La denominación chichimecas se aplica a diversos pueblos indígenas a
lo largo del tiempo y el espacio. La mención de los chichimecas como tales se
puede rastrear hasta el ocaso de Teotihuacan, hacia el siglo IX
,
cuando la frontera norte de Mesoamérica quedó abierta a la irrupción de oleadas
sucesivas de pueblos de distinto desarrollo, considerados como bárbaros por
las comunidades indígenas de la Meseta Central.
Los chichimecas, de acuerdo con las crónicas más antiguas, fueron los pobladores originarios que llegaron del norte y realizaron importantes fundaciones en el área central de Mesoamérica. En algún momento, la migración se detuvo e incluso fue rechazada por los pueblos ya establecidos, lo que dio origen a culturas de distinta orientación y aun antagónicas. De acuerdo con esta división, los chichimecas se mantuvieron fuera del área mesoamericana, en una extensa zona que se conoció con el nombre de la Gran Chichimeca, situada en la parte sur de Aridoamérica.
El autor de la Guerra chichimeca, Gonzalo de las Casas, afirma que chichimeca es un nombre genérico con el que los mexicanos designan "en inominia de todos los yndios que andan vagos, sin tener casa ni sementera". Según este autor, los chichimecas se dividen en muchas naciones y parcialidades que pelean con frecuencia no sólo con sus enemigos, sino entre ellos mismos. Algunas subdivisiones de las que se tiene noticia son: guachichiles, que ocupaban todo el Altiplano; negritos, que habitaban la región de Charcas y Matehuala; guamares en Santa María y Tierranueva, con federados con los copuces, guaxabanes y sanzas. En la cuenca del Río Verde habitaron los alaquines, machipaniquanes, leemagues, pames, mascorros, macolias, caisanes coyotes, guanchenis, guenacapiles, alpañales, pisones, cauicuiles, alacazauis, guazancores y samues.
Investigaciones arqueológicas recientes, sobre todo las realizadas por Dominique Michelet y François Rodriguez Loubet, han permitido determinar nuevos periodos para las culturas regionales prehispánicas en el área que comprende un círculo de 100 km de diámetro limitado por la ciudad de San Luis Potosí al oeste, Guadalcázar al norte, Rioverde al este y el estado de Guanajuato al sur. Esta región, según las delimitaciones ecológicas (radicionales, está formada por el Tunal Grande, la cuenca del Río Verde y una pequeña parte del Panino Ixtíero. Los guachichiles habitaron la parte Oeste de esta región y los pames el este.
Se han establecido tres periodos subdivididos en diferentes fases que abarcan de 1000 a.C. a 1800 d.C. En el periodo Venadito, que va del año 1000 a.C. al 200 a.C., aparecen por primera vez evidencias arqueológicas de la existencia del complejo cultural cazador recolector. Sus vestigios se encuentran en cuevas, abrigos rocosos y campamentos al aire libre. Fueron localizados junto al arroyo Venadito, que da su nombre a este periodo.
Los objetos líticos que sobresalen son los elaborados en grandes lajas naturales de riolita, los cuchillos de forma foliácea y amigdaloide y las puntas de proyectil con espigas bien diferenciadas. Al parecer, los grupos que habitaron esta región vivían y buscaban su subsistencia bajo el patrón social de microbandas dedicadas a la caza de pequeñas especies animales así como a la recolección de semillas, frutas silvestres y raíces.
Este patrón social y económico se mantuvo durante largo tiempo hasta el advenimiento del periodo en el que surgen los primeros contactos con grupos agrícolas exógenos. A este segundo periodo se le denomina Huerta, y va del año 200 a 1200 d.C. Este periodo muestra la coexistencia de grupos de cazadores recolectores y comunidades más o menos estables de agricultores de subsistencia. Los sitios se multiplican y hacen su aparición algunas pequeñas aldeas en las orillas de ríos y arroyos. Se construyen montículos de habitación junto a las cuevas, habitadas por los mismos grupos. La lítica aumenta considerablemente en cantidad y las navajas prismáticas se difunden por la región. Sin embargo, muchos sitios son abandonados antes de la culminación del periodo.
Hacia el final del periodo se da el máximo de intercambios entre los complejos cazador recolector y horticultor. A orillas de los ríos, junto a las rancherías, aparecen vestigios de campamentos de cazadores recolectores. Es muy probable que en el valle del río Bagres o en sus cercanías haya existido una ruta que unía la cuenca del Río Verde con Mesoamérica Nuclear, a través de la Sierra Gorda de Querétaro, por donde transitaba la obsidiana. Los grupos de cazadores recolectores del río Bagres pudieron haber seguido esta ruta y adoptaron paulatinamente y de manera duradera algunos rasgos mesoamericanos que influyeron en su economía la cultura del maíz y en sus ritos religiosos la utilización y manufactura de ídolos. No se debe dejar de lado que, para ese momento, las culturas mesoamericanas se encontraban en su mayor apogeo y en plena expansión de sus dominios políticos, comerciales y culturales.
