En noviembre de 1835, la Convención de San Felipe proclamó la independencia de Texas en tanto no estuviera en vigencia la Constitución de 1824. Con la capitulación del comandante Martín Perfecto de Cos se abrió la puerta a la declaración de independencia definitiva de Texas en marzo de 1836. Santa Anna, en cuanto tuvo noticia de la insurrección, se preparó para sofocarla. Las primeras batallas fueron favorables a los mexicanos que en menos de tres meses ocuparon las principales guarniciones de Texas. Sin embargo, los texanos sorprendieron a Santa Anna en las orillas del río San Jacinto, lo hicieron prisionero y lo obligaron a firmar los Tratados de Velasco en mayo de 1836. El Congreso mexicano desconoció los tratados, así como cualquier compromiso que Santa Anna pudiera adquirir mientras estuviera prisionero. Santa Anna logró regresar al país en febrero de 1837.
El gobierno mexicano trató de reorganizar un ejército que pudiera recuperar Texas. Los Estados Unidos se declararon oficialmente neutrales, a pesar del apoyo directo que proporcionaban a los texanos; casi un año después reconocieron a Texas como estado independiente. Francia e Inglaterra reconocieron el nuevo estado en 1839 y 1840, respectivamente, y, como sus intereses comenzaban a extenderse, los estadounidenses ponderaron la posibilidad de la anexión del nuevo estado. Esta anexión fue aprobada por el Congreso de los Estados Unidos el 1° de marzo de 1845.
Los ingleses lograron convencer al presidente Herrera de que la anexión podría evitarse si México reconocía la independencia de Texas con la condición de que no se uniera a los Estados Unidos; la opinión pública pedía, en cambio, la declaración de guerra y la organización de una campaña para recuperar Texas de inmediato. Sin embargo, la propuesta mexicana llegó al mismo tiempo que la oferta estadounidense y el 21 de junio de 1845 Texas votó su anexión a los Estados Unidos. El presidente Herrera fue derrocado por el Plan de San Luis proclamado por el general Paredes y Arrillaga.
Los estadounidenses iniciaron la ocupación del noreste de México en enero de 1846. El general Zacarías Taylor avanzó rumbo a la ciudad de Matamoros, defendida primero por el general Pedro Ampudia y después por Mariano Arista, quien tenía instrucciones de hacer retroceder a los estadounidenses hasta las márgenes del río de las Nueces.
El día 13 de mayo los Estados Unidos declararon la guerra a México y el 18 Taylor ocupó Matamoros.
La situación en el interior del país y, en particular; en San Luis Potosí, era incierta; el gobierno pedía la conservación del orden público a toda costa, con el fin de poder concentrar sus esfuerzos en enfrentar al invasor. Hasta entonces los estadounidenses habían tenido distintos papeles entre los potosinos: comerciantes e inversionistas con ideas políticas diversas; pronto se aprendería a reconocerlos como enemigos.
Santa Anna llegó a Veracruz la noche del 16 de agosto. Asumió el mando de la tropa y pidió la reinstalación de la Constitución de 1824, aunque, para efectos de la guerra, ya era demasiado tarde.
Mientras tanto, en San Luis Potosí, se había dado orden de concentrar las tropas existentes y se pidió a los municipios que contribuyeran a la constitución del ejército. Lo hicieron una vez, pero cuando de nuevo se solicitó su contribución, pidieron extrañados que se les indicara el número fijo que debían dar.
El modo de formar un ejército según el sistema de reclutamiento forzoso, si bien garantizaba un número de personas, traía los problemas de la deserción y la inexperiencia militar. Se reclutaban hombres mayores de 18 años y en general de clases humildes; no pocas veces se echó mano de homicidas, ladrones y vagos; se exceptuaba a los enfermos, mutilados, faltos de talla necesaria, casados y a los que mantenían a sus padres ancianos o hermanos menores de edad. En numerosas ocasiones se cometieron abusos por parte de las autoridades y los reclamos de la población comenzaron a llover en forma de solicitudes de excepción del servicio de las armas.
Santa Anna pedía a los gobernadores que reclutaran más hombres. La presión de la autoridad era proporcional a la deserción de las filas militares. Hubo algunas autoridades civiles que, sensibles a los problemas de su jurisdicción, prefirieron actuar con cautela, como el prefecto del partido de Venado que se negó a continuar con el reclutamiento de hombres debido al descontento de la población de Catorce. El prefecto de Tancanhuitz, por su parte, no pudo enviar el número de reclutas solicitado por la falta de talla de los individuos.
