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         ¡Sabia, candorosa filosofía!, pensé. 
          Del fracaso cruel no recibe desaliento que dure, ni se obstina en volver 
          al goce que perdió; sino que de las mismas condiciones que determinaron 
          el fracaso, toma la ocasión de nuevo juego, de nueva idealidad, 
          de nueva belleza. ¿No hay aquí un polo de sabiduría 
          para la acción? ¡Ah, si en el transcurso de la vida todos 
          imitáramos al niño! ¡Si ante los límites 
          que pone sucesivamente la fatalidad a nuestros propósitos, nuestras 
          esperanzas y nuestros sueños, hiciéramos todos como él!... 
          El ejemplo del niño dice que no debemos empeñarnos en 
          arrancar sonidos de la copa con que nos embelesamos un día, si 
          la naturaleza de las cosas quiere que enmudezca. Y dice luego que es 
          necesario buscar, en derredor de donde entonces estemos, una reparadora 
          flor; una flor que poner sobre la arena por quien el cristal se tornó 
          mudo... No rompamos torpemente la copa contra las piedras del camino, 
          sólo porque haya dejado de sonar. Tal vez la flor reparadora 
          existe. Tal vez está allí cerca... Esto declara la parábola 
          del niño, y toda filosofía viril, viril por el 
          espíritu que la anime, confirmará su enseñanza 
          fecunda. 
         
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