Bolívar: Biografía inicial

I

Fue el más completo de los americanos, Libertador por antonomasia, fundador de la primera Colombia, héroe máximo de la independencia de Bolivia, Ecuador, Nueva Granada —actual Colombia—, Panamá, Perú y Venezuela, seis repúblicas de hoy. Se le puede considerar como uno de los hombres más cultos del Nuevo Mundo. No nació ni pobre ni revolucionario, sino en cuna de rancia aristocracia mantuana, dueño de una rica fortuna entonces representada por minas, haciendas cacaoteras y cientos de esclavos, y educado con refinamiento. Por lo mismo, aunque por sus orígenes sociales muy distanciado de las necesidades populares, bien pudo ser un golilla más, representativo del poder colonial, o un desalmado explotador de su propio pueblo. Sin embargo, de su desintéres personal, su clarividente inteligencia y la indignación que le producía la injusticia, hiceron que a la vuelta de pocos años y después de unas cuantas decisiones radicales, se pusiera al frente del más profundo y vigoroso movimiento emanicipador llevado a cabo en América del Sur. Murió pobre porque toda su fortuna la invirtió en la revolución.

Simón José Antonio de la Santísma Trinidad Bolívar y Palacios, hijo del coronel Juan Vicente y de María Concepción, nació en Caracas, Venezuela, el 24 de julio de 1783 y vivió 47 años, 4 meses, 23 días; murió en el casco de un trapiche llamado San Pedro Alejandrino, en las proximidades de Santa Marta, Colombia, el 17 de diciembre de 1830.

Huérfano de padre cuando contaba tan sólo dos años y medio, en 1786, y de madre a los nueve años, en 1792, fue llevado a vivir con su abuelo materno Feliciano Palacios, y a su muerte quedó al ciudado de su tío y tutor Carlos Palacios. A los doce años, en julio de 1975, en temprano arranque de rebeldía, huyó de la casa del tío para vivir con su hermana casada María Antonia, donde tampoco pudo tener paz no obstante el cariño que mutuamente se profesaban. Entonces se le envió a vivir a casa del maestro de primeras letras, el jacobino socialista Simón Carreño Rodríguez (1771-1854), hombre de cultura política avanzada que mucho influirá en la educación del futuro libertador. Pero Simón Rodríguez, como se quiso llamar a sí mismo quitándose el apellido paterno, se fue de Caracas en 1797. Entonces, otro ilustre caraqueño, Andrés Bello (1781-1865), le dio clases de historia y geografía y el padre capuchino Francisco Andújar le enseñó matemática. Todos ellos inicaron la formación elemental de Bolívar, pero en gran media se le puede considerar como hombre de cultura autodidacta.

Muchos creen que la vocación del joven Bolívar estaba encaminada al ejercicio de las armas, porque antes de los catorce años había ingresado como cadete en el Batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, del que tiempo atrás había sido coronel su padre. Pero esa eduación de miliciano era común en la época, cuando no había otra alternativa que los conventos o seminarios de religiosos. A comienzos de 1799 fue enviado de visita a España, y de paso por México se hospedó en Veracruz en la casa del comerciante José Donato de Austria, y en la ciudad de México en la casa del oidor Guillermo de Aguirre. Muchas anécdotas se han tejido de su paso por la opulenta ciudad, como él llamó a la capital novohispana: que si tuvo amores con la célebre damita María Ignacia la Güera Rodríguez, que si fue precoz crítico del sistema colonial ante el virrey Azanza, por lo cual fue amonestado, que si se extasió ante la magnificiencia del teocalli teotihuacano. Pero en esa época Bolívar era un adolescente de 15 años y medio, despolitizado e inclinado más bien a las diversiones.

En España fue vivir a la casa de otros tíos radicados en Madrid, Esteban y Pedro Palacios, quienes se encargaron de afinar su educación puliéndola en extremo. El cambio fue tan rápido que si se le compara con la redacción y ortografía de la primera carta autógrafa que se le conoce suscrita en Veracruz, no deja de sorprender la fluidez y correción de sus escritos a partir de entonces. Ese refinamiento se le debe en parte al sabio marqués Jerónimo de Ustáriz y Tobar, otro caraqueño avecindado en Madrid, que se encargó de darle a Bolívar, entre los 16 y los 19 años, la educación de un cortesano: amplio conocimiento de los clásicos greco-latinos, literatura, arte, francés, esgrima y baile. La frecuente asistencia a fiestas y saraos, y la versátil pero vanidosa vida de las altas clases sociales hubieran podido absorber al inquieto, y simpático y rico americano en Europa. No fue así, a pesar de todo. Poco a poco nacieron en su alma miras más altas, designios superiores.

En Madrid conoció a María Teresa de Toro y Alayza (1781-1803), de quien se enamoró profundamente. Se casaron en 1802 no obstante la juventud de los dos, ella de 21 años y él de 19. Por aquel entonces su proyecto de vida no era muy diferente del de un heredero de grandes haciendas: acrecentar las propiedades, fundar un hogar, tener hijos, vivir en la opulencia. Pero la suerte le deparaba un destino diferente, porque a los pocos meses de haber llegado de regreso a Venezuela, María Teresa murió de fiebre amarilla. Ése fue el único matrimonio de Bolívar, y a lo largo de su vida fue fiel a su promesa de no volverse a casar. Pero amó, y con frecuencia, a otras mujeres.

La vida de Bolívar entre 1802, antes de su matrimonio, y 1806, está caracterizada por desplifarro y la banalidad, lo que muchos biógrafos han atribuido al pesar que padeció por la muerte de María Teresa. Los placeres de la vida fácil en Europa para quien tiene dinero y es joven, y los mil atractivos del esplendor napoleónico pudieron fascinar a Bolívar por un tiempo, el suficiente para hartarse. Pero no todo el tiempo. Hay constancia de sus críticas ponzoñosas al boato del Consulado y la corrupción que se adueñaba de París, de su deseo de hacer algo útil por su patria lejana, así fuera dedicarse a las ciencias físico-matemáticas, como en un momento dado se lo aconsejó su maestro Simón Rodríguez. Hay testimonio escrito del trato, no muy frecuente pero sí suficiente, que mantuvo con sabios como Humboldt, Bonpland y otros lo que muestra que a la par que Bolívar tomaba parte en la intensa vida social francesa y viajaba de diversos pretextos, también maduraba proyectos superiores de inmensa responsabilidad. Estando un día de agosto en 1805 en Monte Aventino, una de las colinas que circundan a Roma juró ante su maestro Rodríguez retornar a América y prestar apoyo decidido a la lucha armada que veía como indetenible.

Por entonces muchas ideas políticas de avanzada ya eran del dominio público en Europa, aunque en América sólo clandestinamente se hablaba de ellas: la república electiva, la igualdad de castas ante la ley, la abolición de la esclavitud, la separación entre la iglesia y el Estado, la tripulación montesquiana del poder, la libertad de cultos y el derecho de gentes —o, como ahora decimos, los derechos humanos— constituían, todo ellos, el consenso americano. Pero faltaba el hacedor, la mano y el talento que los hiciera realidad política, acto de gobierno. Y en las condicions de sometimiento y de marginación propios del sistema colonial, ese proyecto republicano era inviable, porque no se trataba solamente de cambiar de rey sino de abolir la monarquía ni discutir con los españoles peninsulares los yerros de su dominación, sino de imponer la soberanía del pueblo y expulsarlos de América. Para todo eso se debía hacer una guerra.

II

A fines de 1806, al saber Bolívar que el general Francisco de Miranda (1750-1816), caraqueño como él y veterano del ejército napoleónico, había dedicado su vida a fomentar la guerra de secesión en Venezuela, decidió regresar, y después de un breve recorrido por los Estados Unidos llegó a su patria a mediados de 1807.

Es verdad que regresó para adminstrar sus fincas, pero también es cierto que en las tertulias que se llevaron a cabo en su quinta de recreo a orillas del río Guaire, bajo el pretexto de reuniones literarias se tramaban conspiraciones. Por eso, al estallar la chispa insurreccional en Caracas el 19 de abril e 1810, cuando los venezolanos desconocieron al gobierno colonial del virrey Emparán, Bolívar, Andrés Bello y Luis López Méndez fueron nombrados por la Sociedad Patriótica revolucionaria en comisión ante el gobierno británico, con la precisa instrucción de convencer al ministro de Asuntos Exteriores, lord Wellesley, de que apoyara la insurrección caraqueña. En dicienbre de 1810, después de cumplir su misión en Londres, regresó Bolívar con pocos triunfos diplomáticos, porque el gobierno inglés, aunque simpatizaba con los actos independentistas de los americanos como una manera de socavar la hegemonía española en este continente, estaba comprometido con España por un tratado de alianza.

Mientras tanto Bolívar había convencido a Miranda para que los acompañara en un nuevo esfuerzo por consolidar la independencia de su patria. En 1811, con el grado de coronel que le concedió la Sociedad Patriótica de Caracas y ya bajo las órdenes de Miranda, contribuyó a someter a la ciudad de Valencia, que no obedecía a la Sociedad, y en 1812, a pesar de sus esfuerzos por defender la plaza de Puerto Cabello a él confiada, no logró evitar que cayera en manos de los realistas debido a una traición. Desilusionados por la rendición del generalísmo Miranda ante el jefe español Domingo de Monteverde, pero ansioso por continuar en la lucha armada, de acuerdo con otros jóvenes oficiales decidió apresar a Miranda. Aunque Bolívar no lo entregó a los españoles, otros sí lo hicieron, y el infortunado pecursor fue remitido preso a Cádiz donde murió tiempo depués. Todos perdieron aquella vez, y Bolívar apenas logró un salvoconducto para emigar gracias a su amigo Francisco Iturbe.

Se fue a Curaçao y luego a Cartagena de Indias, donde escribió uno de sus más célebres documentos la Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño (15 de diciembre de 1812). Se opone allí a la copia acrítica de fórmulas políticas buenas para "repúblicas aéreas" o de papel, fustiga al federalismo como inadecuado para los nuevos estados emergentes porque dicho sistema los debilitaba, suguiere la creación de un ejército profesional en vez de milicias indisciplinadas, proclama la necesidad de centralizar los gobiernos americanos y propone una acción militrar conjunta e inmediata para asegurar la independencia de la Nueva Granada que estaba sumida en las divisiones internas. Su plan consitía en lograr el apoyo del Congreso granadino, reconquistar Caracas, que era en su sentir la puerta de toda la América meridional, y pasar a la ofensiva estratégica. En la práctica, ésa fue la campaña que Bolívar llevó a cabo en las semanas siguientes y que coronó con éxito sorprendente: a la cabeza de un pequeño ejército limpió de enemigos las dos orillas del bajo Magdalena, ocupó en febrero de 1813 Cúcuta, y en sólo noventa días, entre mayo y agosto, liberó a Venezuela en una rapidísma y fulgurante sucesión de batallas. Por eso esta campaña fue llamada Admirable y Bolívar mismo aclamado por primera vez como Libertador, título de honor que le concedió su ciudad natal en octubre de ese año.

Casi a la vez hubo otro suceso memorable: en junio, al pasar por Trujillo, decretó la Guerra a Muerte, con lo que logró solucionar el problema fundamental de toda guerra, que es hacer un claro deslinde politíco-ideológico entre amigos y enemigos, sentando así un elemental principio de identidad nacional y de clase. Afirmó con ese decreto que eran americanos los que luchaban por su independencia sin importar el país de nacimiento ni el color de la piel. Y que eran enemigos los que, aunque hubieran nacido en América, no hicieran nada por la liberación del Nuevo Mundo. Con este decreto, mal comprendido incluso por algunos bolivaristas de nota, logró separar tajantemente los dos campos, evitando el apoyo que muchos mantuanos y hacendados criollos daban a los realistas, creando condiciones sociales para la guerra universal de todo el pueblo, forzando a no permanecer indiferentes y atrayendo a llaneros, cimarrones y esclavos al ejército patriota. En el decreto de la Guerra a Muerte está el secreto de la campaña Admirable que es, asimismo la clave que explica la libertad de Venezuela.

Sin embargo, esta segunda fundación de la república en Venezuela no duró mucho tiempo. No obstante los triunfos en batallas como las Araure, Bocachica o la primera librada en Carabobo, y la resistencia heroica, como la mostrada en la defensa de San Mateo, tanto Bolívar en el occidente del país como Santiago Mariño en el oriente se vieron obligados a ceder terreno al realista asturiano José Tomás Boves (1782-1814), de triste fama de sanguinario, quien al vencer a los patriotas en el combate de La Puerta (junio de 1814) los obligó a evacuar la cuidad de Caracas. Se produjo una patética emigración de veinte mil habitantes hacia Barcelona y Cumaná huyendo de la persecución de Boves. Junto con otros oficiales, Bolívar logró burlar el cerco y huir a Cartagena otra vez, donde encontró refuerzos y renovados apoyos.

Cuando todo parecía llegar a su fin, derrotado y desconocido por sus antiguos partidiarios, Bolívar lanzó en Carúpano, en septiembre de 1814, un manifiesto lleno de serenidad, con la mira puesta en el futuro, superando las aciagas circustancias del momento. Propuso entonces algo más que la independencia, que es la libertad; se declaró culpable de los errores cometidos pero inocente de corazón, y se sometió al juicio del Congreso soberano. Dijo: "Yo os juro que, libertador o muerto, mereceré siempre el honor que me habéis hecho sin que haya potestad humana sobre la tierra que detenga el curso que me he propuesto seguir, hasta volver segundamente a libertaros".

Al servicio de la Nueva Granada, Bolívar recibió la orden del Congreso de ocupar la provincia disidente de Cundinamarca para incorporarla al gobierno de las Provincias Unidas. Cercó entonces Bogotá la que, pese a la excomunión eclesiásitica en su contra, logró tomar sin derramamiento de sangre. De esta suerte, en enero de 1815, el Congreso se pudo trasladar a Santa Fe desde Tunja, donde estaba refugiado. En seguida partió el Libertador a Santa María, pero a llegar a Cartegena se encontró con la hostilidad de Manuel del Castillo, quien, aunque del ejército patriota, abrigaba de tiempo atrás resentimientos contra Bolívar. Muy en contra de su decisión primera de poner sitio a la ciudad, Bolívar desistió de su empeño para evitar un enfrentamiento armado entre hermanos, lo que hubiese sido el comienzo de una absurda guerra civil en momentos en que se requería con urgencia de la unión. En efecto, se acercaba peligrosamente el veterano español Pablo Morillo al frente de quince mil soldados experimentados para emprender la que se llamó "reconquista" de América. Indoblegable, sacando fuerzas de donde ya poco queda, Bolívar emigró pobre y abatido a Jamaica el 14 de mayo de 1815. Ante el asedio de Morillo, Cartagena proclamó en octubre su anexión a Inglaterra como estrategia desesperada para mantener su independencia. Pero el duque de Manchester, gobernador de Jamaica, hizo caso omiso de la solicitud cartagenera.

En Kingston, Bolívar se dedicó a una intensa campaña publicitaria en The Royal Gazette. Escribió varias cartas públicas a comerciantes ingleses, describiendo la situación de América en su conjunto, ecuanimidad y clarevidencia, a tal punto que lo allí anunciado se cumplió cabalmente a largo del siglo XIX. Por eso han sido llamadas proféticas esas cartas, en especial la firmada el 6 de septiembre de 1815, dirigida a su amigo Henry Cullen, bajo el título de Contestación de una americano meridional a un cabellero de esta isla. Nuevamente la estrategia integracionista del Libertador para hacer de América una respetable "nación de repúblicas" tuvo aquí su presencia. Otra carta firmada por un americano, menos conocida, es una vívida descripción y diagnóstico de la plural identidad latinoamericana, con fundamento en su diversidad étinca.

Tal vez en la vida de Bolívar no hubo otro año más desatrosos que 1815, pues en Jamaica no sólo se vio exiliado y sin recursos, sino que fue víctima de un intento de asesinato a manos de su antiguo criado Pío, soborbado por los agentes de Moxó, gobernador realista de Caracas. Fue entonces cuando se trasladó a la República de Haití, donde su presidente Alejandro Petión proporcionó magnánima ayuda, con la condición única de que otorgara la libertad a los escalvos negros una vez consumada la idependencia. Al poco tiempo salió de Los Cayos una bien pertrechada expedición al mando de Bolívar, que llegó a la isla de Margatria en mayo de 1816 y tomó Carúpano por asalto. Cumpliendo con el pedido de Petión, Bolívar decretó el 2 de junio la extinción de la esclavitud. Ese mismo año retornó a Haití, donde por segunda vez pertrechó y volvió a la carga. A comienzos de 1817 encontramos a Bolívar en Barcelona, trabajando para hacer de la provincia de Guayana un bastión en la liberación de Venezuela: había comprendido que debía hacerse fuerte donde el enemigo es débil y modificar la estrategia de ocupar las principales ciudades costeras. De esta manera, en julio tomó la población principal, Angostura, hoy Ciudad Bolívar; en octubre organizó el Consejo de Estado, y en noviembre el Consejo de Gobierno, el Consejo Superior de Guerra, la Alta Corte de Justicia, el Consulado, el Consejo Municipal, y dio órdenes para editar su propio órgano de prensa. El Correo de Orinoco, que vio la luz en junio de 1818. Con estas decisiones ejecutivas, Bolívar sentó las bases de un Estado moderno independiente mientras seguía preparándose para la guerra en gran escala.

Pero en aquella época se le oponían no sólo los españoles, sino también algunos de sus más cercanos colaboradores. Lo más lamentable fue que uno de sus generales, Manuel Piar, prevalido de su segundo nivel jerárquico y de ser negro, trató de resucitar la guerra de razas de los tiempos de Boves, aunque ahora en el espacio republicano. Bolívar lo paró en seco, y ante su deserción, ordenó su prisión y jucio. Piar fue condenado al fusilamiento por un Consejo de Guerra, sentencia que se cumplió el 16 de octubre, consolidado a ese alto precio la autoridad de Bolívar y el rechazo a una inaudita guerra de razas.

El año siguiente fue dedicado a la planeación de una gran estrategia libertadora. Ahora, ya arraigados en el oriente venezolano, con el Orinoco como vía regia para comunicarse con proveedores de armas y hombres del exterior, con los llanos del Apure al centro y la selva impenetrable a la espalda, se podía diseñar una campaña a mediano plazo. Así se logró sorprender a Morillo en Calabozo, aunque los patriotas perdieron la batalla en Semén.

En Rincón de los Toros por poco descubre a Bolíviar una patrulla realista y se salvó por un golpe de suerte. Pero éstas eran contingencias de la guerra. Lo principal era que se tenía una gran base patriota y que se había revertido la geografía de la revolución, pues si en 1814 los realistas eran dueños de los llanos y las selvas y los insurgentes de las costas y las ciudades, ahora la creación de bases estratégicas en las zonas donde los realistas eran débiles empezaba a dar sus frutos.

En febrero de 1819, Bolívar convocó y logró reunir un congreso en Angostura. Pronunció en esa ocasión un discurso considerado, entonces y después como el más importante documento político de su carrera de magistrado. Presentó también un proyecto de Constitución. Mientras tanto uno de sus generales, Francisco de Paula Santander (1792-1840), había organizado con infinita paciencia un ejército considerable en llanos orientales neogranadinos. Por otra parte, el general llanero José Antonio Páez (1790-1883), que se le había incorporado, levantó un temible ejército de lanceros. En circunstancias diferentes los dos habían dado pruebas de fuerza, éste de valor temerario y aquél de meticulosa preparación. Por ejemplo, en Queseras del Medio, habiendo sido rodeado Páez por las tropas de Morillo, se vio obligado a dar batalla cuando sólo tenía 40 jinetes y un acoso de seis mil realistas. Usó Páez un estrategema, única acción posible en esas circustancias; aparentando un huida, atrajo llano adentro a una partida realista, y cuando consideró que su conocimiento del terreno y la fatiga de los realistas era evidente, gritó "¡Vuelvan caras!", y los terribles lanceros le hicieron a Morillo cientros de bajas entre muertos y heridos. El resultado fue la desbandada y la dispersión realista. Eso ocurrió en abril de 1819. Por su parte, Santander, hábilmente y sin mayores recursos, armado más de paciencia que de fusiles, había entrenado en Casanare, en pocos meses, a un ejército de alrededor de 1300 soldados.

En mayo de 1819 pues, Bolívar le confió a Francisco Antonio Zea, vicepresidente nombrado en Angostura, que desde hacía mucho tiempo había concebido una magna empresa que, decía. "sorprenderá a todos porque nadie está preparando para oponérsele". Y siguiendo esa idea, le ordenó a Santander que concentrara todas sus fuerzas en el punto menos cómodo y favorable par penetrar en la Nueva Granada. Envió a Páez a los valles del Cúcuta como táctica de distracción. Bolívar, que siempre había querido enfrentarse al español Barreiro y a sus 4 500 hombres, concibió la estrategia de internarse en el territorio realista por el lugar menos propicio; así que con 2 100 hombres que llevaba y los 1 300 que tenía Santander en los llanos, se llevó a cabo la epopéyica acción de trasmontar los Andes. Hombres todos de tierras calientes y bajas fueron impelidos a encaramarse a páramos de más de 4 000 metros de altura, por caminos inciertos y precipios de espanto, cargando armas, vituallas, parque y alimentos. Les seguían cabalgaduras maltrechas y acémilas cansadas. Con todo eso se ganaría la Libertad. Rápidos combates en Pisba y Gámeza y combates mayores en el Pantano de Vargas pusieron a los españoles a la defensiva estratégica por vez primera, aunque las patriotas se vieron por momentos en serios peligros de perder la iniciativa. El 7 de agosto de 1819 se dio la batalla del Puente de Bocayá que, siendo de menor importancia militar que la de Pantano de Vargas, tuvo mayor repercursión política, porque los restos del ejército de Barreiro y él mismo y su oficialidad fueron derrotados y hechos prisioneros. A consecuencia de esa batalla de cuatro horas, el oriente andino de América meriodional quedó liberado. La capital Santa Fe quedó libre. Las bajas españolas fueron 400 entre muertos y heridos, además de la pérdida total de los pertrechos de guerra, la mayor parte de caballería y 1 600 prisioneros. Por si fuera poco, el virrey Sámano, al entrarse del desastre, huyó de Santa Fe dejando intacto el tesoro real calculado en un millón de pesos de oro. Morillo, dolido pero acertado, escribió al rey de España: "Bolívar en un solo día acaba con el fruto de cinco años de campaña y en una solo batalla reconquista lo que las tropas del rey ganaron en muchos combates". Pudo decir, mejor aún, que de un solo golpe acabó con trescientos años de dominio hispánico.