Otra de las figuras que se asoció al ejército fue la del celador rural. Los celadores se alistaban para conservar la tranquilidad pública del partido y la seguridad de los caminos; también apoyaban el servicio de conducción de reclutas, desertores y útiles de campaña para la división del Ejército de Operaciones del Norte. Su armamento, cuando mucho, consistía en un machete o una lanza o un pedazo de hoja al que llamaban espada. Cuando las autoridades cayeron en la cuenta de que el reclutamiento no era suficiente, se pidió a los militares experimentados, donde los había, que apoyaran la formación de cuerpos militares.
El general Pedro Ampudia, como jefe del Ejército del Norte, partió de San Luis para la defensa de Monterrey; el contingente que pidió a los estados vecinos nunca llegó y, cuando ordenó la partida, los soldados se negaron a obedecer. Con dificultad y con apoyo de los sectores populares de la ciudad de San Luis, que avergonzaron y apedrearon a la tropa, logró ponerla en marcha, pero la defensa de Monterrey acabó en capitulación y las tropas vencidas recibieron orden de regresar a San Luis. Santa Anna llegó el 14 de octubre a esa ciudad para preparar la resistencia a la invasión estadounidense.
Los testimonios del retorno de la tropa que comandaba Ampudia nos muestran un ejército derrotado, en desorden, con una gran cantidad de enfermos y heridos que, después de atravesar el desierto, estaban a punto de desfallecer. Los habitantes de los pueblos pequeños intentaron colaborar con ese ejército doliente, del que formaban parte también sus hijos; sin embargo, los escasos recursos de los que disponían tal vez atole, tortillas y algo de carne se echaban a perder, porque la tropa solía llegar después de lo previsto.
Durante el mes de octubre la Legislatura potosina expidió dos decretos importantes, el del día 21, por el que determinó la salida del territorio del estado de todos los ciudadanos estadounidenses residentes en él, y el del día 22, por el que declaró que el estado de San Luis Potosí sólo reconocía al general Antonio López de Santa Anna como único caudillo designado por la nación para sostener su independencia y cuidar sus libertades públicas.
La presencia de Santa Anna en San Luis intensificó la leva, lo que provocó un motín en Ciudad del Maíz que puso a las autoridades civiles en ascuas. Las relaciones entre Santa Anna y el gobernador eran cordiales sólo en el papel; en realidad, el gobernador no tenía más remedio que obedecer las "gentiles" órdenes y disposiciones del general en jefe del ejército, quien además protestaba airado porque las autoridades civiles informaban directamente al gobernador de lo que acontecía en sus jurisdicciones, en vez de reportarlo a la autoridad militar. Tal relación era consecuencia de la contraposición entre civiles y militares, entre las regiones y la capital, entre los distintos conceptos de república, entre los distintos líderes naturales de sociedades diversas.
Las autoridades de la iglesia católica, a petición del gobierno, escribieron y pronunciaron discursos para ilustrar al pueblo sobre la invasión estadounidense e incitarlo a defender la patria: "Vosotros mismos seréis arrastrados y tirados del cuello, como bestias estúpidas para las mazmorras de la esclavitud, y hombres desnaturalizados y prostitutas asquerosas y bestias inmundas vendrán a disfrutar la comodidad y delicia de vuestros hogares [...] volemos pues todos al combate, pongámonos en derredor de nuestras autoridades".
Armas no se fabricaban en el país, así que era difícil conseguirlas; sin embargo, había en la ciudad de San Luis Potosí armeros muy buenos, con los que se celebró contrato para arreglar las armas que estuviesen fuera de servicio.
Se había logrado proveer al ejército de los animales para su avío, en particular mulas, en algunos casos secuestrándolas a los arrieros que las conducían. Esta práctica llevaba el riesgo de que los arrieros evitaran las principales plazas del estado y, con ello, provocaran una hambruna generalizada. Hubo algunos hacendados como Ramón de Zevallos, propietario de la hacienda de Laguna Seca, y Remigio Martínez, propietario de la hacienda de Canoas, que donaron caballos y reses para el uso del ejército. Hubo también donativos voluntarios en efectivo y en especie, hechos por distintos individuos y comunidades.
En medio de toda la agitación nacional, la vida de los pueblos continuaba su curso: los niños asistían a la escuela de primeras letras; se seguía cultivando maíz, frijol, arroz, chile, caña de azúcar, hortalizas; se producía vino mezcal, aguardiente de caña, piloncillo, sal, se criaba ganado, se atendía el escándalo de los telares y desde Tancanhuitz, con sus mesas de billar, hasta el Salado y San Luis Potosí, la gente, la que trabajaba todos los días, se divertía con sus bailes, corridas de toros, peleas de gallos, maromas, funciones de árabes y ceremonias religiosas.
