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          Hombres hay, muchísimos hombres, inmensas 
          multitudes de ellos, que mueren sin haber nunca conocido su ser verdadero 
          y radical; sin saber más que de la superficie de su alma, sobre 
          la cual su conciencia pasó moviendo apenas lo que del alma está 
          en contacto con el aire ambiente del mundo, como el barco pasa por la 
          superficie de las aguas, sin penetrar más de algunos palmos bajo 
          el haz de la onda. Ni aun cabe, en la mayor parte de los hombres, la 
          idea de que fuera posible saber de sí mismos algo que no saben. 
          ¡Y esto que ignoran es acaso la verdad que los purificaría, 
          la fuerza que los libertarla, la riqueza que haría resplandecer 
          su alma como el metal separado de la escoria y puesto en manos del platero!... 
          Por ley general. un alma humana podría dar de sí más 
          de lo que su conciencia cree y percibe, y mucho más de lo que 
          su voluntad convierte en obra. Piensa, pues, cuántas energías 
          sin empleo, cuántos nobles gérmenes y nunca aprovechados 
          dones, suele llevar consigo al secreto cuyos sellos nadie profanó 
          jamás, una vida que acaba. Dolerse de esto fuera tan justo, por 
          lo menos, cual lo es dolerse de las fuerzas en acto, o en conciencia 
          precursora del acto, que la muerte interrumpe y malogra. ¡Cuántos 
          espíritus disipados en estéril vivir, o reducidos a la 
          teatralidad de un papel que ellos ilusoriamente piensan ser cosa de 
          su naturaleza; todo por ignorar la vía segura de la observación 
          interior; por tener de si una idea incompleta, cuando no absolutamente 
          falsa, y ajustar a esos límites ficticios su pensamiento, su 
          acción y el vuelo de sus sueños! ¡Cuán fácil 
          es que la conciencia de nuestro ser real quede ensordecida por el ruido 
          del mundo, y que con ella naufrague lo más noble de nuestro destino, 
          lo mejor que había en nosotros virtualmente! ¡Y cuánta 
          debiera ser la desazón de aquel que toca al borde de la tumba 
          sin saber si dentro de su alma hubo un tesoro que, por no sospecharlo 
          o no buscarlo, ha ignorado y perdido! 
         
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