La minería era la actividad preferida por los españoles debido a la riqueza y prestigio social que proporcionaba; fueron españoles los dueños de las empresas, porque el pesado, insalubre y peligroso trabajo en los socavones lo realizaban los indios de repartimiento y los trabajadores voluntarios, indios, mestizos y mulatos. Entre 1700 y 1767 los principales reales mineros fueron Álamos, Cosalá y El Rosario, como en el periodo anterior, pero también hubo otros recién descubiertos o con nueva bonanza, como Sivirijoa y Bacubirito, en la provincia de Sinaloa; Santiago de los Caballeros, San Javier y Cariantapa, en Culiacán; Copala, Pánuco y Charcas, en Copala; Santa Rita y Plomosas, en Maloya, y Cabeza de Caballo, en El Rosario.
De los dos principales métodos para refinar el mineral de plata, el de fundición y el del azogue, el primero fue el más empleado en estas provincias porque requería menor inversión y pocos conocimientos técnicos, pues consistía en refinarlo por medio de sucesivas fundiciones del mineral. El sistema del azogue, llamado también "de patio", estribaba en amalgamar la plata con mercurio, entonces llamado azogue, y extender el mineral molido en un amplio patio para revolverlo por medio de mulas que lo pisaban. El método del azogue producía plata más pura que el de fundición, pero requería de mayores inversiones en equipo y materias primas, y el azogue era costoso y difícil de conseguir; así, sólo los empresarios con grandes posibilidades de inversión podían recurrir a este procedimiento.
No existen registros de la producción de plata en la gobernación de Sinaloa y Sonora porque en estas provincias no había oficinas de la Real Hacienda y el metal se quintaba en diversas cajas reales, como las de Parral, Durango, Guadalajara o México, de forma que la plata producida en el noroeste aparecía en los libros de registro confundida con la de otras provincias, sin que sea posible diferenciarla; sin embargo, podemos afirmar que la producción de plata en el periodo 1700-1767 fue superior a la del siglo XVII,
basados en algunos indicios documentales que a continuación exponemos. El número de reales mineros y de personas dedicadas a la minería creció durante esta etapa; también sabemos, porque hay registros, que la cantidad de plata enviada por los misioneros de Sinaloa a la ciudad de México aumentó mucho en comparación con la que enviaron en el siglo XVII.
Los jesuitas obtenían la plata de la venta de alimentos a los reales mineros, así que si mayor fue la que ganaron en este comercio, se debió a que hubo más productores que en el siglo anterior.
La minería desempeñaba otra importante función, que era la de impulsar a los demás sectores de la economía. En efecto, los reales de minas eran los más importantes centros de consumo de alimentos, animales, textiles, numerosas materias primas, como la sal, necesarias en el proceso minero y, en general, de toda clase de mercancías. A los reales mineros concurrían los modestos comerciantes locales y también los grandes mercaderes que traficaban con objetos importados de Europa, de Asia o de remotas provincias novohispanas. Si había plata en el real de minas el comercio era intenso, lo que estimulaba la producción de los efectos regionales y el consumo de los importados. Si la plata escaseaba el comercio también decaía y su depresión alcanzaba las comarcas aledañas. Así, cuando el real de minas estaba en plena actividad, los demás sectores de la economía se beneficiaban con la bonanza, aunque no todos por igual.