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          Este sentimiento de la vida que se acerca a su 
          término, sin haber llegado a convertir, una vez, en cosa que 
          dure, fuerzas que ya no es tiempo de emplear ¿quién lo 
          ha expresado como Ibsen, ni dónde está como en el desenlace 
          de Peer Gynt, que es para mí el zarpazo maestro de aquel 
          formidable oso blanco? Peer Gynt ha recorrido el mundo, llena la mente 
          de sueños de ambición, pero falto de voluntad para dedicar 
          a alguno de ellos las veras de su alma, y conquistar así la fuerza 
          de personalidad que no perece. Cuando ve su cabeza blanca después 
          de haber aventado el oro de ella en vana agitación, tras de quimeras 
          que se han deshecho como el humo, este pródigo de sí mismo 
          quiere volver al país donde nació. Camino de la montaña 
          de su aldea, se arremolinan a su paso las hojas caídas de los 
          árboles."Somos, le dicen, las palabras que debiste 
          pronunciar. Tu silencio tímido nos condena a morir disueltas 
          en el surco". Camino de la montaña de su aldea, se desata 
          la tempestad sobre él; la voz del viento le dice: "Soy 
          la canción que debiste entonar en la vida y no entonaste, por 
          más que, empinada en el fondo de tu corazón, yo esperaba 
          una seña tuya". Camino de la montaña, el rocío 
          que, ya pasada la tempestad, humedece la frente del viajero, le dice: 
          "Soy las lágrimas que debiste llorar y que nunca asomaron 
          a tus ojos: ¡necio si creíste que por eso la felicidad 
          sería contigo!". Camino de la montaña, dícele 
          la yerba que va hollando su pie: "Soy los pensamientos que 
          debieron morar en tu cabeza; las obras que debieron tomar impulso de 
          tu brazo; los bríos que debió alentar tu corazón". 
          Y cuando piensa el triste llegar al fin de la jornada, el "Fundidor 
          Supremo nombre de la justicia que preside en el mundo a la integridad 
          del orden moral, al modo de la Némesis antigua, le detiene 
          para preguntarle dónde están los frutos de su alma, porque 
          aquellas que no rinden fruto deben ser refundidas en la inmensa hornaza 
          de todas, y sobre su pasada encarnación debe asentarse el olvido, 
          que es la eternidad de la nada. 
           
          ¿No es ésta una alegoría propia para hacer paladear 
          por vez primera lo amargo del remordimiento a muchas almas que nunca 
          militaron bajo las banderas del Mal? ¡Peer Gynt!, ¡Peer 
          Gynt!, tú eres legión de legiones. 
         
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