El comercio


Los comerciantes pertenecían a muchas categorías, desde el "rescatador" hasta el "almacenero", y todos desempeñaron un papel en la historia que nos ocupa. Los rescatadores eran mulatos o mestizos que, provistos de una o dos mulas, recorrían los pueblos de indios para cambalachear productos agrícolas por baratijas, como cintas, listones, telas de ínfima calidad, navajas, cuchillos y otras fruslerías. Decían los misioneros que los indios no sabían tasar el valor de sus cosechas y que fácilmente las malbarataban a cambio de bagatelas. En la gobernación no circulaba la moneda y las transacciones se hacían por trueque; incluso en los negocios de los mayoristas la moneda sólo se usaba para indicar los precios y calcular los montos, porque la operación se realizaba canjeando la mercancía por plata no acuñada. El rescatador a su vez cambiaba el producto de sus "rescates" con algún comerciante local de mayor categoría, que lo proveía de las baratijas necesarias para continuar su tarea.

Hubo igualmente comerciantes dueños de pequeñas recuas que traficaban a mayor escala que los rescatadores, en la provincia o en las aledañas. Compraban granos, tasajo, cueros, sebo, sal, pescado y camarón secos, en fin, los productos propios de las comarcas que visitaban, para trocarlos en los lugares de consumo, como villas y reales mineros, donde a su vez obtenían mercancías importadas, como telas, ropa, herramientas y enseres domésticos, a cambio de las cuales recibían los productos regionales.

Los comerciantes más importantes en la gobernación eran aquellos que conducían desde México los productos europeos o asiáticos o de otras regiones novohispanas, como loza de Puebla, frazadas de San Miguel de Allende o cacao de Tabasco. Tenían sus tiendas en las villas y reales de minas, donde expendían al mayoreo y al menudeo, principalmente a cambio de plata. Eran los comerciantes de quienes dijimos que, coludidos con los alcaldes mayores y gobernadores, u ocupando ellos mismos dichos puestos, apoyaban sus negocios con la autoridad que detentaban. Estos mismos mercaderes eran los prestamistas de los mineros y, por tanto, los acaparadores de la plata producida en la gobernación. Sólo se les escapaba la plata que comerciaban los misioneros jesuitas.

Estos mercaderes mayoristas —españoles todos ellos— no siempre eran dueños del capital que manejaban, pues por lo común eran socios o agentes de algún comerciante almacenero de la ciudad de México. Los almaceneros eran los comerciantes más fuertes de la Nueva España, no sólo por la magnitud de sus capitales, sino porque al poder económico añadían el poder político de la organización llamada el Consulado de Comerciantes de México, que los agrupaba a todos. Los almaceneros eran los únicos comerciantes con capacidad económica para comprar el cargamento de mercancías europeas que una vez al año traía la flota al puerto de Veracruz, o de los productos asiáticos que anualmente desembarcaba el galeón de Manila. Los almaceneros concentraban la plata producida en toda la colonia, y la remitían a España o a Manila en pago de sus importaciones.

Cuando el licenciado José Rafael Rodríguez Gallardo rindió al virrey su informe sobre el resultado de la visita a la gobernación de Sinaloa y Sonora, expuso este sistema de comercio y lo calificó de perjudicial para los pobladores del noroeste, por varias razones. Una era la ausencia de moneda en la región, porque propiciaba trueques muy desventajosos para los consumidores. Cuestionó con fuerza el monopolio de los comerciantes mayoristas que acaparaban la plata y de inmediato la sacaban de la región, en la que, a su juicio, sólo quedaban "trapos y consumibles". En connivencia con las autoridades, estos comerciantes elevaban exageradamente los precios de sus mercancías y recibían la plata hasta en 30% menos del precio vigente en la ciudad de México, lo que les procuraba una ganancia adicional. Deploraba también el visitador el hecho de que los comerciantes mayoristas sólo recibieran plata, habiendo en la región tantos productos que podrían comercializarse con buenos rendimientos para los productores, los comerciantes y los consumidores.

A propósito de este último punto, decía Rodríguez Gallardo que las riquezas naturales de la gobernación eran muy mal explotadas porque se dejaban de producir muchas cosas que tendrían demanda en otras regiones, como por ejemplo sal, pescado y camarón, tabaco, cera y miel, carne, sebo, cueros y otras más. Lo que a juicio del visitador hacía falta era un buen sistema de transporte marítimo: la gobernación de Sinaloa y Sonora estaba junto al mar y tenía buenos puertos, por lo que resultaba extraño que el comercio se hiciera por vía terrestre, cuando el flete marítimo era mucho más económico. Si se estableciera el transporte marítimo, no sólo saldrían muchos productos al comercio con otras regiones, sino que, además, vendrían nuevos colonos a incrementar el movimiento económico de la gobernación.

Rodríguez Gallardo tenía razón. Desde el siglo anterior, cuando se estableció el sistema de comercio que describimos, el transporte de mercancías y personas se hacía por vía terrestre. Había dos caminos para llegar de México a Sinaloa. Uno era el camino real de tierra adentro, que partía de México rumbo al norte y pasaba por Querétaro, Guanajuato, Aguascalientes, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Parral, Chihuahua y terminaba en Santa Fe de Nuevo México. De Durango salía una ruta hacia el poniente que, atravesando la sierra de Topia por las peligrosas quebradas, descendía hasta Culiacán; o bien, de Parral salían caminos que, cruzando la Sierra Madre, llegaban a Álamos, a Horcasitas y a otros puntos norteños de la gobernación. El segundo camino partía de México rumbo al poniente hasta Guadalajara, luego seguía el curso del Río Grande de Santiago, tocaba Tepic y de allí bajaba a la costa; el camino continuaba con rumbo noroeste pasando por Acaponeta, El Rosario, San Sebastián, San Miguel de Culiacán, villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa, Álamos, Río Chico en Ostimuri, San Miguel de Horcasitas en Sonora y terminaba en el presidio de Tucsón en la Pimería Alta. A este camino se le llamaba "de la costa" (mapa V.2). Se empleaba el camino que resultara más adecuado, según la época del año.



Mapa que muestra dos caminos de México al  noroeste, al establecerse un sistema de comercio para transportar mercancías y personas.



MAPA V.2 Los caminos de México al noroeste.

Conducir una recua de México a Sinaloa o a Sonora podía tardar hasta seis meses, si no había complicaciones extraordinarias, como indios sublevados en la sierra o ríos muy crecidos en la costa, de aquí que los fletes fueran muy caros y que la mercancía se maltratara durante el viaje. Así las cosas, es comprensible que el visitador Rodríguez Gallardo se preguntara extrañado por el abandono de las rutas marítimas, conocidas desde los inicios de la Conquista. El hecho es que al establecerse el monopolio comercial de los almaceneros del Consulado de México, optaron éstos por el uso de las vías terrestres y así lo hicieron durante dos siglos.


Índice generalAnteriorÍndice de capítuloSiguiente