¿QUÉ llenará mis ojos, al abrirlos  
						desde el fondo del miedo; de qué trémula  
						boca salió la lengua que me lame? 
						 ¿Y habré de ver, si vuelvo la cabeza  
						de prisa, quién respira a mis espaldas?  
						Sólo de ácida sal, sólo preñada  
						acidez, mi bebida. Y lo que viene,  
						aquello que se acerca,  
						lo que camina en torno y embistiendo.  
						Cantando estoy, haciéndome  
						de valor con cantar bajo lo oscuro.  
						La pobreza, y el paso uniformado,  
						y el cartel de protesta.  
						Acaso inofensivo, acaso inútil,  
						no defensivo acaso. Y es un soplo  
						de burbujas quebrándose, un callado  
						grito de bestia bajo el agua,  
						un rescoldo de cuerpo que se ahoga.  
						Y suéltase la sangre convocada,  
						y su antídoto estrépito graniza,  
						crece por dentro de la oreja,  
						contra la mordedura de un silencio  
						que mata en tres segundos.  
						Bienvenido el que llega, si en las manos  
						tiene la sal augusta para el hueco  
						de mis cimientos despojados.  
						El caballo homicida, bienvenido  
						sea, con el galope mariguano  
						y la huella cuádruple hendida;  
						y el sueño adverso en orden de batalla,  
						y la saliva atroz que sobrevive  
						al suntuoso desorden del combate.  
						Y algo como el amor de mis hermanos  
						se despliega en mi contra, se abandera,  
						en contra mía prevalece.  
						Y lo que soy mañana, me recibe.   |