La penetración territorial española


Con base en la alianza hispano-tlaxcalteca y su triunfo sobre Tenochtitlan, Tlaxcala se propuso mantener su territorio en propiedad exclusiva de los indígenas, lo cual parecía confirmarse con la fundación, fuera de sus fronteras, de Puebla de los Ángeles, para asentamiento propio de los españoles. Más aún, el cabildo tlaxcalteca accedió a colaborar temporalmente con servicios personales en la construcción de la ciudad poblana, así como a otorgar al rey de España un tributo permanente de maíz, con la idea de salvaguardar su territorio para uso exclusivo de los naturales. Este deseo se convirtió en hecho público cuando el 13 de marzo de 1535 el emperador Carlos V expidió un documento en el que prometía a Tlaxcala que nunca sería enajenada de la Corona, ni sus tierras serían dadas a nadie en merced, ni por este monarca ni por sus sucesores. Sin embargo, muy pronto fue quebrantada esta disposición real. Entre 1539 y 1543 el virrey Antonio de Mendoza concedió a varios colonos españoles una docena de mercedes de tierra en la provincia de Tlaxcala, cuya extensión global andaría cerca de las 9 000 hectáreas.

Aun cuando esta cantidad de mercedes y su extensión resultan moderadas en comparación con las que entonces se habían otorgado en otros pueblos indios de Nueva España, el problema era por cuestión de principios y por la violación de la promesa regia de que Tlaxcala no sería para los españoles. Por ello, el cabildo indígena se abocó de inmediato a defender su privilegio de exclusividad territorial y a tratar de que tales mercedes fueran anuladas. Entre otras medidas, en 1552 preparó una embajada que visitaría al rey para recordarle, por medio de un importante documento —posteriormente conocido como "Lienzo de Tlaxcala"— los servicios que esta provincia había proporcionado a la Corona desde la llegada de los conquistadores, a cambio de los cuales debían respetarse todos sus privilegios. Diez años después, otra embajada tlaxcalteca abordó de nuevo el mismo problema. No obstante, ninguna de estas comisiones ni todas las demás quejas enviadas a diferentes instancias del gobierno colonial lograron impedir la penetración de propietarios españoles en el territorio de Tlaxcala. No sólo no se cancelaron las primeras mercedes de tierra, sino que se otorgaron algunas más. Lo máximo que logró el cabildo fue que el Consejo de Indias recomendara al virrey en turno que quitara aquellas estancias de ganado que dañaran las sementeras de los indígenas, y que tuviera cuidado de que las mercedes fueran en número reducido y no causaran perjuicios ni agravios a los indios y a sus bienes.

El nuevo monarca, Felipe II, no estuvo dispuesto a confirmar el privilegio de Tlaxcala, otorgado por su padre en 1535, respecto la inviolabilidad de su territorio. Sin embargo, la Corona respetó en parte esa concesión, ya que, como se mencionó con anterioridad, las mercedes reales otorgadas a españoles en tierras de Tlaxcala fueron pocas en comparación con el resto de la Nueva España. Por ello, la intromisión y expansión de las propiedades españolas que finalmente se produjo en esa provincia se debió, más que a las mercedes reales, al mercado de tierras, esto es, a la creciente compra-venta de las mismas entre indios y españoles.

Desde el inicio de la conquista, la tierra fue un elemento codiciado por los españoles, que veían en ella una manera de adquirir fortuna y arraigo. La promesa de inviolabilidad del territorio tlaxcalteca no impidió que los nuevos colonos peninsulares encontraran otras vías de acceso a dichas tierras. El camino más temprano y económico para adquirirlas fue por medio del matrimonio con indias nobles. Con la crisis demográfica y el proceso de despoblamiento indígena vino el abandono de muchas tierras de cultivo, así como la pérdida de la fuerza de trabajo que tenían los caciques para labrar sus extensas propiedades; a unas y otras entraron los españoles, ya sea por la compra, el alquiler o la simple apropiación, no obstante la oposición inicial del cabildo, que veía en este fenómeno un serio peligro de pérdida de poder de la nobleza indígena y del monopolio indio sobre Tlaxcala. No obstante, el nuevo valor mercantil que adquirió la tierra pronto sedujo a todos los estratos de la sociedad indígena, por lo que en su transferencia quedaron involucrados tanto nobles como macehuales, aunque sin lugar a dudas fueron los primeros los que participaron de manera mayoritaria en este mercado.