Entre tanto, Santa Anna pensó en la posibilidad de fortificar San Luis Potosí para prevenirla del ataque de las fuerzas estadounidenses comandadas por el general Taylor. En los primeros meses de 1847 se abandonaron las obras, pues fue evidente que Taylor no marcharía sobre San Luis. El presidente Polk había nombrado general en jefe a Winfield Scott y le ordenó tomar Veracruz y avanzar hacia la ciudad de México por la misma ruta que siguió Cortés. No extraña saber que una de las lecturas de los soldados estadounidenses en ese momento era la Historia de la conquista de México de Prescott.
Probablemente uno de los capítulos más difíciles de comprender de este periodo es el relativo a la decisión de la marcha del Ejército de Operaciones del Norte con rumbo a Saltillo. Santa Anna solamente recibió refuerzos de Jalisco, Guanajuato, Michoacán, Querétaro, Aguascalientes y el Distrito Federal, pero todos los recursos para alimentar, vestir, armar y pagar a la tropa los aportó el estado de San Luis Potosí, pues ni la federación ni los estados quisieron colaborar en su sostenimiento.
A principios de enero de 1847 se llevó a cabo la elección de gobernador y vicegobernador del estado, cargos para los que fueron elegidos los ciudadanos Ramón Adame y Mariano Ávila, respectivamente, ambos de buena cepa liberal, como se verá más adelante.
Mientras tanto California, después de un largo proceso, quedó en manos de los estadounidenses e igual suerte había corrido ya Nuevo México.
El ejército no se movía de San Luis. Santa Anna esperaba que pasara el invierno porque conocía el terreno que tenía que atravesar; pero la opinión pública le era adversa, a tal grado que se vio obligado a ordenar la partida sin considerar ya los rigores del clima y la falta de provisiones.
El ejército se puso en marcha el 14 de enero: 18 183 hombres, cerca de 10 mil mujeres y más de 200 familias de jefes y oficiales. Deben de haber parecido un pueblo trashumante y no un ejército en campaña. El contingente marchó rumbo a Peñasco, Bocas, La Hedionda, Venado, Charcas, Laguna Seca, Solís, La Presa, Matehuala, Cedral, Noria de las Ánimas, hacienda del Salado y hacienda de la Encarnación. Esperaban encontrar al enemigo en la próxima hacienda de Aguanueva, pero no fue sino hasta La Angostura. El frío y la escasez de bastimentos habían mermado considerablemente al ejército.
La batalla de La Angostura se llevó a cabo el 22 y 23 de febrero de 1847. A pesar de la derrota infligida al ejército estadounidense, el ejército mexicano tuvo que retirarse con enormes pérdidas. El camino de regreso a San Luis Potosí fue aún más pesado y las muertes y deserciones numerosas.
El periódico de la ciudad de México, El Monitor Republicano, pidió a la nación entera que de ahí en adelante llamase a San Luis Potosí, "San Luis de la Patria".
Se organizaron cuerpos de voluntarios en otros lados, como el de Tamazunchale, con Pedro Terrazas a la cabeza.
La ciudad de San Luis no sólo recibió a los soldados diezmados, sino también a las familias mexicanas de Monterrey y Saltillo que emigraron tierra adentro con sus pequeños hijos a cuestas. En la Huasteca, los invasores llegaron provenientes del puerto de Tampico, desde donde dos pequeños vapores cargados de soldados arribaron a Pánuco y a la hacienda de Vichinchijol, en donde cometieron tropelías con las autoridades y ciudadanos inermes, según lo informó el coronel Antonio del Castillo.
Para la población quedaba claro que el ejército no los ayudaría frente al enemigo, por ello comenzaron a organizarse en guerrillas, que en el caso de San Luis Potosí fueron auspiciadas por el gobernador Ramón Adame cuando decretó, el 4 de mayo de 1847, el levantamiento de cuerpos francos o guerrillas en el estado para combatir al invasor. Ofrecía a los que sirvieran de tal manera liberarlos de todo servicio en el ejército o en la guardia nacional, de todas las cargas concejiles y de las contribuciones personales. Esto también refleja las distintas ideas y apreciaciones que había en torno a la invasión, la guerra, los enemigos, el Estado y el país.
