3. Los primeros milenios

3. Los primeros milenios


Nadie pone en duda el hecho de que el hombre no nació en América, sino que llegó a ésta 50 000 años, quizá 70 000 años a.C. y que lo hizo por el actual estrecho de Bering, cuando se podía pasar a pie. Por lo tanto, los autores coinciden en aceptar que el hombre americano vino del noreste de Asia, usando el puente (hoy estrecho) de Bering cada vez que, a lo largo de la época cuaternaria, el nivel del mar, a la hora de las sucesivas glaciaciones, bajó en forma notable.

En Mesoamérica varios sitios permiten afirmar la presencia humana 20 000 años antes de Cristo. El más seguro, actualmente, es el de Tlapacoya, al sureste del valle de México.

Entre 9 000 y 7 000 a.C. las manifestaciones de la actividad humana se multiplican y se dispersan en el espacio, desde Belice y Tamaulipas hasta los Altos de Guatemala y la costa de Nayarit. Para aquel entonces el paso entre Siberia y Alaska había dejado de funcionar, de tal manera que el nuevo cazador que apareció en Mesoamérica no venía de Asia, sino que era descendiente del anterior; manejaba instrumentos y armas más perfeccionados, de piedra, hueso, concha y madera, como siempre, pero admirablemente labrados, pulidos y tallados. Sabía hacer redes, canastas, collares de caracolillo y conchas. Cazaba, pescaba y recolectaba. Le tocó adaptarse de manera forzosa a un cambio de clima inimaginable. Nos basta con un año o dos de sequía o de inundaciones para asustarnos. ¿Qué decir de un cambio de clima que transformó verdes llanuras en estepas áridas, y grandes mares interiores en lagunillas y charcos? ¿Qué decir de los cambios de la fauna y de la flora, de la desaparición del mamut, por ejemplo? A finales de este proceso, los recolectores de la costa del Pacífico nos han dejado cerros de conchas marinas; en Matanchén, cerca de San Blas, artefactos de piedra, sepulturas y vestigios de hogares de unos 7 000 años de antigüedad.


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