Frente al rápido crecimiento del mercado de tierras tlaxcaltecas, el gobierno español puso un control: en 1571, una real cédula obligó a que las ventas de los terrenos de indios fueran por medio de subasta pública anunciada por pregones durante un mes. Pero debido a que esta norma sólo incluía a las propiedades con valor superior a los 30 pesos, los españoles procuraron comprar fracciones menores a dicho precio para evitar el control oficial. Entonces, a petición de algunos principales de Tlaxcala, en 1583 se dispuso que el sistema de pregón fuera obligatorio para cualquier valor de terreno en venta, y que el aviso se hiciera también en lengua mexicana y no sólo en "castilla", para que lo entendiesen los indígenas. Esta medida no dejó de ser una mera verificación para evitar que la compra-venta de tierras fuera en secreto, pero no significó ningún tipo de freno a su transferencia. Hacia finales del siglo XVI parecía que el cabildo y los principales de Tlaxcala habían ya aceptado como un hecho consumado el nuevo sistema de la propiedad y el mercado de la tierra, así como la inevitable penetración de extranjeros a la provincia mediante la compra-venta de terrenos.

El nivel más alto de crecimiento de la propiedad española en Tlaxcala tuvo lugar entre la segunda mitad del siglo XVI y la primera del siglo XVII. Se calcula que para esta última fecha ya había alrededor de 200 predios en manos de labradores hispanos. El periodo más intenso de ventas de tierras indígenas fue de 1598 a 1608, y coincide con un hecho que puede ser su causa principal; la puesta en práctica de las congregaciones; esto es, la reagrupación de asentamientos que contaran con muy pocos indios y el traslado de éstos a poblaciones mayores. Este movimiento demográfico obligó a muchos naturales a vender las tierras de las que eran sacados, o bien, facilitó que los españoles simplemente se apropiaran de las que quedaban vacantes.

Las propiedades de españoles se fueron implantando de manera preferencial en las zonas más fértiles de la provincia, como es la cuenca de los ríos Atoyac y Zahuapan, o en las que había menor densidad de asentamientos indígenas, por ejemplo, el valle de Huamantla. La fuerte presencia de labradores españoles que llegó a haber en este último lugar generó en los siglos XVII y XVIII, como se mencionó anteriormente, serios intentos por separar el partido de Huamantla del gobierno de la ciudad de Tlaxcala. A este plan se sumó, tal vez, la actitud autonomista de las comunidades otomíes que radicaban en esa misma zona, y que ya habían mostrado tiempo atrás la misma actitud frente a los antiguos señoríos tlaxcaltecas.

Durante los primeros cincuenta años después de que se otorgaron en Tlaxcala las iniciales mercedes de tierra, los propietarios españoles concentraron sus labores en la crianza de animales, de ahí que a esas propiedades se les denominara "estancias" y "sitios de ganado". La trashumancia o desplazamiento de rebaños de unos pastos a otros fue la forma más común de criarlos, en especial con el ganado menor. Esto provocó numerosos y graves problemas, debido a la constante invasión de animales a las propiedades de los indígenas y a la destrucción de sus sementeras, pese a las diversas reglamentaciones que para evitarlo hiciera el gobierno virreinal. Posteriormente, a finales del siglo XVI, se dio una expansión del cultivo de cereales, destinados tanto al autoabasto como al comercio. A la tradicional producción indígena del maíz se sumó la europea de trigo y de cebada, esta última para consumo de los animales ante la paulatina disminución de la trashumancia.

Las nuevas propiedades fueron acrecentando su infraestructura material: casas para los dueños, administradores y trabajadores; establos y corrales, almacenes y trojes, pozos y acueductos, talleres, tinacales, capillas y cementerios. La fuerza de trabajo indígena, tanto permanente (gañanes) como temporal (tlaquehuales), también fue en aumento. Se conformaba, así, un sistema de centros de producción agropecuaria que llegaría a conocerse como de haciendas y ranchos, el cual quedaría consolidado hacia mediados del siglo XVII. A dicho proceso de consolidación contribuyó, en buena parte, la "composición" de tierras realizada por primera vez en Tlaxcala en esa misma época.

También entonces, y tal vez como consecuencia de la composición, se presentó una notable desaceleración de la expansión y multiplicación de propiedades españolas en aquella provincia.

Las composiciones fueron un mecanismo empleado por la Corona para legalizar o confirmar los títulos de propiedad de la tierra, mediante un pago de dinero hecho a la Real Hacienda. Los propietarios de Tlaxcala entraron en "composición" por lo menos en tres ocasiones: 1643,1696 y 1757. En la última de ellas, los labradores tlaxcaltecas lograron organizarse muy bien y conseguir una composición vasta y casi definitiva, a tal grado que más de cien años después, en pleno porfiriato, esa composición sirvió para impedir legalmente la entrada a Tlaxcala de compañías deslindadoras, argumentándose que en el estado ya no existían terrenos baldíos. Se calcula que para mediados del siglo XVIII había unas 217 fincas rurales que en su conjunto ocupaban cerca de la mitad de la extensión total del actual estado de Tlaxcala. Algunas se especializaron en la producción de pulque, otras en la cría de ganado y las más en el cultivo de cereales (mayoritariamente maíz), pero casi todas procuraron combinar, en mayor o menor medida, más de una de estas actividades, es decir, eran haciendas de tipo mixto.

