Así podemos llamar a la "invención" de la agricultura hace unos 6 000 años (mil años más, mil años menos), cuando el hombre experimentó paulatinamente unos cambios que merecen el nombre de revolución. Se domesticaron las plantas que, hasta ese momento, el hombre había recolectado, observado, seleccionado. Primero se limitó a ayudar a la naturaleza, luego intervino francamente. La comida empezó a obtenerse del cultivo de hierbas y gramíneas, en lugares húmedos, a la orilla de lagunas o ciénegas. Entre las primeras plantas cultivadas resaltan la alegría, el epazote, más tarde el maíz y la calabaza, y luego el frijol, el chile, el maguey. Trabajar la tierra, sembrar, esperar la cosecha y defenderla contra las aves, los animales terrestres y los otros hombres obligó al abandono del antiguo modo de vida errante; obligó a instalarse cerca del campo trabajado.
Así el hombre empezó a echar raíces como sus plantas, a construir chozas y jacales, a reunirse con otros hombres hasta formar rancherías y aldeas, y, más tarde, ciudades. Arraigado en un territorio delimitado, apropiado, suyo, el agricultor necesita mucho menos espacio que el cazador-recolector para alimentarse. Eso significa que puede multiplicarse y que su número aumenta rápidamente en los últimos 5 000 años. Durante milenios la población americana no llegó al millón. De 1 000 000 hace 6 000 años pasó a 50 millones hace 500 años.
Más numerosos, los hombres aumentaron su poder sobre la naturaleza, desarrollaron sus artesanías, construyeron sociedades, descubrieron religiones y se preocuparon de los problemas del conocimiento: observación de las estrellas, del Sol y de la Luna; elaboración de un calendario, de una medicina; reflexión sobre la vida y la muerte; preocupación por el más allá, manifestada en la aparición de las tumbas que hoy nos sirven para informarnos un poco sobre nuestros antepasados.
Aún perduró el uso de instrumentos líticos bastante rudimentarios, pero finalmente cedieron su lugar a puntas de proyectil muy elaboradas, en particular las llamadas Clovis, puntas acanaladas.
La discusión sobre las causas y las modalidades de la invención de la agricultura sigue abierta, pero lo que no está a discusión es el paralelismo entre el proceso de cultivo y el de sedentarización. Respecto al año 3 000 a.C., al final de la última fase precerámica, los arqueólogos se atreven a decir que el 70% de los alimentos consumidos en ese tiempo era de origen vegetal, y el 30% de plantas cultivadas. Los mismos arqueólogos suelen considerar que el periodo Arcaico termina, y el Preclásico empieza con el principio de la vida en aldeas y con la aparición de la cerámica. La gran variedad regional, por un lado, y la falta de conocimientos suficientes, por el otro, vuelven difícil la distinción precisa entre las dos épocas. En los últimos 30 años la fecha de aparición de la cerámica en Mesoamérica ha sido adelantada de 1 200 a.C. hasta 2 000-2 300 a.C. Si se discuten las fechas, también se discute el origen: ¿invención local, o bien influencia externa, de América del Sur, por ejemplo? Se presenta el mismo debate sobre la aparición (mucho más tardía) de la metalurgia y de las tumbas de tiro.
Existe la tesis de que los orígenes de éstas son colombianos o ecuatorianos, ya que esa región conoció tanto la cerámica como el metal en una fecha anterior. El metal mesoamericano más antiguo, hasta ahora, corresponde al siglo IX
de nuestra era, mientras que en el Perú se remonta al año 600 a.C. Una vez más nuestra ignorancia es grande, pero no se puede descartar la existencia de relaciones entre América del Sur y nuestro Occidente.
El oeste de Mesoamérica afirma su originalidad a lo largo de esa temporada, más aún que el valle de México, el valle de Oaxaca, el golfo o la zona maya, todas regiones muy marcadas por el fenómeno cultural olmeca.
El problema es que la arqueología regional tiene todavía mucho por hacer. Se sabe que en el horizonte antiguo hubo sedentarización, y no faltan las similitudes cerámicas con el altiplano central. Más tarde 500 a.C., en el caso de Colima aparece una tradición funeraria muy particular que se prolongó hasta el horizonte medio: las famosas tumbas de tiro, que no tienen equivalente sino en el noroeste de América del Sur, especialmente en Colombia. Esas tumbas, que hacen la fortuna de los saqueadores, han vuelto famosa nuestra región. Numerosas vasijas con forma humana o animal han ido a sumarse a colecciones privadas o públicas en el mundo entero. Si la originalidad del occidente no se puede poner en duda, quedan por precisar las relaciones con el resto de Mesoamérica.
Las tumbas de tiro descubiertas en todo el occidente son monumentos funerarios construidos en el subsuelo, cavando el tepetate, cuya dureza evita el peligro de los derrumbes. El "tiro" es un túnel vertical que lleva a una o varias cámaras en formas diversas, con techo de bóveda. Con frecuencia existe una banqueta en las cámaras colocada al nivel del piso, de 25 a 35 cm de ancho. Las dimensiones y la forma del tiro son muy variables; las de las cámaras también. Así en Corral Falso, Nayarit, se encontró una tumba con tiro cuadrangular con 1 m de lado por 5 de profundidad. Permite el acceso a dos cámaras cuadrangulares de 3 x 3 m, colocadas una frente a la otra. El tiro varía de 1.5 hasta 17 m; las cámaras pueden ser ovaladas, redondas o cuadrangulares. Las cuentas y colgantes de concha marina, así como los caracoles de mar, los collares, los metates y la cerámica son objetos de ofrenda habitual en esas tumbas.
Las tumbas de tiro constituyen un rasgo único en el desarrollo cultural del mundo prehispánico de México y su parentesco con Panamá, Ecuador y Colombia no deja de ser impresionante. Se habla de un posible contacto marítimo entre el occidente de México y varias regiones suramericanas para explicar la variedad de similitudes culturales entre esas dos regiones; pero falta mucho por investigar.