En los puntos más altos de la Sierra Madre Occidental, al oriente de la región ocupada por tahues y totorames, como se observa en el mapa II. 1, habitaron los acaxees y xiximes, en un territorio que los españoles llamaron la Sierra de Topia. Ambos grupos tenían formas de vida muy similares e idiomas semejantes, por lo que al referir sus costumbres podemos considerarlos en conjunto y sólo señalar las diferencias más notables. Las semejanzas culturales no fueron obstáculo para que acaxees y xiximes fueran enemigos irreconciliables. En los estudios antropológicos actuales resulta frecuente que se clasifique a los indios acaxees y xiximes entre los pueblos aborígenes del actual estado de Durango. Esta apreciación es correcta porque los territorios que ocuparon están dentro de los límites de ese estado, y sólo sus extremos se adentraban en Sinaloa, pero los trataremos porque también tuvieron que ver en el pasado de los sinaloenses, aunque su participación fue menos importante que la de los demás grupos.
La aspereza de la sierra en la que vivían acaxees y xiximes los obligaba a formar pequeñas comunidades diseminadas en un territorio de muy amplias dimensiones. Estas comunidades eran del tipo que los antropólogos llaman familia extendida, porque se estructuran alrededor de una pareja de progenitores que conviven con sus hijos, nueras, yernos, nietos, sobrinos y otros consanguíneos. Las comunidades familiares eran independientes y no tenían autoridad común que las gobernara, pues sólo se concertaban cuando se trataba de acciones militares contra algún pueblo vecino y entonces reconocían el liderazgo de un caudillo.
Acaxees y xiximes conocían la agricultura y cultivaban pequeñas parcelas donde el terreno lo permitía; sembraban maíz, frijol, calabaza y chile. Eran muy cortas las cosechas que levantaban e insuficientes para la alimentación del grupo, por lo que dependían en gran medida de la cacería, de la pesca en ríos y lagunas y de la recolección de frutos silvestres. La fauna de la sierra era variada y copiosa; gustaban especialmente del guajolote silvestre, que abundaba en aquellas serranías.
Utilizaban los magueyes silvestres para producir fibra de ixtle y obtener bebidas fermentadas. Confeccionaban sus vestidos con gamuzas y mantas de ixtle bellamente decoradas. Hombres y mujeres usaban el pelo largo, trenzado y adornado con piedras y plumas de colores. Estos indios construían sus casas con madera o con piedra y lodo, muy bien diseñadas para conservar el calor en los rigurosos inviernos que debían soportar.
Tanto los acaxees como los xiximes carecieron de una religión institucionalizada y muy poco es lo que conocemos de sus creencias. De sus ritos religiosos sabemos que se relacionaban con la siembra, la cacería, la pesca y la guerra. Lo que más impresionó a los cronistas españoles fue que celebraban las victorias militares con una embriaguez colectiva y un banquete en que comían la carne de los vencidos y luego descarnaban los cráneos para decorar sus casas. Asimismo, practicaban el juego de pelota en el que competían diversas comunidades.
Los españoles describieron a los indios acaxees como personas de mediana estatura, cuerpo bien proporcionado y de tez morena clara; se decía que eran afables en su trato y liberales para compartir los alimentos, incluso con los extraños, Los hombres usaron el arco y la flecha con suma destreza, así como la macana, la lanza arrojadiza y una hachuela de madera con filos de obsidiana. Eran afectos a combatir, especialmente contra los indios xiximes a quienes enfrentaban con frecuencia.
Un cronista jesuita escribió de los xiximes lo siguiente:
Era la nación xixime la más brava, inhumana y rebelde de cuantas poblaban el grueso de esta sierra y que habitaban en los puestos más empinados y dificultosos de ella; tenían lo ya experimentado, así los indios acaxees sus vecinos, como los españoles de todos aquellos reales de minas en el interior de la sierra.
Horrorizaba especialmente a los españoles la antropofagia que acostumbraban los xiximes, pues a decir del cronista, no era un rito para celebrar las victorias, como entre los acaxees y los cahitas, sino una forma ordinaria de alimentación, y buscaban a hombres, mujeres y niños como presas de cacería. Es muy probable que estas apreciaciones de los cronistas españoles reflejen más el miedo que les inspiraban los xiximes que una realidad histórica, pues no se ha encontrado entre los aborígenes del noroeste algún grupo que recurriera a esta costumbre.