Hacia el año 1200 las influencias e intercambios dan un giro: los grupos del complejo cazador recolector se vuelven predominantes y al poco tiempo ocupan por completo la región. A este último periodo se le denomina Tunal Grande, y abarca del año 1200 al 1800. El momento anterior a la conquista española corresponde al máximo auge de los grupos de cazadores recolectores. Sus vestigios cubren toda el área estudiada, lo que sugiere un aumento demográfico notable debido al propio desarrollo local y a la llegada de otras tribus norteñas con las que existían, desde épocas lejanas, afinidades diversas. Durante esta fase, las dimensiones de las puntas de flechas disminuyen considerablemente. Las formas espigadas desaparecen y, por el contrario, cobran más importancia las formas con muescas que acusan una tecnología y usos más variados. El material lítico se multiplica por todas partes.
La definición de periodos económica y socialmente diferentes (a partir de la
forma y situación topográfica de los sitios, así como sus diversos vestigios
arqueológicos) puede darnos una imagen que consideramos en todo momento provisional
y que debe completarse siempre con la información de diferentes fuentes históricas
cuyos datos pueden ser comparados, comprobados y discutidos; por ejemplo, en
lo relativo a la repartición del territorio en el siglo XVI
, la
definición de tribus que nos da la etnohistoria concuerda con los datos arqueológicos.
Resalta aquí la misma dicotomía entre los pequeños grupos nómadas de la parte
del Tunal Grande, que vivían de la caza y de la recolección: los guachichiles,
y las pequeñas rancherías de la sierra, cuya economía dependía de la horticultura
y de la caza y la recolección: pames, macolias y mascorros.
Entre 1548 y 1589 se sucedieron la guerra de conquista y el sometimiento de
los chichimecas a la corona española. A esta guerra sangrientísima y sin tregua
se le denomina Guerra chichimeca, y significa la ruptura definitiva del modelo
de vida de estos pueblos. Durante 40 años, las tribus chichimecas fueron disminuidas,
desmembradas y finalmente erradicadas justo en el momento de su mayor apogeo.
Sin embargo, este periodo no es sino una convención promovida por los propios
conquistadores y secundada por la mayoría de los historiadores, pues hay suficientes
pruebas documentales para afirmar que la Guerra chichimeca, aunque aminoró hacia
finales del siglo XVI
, continuó durante todo el siglo XVII
y más. La posterior y tenaz guerra focalizada llevaría a la desaparición de
todos los pueblos que habitaron la Gran Chichimeca.
De la iconografía y los testimonios rendidos durante la Guerra chichimeca podemos
agregar algunos aspectos que también encuentran respaldo en la evidencia arqueológica;
sin embargo, es preciso matizar ciertas afirmaciones. Dadas las circunstancias
en que llegaron los españoles y los indígenas de otras tierras que los acompañaban,
se ha tendido a calificar a los chichimecas como pueblos bárbaros, extremadamente
belicosos y sanguinarios, todo ello, como se documenta después, con el propósito
de justificar plenamente el exterminio de que fueron objeto. Se ha dicho que
entre estos pueblos la organización sociopolítica estaba en esencia relacionada
con la guerra, pero lo mismo podría decirse de la mayor parte de los pueblos
de la Tierra. Si nos atenemos a las pruebas arqueológicas y a la teoría antropológica,
concluimos que la organización de grandes ejércitos o el uso de armas sofisticadas
estuvieron fuera del alcance de estos pueblos, y que la imagen del guerrero
fue una forma tutelar del líder de un grupo, a la vez cazador y guardián de
su pequeña tribu. Todos los indicios parecen señalar que los cambios hacia una
mayor organización social, política y bélica, como es natural, se dieron bajo
el efecto de la invasión española y de la consecuente implantación de comunidades
de indios sedentarios traídos de fuera.
Resulta muy limitado atender exclusivamente al testimonio de la crónica que,
como se sabe, abarca las etapas más tardías y es el punto de vista de los colonizadores,
conquistadores y evangelizadores. La crónica parece puntual y así lo confirma
la evidencia arqueológica en cuanto a la descripción de vivienda, hábitos
alimenticios, organización tribal y características físicas de los chichimecas.
