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          ...Pasó que, huésped en una casa de campo de Megara, 
          un prófugo de Atenas, acusado de haber pretendido llevarse bajo 
          el manto, para reliquia de Sócrates, la copa en que bebían 
          los reos la cicuta, se retiraba a meditar, al caer las tardes, a lo 
          esquivo de extendidos jardines, donde sombra y silencio consagraban 
          un ambiente propicio a la abstracción. Su gesto estático 
          algo parecía asir en su alma: dócil a la enseñanza 
          del maestro, ejercitaba en sí el desterrado la atención 
          del conocimiento propio. 
           
          Cerca de donde él meditaba, sobre un fondo de sauces melancólicos, 
          un esclavo, un vencido de Atenas misma o de Corinto, en cuyo semblante 
          el envilecimiento de la servidumbre no había alcanzado a desvanecer 
          del todo un noble sello de naturaleza, se ocupaba en sacar agua de un 
          pozo para verterla en una acequia vecina. Llegó la ocasión 
          en que se encontraron las miradas del huésped y del esclavo. 
          Soplaba el viento de la Libia, producidor de fiebres y congojas. Abrasado 
          por su aliento, el esclavo, después de mirar cautelosamente en 
          derredor, interrumpió su tarea, dejó caer los brazos extenuados, 
          y abandonando sobre el brocal de piedra, como sobre su cruz, el cuerpo 
          flaco y desnudo: "Compadéceme, dijo al pensador, compadéceme 
          si eres capaz de lágrimas, y sabe, para compadecerme bien, que 
          ya apenas queda en mi memoria rastro de haber vivido despierto, sino 
          es en este mortal y lento castigo. ¡Ve cómo el surco de 
          la cadena que suspendo, abre las carnes de mis manos, ve cómo 
          mis espaldas se encorvan! Pero lo que más exacerba mi martirio 
          es que, cediendo a una fascinación que nace del tedio y el cansancio, 
          no soy dueño de apartar la mirada de esta imagen de mí 
          que me pone delante el reflejo del agua cada vez que encaramo sobre 
          el brocal el cubo del pozo. Vivo mirándola, mirándola, 
          más petrificado, en realidad, que aquella estatua cabizbaja de 
          Hipnos, porque ella sólo a ciertas horas de sol tiene los ojos 
          fijos en su propia sombra. De tal manera conocí mi semblante 
          casi infantil, y veo hoy esta máscara de angustia, y veré 
          cómo el tiempo ahonda en la máscara las huellas de su 
          paso, y cómo se acercan y la tocan las sombras de la muerte... 
          Sólo tú, hombre extraño, has logrado desviar algunas 
          veces la atención de mis ojos con tu actitud y tu ensimismamiento 
          de esfinge. ¿Sueñas despierto? ¿Maduras algo heroico? 
          ¿Hablas a la callada con algún dios que te posee?... ¡Oh, 
          cómo envidio tu concentración y tu quietud! ¡Dulce 
          cosa debe de ser la ociosidad que tiene espacio para el vagar del pensamiento!" 
          "No son éstos los tiempos de los coloquios con los 
          dioses, ni de las heroicas empresas (dijo el meditador); y en cuanto 
          a los sueños deleitosos, son pájaros que no hacen nido 
          en cumbres calvas... Mi objeto es ver dentro de mí. Quiero formar 
          cabal idea y juicio de éste que soy yo, de éste por quien 
          merezco castigo o recompensa...; y en tal obra me esfuerzo y peno más 
          que tú. Por cada imagen tuya que levantas de lo hondo del pozo, 
          yo levanto también de las profundidades de mi alma una imagen 
          nueva de mí mismo; una imagen contradictoria con la que la precedió, 
          y que tiene por rasgo dominante un acto, una intención, un sentimiento, 
          que cada día de mi vida presenta, como cifra de su historia, 
          al traerle al espejo de la conciencia bruñida por la soledad; 
          sin que aparezca nunca el fondo estable y seguro bajo la ondulación 
          de estas imágenes que se suceden. He aquí que parece concretarse 
          una de ellas en firmes y precisos contornos; he aquí que un recuerdo 
          súbito la hiere, y como las formas de las nubes, tiembla y se 
          disipa. Alcanzaré al extremo de la ancianidad; no alcanzaré 
          al principio de la ciencia que busco. Desagotarás tu pozo; no 
          desagotaré mi alma. Ésta es la ociosidad del pensamiento!"... 
          Llegó un rumor de pasos que se aproximaban; volvió el 
          esclavo a su faena, el desterrado a lo suyo; y no se oyó más 
          que la áspera quejumbre de la garrucha del pozo, mientras el 
          sol de la tarde tendía las sombras alargadas del meditador y 
          el esclavo, juntándolas en un ángulo cuyo vértice 
          tocaba al pie de la estatua cabizbaja de Hipnos. 
         
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