Capítulo XXI.
Diferencias de papagayos. Y su mucho hablar

EN LOS Antis se crían los papagayos. Son de muchas maneras: grandes, medianos, menores, chicos y chiquillos. Los chiquillos son menores que calandrias y los mayores son como grandes neblíes. Unos son de sólo un color, otros de dos colores, verde y amarillo o verde y colorado. Otros son de muchos y diversos colores, particularmente los grandes (que los españoles llaman guacamayas) que son de todos colores —y todos finisimos. Las plumas de la cola, que son muy largas y muy galanas, las estiman en mucho los indios para engalanarse en sus fiestas (de las cuales plumas, por ser tan hermosas, tomó el famoso Juan Boccaccio el argumento para la graciosa novela de frate Cipolla).

Los españoles llaman a los papagayos de diferentes nombres, por diferenciar los tamaños, a los muy chiquillos llaman periquillos. A otros más o menos mayores llaman catalnillas. A otros más mayores —y que hablan más y mejor que los demás— llaman loros.

A los muy grandes llaman guacamayas. Son torpísimas para hablar, más nunca hablan, solamente son buenas para mirarlas por la hermosura de sus colores y plumas. Estas diferencias de papagayos han traído a España para tener en jaulas a gozar de su parlería. Y aunque hay otras más no las han traído: debe de ser porque son más torpes.

En Potosí por los años de 1554 y 1555, hubo un papagayo de los que llaman loro tan hablador que a los indios e indias que pasaban por las calles les llamaba por sus provincias, a cada uno de la nación que era sin errar alguna, diciendo: colla, yunca, huairu, quechua, etc., como que tuviera noticia de las diferencias de tocados que los indios en tiempo de los incas traían en la cabeza para ser conocidos.

Un día de aquéllos pasó una india hermosa por la calle donde al papagayo estaba. Iba con tres o cuatro criadas, haciendo mucho de la señora palla (que son las de la sangre real). En viéndola, el papagayo dio grandes gritos de risa diciendo: "¡Huairu, Huairu, Huairu!" (que es una nación de gente más vil y tenida en menos que otras). La india pasó avergonzada por los que estaban delante —que siempre había una gran cuadrilla de indios escuchando el pájaro— y cuando llegó cerca escupió hacía el papagayo y le llamó zúpay, que es "diablo". Los indios dijeron lo mismo porque conoció la india, con ir disfrazada en hábito de palla.

En Sevilla, en Caldefrancos, pocos años ha, había otro papagayo que en viendo pasar un cierto médico, indigno del nombre, le decía tantas palabras afrentosas que le forzó a dar queja de él. La justicia mandó a su dueño que no lo tuviese en la calle, so pena de que se lo entregarían al ofendido.

Los indios en común les llaman uritu: quiere decir "papagayo". Y por el grandísimo ruido enfadoso que hacen con sus gritos cuando van volando —porque andan en grandes bandas— tomaron por refrán llamar uritu a un parlador fastidioso que, como el divino Ariosto dice en el canto 25, sepa poco y hable mucho. A los cuales, con mucha propiedad, les dicen los indios: "¡Calla, papagayo!"

Salen los papagayos de los Antis al tiempo que por todo lo raso del Perú está en sazón la zara, de la cual son amicísimos. Hacen gran estrago en ella. Vuelan muy recio y muy alto. Las guacamayas, porque son torpes y pesadas, no salen de los Antis. Andan en bandas (como se ha dicho), más no se mezclan los de una especie con los de otra, sino que cada diferencia anda por sí.

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