Sin embargo, en cuanto a ciertas costumbres, particularmente las religiosas
y rituales, prevalecen los juicios de valor y las aproximaciones descriptivas
superficiales. Las crónicas más tardías, como las de fray Juan Guadalupe Soriano
del siglo XVIII
, expresan instrumentos de análisis más objetivos.
Este cronista destaca tres elementos rituales recurrentes entre los chichimecas:
el hueso humano, labrado para su ofrenda en los entierros así como para el suplicio
de los prisioneros de guerra (el escarmiento de los enemigos fue una práctica
frecuente entre los chichimecas, y para evaluar este fenómeno es indispensable
tomar en cuenta los siguientes factores: por lo regular, las tribus se encontraban
en desventaja numérica, estratégica y tecnológica respecto de sus enemigos,
particularmente ante los españoles; el escarmiento era, pues, una estrategia,
ciertamente ritualizada, para la guerra); el color rojo, utilizado en las pinturas
corporales, obtenido del almagre y cuya explotación se encuentra generalizada
en toda la zona, está asociado a la sangre y la fertilidad y se encuentra presente
en las pinturas rupestres, petroglifos y entierros; la piedra, labrada y trabajada
en objetos rituales que acompañan los entierros.
Estos elementos subyacen en la crónica que en seguida trataremos de recapitular con el objeto de aproximarnos a ciertos aspectos generales de la vida cotidiana de los chichimecas.
De acuerdo con testimonios, tanto los hombres como las mujeres llevaban el cabello largo, hasta la cintura, los de algunas tribus en trenza; los guachichiles y guamares lo teñían o pintaban de rojo, así como otras partes del cuerpo. Ocasionalmente usaban adornos como collares y aretes. Para su habitación, la mayoría de los chichimecas dependía de cavernas, agujeros o primitivas chozas redondas de paja. Las chozas a veces estaban colocadas debajo de árboles o de las salientes de un cañón. Pero aun esforzándose por prevenir de este modo todo ataque por sorpresa, sus fogatas a menudo revelaban a los españoles sus escondites; cuando los indios se percataron de esto, empezaron a colocar centinelas.
En casi toda la extensión de la Gran Chichimeca escaseaban los alimentos. En unos cuantos sitios, los indios cultivaban el maíz y algunos tipos de calabaza, pero habitualmente dependían de tunas, mezquites, bellotas, ciertas semillas y raíces, así como de la caza y la pesca. El hecho de que algunas tribus cultivaran maíz fue aprovechado por las expediciones españolas enviadas contra ellas, pues la destrucción de los maizales fue un método de obligarlos a hacer la paz.
Los cactos y mezquites ofrecían alimentos básicos. Los aborígenes comían las tunas crudas, secas o en forma de licor. También las hojas, el corazón y las flores de los cactos, a menudo cociéndolas en hornos subterráneos. Con el mezquite hacían un pan blanco, en grandes rebanadas, que seguía siendo comestible durante muchos meses o hasta un año, y de la misma planta preparaban licor. En toda la Gran Chichimeca se consumía la miel de abeja. El jugo del agave se utilizaba en lugar del agua cuando ésta no podía obtenerse. También comían un fruto llamado "dátil" por los españoles. Algunas de las raíces que comían eran como patatas dulces o yuca. Otras eran de la planta llamada cimatl (frijol rojo) por los mexicanos. El posol era parte del régimen de los chichimecas, especialmente en las zonas más cercanas a los pueblos sedentarios.
Una parte importante de la alimentación se obtenía mediante la caza. Los chichimecas no desdeñaban casi nada como fuente de alimento: gusanos, víboras, ratas, ranas, conejos, aves, peces, ciervos; luego aprendieron a comer mulas, caballos, reses y otros animales. Por lo general, ingerían los alimentos crudos, o sólo parcialmente asados. El cazador no iba a recoger sus presas, sino que dejaba su búsqueda a las mujeres; distribuía sus alimentos entre su gente y sólo conservaba para sí la piel. La afición de los chichimecas a la carne del ganado mayor introducido por los españoles, sobre todo a la carne de res, fue un factor importante tanto en la guerra como en la paz.
En lugar de vasijas de barro o palo, usaban unas de hilo tejido y apretado; algunas eran grandes como canastas.
