Por la naturaleza de las actividades productivas y su relación con los recursos
naturales disponibles, así como por su relativa estabilidad, los asentamientos
más numerosos se convirtieron en poblaciones en las que aparecían cada vez más
el trazo, las necesidades de una ciudad y el consiguiente nuevo estilo de vida.
A principios del siglo XVII
, Leonel de Cervantes inició la construcción
de las casas reales y de la cárcel. Para ello, se impuso contribución sobre
la carne, vino, maíz y harina que entrase al pueblo; en cambio, no se autorizó
que se gravara la plata. La iglesia mayor del pueblo de San Luis se terminó
en 1609; en este mismo año sólo había en el pueblo un reloj de sol, por el que
medían sus actividades los habitantes del lugar.
Los jesuitas, al poco tiempo de llegar, recibieron de Juan de Zavala Fanárraga las casas que habían sido la morada de su tío Juan de Zavala. Al principio, ejercieron su ministerio en la parroquia, pero poco después comenzaron a hacerlo en la ermita de la Santa Veracruz que les cedieron los vecinos, cesión que fue confirmada por el obispo de Michoacán en 1625. El convento de la Merced se comenzó en 1626 y no puede considerarse como fundación definitiva sino hasta 10 años después, por no haber tenido todas las licencias correspondientes y enfrentar la oposición de franciscanos y agustinos, a pesar de las numerosas donaciones de los vecinos del pueblo. El pueblo y las minas de San Luis Potosí se convirtieron en la ciudad de San Luis Potosí por un decreto emitido en 1656. Su Cabildo estuvo compuesto por un alcalde, un provincial de la Santa Hermandad, un depositario general, un alguacil mayor y seis regidores.
El principal y reconocido sostén de la ciudad de San Luis Potosí fue la minería. Por esta razón, en 1686 el alcalde mayor mandó que la ciudad gozara de tres leguas de territorio para todo lo que le conviniera y que todos los mineros, sus allegados, sirvientes y personas dedicadas al servicio del acarreo de metales, agua, leña y otros utensilios de la minería pudieran servirse de dichos terrenos, ya fuera para ranchear y poblar con sus muladas y caballadas o bien para cualquier otro propósito relacionado con la minería. Dentro de las tres leguas, ninguna otra persona podría poblar con sus ganados mayores, ni menores ni pretender su propiedad. El reclamo al derecho de estos privilegios, drásticamente disminuidos, fue una de las principales causas de los llamados Tumultos del Cerro de San Pedro, casi un siglo después.
La ciudad de San Luis sufrió varias inundaciones durante el siglo XVII
(en 1672,1681,1688), por lo que se mandó abrir una zanja de 2 000 varas de largo
por seis de ancho y hasta dos y medio de profundidad en algunos trechos, para
proteger a la ciudad de las avenidas de agua que bajan de la sierra suroccidental
y que amenazaban destruirla. San Luis tendría entonces alrededor de 2 000 personas
y 24 000 en toda su jurisdicción.
El 4 de mayo de 1610 se estableció el pueblo nuevo de Santa María del Río. Los indios tomaron los solares que mejor les parecieron y señalaron sitio apropiado para iglesia, casa y huerta de los religiosos franciscanos y alinearon las calles que debía tener su pueblo. Juan Domínguez, protector de los naturales de Santa María del Río, pues fue el último sobreviviente de los soldados de la guerra chichimeca, murió en 1624. A pesar de que el abastecimiento de maíz y carne a los pueblos de indígenas se hacía por mandato real, en 1624 los naturales de Santa María y de otros pueblos comenzaron a morir por hambre y muchas enfermedades. Hacia 1674 el pueblo estaba compuesto en su mayoría por indios otomíes y, en menor proporción, por indios guachichiles. En 1675 se reedificaron las casas reales y la cárcel. Hacia 1683, el capitán Diego de la Fuente Rincón, alguacil mayor del Santo Oficio de la Inquisición y propietario de la hacienda de la Sauceda, cedió a los indígenas otomíes y guachichiles los sitios de Enramada y Peregrina, que eran más de tres leguas de tierra.
Las minas de Ramos, descubiertas el domingo de Ramos de 1608, dieron origen al pueblo de este nombre. Para 1610 tenía cerca de 800 vecinos, lo que nos deja ver hasta qué punto y con qué rapidez se convirtió en un centro de importancia. En 1612 se construyó la iglesia parroquial.
En 1615 se descubrieron las minas de Guadalcázar y el nuevo mineral se denominó de San Pedro Guadalcázar. Se hizo un mapa para el repartimiento de solares que, por desgracia, no se conserva, pero sabemos que se construyeron casas reales, casas, haciendas de beneficio para sacar plata y se hicieron pozos. En este sitio había un antiguo asentamiento indígena ya despoblado, pero se tienen evidencias de que hubo indígenas en el trabajo de las minas y de que había un juego de pelota que quedó en un sitio de tierra que años mas tarde fue de Antonio de Arizmendi Gogorrón. En Guadalcázar no había indios sujetos a doctrina, porque el vecindario se componía de sirvientes de todas las condiciones que asistían en las haciendas de sacar plata, además de una buena cantidad de españoles.