Paulo Verástegui, hacendado de Rioverde, se distinguió por el cuerpo de guerrillas que formó con el nombre de Hidalgo y el lema: "¡O mexicanos o yankees en el territorio mexicano! ¡Guerra eterna entre ambas razas hasta que una u otra acabe en este país!". La invitación apareció en el periódico oficial La Época en mayo de 1847. Esta medida le permitió estrechar los vínculos en la cercanía de sus propiedades con su propia gente y, al mismo tiempo, fortalecer las relaciones con la autoridad gubernamental.
Por el pronunciamiento en la ciudad de México en contra de Gómez Farías, Santa Anna sólo dio a la tropa cuatro días de descanso. Con la mitad de ella se dirigió de San Luis a la capital donde, el 21 de marzo, se encargó del gobierno dejando el mando de la fuerza restante al general Ignacio de la Mora y Villamil.
Mientras persistió la amenaza del avance de Taylor sobre San Luis los soldados recibieron el auxilio popular. En una bodega de la Alhóndiga se almacenaban los donativos del vecindario y los que semanariamente enviaban Ciudad del Maíz, Santa María del Río, Rioverde, Cerritos, Guadalcázar, etc., consistentes en semillas, reses, café, arroz y otros artículos. Con el paso de los días se debilitó la posibilidad de una incursión estadounidense hacia el sur. El ejército que había quedado en San Luis fue llamado a la ciudad de México con todo y su armamento. San Luis quedó sin soldados, sin armas y sólo con la defensa que le podía proporcionar el discurso de los más destacados liberales como Adame, Arriaga y Ávila ante el gobierno del centro.
Había desacuerdo entre las autoridades de San Luis y el gobierno general en torno a las alternativas de un tratado de paz. El 7 de junio de 1847 la legislatura local expidió un decreto en que protestaba no abandonar la causa nacional, sino contribuir con todos sus recursos, con toda su fuerza, a continuar la guerra contra los Estados Unidos. Asimismo, protestó contra cualquier tratado de paz que no asegurase la independencia, la integridad del territorio, el honor de la nación y de sus armas y la debida indemnización de los males ocasionados por el invasor.
La animadversión contra las acciones del gobierno nacional y sus fuerzas armadas fue aún más lejos en el caso del gobernador Adame, quien meses más tarde rompería con el gobierno central por haber firmado los tratados de paz.
Los estados de Jalisco, San Luis, México, Zacatecas, Querétaro, Aguascalientes y Michoacán formaron una coalición para sostener la independencia nacional y el sistema representativo, popular, federal, con sede en Lagos. Los representantes por San Luis fueron Mariano Ávila y Luis Guzmán.
Mientras tanto, los estadounidenses ocuparon la ciudad de México el 14 de septiembre de 1847; el 16, izaron su bandera en el Palacio Nacional. Santa Anna renunció a la presidencia que ocuparon alternadamente Manuel de la Peña y Peña y Pedro María Anaya.
El gobierno establecido en Querétaro reanudó en enero de 1848 las conversaciones de paz que concluyeron el 2 de febrero con los Tratados de Guadalupe Hidalgo que reconocían el río Bravo como límite meridional de Texas. México cedía los territorios de Nuevo México y Alta California. El gobierno estadounidense se comprometió a cubrir las reclamaciones de sus ciudadanos contra el gobierno mexicano, a no exigir ninguna compensación por los gastos de guerra y a pagar 15 millones de pesos por los territorios cedidos.
El vicegobernador Mariano Ávila, en apoyo del gobernador Adame presentó a la Legislatura una iniciativa para que San Luis Potosí desconociera al gobierno general por haber negociado la paz sin que los invasores hubiesen desalojado el territorio nacional. La Legislatura no secundó la propuesta del vicegobernador Ávila y del gobernador Adame, pero Ávila la publicó como ley autorizada por él.
Adame y Ávila fueron arrestados, consignados al Gran Jurado y depuestos. La Legislatura nombró gobernador provisional a Julián de los Reyes, que fue ratificado por elección constitucional a finales de abril.
En los meses siguientes, otros pronunciamientos agitaron al estado. De nuevo el general Mariano Paredes y Arrillaga manifestó su inconformidad, esta vez unido al sacerdote Celedonio Domeco de Jarauta, quien durante la intervención fustigó al ejército enemigo en el camino de Veracruz a México. Paredes trató de sublevar los estados de Guanajuato, Jalisco, Zacatecas y San Luis Potosí, por considerar inaceptable el tratado. Uno de los batallones acantonados en San Luis se pronunció pero nunca llegó el apoyo. Sublevaron Guanajuato, pero no pudieron continuar. Jarauta fue ejecutado, Paredes huyó y un número significativo de sus seguidores se unió a los rebeldes de la Sierra Gorda.