Al parecer, disponían en abundancia de intoxicantes, y tenían a la bebida como una de sus ocupaciones favoritas. Se embriagaban con frecuencia con brebaje de maguey, tunas o mezquites, solo o mezclado, y era tal el daño que les causaba que hasta sus mujeres se apartaban de ellos y les escondían arcos y flechas; pero nunca se emborrachaban todos: siempre dejaban quien los cuidara, para que no los tomaran desprevenidos. Es común encontrarnos en la crónica esta clase de afirmaciones, no sólo en lo que respecta a los chichimecas, sino como juicio de valor generalizado sobre casi todas las culturas prehispánicas. La ciencia antropológica e histórica tardó muchos siglos en asociar el consumo de preparaciones o plantas "intoxicantes" con la práctica ritual y religiosa.
Generalmente, las diversiones de los chichimecas tenían algún significado religioso que contribuía al tipo de guerra que hacían a los blancos. Las principales diversiones, aun para los niños más pequeños, incluían el uso del arco y de la flecha, importantísimo para desarrollar su formidable puntería. Su juego ritual de pelota, variante del llamado batey entre los mexicanos era un deporte agotador, que a menudo se practicaba durante muchas horas en un campo que podía tener kilómetros de longitud. La pelota estaba hecha de resina muy correosa de árbol. El juego se practica en la actualidad, con algunas variantes, entre algunos pueblos indígenas más septentrionales.
Los chichimecas creían que podían adquirir las cualidades deseables de ciertos hombres o animales si se los comían o si se pintaban su efigie sobre la piel. La sangre tenía cierto significado ritual: al nacer el primogénito, los parientes y amigos hacían incisiones en el cuerpo del padre con instrumentos agudos hasta que quedara cubierto de sangre; a veces, una ceremonia de paz intertribal incluía el pasar un hueso aguzado a través de un agujero practicado en la oreja de un hombre elegido para ello y el pintarse el cuerpo con la sangre. Para defenderse de los malos espíritus y de las epidemias, rodeaban sus campamentos con estacadas y espinas o se refugiaban en lugares llenos de plantas espinosas. Temían mucho a los embrujos y tenían sumo cuidado de no dejar objetos, ni siquiera cáscaras de tuna, a su paso por un territorio enemigo. Sólo entre los pueblos del país cazcán y entre algunos de los pames había algún grado de prácticas religiosas formalizadas, con templos, centros o poblados sagrados y los principios de una jerarquía religiosa, como entre los tarascos y los mexicas.
Estas descripciones, aunque limitadas, son de indudable valor como material
de referencia para los estudiosos contemporáneos.
A pesar de la enorme cantidad de grupos chichimecas que habitaron en lo que hoy es el estado de San Luis Potosí, la mayoría no se encuentra suficientemente documentada como para establecer las particularidades que los caracterizaron. Con excepción de los pames, que sobreviven hasta nuestros días y que, como señalamos anteriormente, tan sólo son parcialmente chichimecas, las noticias más abundantes se refieren a los guachichiles, guamares y zacatecas.
Los guachichiles ocuparon todo el Altiplano, parte de Guanajuato, Jalisco y Zacatecas. Esta zona se extendía desde el sur, por el río Lerma o Grande, en Michoacán y Guanajuato, hasta las sierras de Comanjá y, en los límites con la zona de Rioverde, el lindero subía hacia el norte. Gonzalo de las Casas observaba: "Ocupan mucha tierra y así es la más gente de todos los chichimecas y que más daño han hecho. Hay muchas parcialidades y no se conocen bien todas".
Quachíchil es vocablo mexicano que significa gorrión; de quaitl, cabeza y chichiltic, cosa colorada o bermeja. Se les llamó así porque con frecuencia se pintaban la cabeza de colorado; había algunos que usaban unos bonetes puntiagudos de cuero colorado que les daban apariencia de gorrión.
No se conoce su origen y contamos con pocas noticias referentes a ellos. Fray
Antonio Tello, en su Crónica miscelánea de la provincia de Jalisco señala
que durante el siglo XII
, viniendo los mexicanos de Aztlán, al
llegar a las puertas y pasos de Teocaltech, tuvieron una sangrienta batalla
contra zacatecas, guachichiles y tecuexes, quienes derrotados abandonaron sus
rancherías y se retiraron a las quebradas y montes cercanos al Río Grande que
viene de Toluca.
No usaban vestidos. Las mujeres se fajaban a la cintura un cuero de venado. Se pintaban el cuerpo con almagre y otros minerales, negros y amarillos, que obtenían de las minas. Se trasquilaban cuando estaban de luto. No enterraban a sus muertos, sino que los quemaban y guardaban las cenizas en unos costalitos que llevaban siempre consigo. Aventaban las cenizas de sus enemigos.
A sus prisioneros les quitaban la cabellera, que se colgaban a la espalda. Usaban los nervios para atar con ellos el pedernal a su flecha y los huesos de las canillas para mostrarlos como trofeo. Sólo perdonaban la vida a muchachos y mujeres jóvenes.
