ROSA de las praderas y los jardines 
          que pueblan todo el campo del Universo, 
          donde cantan en coro los querubines 
          el del celeste Nuncio divino verso; 
          Rosa mística y santa, la que descuellas 
          en medio de los soles y las estrellas, 
          que son claveles rojos, albos jazmines, 
          lirios apasionados y rosas bellas 
          ¡oh, Rosa inmaculada del Paraíso! 
          ¿Cómo cantar tus gracias sin que ilumines 
          del alma las tinieblas, cuando es preciso 
          tengan, para nombrarte tan solamente, 
          corazones y lenguas el fuego ardiente 
          en que están abrasados los serafines? 
        
         De tu belleza, sólo la soberana 
          luz del Fiat el alto misterio encierra. 
          Para pintar con tintes de nieve y grana 
          tus pétalos divinos, fue la mañana 
          que amaneció primero sobre la tierra; 
          y no tiembla sobre ellos otro rocío 
          que esas gotas que brillan allá muy lejos: 
          luceros titilantes en el vacío 
          de los que no miramos ni aun los reflejos. 
          Te inunda en claridades y resplandores, 
          encendiendo tu cáliz con sus fulgores, 
          el oro de más nítido reverbero 
          que estallara en el éter, cuando primero 
          rodó el sol, aventado por el ingente 
          poder que es infinito y omnipotente. 
          Jehová, que de ti forma templo y sagrario, 
          para la sed del alma, que no se sacia, 
          la fuente inagotable de tu nectario 
          llenó con la divina miel de la gracia; 
          y besa tu corola, como un aliento, 
          del Espíritu el soplo que el primer día 
          inmenso y poderoso se estremecía 
          sobre todas las aguas del firmamento. 
          ¡Casta y mística Rosa!, de tu corola 
          que circundan los cielos con su aureola, 
          brotó el inmaculado cárdeno lirio 
          que, en la explosión divina de su martirio, 
          sus pétalos extiende, ya moribundo, 
          para cubrir con ellos la faz del mundo. 
          Y cumpliendo el designio del justiciero 
          Padre y el más inmenso de tus deberes, 
          tus tallos entrelazas a aquel madero 
          do, inmolada la hostia, que es el Cordero, 
          adolorida rosa de pasión eres. 
        
         Es tu cáliz, sagrado de bendiciones 
          incensario glorioso donde se queman 
          para exhalar perfumes los corazones, 
          que si en él no se funden, lloran y treman 
          sin que lleguen al cielo sus oraciones. 
        
        De este páramo oscuro donde naciste 
          para ser redentora del hombre, fuiste 
          trasplantada a los campos del Paraíso, 
          porque con tu inocente casta belleza 
          el Dios de las justicias aplacar quiso 
          la majestad tremenda de su grandeza; 
          pues, sólo a sus miradas, en los profundos 
          abismos del espacio tiemblan los mundos; 
          los ángeles se humillan ante sus huellas, 
          tremen las potestades, los tronos hunden 
          sus frentes en el polvo de las estrellas, 
          y abren todas las alas, porque tras ellas 
          se ocultan espantados, y se confunden. 
          Pero ante los destellos de tu hermosura 
          y al sentir el perfume de tus rosados 
          pétalos, de alegría radiosa y pura 
          se llenan, y palpitan alborozados; 
          y en todos los confines del Universo 
          entonan con seráfica melodía 
          el del celeste Nuncio divino verso 
          que repiten los mundos: Ave María!... 
        
         Trono donde reposa la Omnipotencia 
          y descansa la Eterna Sabiduría, 
          Rosa de incorruptible divina esencia, 
          consuelo de los tristes y madre mía, 
          sé vida, luz y amparo de mi existencia 
          ¡Santa, Santa tres veces, Santa María!
  
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