PESE A LAS LÍNEAS DE CONTINUIDAD, es posible distinguir dos fases en el movimiento revolucionario en Zacatecas. La primera fue la revolución maderista en contra de la dictadura de Porfirio Díaz, que buscaba la transformación del sistema político y una mayor participación en la toma de decisiones. La segunda fue más claramente una revolución social, en la que se involucraron amplios y muy diversos sectores de la población zacatecana y se radicalizó el fondo de sus reivindicaciones, que incluían modificaciones sustanciales en las condiciones de trabajo en el campo y las minas, mejores niveles de vida y, de una manera no siempre clara y en todo caso no radical, una redefinición en la estructura de la propiedad. Incluso los aspectos estrictamente políticos que habían caracterizado a la primera revolución adquirieron en la segunda visos más radicales: el reclamo autonomista (tan caro al federalismo decimonónico) se acentuó, como lo hicieron también la lucha contra los poderes caciquiles y el anhelo de contar con administraciones más eficaces, honestas y respetuosas de las instancias intermedias de poder.
La primera revolución la encabezó hasta su muerte el zacatecano José Luis Moya, quien inició las actividades armadas en la zona fronteriza entre Zacatecas y Durango a partir de febrero de 1911 y pronto alcanzó un amplio dominio de la región. Junto a él se alzaron otros revolucionarios que, como Pánfilo Natera, Martín Triana, Trinidad Cervantes o Gertrudis Sánchez, desempeñarían un papel protagónico en los momentos posteriores de la lucha antihuertista. Salvo por los episodios de horror que se vivieron en Sombrerete tras el asesinato de Moya, esta primera revolución no cobró una gran cuota de sangre y violencia en el estado, a lo que contribuyó el amplio arraigo de que gozaban sus principales dirigentes entre la población local.
Ni a Moya ni a otros maderistas zacatecanos inspiraban demasiada confianza los tratados de Ciudad Juárez con que se puso fin a la primera fase de la guerra, puesto que eliminaban al dictador pero dejaban intacto el aparato político de la dictadura. No obstante, ninguno de los grupos que operaron en Zacatecas hasta el verano de 1911 esgrimía una causa que fuera más allá de los postulados del maderismo. De hecho, los efectos inmediatos de la revolución maderista en el estado fueron limitados: la renuncia del gobernador y su sustitución por uno que representaba desde tiempo atrás la causa del maderismo, José Guadalupe González, así como la sustitución de algunos funcionarios en los lugares ocupados por las fuerzas revolucionarias.
El efecto más notorio de la revolución maderista fue el de despertar las expectativas de amplios círculos de la población en torno a las posibilidades de la participación política. Ello propició el surgimiento de una prensa combativa y diversa, y la proliferación de organizaciones políticas cuyo propósito inmediato fue la preparación para las elecciones municipales de 1911 y para las generales de 1912. Se formaron asociaciones que representaban al antiguo régimen y poseían poco respaldo por parte de la población, otras que aglutinaban a los contingentes maderistas de todo el estado, y otras más que, al cobijo de las libertades conquistadas por la gesta maderista, dieron a los católicos un nuevo medio de expresión y organización en las distintas ramificaciones del Partido Católico Nacional.
Si algún partido político cosechó frutos en Zacatecas en las nuevas condiciones creadas por el régimen de Madero fue este último, que resultó claramente victorioso en las elecciones de 1912. Ello no significó una derrota absoluta para el maderismo, pues éste siguió prevaleciendo temporalmente en la gubernatura y en muchos de los órganos de representación a nivel de los municipios, pero contribuyó a hacer cundir el desconcierto y una suerte de desencanto entre quienes se sentían desplazados aun antes de haber cumplido las tareas más elementales de la revolución triunfante.
