Al mediar el siglo XIX el estado de Chihuahua se hallaba en una situación desesperada.
En febrero de 1849 el gobernador Trías decía:
Nuestro Estado, puede decirse que es hoy un vasto desierto, en donde se hallan esparcidas algunas pequeñas y miserables poblaciones, las que no tienen seguridad, ni bienestar sus habitantes; y a pesar de que la naturaleza ha prodigado a nuestro suelo abundantes riquezas y poderosos elementos de prosperidad, apenas se han entendido en nuestra sociedad, porque la civilización se halla en su cuna y nuestra población es por demás diminuta. ¿De qué nos sirven tantos dones con que la Divina Providencia ha colmado nuestro país, si la industria es apenas conocida; si la cultura gime bajo la ferocidad de los salvajes; si nuestro comercio no tiene la menor seguridad para sus giros; si la minería se halla paralizada, si nuestra población es tan escasa que toda la que tiene el Estado diseminada en una área de más de diez y seis mil leguas cuadradas, podría contenerse en una ciudad de tercer orden?
Según las cifras disponibles (a las que no debe concederse demasiada exactitud), la población chihuahuense pasó de 139 000 en 1831, año de reinicio de la vieja guerra, a 164 000 en 1857, es decir, un aumento de 17% en 26 años. Este aumento contrasta con el registrado entre 1788 y 1823: en esos 35 años la población pasó, como se vio, de 64 000 a 112 000: un aumento de más de 75 por ciento.
Además, la distribución de la población había cambiado: las jurisdicciones ubicadas al norte de la capital del estado (Guerrero, Aldama, Galeana y Paso del Norte) redujeron su población de manera considerable, unos seis mil habitantes en el periodo. La comparación de las cifras de los cuadros IV.3 y V.I es elocuente. A diferencia de 1823, en que 33% de la población habitaba la porción norteña, en 1857 sólo lo hacía 19% de la población estatal. Esta disminución obedeció a la intensidad de los ataques de los "bárbaros" que erosionaron la ocupación de las zonas más periféricas y desprotegidas. No eran escasos los ranchos y haciendas abandonados, ni tampoco las pequeñas explotaciones mineras. Incluso no muy lejos de Santa Rosalía, sobre el Conchos, podían apreciarse parcelas y canales enmontados, reflejando el abandono y el desuso, según la crónica del norteamericano John Bartlett de 1852. Los nómadas parecían dueños del territorio y recordaban los días terribles de las décadas de 1760 y 1770.
En estos años Chihuahua se unió a las iniciativas de otros estados para formar coaliciones contra los "bárbaros". En 1851 convocaron Zacatecas y Nuevo León y en febrero de 1852 otra vez Zacatecas. Estas coaliciones de estados obedecían a la impotencia del gobierno general para enfrentar en serio las incursiones de los nómadas. En principio el gobierno general vio con simpatía esas iniciativas, aunque más tarde, en diciembre de 1852, el Senado de la república prohibió las coaliciones, temiendo fragmentaciones y poderes militares paralelos.
Una parte importante de la población local eran los habitantes de pueblos y rancherías: los rancheros. Estos habían surgido a lo largo del siglo XVIII, en algunos casos al lado de las misiones jesuitas y franciscanas, como enclaves de población civil no india, como en el valle del Papigochic. En otros casos se formaron a partir de los presidios y colonias militares creadas por las autoridades españolas para combatir a los nómadas, como en Galeana y Namiquipa, dotadas de tierra por Teodoro de Croix en 1778, o en Santa Rosalía sobre el río Conchos. Los rancheros eran pequeños productores agrícolas y ganaderos que utilizaban preferentemente el trabajo familiar para realizar sus actividades económicas. Con grandes familias extensas, estos rancheros hallaban en las ayudas mutuas de sus parientes y vecinos uno de sus principales mecanismos para lograr la sobrevivencia Por su ubicación en pequeños núcleos rurales, los rancheros se convirtieron en víctimas predilectas de los ataques apaches. Por esa razón se vieron obligados también a ser soldados; así, la defensa de sus vidas y propiedades se convirtió en un elemento básico de su reproducción social.
La debilidad gubernamental ya descrita —y que en esos años se mostraba en el fracaso de las colonias militares formadas por el gobierno general en julio de 1848— hizo que estos rancheros asumieran en gran medida por su cuenta la lucha contra los apaches. Ello dio lugar a una forma de organización social y de pensamiento por demás peculiar, en la que destacaba una gran independencia y autonomía respecto al poder público. Frente a la amenaza de los nómadas y casi sin ningún amparo gubernamental más valía ser valiente, diestro en las armas, disciplinado, laborioso y económico, en el sentido del ahorro.
