En los 5 000 últimos años el mundo, nuestro continente, nuestra región, ha conocido cambios extraordinarios. Entramos de la prehistoria a la historia. Unos pocos hombres, dispersos, débiles, han engendrado descendientes muy numerosos, muy capaces gracias a su número, su organización y su técnica. Esos cambios se han acelerado de manera increíble en los últimos cien años. El mundo de hoy no lo podría reconocer el abuelo de nuestro abuelo. Reconocería el Sanguanguey y nada más. El pueblito de 15 000 habitantes que era su Tepic es una gran ciudad; los montes espesos han casi desaparecido, todo el valle está cultivado, corren camiones y coches, los aviones atraviesan el cielo, que era de los pájaros. Tepic queda a tres horas de Guadalajara, cuando se encontraba a cinco días, México a 60 minutos en avión. Nayarit, México del cual es parte, América y el mundo son duros para mucha gente, y especialmente para los pobres. Pero la situación está mejor, para más gente, que en ninguna época de nuestra historia. Las guerras entre las naciones indígenas han terminado; no hay un Nuño de Guzmán para organizar grandes matanzas, no hay guerra civil ni extranjera; el hambre y la enfermedad no exterminan. Nuestras dificultades son interiores y nos llaman a un esfuerzo continuo para conseguir un ajuste social, para defender a los indefensos, para que todos tengan el mínimo necesario para llevar una vida humana. A nuestra esperanza le toca afrontar el problema que nos corresponde ahora. El problema de la justicia.