LA NOCHE en que estaba tendida hoy hace diez meses
era la noche última que iba a pasar en su casa, bajo nuestro techo acogedor.
¡En su casa, donde siempre había sido el alma, y la luz, y todo! ¡En su
casa, donde la adorábamos con la más vieja, noble y merecida ternura;
donde cuanto la rodeaba era suyo, afectuosamente suyo!
¡Y habría que echarla fuera al día siguiente! Fuera, como a una intrusa...
Fuera el pleno invierno, entre el trágico sollozar de los cierzos. Y habría
que alejarla de nosotros como a una cosa impura, nefanda; ¡que esconderla
en un cajón enlutado y hermético!, y llevarla lejos, por el campo llovido,
por los barrizales infectos, para meterla en un agujero sucio y glacial.
¡A ella, que había disfrutado por más de diez años la blancura tibia de
la mitad de mi lecho! ¡A ella, que había tenido mi hombro viril y seguro
como almohada de su cabecita luminosa! ¡A ella, que vio mi solicitud tutelar
encendida siempre como una lámpara sobre su existencia!
¡Oh, Dios , dime si sabes de una más despiadada angustia, y si no merezco
ya que brille para mí tu misericordia!... |