A diferencia de otras partes de la región central de México, las haciendas de Tlaxcala no tuvieron su principal sustento territorial en la concesión de mercedes; tampoco adquirieron su fuerza de trabajo mayoritario del servicio personal compulsivo dado por los repartimientos de indios, y su importancia numérica y de superficie fue más bien tardía. Por otra parte, si bien es cierto que la economía de Tlaxcala giró en torno a las haciendas, éstas, en su conjunto, fueron de baja productividad y rentabilidad en comparación a las de otras partes de la Nueva España. El clima semiárido, la escasez de lluvias, las frecuentes heladas y granizadas, y la pobreza de suelo, elementos característicos de Tlaxcala, generaron una agricultura frágil y con crisis frecuentes. En varias ocasiones hubo períodos de carestía, escasez y aun de hambruna, acompañados de motines, como el de 1692, cuando fueron incendiadas las casas reales y muertos un centenar de indios a causa de la represión efectuada por el gobierno. No fueron pocos los casos de haciendas y ranchos que cayeron en la bancarrota y, cargados de deudas, pasaron de mano en mano, o los de las fincas que por su crítica situación financiera fueron vendidas en su totalidad o en fracciones a diversos pueblos de indios ya fortalecidos, después de las congregaciones, por la dotación de tierras comunales.

Los antiguos privilegios concedidos por la Corona a los indios de Tlaxcala influyeron para que los trabajadores de las haciendas, en términos generales, no fueran sujetos a una explotación tan intensa como en otras partes. Por ejemplo, en 1717 el gobierno virreinal ordenó una visita oficial a las haciendas de Tlaxcala para detectar las irregularidades que pudiera haber en el trato y pago de sus gañanes. En 1726 el ayuntamiento de Tlaxcala fue autorizado para ocuparse de la contratación de los tlaquehuales o peones estacionales, con objeto de controlar el pago de los tributos que por ellos debían hacer los hacendados y para evitar que éstos hicieran retenciones forzadas por endeudamientos excesivos. En esa misma fecha, un decreto del virrey prohibió a los labradores llevar indios fuera de Tlaxcala sin contar con el permiso de las autoridades. En 1767, el cabildo de Tlaxcala abogó por mejorar las condiciones de los gañanes y tlaquehuales de las haciendas de Tlaxco.

MAPA 2. El patrón de asentamiento y población en 1779



FUENTE: W. Trautmann, Las transformaciones en el paisaje cultural de Tlaxcala durante la época colonial, p. 98.

Además del trabajo agrícola en las haciendas, los indígenas que tenían poco o nada de tierra participaron en otras actividades económicas, como una manera alternativa o complementaria de obtener ingresos, parte de los cuales debían destinarlos al pago de tributos. La elaboración de textiles y el comercio fueron las dos actividades no agrícolas de mayor importancia. La elaboración de textiles tenía una tradición prehispánica bien arraigada, a la que se unía la capacidad de colorearlos por medio de la grana de la cochinilla, el caracol púrpura y otras tinturas de origen animal, vegetal y mineral. La colonización española vino a enriquecer esta actividad con el uso de nuevas técnicas y materias primas, como la lana y la seda, pero también introdujo nuevas formas de organizar la producción. En 1560 un empresario español fundó en Apizaco el primer obraje de Tlaxcala; 50 años después ya había más de una docena. Los obrajes eran talleres que reunían bajo un mismo techo a un grupo numeroso de trabajadores (unos 40 en promedio) especializados en diferentes labores textiles y contratados voluntariamente a cambio de un salario. Durante el periodo colonial, los obrajes en Tlaxcala se concentraron sobre todo en Apizaco y en la capital de la provincia, aunque su campo de acción era mucho más amplio al articularse, de manera directa o por medio de los tianguis pueblerinos, a una red de productores domésticos que en sus casas hacían el proceso de hilado y luego algunas fases terminales de las prendas. Las vinculaciones de los obrajes también se extendían a los productores de lana y de grana de cochinilla, con lo cual la cantidad de personas involucradas en la actividad textil llegó a ser muy considerable, y lo siguió siendo en Tlaxcala, con altibajos y diferentes características, en los siglos siguientes.


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