Antes de concluir el siglo XIX Campeche ya había tomado su lugar en las páginas de la cultura. En ese sentido, es preciso considerar la silueta de un personaje que Dzib Cardoso llamó "legendario de contornos imprecisos", que llegó a la Nueva España en 1598 y escribió un Poema al Yucatán, sobre casi todo lo que pudo observar en tierra y mar. Citamos los tres primeros versos:
No son de ninguna manera escasos los relatos y las descripciones de un lugar cuna de juristas, poetas, ensayistas y literatos. José María Alpuche Infante, de ideas políticas por las que fue perseguido en la época republicana de principios del siglo XIX, publicó sus trabajos en El correo de la Federación, El Águila y El Federalista. A Justo Sierra Méndez se le recuerda con las leyendas Sirena y Playera. Al historiador Serapio Baqueiro Preve le debemos un ensayo histórico en torno a la península. Manuel Barbachano y Tarrazo escribió El museo yucateco y El registro yucateco con el seudónimo de don Gil de las Calzas Verdes; sus poemas se publicaron en 1864 en la revista El Salón Literario. Pantaleón Barrera fue periodista y autor de relaciones históricas, como Los misterios de Chan Santa Cruz, firmado con el anagrama de Napoleón Trebarra; Joaquín Blengio alternó la ciencia médica con la poesía; Rafael Carvajal, amigo y discípulo de Sierra O'Reilly, fue autor de, entre otras leyendas, la titulada Un sacerdote y un filibustero en el siglo XVII; José Tiburcio Cervera fue historiador; Miguel Duque de Estrada y Leclerc, poeta y periodista; fueron notables los Cantarcillos populares de Pablo J. Araos, que forman cuadros de costumbres, popular y clásico el dedicado a Campeche:
Agreguemos a este grupo de hombres dedicados a la cultura a Felipe Pérez Alcalá, quien llegó por el mar al puerto y escribió un párrafo irrepetible:
La linda ciudad se fue extendiendo lentamente en la orilla y como en batalla [...] A nuestros pies el apacible Golfo. A los lados pintorescas playas. Y hacia adelante la ciudad con su muralla, sus torres y sus edificios, recostada en la fresca ribera como una voluptuosa nereida, y reclinando su cabeza, sus pies, y uno de sus brazos en la pendiente de los cerros.
Así era Campeche en 1874, con el prestigio educativo del Instituto, además de una Sociedad Científica, una Sociedad Filarmónica, otra intitulada La Fraternidad Campechana, otra Progresista de Artesanos y una distinguida Lonja Campechana. La Sociedad Científico Literaria alentaba entre la gente el estudio de las ciencias; además publicaba la revista La Alborada; la Sociedad Filarmónica procuraba el adelanto en las bellas artes, impartía una cátedra de declamación y auspiciaba el periódico La Armonía. Los artesanos se proponían establecer un banco de avío. Aparte, circulaban los periódicos La Discusión, que se ostentaba como oficial, y La Esperanza, de características literarias.
Se ocuparon de la ciudad y la población personajes como Desiré Charnay y, más adelante, José Vasconcelos y Luis G. Urbina. El 16 de septiembre de 1899 se estrenó en el Teatro Toro el Himno de Campeche, cuyos autores fueron, de la letra, Enrique Novelo, y de la música, Leandro Caballero. Desde entonces se interpreta en ceremonias o actos solemnes. Copiemos los primeros y los últimos versos: