las consideraciones históricas que contienen. También se publicaron varios fragmentos de la obra Impresiones de viaje a los Estados Unidos de América y al Canadá, del propio Justo Sierra O'Reilly, como los relativos a Mr. James Buchanan, William L. Marcy y Fremont, políticos estadunidenses. Otro fragmento titulado Tamanny Hall, varios artículos sobre Mr. Huges, obispo de Nueva York, relativos a la paz de Guadalupe Hidalgo. Asimismo, publicó varios informes extensos que en su carácter de agente de Fomento remitió al Ministerio respectivo acerca del bajo de Los Alacranes y sobre la conveniencia de hacer un arsenal naval en Campeche.
El último número de La Unión Liberal vio la luz pública el 28 de julio de 1857, cuando se despidió desde sus páginas la figura del prócer yucateco. En el umbral de la escisión de la península, comenzó a publicarse El Espíritu Público, estandarte de una generación que ingresó en el terreno de una política que había soportado tribulaciones y errores.
En ese periodo, que va de la Independencia a la creación del estado, la cultura no solamente fue asunto de periódicos, si bien la diversidad de temas publicados permitió divulgar hechos que habían permanecido ocultos, así como también hubo una parte importante para la cultura de la región, como fueron las descripciones de viajeros nacionales y extranjeros. Una de las primeras contribuciones en los años que siguieron a la Independencia fue la Memoria de la Secretaría de Guerra, presentada al Congreso de la Unión en 1822 y que hizo una descripción del estado de las fortificaciones, pero también resulta insoslayable la disposición del presidente Guadalupe Victoria, que en 1825 dispuso la reimpresión de la obra Derrotero de las Islas Antillas, de las costas de tierra firme y de las del seno mexicano, que hacía detallada mención de las características del litoral que correspondía a Campeche, comenzando por Jaina; la importancia del texto radica en que da a conocer las condiciones de navegación que durante siglos privaron en el puerto, como se advierte al meditar sobre el siguiente fragmento:
Fondeadero de Campeche: Desde el río de San Francisco continúa la costa al SO. la distancia de 12 millas hasta punta de los Morros: en ella se ven primero el castillo de San Josef; después la ciudad de Campeche; a ésta sigue el castillo de San Miguel; a éste la población de Lerma; a ésta una punta de costa algo saliente al mar llamado del Mastín, después de la cual está la de los Morros: todo este frontón de costa, que es el fondeadero de Campeche, se descubre bien desde las cinco brazas; pero es tan aplacerado que las cuatro brazas se cogen a 15 millas de la tierra, y las dos y media brazas a cuatro millas: consiguiente a esto fácilmente se percibe que el dicho fondeadero no exige práctica ni advertencia alguna para tomarlo, pues en llegando al braceage proporcionado al calado de la embarcación se deja caer el ancla, quedándose enmedio de la mar, resultando un trabajo pesadísimo para la carga y descarga de las embarcaciones; pues aun las que pueden aproximarse más a tierra, quedan a cuatro millas de ella; y para disminuir un tanto este trabajo, y proporcionar que las embarcaciones menores vayan y vengan de tierra a la vela, se procura dar fondo al O. de la población. En este fondeadero, aunque enteramente descubierto a los vientos N. y NO., que en su estación soplan con gran fuerza, no hay nada que recelar, pues no levantándose mar de consideración, se mantienen las embarcaciones al ancla con bastante seguridad.
En realidad el siglo XIX es una etapa de redescubrimiento, ya que por una parte las autoridades nacionales comenzaron a publicar notas de observación geográfica o del estado de algunas regiones del país; por la otra, mexicanos y extranjeros comenzaron a viajar por el territorio y fueron publicando sus impresiones. De los primeros en llegar al lugar que nos ocupa fue Federico de Waldeck, ciudadano francés que en 1834 se refirió a los subterráneos en Campeche. Este viajero, que había nacido en Praga, ha sido criticado en virtud de que en algunas páginas de sus obras se dejó guiar más por la fantasía que por la realidad; sin embargo, es necesario reconocer que la difusión que hizo de la región despertó la curiosidad de otros personajes, entre ellos el inglés John L. Sthepens. Waldeck se refirió a la ciudad, las calles y los barrios; sobre el muelle dijo que era bueno y bien fabricado, pero que no podían atracar embarcaciones con un calado superior a dos y medios pies, y las de seis se anclaban a una legua del muelle; pero a pesar de esas dificultades era un puerto donde se hacían navíos. Waldeck observó la hechura de una goleta de 100 pies de quilla que fue botada de lado con la ayuda de un ingenioso aparato. Se dio cuenta de la solidez de las embarcaciones por la madera empleada, que era de la mejor que existía en ese entonces para la marina. Asimismo se refirió a las murallas, al clima, al teatro Toro, a la población en el puerto de blancos y mestizos. Notó muchos habitantes que padecían estrabismo, lo cual atribuyó a corrientes de aire y al excesivo color blanco con que se pintaban las casas, que causaba una reflexión solar intensa que rebotaba en fachadas y en el empedrado calcáreo y también blanquisco. Trató del comercio, la caza, la vestimenta, las costumbres.
El viajero alemán Emmanuel Von Friedrichsthal recorrió estos lugares en 1841; poco antes que él fue el mexicano Isidro Rafael Gondra, quien escribió en 1837 Campeche visto desde el mar, páginas con una descripción literaria de las murallas y los baluartes, de los frutos de tierra y mar; un párrafo es el mejor testimonio de su emoción:
Tan bella perspectiva se mira terminada por un mar de plata, donde el sol hace brillar sus rayos de oro entre el variado matiz de los más bellos colores al tiempo de esconderse en el ocaso, mientras que por otro lado tersas sus aguas cual cristal transparente, remedan a un espejo en que se ven pintados a la vez el claro oscuro del fondo y el azulado espacio, donde el astro de la noche reverbera sus luces débiles hasta que apagados los fulgores del crepúsculo de la tarde, se presentan como duplicados de las olas al cielo.
Todo esto abrió el conocimiento de una región de la cual ya había noticias, pero ceñidas al ámbito comercial o de navegantes. Estas crónicas tuvieron más alcance, ya que, publicadas en libros y revistas, hicieron conocer las raíces indígenas, coloniales y contemporáneas de Campeche. Isidro Rafael Gondra escribió otras notas en 1849, mismo año en que llegó procedente de Mérida William Parish Robertson, quien también imprimió sus opiniones desde el camino de tierra.