164 
   
  En que satisface un recelo con  la retórica del llanto. 
ESTA tarde, mi bien, cuando te hablaba, 
  como en tu rostro y tus acciones vía  
  que con palabras no te persuadía, 
  que el corazón me vieses deseaba;  
      y Amor, que mis intentos ayudaba,  
  venció lo que imposible parecía: 
  pues entre el llanto, que el dolor vertía,  
  el corazón deshecho destilaba.  
       Baste ya de rigores, mi bien, baste; 
  no te atormenten más celos tiranos, 
  ni el vil recelo tu quietud contraste 
  con sombras necias, con indicios vanos,  
  pues ya en líquido humor viste y tocaste 
  mi corazón deshecho entre tus manos.
  
   
    165 
     
  
  
    Que contiene una fantasía contenta 
    con amor decente. 
  
DETENTE, sombra de mi bien esquivo, 
  imagen del hechizo que más quiero,  
  bella ilusión por quien alegre muero,  
  dulce ficción por quien penosa vivo. 
      Si al imán de tus gracias, atractivo,  
  sirve mi pecho de obediente acero,  
  ¿para qué me enamoras lisonjero 
  si has de burlarme luego fugitivo? 
      Mas blasonar no puedes, satisfecho, 
  de que triunfa de mí tu tiranía:  
  que aunque dejas burlado el lazo estrecho 
      que tu forma fantástica ceñía,  
  poco importa burlar brazos y pecho 
  si te labra prisión mi fantasía. 
  
   
    166 
     
  
  
    Resuelve la cuestión de cuál sea pesar más  
    molesto en encontradas correspondencias, 
    amar o aborrecer. 
  
QUE no me quiera Fabio, al verse amado, 
  es dolor sin igual en mi sentido;  
  mas que me quiera Silvio, aborrecido,  
  es menor mal, mas no menos enfado. 
      ¿Qué sufrimiento no estará cansado 
  si siempre le resuena al oído 
  tras la vana arrogancia de un querido  
  el cansado gemir de un desdeñado? 
      Si de Silvio me cansa el rendimiento, 
  a Fabio canso con estar rendida; 
  si de éste busco el agradecimiento, 
      a mí me busca el otro agradecida: 
  por activa y pasiva es mi tormento,  
  pues padezco en querer y en ser querida. 
  
   
    167 
     
  
  
    Continúa el mismo asunto y aun le expresa con  
    más viva elegancia. 
  
FELICIANO me adora y le aborrezco; 
  Lisardo me aborrece y yo le adoro;  
  por quien no me apetece ingrato, lloro,  
  y al que me llora tierno, no apetezco.  
       A quien más me desdora, el alma ofrezco; 
  a quien me ofrece víctimas, desdoro; 
  desprecio al que enriquece mi decoro,  
  y al que le hace desprecios, enriquezco.  
        Si con mi ofensa al uno reconvengo, 
  me reconviene el otro a mí, ofendido; 
  y a padecer de todos modos vengo, 
  pues ambos atormentan mi sentido:  
  aquéste, con pedir lo que no tengo; 
  y aquél, con no tener lo que le pido. 
  
   
    168 
     
  
  
    Prosigue el mismo asunto, y determina que 
    prevalezca la razón contra el gusto. 
  
 AL QUE ingrato me deja, busco amante; 
  al que amante me sigue, dejo ingrata; 
  constante adoro a quien mi amor maltrata;  
  maltrato a quien mi amor busca constante. 
      Al que trato de amor, hallo diamante, 
  y soy diamante al que de amor me trata; 
  triunfante quiero ver al que me mata,  
  y mato al que me quiere ver triunfante. 
      Si a éste pago, padece mi deseo;  
  si ruego a aquél, mi pundonor enojo:  
  de entrambos modos infeliz me veo. 
      Pero yo, por mejor partido, escojo 
  de quien no quiero, ser violento empleo,  
  que, de quien no me quiere, vil despojo. 
  
   
    169 
     
  
  
    Enseña cómo un solo empleo en amar 
    es razón y conveniencia. 
  
FABIO: en el ser de todos adoradas, 
  son todas las beldades ambiciosas;  
  porque tienen las aras por ociosas 
  si no las ven de víctimas colmadas. 
      Y así, si de uno solo son amadas,  
  viven de la Fortuna querellosas, 
  porque piensan que más que ser hermosas 
  constituye deidad el ser rogadas. 
       Mas yo soy en aquesto tan medida, 
  que en viendo a muchos, mi atención zozobra, 
  y sólo quiero ser correspondida  
  de aquel que de mi amor réditos cobra;  
  porque es la sal del gusto el ser querida: 
  que daña lo que falta y lo que sobra. 
  
   
    170 
     
  
  
    De amor, puesto antes en sujeto indigno,  
    es enmienda blasonar del arrepentimiento. 
  
CUANDO mi error y tu vileza veo, 
  contemplo, Silvio, de mi amor errado, 
  cuán grave es la malicia del pecado,  
  cuán violenta la fuerza de un deseo. 
       A mi mesma memoria apenas creo 
  que pudiese caber en mi cuidado 
  la última línea de lo despreciado, 
  el término final de un mal empleo.  
       Yo bien quisiera, cuando llego a verte,  
  viendo mi infame amor, poder negarlo;  
  mas luego la razón justa me advierte 
  que sólo se remedia en publicarlo:  
  porque del gran delito de quererte, 
  sólo es bastante pena confesarlo. 
  
   
    171 
     
  
  
    Prosigue en su pesar, y dice que aun no quisiera 
    aborrecer a tan indigno sujeto, por tenerle así  
    aún cerca del corazón. 
  
SILVIO, yo te aborrezco, y aun condeno 
  el que estés de esta suerte en mi sentido: 
  que infama el hierro el escorpión herido, 
  y a quien lo huella, mancha inmundo el cieno. 
       Eres como el mortífero veneno 
  que daña a quien lo vierte inadvertido, 
  y en fin eres tan malo fementido 
  que aun para aborrecido no eres bueno. 
      Tu aspecto vil a mi memoria ofrezco,  
  aunque con susto me lo contradice,  
  por darme yo la pena que merezco:  
      pues cuando considero lo que hice, 
  no sólo a ti, corrida, te aborrezco, 
  pero a mí por el tiempo que te quise. 
  
   
    172 
     
  
  
    De una reflexión cuerda con que mitiga  
    el dolor de una pasión. 
  
CON EL dolor de la mortal herida, 
  de un agravio de amor me lamentaba; 
  y por ver si la muerte se llegaba, 
  procura que fuese más crecida.  
       Toda en el mal el alma divertida,  
  pena por pena su dolor sumaba,  
  y en cada circunstancia ponderaba  
  que sobraban mil muertes a una vida.  
      Y cuando, al golpe de uno y otro tiro, 
  rendido el corazón daba penoso 
  señas de dar el último suspiro, 
      no sé con qué destino prodigioso  
  volví en mi acuerdo y dije: ¿Qué me admiro? 
  ¿Quién en amor ha sido más dichoso? 
  
   
    173 
     
  
  
    Efectos muy penosos de amor, y que no por grandes 
    se igualan con las prendas de quien le causa. 
  
¿VESME, Alcino, que atada a la cadena  
  de Amor, paso en sus hierros aherrojada  
  mísera esclavitud, desesperada 
  de libertad, y de consuelo ajena?  
      ¿Ves de dolor y angustia el alma llena,  
  de tan fieros tormentos lastimada,  
  y entre las vivas llamas abrasaba  
  juzgarse por indigna de su pena? 
      ¿Vesme seguir sin alma un desatino  
  que yo misma condeno por extraño?  
  ¿Vesme derramar sangre en el camino, 
      siguiendo los vestigios de un engaño? 
  ¿Muy admirado estás? ¿Pues ves, Alcino? 
  Más merece la causa de mi daño. 
  
   
    174 
     
  
  
    Aunque en vano, quiere reducir a método 
    racional el pesar de un celoso. 
  
¿QUÉ ES esto, Alcino? ¿Cómo tu cordura  
  se deja así vencer de un mal celoso, 
  haciendo con extremos de furioso 
  demostraciones más que de locura?  
      ¿En qué te ofendió Celia, si se apura? 
  ¿O por qué al Amor culpas de engañoso, 
  si no aseguró nunca poderoso 
  la eterna posesión de su hermosura?  
      La posesión de cosas temporales, 
  temporal es, Alcino, y es abuso  
  al querer conservarlas siempre iguales. 
       Con que tu error o tu ignorancia acuso, 
  pues Fortuna y Amor, de cosas tales 
  la propiedad no han dado, sino el uso.
  
   
    175 
     
  
  
    Sólo con aguda ingeniosidad esfuerza 
    el dictamen de que sea la ausencia mayor mal 
    que los celos. 
  
EL AUSENTE, el celoso, se provoca, 
  aquél con sentimiento,éste con ira;  
  presume éste la ofensa que no mira, 
  y siente aquél la realidad que toca.  
      Éste templa, tal vez, su furia loca,  
  cuando el discurso en su favor delira;  
  y sin intermisión aquél suspira,  
  pues nada a su dolor la fuerza apoca. 
      Éste aflige dudoso su paciencia,  
  y aquél padece ciertos sus desvelos;  
  éste al dolor opone resistencia,  
      aquél, sin ella, sufre desconsuelos;  
  y si es pena de daño, al fin, la ausencia, 
  luego es mayor tormento que los celos. 
  
   
    176 
     
  
  
    Que da medio para amar sin mucha pena. 
  
YO NO puedo tenerte ni dejarte, 
  ni sé por qué, al dejarte o al tenerte, 
  se encuentra un no sé qué para quererte 
  y muchos sí sé qué para olvidarte. 
       Pues ni quieres dejarme ni enmendarte  
  yo templaré mi corazón de suerte  
  que la mitad se incline aborrecerte 
  aunque la otra mitad se incline a amarte. 
       Si ello es fuerza querernos, haya modo, 
  que es morir el estar siempre riñendo:  
  no se hable más en celo y en sospecha, 
      y quien da la mitad, no quiera el todo;  
  y cuando me la estás allá haciendo,  
  sabe que estoy haciendo la deshecha. 
  
   
    177 
     
  
  
    Discurre inevitable el llanto a vista de quien ama. 
  
MANDAS, Anarda, que sin llanto asista  
  a ver tus ojos; de lo cual sospecho  
  que el ignorar la causa, es quien te ha hecho  
  querer que emprenda yo tanta conquista. 
       Amor, señora, sin que me resista,  
  que tiene un fuego el corazón deshecho,  
  como hacer hervir la sangre allá en el pecho, 
  vaporiza en ardores por la vista. 
      Buscan luego mis ojos tu presencia  
  que centro juzgan de su dulce encanto; 
  y cuando mi atención te reverencia,  
      los visüales rayos, entretanto  
  como hallan en tu nieve resistencia 
  lo que salió vapor, se vuelve llanto.
  
   
    178 
     
  
  
    Un celoso refiere el común pesar que todos 
    padecen, y advierte a la causa el fin que puede 
    tener la lucha de afectos encontrados. 
  
YO NO dudo, Lisarda, que te quiero,  
  aunque sé que me tienes agraviado;  
  mas estoy tan amante y tan airado,  
  que afectos que distingo no prefiero. 
      De ver que odio y amor te tengo, infiero  
  que ninguno estar puede en sumo grado, 
  pues no le puede el odio haber ganado 
  sin haberle perdido amor primero. 
      Y si piensas que el alma que te quiso  
  ha de estar siempre a tu afición ligada,  
  de tu satisfacción vana te aviso: 
      pues si el amor al odio ha dado entrada, 
  el que bajó de sumo a ser remiso, 
  de lo remíso pasará a ser nada.
  
   
    179 
     
  
  
    Que explica la más sublime calidad de amor. 
  
YO ADORO a Lysi, pero no pretendo 
  que Lysi corresponda mi fineza; 
  pues si juzgo posible su belleza, 
  a su decoro y mi aprehensión ofendo. 
      No emprender, solamente, es lo que emprendo:  
  pues sé que a merecer tanta grandeza 
  ningún mérito basta, y es simpleza  
  obrar contra lo mismo que yo entiendo, 
      Como cosa concibo tan sagrada  
  su beldad que ni quiere mi osadía  
  a la esperanza dar ni aun leve entrada: 
      pues cediendo a la suya mi alegría, 
  por no llegarla a ver mal empleada, 
  aun pienso que sintiera verla mía.
  
   
    180 
     
  
  
    No quiere pasar por olvido lo descuidado. 
  
DICES que yo te olvido, Celio, y mientes  
  en decir que me acuerdo de olvidarte,  
  pues no hay en mi memoria alguna parte  
  en que, aun como olvidado, te presentes. 
       Mis pensamientos son tan diferentes 
  y en todo tan ajeno de tratarte, 
  que ni saben si pueden agraviarte, 
  ni si te olvidan, saben si lo sientes.  
      Si tú fueras capaz de ser querido,  
  fueras capaz de olvido; y ya era gloria, 
  al menos, la potencia de haber sido. 
       Mas tan lejos estás de esa victoria,  
  que aqueste no acordarme no es olvido 
  sino una negación de la memoria. 
  
   
    181 
     
  
  
    Sin perder los mismos consonantes, contradice 
    con la verdad, aún más ingeniosa, hipérbole. 
  
DICES que no te acuerdas, Clori, y mientes 
  en decir que te olvidas de olvidarte,  
  pues das ya en tu memoria alguna parte  
  en que, por olvidado, me  presentes. 
        Si son tus pensamientos diferentes 
  de los de Albiro, dejarás tratarte, 
  pues tú misma pretendes agraviarte  
  con querer persuadir lo que no sientes. 
        Niégasme ser capaz de ser querido,  
  y tú misma concedes esa gloria:  
  con que en tu contra tu argumento ha sido; 
  pues si para alcanzar tanta victoria  
  te acuerdas de olvidarte del olvido,  
  ya no das negación en tu memoria. 
  
   
    181 bis 
     
  
  
    Que escribió curioso a la Madre Juana 
    para que le respondiese. 
  
EN PENSAR que me quieres, Clori, he dado, 
  por lo mismo que yo no te quisiera; 
  porque sólo quien no me conociera, 
  me pudiera a mí, Clori, haber amado. 
       En tú no conocerme, desdichado 
  por sólo esta carencia de antes fuera;  
  mas como yo saberlo no pudiera, 
  tuviera menos mal en lo ignorado.  
      Me conoces, o no me has conocido;  
  si me conoces, suplirás mis males. 
  Si aquello, negaráste a lo entendido; 
      si aquesto, quedaremos desiguales.  
  Pues ¿cómo me aseguras lo querido, 
  mi Clori, en dos de Amor carencias tales?
  
   
    182 
     
  
  
    Qué respondió la Madre Juana en los mismos consonantes. 
  
NO ES sólo por antojo el haber dado  
  en quererte, mi bien: pues no pudiera 
  alguno que tus prendas conociera, 
  negarte que mereces ser amado. 
       Y si mi entendimiento desdichado 
  tan incapaz de conocerte fuera,  
  de tan grosero error aun no pudiera 
  hallar disculpa en todo lo ignorado. 
       Aquella que te hubiere conocido, 
  o te ha de amar, o confesar los males 
  que padece su ingenio en lo entendido,  
      juntando dos extremos desiguales:  
  con que ha de confesar que eres querido, 
  para no dar improporciones tales.
  
   
    183 
     
  
  
    Para explicar la causa a la rebeldía, o ya sea 
    firmeza, de un cuidado, se vale de la opinión que atribuye a 
    la perfección de su forma lo incorruptible en la materia de los 
    Cielos. Usa cuidadosamente términos de Escuelas. 
  
PROBABLE opinión es que conservarse 
  la forma celestial en su fijeza, 
  no es porque en la materia hay más firmeza 
  sino por la manera de informarse. 
      Porque aquel apetito de mudarse, 
  lo sacia de la forma la nobleza; 
  con que, cesando el apetito, cesa 
  la ocasión que tuviera de apartarse. 
      Así tu amor, con vínculo terrible, 
  el alma que te adora, Celia, informa;  
  con que su corrupción es imposible,  
      ni educir otra con quien no conforma, 
  no por ser la materia incorruptible, 
  mas por lo inamisible de la forma. 
   
     
     
    184 
     
  
  
    Que consuela a un celoso epilogando la serie de los amores. 
  
AMOR empieza por desasosiego, 
  solicitud, ardores y desvelos;  
  crece con riesgos, lances y recelos, 
  susténtase de llantos y de ruego. 
      Doctrínanle tibiezas y despego,  
  conserva el ser entre engañosos velos, 
  hasta que con agravios o con celos  
  apaga con sus lágrimas su fuego. 
        Su principio, su medio y fin es éste; 
  pues ¿por qué, Alcino, sientes el desvío  
  de Celia que otro tiempo bien te quiso?  
      ¿Qué razón hay de que dolor te cueste, 
  pues no te engañó Amor, Alcino mío, 
  sino que llegó el término preciso?  |