El auge minero de Parral se vio reforzado por el descubrimiento de nuevas vetas que dieron lugar a la creación de asentamientos, como Minas Nuevas (el actual Villa Escobedo), en 1634, y San Francisco del Oro, en la década de 1650. Estos yacimientos propiciaron el surgimiento de nuevos núcleos de población, que hicieron aún más vigorosa la experiencia de Parral en términos de poblamiento. Parral era un centro comercial y político de primer orden; por ejemplo, allí se beneficiaban los minerales extraídos en los fundos mineros de las cercanías. Puede decirse, entonces, que estos nuevos minerales formaron parte de un espacio dominado por Parral, lo que ha llevado a Robert C. West a hablar del "distrito minero de Parral". Este espacio económico incluía tanto las minas y estancias o ranchos de españoles del Valle de San Bartolomé, como las misiones franciscanas y jesuitas que aportaban productos agrícolas e indios de repartimiento. Sin duda alguna, el surgimiento de Parral consolidó la ocupación europea en esta porción de la Nueva Vizcaya, iniciada desde 1567 con la fundación de Santa Bárbara.
Pero lo que Parral hizo posible fue algo más: propició una intensificación del comercio con los ranchos y estancias de los alrededores, en especial con el Valle de San Bartolomé, la zona agrícola fundada casi al mismo tiempo que Santa Bárbara. Al parecer, la potencia minera de Parral, más que formar nuevas explotaciones, propició la concentración de la propiedad de la tierra y del agua en las cercanías. Este fenómeno se vio acompañado de un aumento sustancial de la producción agrícola: la producción de maíz de la zona pasó de 3 000 cargas a principios del siglo, a casi 40 000 en 1640. Pero más adelante los españoles comenzaron a apropiarse de nuevas tierras y aguas para organizar explotaciones destinadas a satisfacer a la creciente población parralense. Valerio Cortés fue uno de los enriquecidos en Parral. Gracias a su cargo como ensayador de metales y por medio de préstamos y embargos subsecuentes y compras fue formando una enorme fortuna que en unos años incluía grandes extensiones de tierra. Su principal posesión era la hacienda de Nuestra Señora del Pilar del Conchos, además de otras propiedades en donde pastaban miles de animales. Fue una de las primeras grandes propiedades agrarias en esta porción de Nueva Vizcaya.
Hacia 1640 era palpable ya la integración existente entre la minería parralense y las áreas agrícolas y ganaderas de los alrededores. De la misma manera era notable la red de intercambio, tanto con el centro del virreinato a través de Durango y Zacatecas, como con Nuevo México. Si en otras partes del virreinato estos años se caracterizaban por una depresión económica, producida en gran medida por la baja en los rendimientos de los principales centros mineros (Guanajuato, Pachuca y Taxco) y por la grave baja demográfica provocada por las epidemias, en la Nueva Vizcaya, en cambio el siglo XVII era época de expansión.
Tal expansión también incluyó la ampliación de las actividades de los misioneros jesuitas entre los tarahumaras. Con base en Parral, los jesuitas fundaron nuevas misiones que pronto se convirtieron en centros de población. Entre 1632 y 1640 se fundaron las misiones de San Felipe, Huejotitán, San Francisco de Borja y Satevó, y más tarde San Lorenzo (el actual Belisario Domínguez). En 1639 los jesuitas ya habían formalizado una jurisdicción independiente en lo que ellos denominaban la Alta Tarahumara.
Con estas fundaciones la ocupación española avanzó hacia el norte, dejando atrás a Santa Bárbara. Algunos jesuitas hicieron largos recorridos hasta tocar puntos tan lejanos como Casas Grandes, Sonora y la Junta de los Ríos. Hacia el oriente, sin embargo, la última población española importante seguía siendo el Valle de San Bartolomé, pues más allá se iniciaban los dominios territoriales de los insumisos tobosos.