DERECHO y para arriba y libre, iba  
						el tronco de esta fuente, el árbol  
						equilibrista, el eslabón primero  
						de la misión del canto. Y estoy mudo. 
						 Yo, enfrentado a la música en silencio;  
						enfrentado en silencio, como el manco  
						frente al piano, contigo. Lo que eres.  
						Abandonado al soplo corroyente  
						que vicia las paredes del ánima;  
						siguiendo, con la boca gemela  
						de mis ojos de mudo, la bilingüe  
						palabra no escuchada, la que dejas  
						al despertar, lo confesado  
						en la almohada de la asfixia.  
						Preso por las raíces extranjeras  
						del dormir cotidiano, te contemplo;  
						canto perdido, verdadero.  
						Amputado a raíz de tantos brazos,  
						huérfano por nacer, mi compañía  
						es el águila espesa y subterránea  
						que me incuba en la noche.  
						Entonces, lo que temo  
						sobre todas las cosas, lo que amo,  
						desnuda a fondo la esmeralda  
						de un rencor que me mira. Y un relincho  
						de caballos hambrientos me remueve,  
						y un harapo de espuma se encolmilla,  
						y un coro de payasos callejeros.  
						En silencio enfrentado, esta mirada  
						retengo entre la nómina  
						de mis cosas posibles; soy el pobre,  
						el viejo, el distinguido  
						por el fuego del tósigo y la llaga.  
						Los martillos sacuden, a la izquierda,  
						cuando estoy más dormido; cuando suena  
						la vagamente respirable  
						humareda entre sueños del fantasma.  
						Y algo gira y se posa, algo abusivo  
						y múltiple que aova en mi garganta,  
						como estación de moscas en la inmóvil  
						piel indefensa del inválido.   |