La minería había mantenido su vigor a pesar de todo. Al descubrimiento de Jesús María en 1821 había seguido el de Guadalupe y Calvo en 1835. De allí los propietarios de las minas extrajeron enormes cantidades de plata; tal riqueza atrajo a no pocos extranjeros y empresarios de la ciudad de México. En 1844 comenzó a funcionar una casa de moneda en Guadalupe y Calvo, que acuñó casi cuatro millones y medio de pesos, tanto de monedas de plata como de oro. Este establecimiento cerró en 1850. Por su parte, la casa de moneda de Chihuahua, que funcionó entre 1811 y 1814, fue reabierta en 1832, y hasta 1856 había acuñado casi ocho millones de pesos en monedas de plata (la mayor parte), oro y cobre. El comercio, a pesar de la amenaza nómada, continuaba siendo buen negocio, por lo menos para los grandes comerciantes. Ya se había abierto la ruta directa a San Antonio de Béjar, que explotaban individuos tan ricos como el comerciante y terrateniente José Cordero, quizá el chihuahuense más adinerado de la época. La apertura de esta nueva ruta muestra que, pese a las grandes hostilidades de los "bárbaros", los negocios dejaban buenos dividendos; la esperanza de obtener beneficios era aún más poderosa que la posibilidad de sufrir ataques, lesiones y hasta la muerte.
La lucha política era más bien asunto de las ciudades, y en ellas, negocio
de élites, es decir, de los terratenientes, comerciantes, mineros, de los burócratas
y de los escasos integrantes de la clase media. Por ser la localidad más importante,
la vida política tenía su escenario sobre todo en la capital del estado. Estos
políticos eran los que recibían las noticias de los acontecimientos de la ciudad
de México y de los estados vecinos; eran los que transmitían las órdenes del
centro, o bien, los que se oponían a esas órdenes. Puede señalarse que fuera
de la ciudad de Chihuahua la vida política transcurría en paz, siempre y cuando
hubiera respeto por la autonomía de los pueblos para manejar sus propios asuntos,
su propia precariedad.
Chihuahua en el siglo XIX. Dibujo basado en Eduardo Noriega, Geografía de la República Mexicana, México, Librería de la Vda. De Ch. Bouret, 1898, p. 250.
La unidad política que se había logrado en agosto de 1845 con el triunfo de los liberales encabezados por Trías, comenzó a resquebrajarse en 1849. En marzo de ese año Ángel Trías fue elegido gobernador del estado para el cuatrienio 1849-1852. Sin embargo, no duró mucho tiempo en el cargo, en virtud de sus desacuerdos con los diputados. El punto de división, entre otros, fue la aprobación del decreto de 25 de mayo de 1849, que fijaba precios a las cabelleras de los apaches: 150 pesos por cada apache muerto y 250 por cada prisionero de guerra o india mayor de 14 años. Trías se opuso, lo mismo que los periódicos de la ciudad de México (por ejemplo, El Universal del 11 de julio de 1849). Trías alegó inhumanidad; los diputados alegaron que en la guerra todo se valía. El gobernador vetó el decreto pero los diputados volvieron a aprobarlo y Trías se vio obligado a expedirlo. Otras dificultades con la legislatura lo orillaron a renunciar en noviembre de 1850.
Trías parecía identificarse mucho más con los intereses políticos que nacían de la ciudad de México que con los intereses locales. Esta afirmación, que es una hipótesis de trabajo, parece no ser del todo descabellada, si consideramos que luego de su renuncia como gobernador, Trías conservó el cargo de comandante militar. Desde allí sostuvo un agudo conflicto con muchos de sus antiguos amigos y aliados de 1845. Cuando el acaudalado comerciante José Cordero llegó a la gubernatura en enero de 1852, Trías trabó tan agudo conflicto, que incluso involucró al ministro de Guerra, quien acusó a Cordero de intentar rebelarse contra el gobierno general. Cordero respondió, con poca mesura, que efectivamente preparaba fuerzas armadas, pero para la guerra contra los nómadas, una guerra -decía Cordero- que los chihuahuenses libraban solos, sin ningún apoyo del gobierno general.
