El tipo de comercio conocido como regatonería predominó en la ciudad de Zacatecas hasta bien entrado el siglo XVIII
. Se llamaba regatones a quienes se dedicaban a acaparar mercancías que llegaban a la ciudad para luego ser revendidas a precios más elevados. Los indígenas fueron los principales actores de este comercio, que aunque mal visto por las autoridades y afectado por multas y castigos, era indispensable para la subsistencia de los habitantes a falta de una alhóndiga donde arrieros y labradores pudieran depositar y vender sus mercancías y se regularan los precios de venta.
Entre los regatones predominaban los indígenas, aunque este comercio lo practicaban también españoles, mestizos y mulatos; y era tal la oposición de las autoridades, que las sanciones en su contra alcanzaban a los mismos consumidores. En el caso de los indígenas, las autoridades se preocupaban doblemente porque abandonaban sus tierras para dedicarse al comercio o vivir en las minas. Sin embargo, ninguna disposición, ni las frecuentes denuncias en contra de comerciantes acaparadores y revendedores lograron erradicar el comercio de los regatones, porque era una especie de mal necesario para asegurar el abasto de la ciudad. Como no existía una alhóndiga, los comerciantes salían constantemente a las comarcas aledañas para adquirir las mercancías que demandaba la población y luego las vendían a precios fijados a su arbitrio.
A mediados del siglo XVIII
, con la construcción de la alhóndiga de la ciudad, se logró controlar una parte del comercio de granos y bastimentos, aunque los regatones y comerciantes ambulantes persistieron como elemento esencial del comercio citadino. A las autoridades no les quedó otra alternativa que reglamentar esta actividad, de modo que los puesteros, tendajeros, arrieros forasteros, carreteros chiquihuiteros y demás comerciantes ambulantes, incluidos los regatones, fueron obligados a pagar al fisco una cuota semanal.
Sin duda, este tipo de comercio debió llenar a la ciudad de un bullicio y colorido especial.