En su mayor parte, su organización social se basaba en la familia nuclear. Vivían en pequeñas aldeas en la parte sur y, hacia el norte, prevalecía la forma tribal de asentamientos menos estables. En general, las tribus del norte eran más pequeñas que las del sur. La poligamia caracterizaba a las tribus del norte y la monogamia a las del sur. Entre los guamares y los guachichiles, la esposa tenía mayor libertad que en otras partes. Había matrimonios tanto intratribales como intertribales.
Entre los guamares había varias parcialidades, todas de una lengua con algunas diferencias. Tuvieron su asiento principal en Villaseñor, Pénjamo y Caramo; de allí, por las sierras de Guanajuato y Comanjá iban a dar a Los órganos y Portezuelo, que fue el primer fuerte del camino de Zacatecas. Bajando a las sierras de Xale, Bernal y Valle de San Francisco, tomaban parte del Tunal y de las sierras de Santa María y Atotonilco; no llegaban a la raya de Pánuco, porque los detenían los guachichiles. Estaban confederados con los copuces, quienes a su vez estaban confederados con guaxabanes y sanzas, de lengua guachichil. Se les consideraba como los más valientes, aguerridos, astutos y belicosos de entre todos los chichimecas.
Las tierras de los zacatecas coincidían en parte con las de los guachichiles del este y norte de Zacatecas. Se habían extendido hacia el oeste, hasta limitar con los tepehuanes cerca de Durango, y merodeaban por el norte hasta Cuencamá y Parras, donde estaban en contacto con los irritlas o tribus laguna. Los zacatecos eran principalmente nómadas, aunque había algunos grupos sedentarios. Sus principales baluartes y rancherías se hallaban en Malpaís, alrededor del Peñol Blanco, de la Bufa de Zacatecas y algunas de sus rancherías llegaban hasta Pénjamo, Tlaltenango y Teocaltiche. Eran guerreros valientes y célebres tiradores, temidos por los pueblos contiguos, sobre todo los cazcanes, a quienes atacaban constantemente.
Se caracterizaron por una considerable homogeneidad de idioma y de modo de vida. Algunos grupos eran menos belicosos y más sedentarios que otros y fueron rápidamente incorporados al sistema español y aprovechados para combatir a las tribus hostiles. La mayoría de los zacatecos podía distinguirse de las tribus de otras naciones por su costumbre de llevar medias calzas y vendas en la frente.
Los pames ocuparon parte de Querétaro, la región Media del estado y parte de Tamaulipas. Por el poniente lindaban con guamares y guachichiles, por el oriente con huastecos y otomíes, por el sur llegaban hasta el Lerma y por el norte se internaban en Tamaulipas. Los pames se subdividían en varias parcialidades, entre ellas alaquines, mascorros, coyotes, guaxabanes y macolios.
En su obra Guerra chichimeca, Gonzalo de las Casas dice que los pames habitaban desde San Agustín, Santa María y Yuririapándaro hasta los límites de Ucareo; iban de allí a los pueblos sujetos a Xilotepec, que eran Querétaro, Tulipán y San Pedro, tocando Ixmiquilpan y el pescadero de Metztitlán, y por aquellas serranías hasta el fin de Pánuco, de donde volvían por los pueblos de Pavón a Xichú y a los samues, que eran de la misma lengua.
Los españoles llamaron pamies a los chichimecas más cercanos a México, porque con frecuencia les oían usar la palabra pami, que en su lengua significa "no". Iban descalzos y la mayoría portaba una mantilla a la cintura y su frazada. Tenían mucho ingenio y se convirtieron en hábiles artesanos. Las mujeres vestían huipiles largos y blancos, fabricados por ellas mismas; sabían tejer muy buenas mantas, así como petates y objetos de palma. Su alimento era generalmente a base de maíz tostado y frutos silvestres; construían sus casas de zacate o palma. Sobre sus creencias religiosas conocemos muy poco: que veneraban al sol, al maíz y a la deidad de las aguas. La danza formaba parte importante del ritual religioso. Fabricaban una bebida embriagante a base de agua y panocha o piloncillo. Celebraban con una fiesta especial la recolección de la cosecha de maíz y el nacimiento de los niños.
Fray Junípero Serra encontró hacia 1759 que entre los pames de Xalpan se veneraba a la madre del sol, a quien solicitaban remedio para todas sus necesidades.
Los pames tenían caudillos que los gobernaban y en la estructura social el hechicero o chamán tenía un lugar predominante.