ALGO se me ha quebrado esta mañana  
						de andar, de cara en cara, preguntando  
						por el que vive dentro. 
						 Y habla y se queja y se me tuerce  
						hasta la lengua del zapato,  
						por tener que aguantar como los hombres  
						tanta pobreza, tanto oscuro  
						camino a la vejez; tantos remiendos,  
						nunca invisibles, en la piel del alma.  
						Yo no entiendo; yo quiero solamente,  
						y trabajo en mi oficio.  
						Yo pienso: hay que vivir; dificultosa  
						y todo, nuestra vida es nuestra.  
						Pero cuánta furia melancólica  
						hay en algunos días. Qué cansancio.  
						Cómo, entonces,  
						pensar en platos venturosos,  
						en cucharas calmadas, en ratones  
						de lujosísimos departamentos,  
						si entonces recordamos que los platos  
						aúllan de nostalgia, boquiabiertos,  
						y despiertan secas las cucharas,  
						y desfallecen de hambre los ratones  
						en humildes cocinas.  
						Y conste que no hablo  
						en símbolos; hablo llanamente  
						de meras cosas del espíritu.  
						Qué insufribles, a veces, las virtudes  
						de la buena memoria; yo me acuerdo  
						hasta dormido, y aunque jure y grite  
						que no quiero acordarme.  
						De andar buscando llego.  
						Nadie, que sepa yo, quedó esperándome.  
						Hoy no conozco a nadie, y sólo escribo  
						y pienso en esta vida que no es bella  
						ni mucho menos, como dicen  
						los que viven dichosos. Yo no entiendo.  
						Escribo amargo y fácil,  
						y en el día resollante y monótono  
						de no tener cabeza sobre el traje,  
						ni traje que no apriete,  
						ni mujer en que caerse muerto.   |