La fundación de Santa Catarina Mártir del Rioverde, obra de fray Juan Bautista
Mollinedo en 1617, quedó a cargo de fray Juan de Cárdenas, quien se dedicó a
aumentar el pueblo y a construir el convento. Tenía concedidas tres leguas por
cada viento. La mayor parte de los indígenas del pueblo eran guachichiles, otomíes,
mascorros, coyotes, que 10 años después comenzaron a huir a las barrancas y
serranías porque les faltaba sustento y estaban cansados del maltrato que les
daban los estancieros españoles, en especial Luis de Cárdenas. A lo largo de
todo el siglo XVII
hay repetidos mandatos de la Real Audiencia
y órdenes de los virreyes para apoyar y conservar la posesión pacífica de las
tierras indígenas, pero la documentación prueba que los españoles desobedecieron
reiteradamente las disposiciones. En 1674 existía el convento, la iglesia y
las casas del capitán protector, pero las viviendas de los indígenas se hallaban
separadas y sin calles. Martín de Mendalde ordenó que se hicieran las viviendas
alrededor del convento y las casas citadas. Los indígenas ocupaban y sembraban
poco terreno porque se dificultaba mucho el riego de las parcelas. A finales
del siglo XVII,
la población de Santa Catarina se componía de 60
familias de indígenas, de las cuales sólo seis eran chichimecas y el resto otomíes
venidos de Querétaro, Celaya, Xichú y San Juan del Río.
Sabemos que Matehuala era un lugar conocido a principios del siglo XVII
.
Juan de Leija y los capitanes chichimecas Francisco de León y Miguel Martín
obtuvieron licencia del virrey Luis de Velasco, el viejo, para poblar el pueblo
que se habría de llamar San Francisco de Matehuala. En 1626 sólo había una hacienda
de labor que pertenecía al capitán Miguel de Escurigüela y en la que empleaba
indios de la nación vocala para trabajar las tierras. Estos indígenas fueron
catequizados por los franciscanos del convento de Charcas, a partir de la visita
que hizo el padre Cantú en 1626 a la hacienda de Matehuala y al Río Blanco.
Cerca de allí vivían indígenas negritos y borrados, congregados en diversas
rancherías.
En el Venado, hacia 1674 vivían tlaxcaltecas, tarascos, guachichiles negritos y borrados. El capitán protector era el asentista de las reales salinas del Peñol Blanco. Tenían convento franciscano y pasaron algunos problemas con las tierras, porque las del común las arrendaban exclusivamente los tlaxcaltecas. En 1679 se amojonaron las tierras de siembra de guachichiles y negritos.
Hacia 1674, la población indígena de Mexquitic era en su mayoría tlaxcalteca, y sólo quedaban dos indias viejas guachichiles.
Por esas fechas, San Nicolás del Armadillo no tenía iglesia parroquial en servicio, pues se había caído. Martín de Mendalde promovió que se levantara una nueva.
En San Antonio de las Lagunillas había convento de cal y canto y bóveda, con
claustros bajo y alto. Las celdas y la sacristía también estaban cubiertas por
una bóveda, y sólo faltaba techar el cuerpo de la iglesia. Fray Martín Herrán
lo fundó y construyó. San Antonio de las Lagunillas tampoco logró conservar
las 5 000 varas útiles por cada viento que le correspondían, de acuerdo con
la real cédula de 25 de mayo de 1689. La defensa del territorio y de los indígenas
dependía de su capitán protector; sin embargo, hacia finales del siglo XVII,
los indígenas acudieron a la defensa que pudieran hacer sus ministros franciscanos.
En 1687 se trató de fundar por primera vez el pueblo de españoles de Santa Elena, en la provincia de Rioverde. El virrey dio licencia el 9 de enero de 1694. Estaba a media legua del pueblo de indios de Santa Catarina, en un sitio en el que había un ojo de agua dulce y donde se hizo la primera fundación del pueblo de Santa Catarina. La única condición era que los españoles tomaran las tierras que estaban al poniente y no molestaran a los indios de Santa Catarina en sus propiedades que daban al oriente y las cuatro acequias con las que las regaban. La nueva población también recibió el nombre de la villa del Dulce Nombre de Jesús, hoy Ciudad Fernández.
En 1616, algunos mestizos y mulatos comenzaron a asentarse en Tierra Blanca, que también se llamó Tierranueva y finalmente Guadalupe, a extramuros de San Luis Potosí. Dependían para su gobierno del barrio de la Trinidad. Las tierras eran muy áridas; no hubo milpas, sólo algunos magueyes y árboles frutales. Había algunas haciendas de sacar plata. En este lugar Francisco de Castro y Mampaso comenzó en 1654 la edificación de un santuario dedicado a la Virgen de Guadalupe, cuya imagen había traído de la ciudad de México en 1653. La obra se terminó a fines de 1661. Fue el primer templo que hubo bajo la advocación de Guadalupe fuera de la ciudad de México. El Santuario del Desierto, también dedicado a la Virgen de Guadalupe, lo levantó Juan Barragán en el terreno de Buenavista que le fue donado en 1656. Se venera ahí una imagen pintada por Lorenzo de la Pyedra en 1625. En ese mismo lugar, para 1628 se había levantado una ermita dedicada a San Juan Bautista.