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          ¿Nada crees ya en lo que dentro de tu alma 
          se contiene? ¿Piensas que has apurado las disposiciones y posibilidades 
          de ella; dices que has probado en la acción todas las energías 
          y aptitudes que, con harta confianza, reconocías en ti mismo, 
          y que, vencido en todas, eres ya como barco sin gobernalle, como lira 
          sin cuerdas, como cuadrante sin sol?... Pero para juzgar si de veras 
          agotaste el fondo de tu personalidad es menester que la conozcas cabalmente. 
          ¿Y te atreverás a afirmar que cabalmente la conoces? El 
          reflejo de ti que comparece en tu conciencia ¿piensas tú 
          que no sufre rectificación y complemento?, ¿que no admite 
          mayor amplitud, mayor claridad, mayor verdad? Nadie logró llegar 
          a término en el conocimiento de sí, cosa ardua sobre todas 
          las cosas, sin contar con que, para quien mira con mirada profunda, 
          aun la más simple y diáfana es como el agua de la mar, 
          que cuanto más se bebe da más sed, y como cadena de abismos. 
          ¡Y tú presumirás de conocerte hasta el punto de 
          que te juzgues perpetuamente limitado a tu ser consciente y actual!... 
          ¿Con qué razón pretendes sondar, de una mirada, 
          esa complejidad no igual a la de ninguna otra alma nacida, esa única 
          originalidad (por única, necesaria al orden del mundo), que en 
          ti, como en cada uno de los hombres, puso la incógnita fuerza 
          que ordena las cosas? ¿Por qué en vez de negarte con vana 
          negación, no pruebas avanzar y tomar rumbo a lo no conocido de 
          tu alma?... ¡Hombre de poca fe! ¿qué sabes tú 
          lo que hay acaso dentro de ti mismo?... 
         
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