La vida en México en los seis años de la presidencia de Cárdenas (1934-1940) estuvo marcada por la reforma agraria, la nacionalización de petróleo y la estabilización política, después de 25 años de crisis permanente.
Así, en Nayarit, el gobernador Francisco Parra fue el primero en cumplir sus cuatro años de gobierno, por más que haya tenido un pleito muy serio con el grupo de Guillermo Flores Muñoz, el hombre de la Reforma Agraria. Flores Muñoz lo llevó al poder, pero después surgió la división. El presidente Cárdenas apoyo firmemente a su gobernador y Guillermo Flores Muñoz salió derrotado. Nunca llegaría a ser gobernador, lo que hubiera sido lógico, en virtud de sus antecedentes. A su hermano menor, Gilberto, le tocaría la revancha de 1946 a 1951. Inauguró los periodos gubernamentales de seis años. Después fue secretario en el gobierno federal, siguió muy influyente en Nayarit y se habló de él como posible presidente de la República. Fue el gobernador de las carreteras, de las escuelas y de las grandes cosechas de maíz. Fue activísimo, pero al mismo tiempo tuvo la suerte de gozar del apoyo presidencial, lo que trajo mucho dinero para el estado.
De 1937 en adelante todos los gobernantes terminaron sus períodos, sin problemas mayores, lo que no significa que todos la pasaron bien. En Nayarit siempre hubo fuerte oposición. A la gente le gusta participar en política y le desagradan las arbitrariedades. El maderismo fue fuerte, la Cristiada también, el sinarquismo otro tanto; en 1952, cuando el general Miguel Henríquez se lanzó a la presidencia contra la voluntad del PRI
tuvo muchos partidarios en Nayarit. En años más recientes el Partido Popular Socialista cristalizó un tiempo todos los descontentos alrededor de Alejandro Gascón Mercado. Por eso las elecciones para gobernador, en 1975, estuvieron muy reñidas. En las presidenciales de 1988 y de 1994, el PRI
conservó la mayoría, pero la oposición se manifestó con bastante fuerza.
Los acontecimientos políticos de los últimos 40 años no han sido de tranquilidad absoluta, pero tampoco han sido violentos como los de la etapa 1910-1940. La tragedia dejó de ser cotidiana y las instituciones dejaron de desintegrarse a cada rato. La política perdió su olor a pólvora y cesó el estallido de fusiles. Eso es un progreso, aunque falte mucho todavía para llegar a una auténtica vida democrática. El descontento suele entonces manifestarse en el abstencionismo, o sea el desinterés por las elecciones, momento contrarío a la democracia.