De manera que cuando en la ciudad de México se produjo la caída de Madero, en Zacatecas había cundido ya la desesperación por la ineficacia de su régimen, y ésta se había expresado en brotes incontenibles de rebelión y bandolerismo extendidos por toda la entidad. El golpe de Estado de Huerta en febrero de 1913 tuvo en Zacatecas el efecto de aclarar el panorama político y evidenciar de qué lado se encontraba cada una de las fuerzas que participaban en el proceso. Así, en tanto los altos órganos del gobierno reconocieron al gobierno usurpador de Huerta, los funcionarios y militares de origen maderista, ya desempeñaran cargos civiles o alguna función en las fuerzas rurales en el estado, se rebelaron de inmediato. Pánfilo Natera, Eulalio Gutiérrez, Gertrudis Sánchez, Cándido Aguilar, Santos Bañuelos, Trinidad Cervantes y muchos otros militantes del maderismo emprendieron desde ese momento, bajo el mando del primero, la revolución constitucionalista en el estado, suscribieron el Plan de Guadalupe lanzado por Venustiano Carranza y lograron en un lapso relativamente breve el control de una buena parte de Zacatecas.
Quizá por primera vez desde el estallido de 1910-1911, la revolución en Zacatecas adquirió un carácter masivo y persiguió claramente la finalidad de controlar militar y políticamente su territorio. Los motivos del movimiento se hicieron esta vez más evidentes: se proclamaba el fin del cacicazgo y de las tiendas de raya, la reducción de los impuestos y su aplicación equitativa, la elección popular de las autoridades, el respeto a la autonomía del municipio y una administración honesta y eficaz.
Con la excepción de Nochistlán, que se mantuvo por un tiempo fiel al huertismo, los constitucionalistas zacatecanos tenían un dominio prácticamente total del estado antes de que terminara el conflictivo año de 1913. Con todo, la ciudad de Zacatecas permanecía aún bajo el control del huertismo, por lo que los revolucionarios establecieron la capital provisional de los poderes constitucionales en Sombrerete y emprendieron allí su proyecto de reorganización institucional.
La División del Centro, al mando del general Pánfilo Natera, no desconocía sin embargo la importancia que para la revolución en el país poseía la ocupación de la ciudad de Zacatecas, punto de tránsito de los huertistas que desde el centro intentaban detener a los ejércitos del norte. Muchos meses antes de que los revolucionarios norteños estuvieran en condiciones de contribuir a la toma de esa posición estratégica, el general Natera la preparó cuidadosamente con sus propios medios, asediándola y bloqueando su abastecimiento de hombres y recursos desde la capital. Ello permite afirmar que, pese al papel protagónico que en ella desempeñaron la División del Norte y el genio militar de Felipe Ángeles, la toma de Zacatecas fue un evento menos exógeno de lo que se suele aceptar.
El triunfo de Zacatecas marcó, como se sabe, el destino de la revolución, pero señaló también el principio del fin de la convergencia entre los revolucionarios. En el momento de la ruptura, los zacatecanos se vieron en la necesidad de elegir: algunos se sumaron tempranamente al carrancismo, como Roque y Enrique Estrada; otros, como Pánfilo Natera, participaron en la Convención de Aguascalientes y siguieron después aliados al villismo, hasta ser derrotados por las fuerzas de Carranza y ceñirse a su proyecto. Algunos más, como Santos Bañuelos y Tomás Domínguez, se mantuvieron fieles a Villa y fueron combatidos como bandoleros por las nuevas autoridades de la entidad. El triunfo definitivo del carrancismo en Zacatecas estuvo marcado por la llegada de Enrique Estrada a la gubernatura estatal.
Enrique Estrada, militar de carrera ascendente durante la contienda revolucionaria, asumió la gubernatura de Zacatecas en 1916. Se alió a la campaña presidencial de Álvaro Obregón, y a partir de 1919 empezó a distanciarse del régimen carrancista. En estas circunstancias, Estrada se vio obligado a abandonar la gubernatura estatal y adherirse a la rebelión de Agua Prieta en abril de 1920, al término de la cual ocupó durante algún tiempo la Secretaría de Guerra y Marina. En cuanto a su labor de gobierno, el general Estrada llevó a cabo importantes reformas legislativas, entre las que destacan la Ley del Municipio Libre, que
eliminaba la figura del jefe político, y la nueva constitución estatal, que recogía los principios de la Carta Federal promulgada en 1917.