Los acontecimientos políticos de la ciudad de México colocaron de nuevo a Santa Anna en el poder, marcando el retorno del grupo político encabezado por Lucas Alamán y que ya para entonces era conocido como "conservador". Al igual que en 1835, este grupo afirmaba que lejos de aglutinar al país, la república federal lo dividía y debilitaba; por ello era necesario contar con un gobierno central fuerte que tuviera grandes capacidades y facultades. Ese era el proyecto que subyacía al último retorno de Santa Anna al poder en 1853, de acuerdo con el Plan del Hospicio. En Chihuahua, el general Trías, que distaba de ser el hombre de 1845, encabezó a la fuerza local que desplazó al gobernador Cordero y al grupo político más identificado con los federalistas o "liberales", como también ya se conocía a este grupo político. Trías ocupaba una vez más la gubernatura el 23 de diciembre de 1852.
En este periodo tuvo lugar un nuevo enfrentamiento con los norteamericanos, en esta ocasión en torno a La Mesilla, una parte de Chihuahua y Sonora que los ingenieros consideraban vital para tender las líneas del ferrocarril que uniría la costa atlántica con el Pacífico. El gobernador de Nuevo México intentó acelerar las negociaciones diplomáticas por medio de las armas. El gobernador Trías dejó el cargo en manos de Luis Zuloaga, el gobernador depuesto por la fuerza en junio de 1845, y salió al frente de las tropas (500 de infantería, 60 de caballería, ocho cañones y muchas mujeres) para impedir el nuevo despojo territorial. La negociación concluyó en el Tratado de La Mesilla, también llamado la "compra Gadsden", de diciembre de 1853. Así se evitó un nuevo enfrentamiento armado, pero el país perdió una nueva porción territorial.
El sueño conservador y centralista fue destruido muy rápidamente. En agosto de 1855, ante el éxito del movimiento rebelde organizado en torno al Plan de Ayutla, encabezado por Juan Álvarez en Guerrero, Santa Anna se vio obligado a abandonar el país. Ya nunca regresaría como hombre poderoso. En Chihuahua, Trías intentó acomodarse con los nuevos ganadores, pues el 30 de septiembre de 1855 se sumó al Plan de Ayutla. De poco le valió la maniobra porque el general Álvarez, desde el ejecutivo federal, nombró al abogado Juan N. Urquidi nuevo gobernador. Así, sin violencia, Trías fue expulsado del gobierno. Sus antiguos correligionarios (de la lucha de 1844-1845) controlaron desde entonces el poder local. Tres de estos personajes participaron en los trabajos que concluyeron en la elaboración de la nueva Constitución General de 1857. Ésta ratificaba la organización republicana federal del país e introducía las reformas que separaban al Estado de la Iglesia y la desamortización de los bienes de manos muertas, es decir, de la propia Iglesia y de las comunidades indígenas. La reacción conservadora no se dejó esperar y comenzó entonces la llamada guerra de Reforma, de 1858 a 1860. Félix Zuloaga, hermano de Luis, encabezó a los enemigos del partido liberal.
Entre enero y abril de 1858 hubo diversos brotes rebeldes en Chihuahua, algunos de ellos encabezados por curas. Sin embargo, fueron sofocados con relativa facilidad. En abril y noviembre de 1859 repitieron los alzados conservadores sus intentonas, sin mayor éxito, a pesar de que en noviembre los rebeldes derrotaron a las fuerzas gubernamentales cerca de la ciudad de Chihuahua. El enfrentamiento mayor, empero, ocurrió en enero y luego en julio de 1860, en virtud de las invasiones de los "tulices", una fuerza originaria de Teúl, Durango, comandada por el general español Domingo Cajén. En la primera invasión Cajén ocupó el área de Parral; en la segunda logró tomar la capital del estado. En estos acontecimientos bélicos se destacó la figura del coronel Luis Terrazas, entonces jefe político del cantón de la capital del estado. En septiembre de 1860, a sus 31 años, Terrazas ocupaba por primera vez la gubernatura. Nadie lo sabía, pero en Chihuahua se iniciaba una nueva época; una nueva generación se hacía cargo del poder público y, también, del poder del dinero.
En Chihuahua, los conservadores y la Iglesia nunca tuvieron gran poder de convocatoria. Dos hechos lo muestran. El primero es que tropas chihuahuenses fueron enviadas a combatir tan lejos como Tepic, durante 1858 y 1859; y segundo, que las acometidas conservadoras más poderosas fueron obra de las fuerzas duranguenses del general Cajén. A pesar de los repetidos levantamientos, la relativa facilidad con que fueron sofocados muestra que los grupos sociales locales simpatizaban sobre todo con la postura liberal. El historiador José Fuentes Mares señala que el fracaso del Plan de Tacubaya, en Chihuahua, se explica porque la gente acomodada del estado, a diferencia de la de otros lugares del país, militó en el bando liberal. Y sobre la Iglesia indica: "Aquí faltó [...] el apoyo del clero, poco numeroso y falto de altas jerarquías".