Quedó al mando de la Nueva Granada el general Santander y en escasas cinco semanas volvió Bolívar a Venezuela. En Angostura, a propuesta suya, el congreso expidió la Ley Fundamental de República de Colombia el 17 de diciembre de 1819, que unía en un solo país la inmensidad territorial que hoy comprende a Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela. Aunque esta unión duró apenas diez años, la nueva "nación de repúblicas " vivió en paz y tuvo recursos suficientes para alentar la guerra de liberación de gran parte de los pueblos andinos, prestando asistencia a la independencia del Perú, creando a Bolivia y amagando con apoyar la guerra en otras regiones de Sudamérica. El ideal integrador de una gran nación americana inició así su concreción y vivió una hermosa realidad.

A la fundación de la magna Colombia se agregó otro hecho feliz; en enero de 1820 estalló en España la revolución del general Riego, quien, oponiéndose a la reconquista de América, facilitó la firma, en Trujillo, Venezuela de un armisticio y un tratado para la regulación de la guerra, ahora considerado como un procedente importante en los convenios internacionales. Bolívar y Morillo, enemigos ayer se entrevistaron y abrazaron en el pueblecito de Santa Ana. Pero muy cumplidamente, al cese de la tregua, los ejércitos patriotas reniciaron con fuerza renovada la ofensiva final, logrando la victoria en la sabana de Carabobo el 24 de junio de 1821. Lo que quedó del ejército español se refugió en Puerto Cabello, y en 1823 se rindió incondicionalmente. Esta vez Venezuela quedó libre para siempre.

Tras un breve permanencia en Cúcuta, donde se habían reunido los congresistas para aprobar una nueva constitución, Bolívar se encaminó por Bogotá hacia el sur, mientras el general Antonio José de Sucre (1795-1830) hacía lo propio desde Guayaquil. Ecuador no había sido liberado aún. En Bomboná se venció la resistencia de los pastusos, y en Pichincha se expulsó a los españoles de Quito y alredores el 24 de mayo de 1823, conformándose así el bloque de países grancolombianos.

Pero los españoles eran fuertes todavía y dominaban en tierra peruana, lo que significaba no sólo una seria amenaza militar para Colombia, sino que frustraba el ideal bolivariano de organizar en el continente repúblicas donde antes existia la monarquía española. Además, algunos peruanos, aunque patriotas, persistían en ideas absolutistas. Para discutir esas y otras propuestas libertarias, se reunieron en Guayaquil, puerto recién incorporado a Colombia, los libertadores Bolívar y José de San Martín (1777-1850), héroe de Argentina y Chile y el protector de Perú. Se ha dicho que lo hablado a solas entre los dos grandes hombres constituye un misterio indescifrable hoy. Pero a juzgar por lo que sucedió inmediatamente después, se puede colegir lo pactado: San Martín reconocería la soberanía colombiana en Guayaquil a cambio de obtener el apoyo en tropas veteranas, armas y financiamiento de Colombia para proseguir la guerra en el sur del continente. Él mismo ofreció dejar las manos libres a Bolívar para no crear un confilcto de poderes con los colombianos y en consecuencia se iría de América. Bolívar vio así despejada la cordillera andina para lanzar sus tropas y prestar concurso decisivo a la independencia americana.

En 1823, la situación politíco-militar del Perú distaba mucho de ser bonancible. Las divergencias entre el presidente José Riva Agüero y el congreso dividieron a la nación, mientras los españoles seguían impasibles y sin combatir en la sierra. Las tropas de auxilio argentinas, chilenas y colombianas recién llegadas se habían cansado de esperar una resolución definitiva. Los propios realistas estaban también divididos entre monarquistas recalcitrantes y monarquistas moderados y liberales. Perú parecía un caso perdido. En tan crítica situación, Bolívar fue llamado formalmente por el congreso, otorgándosele facultades extraordinarias para reorganizar al ejército. Cuando se aprestaba a ocupar el Perú, la guarnición de El Callao se pasó al bando realista y Lima quedó en manos españolas. Entonces el congreso se disolvió a sí mismo y designó dictador a Bolívar, como en la antigua Roma en casos de emergencia, entregándole todos los poderes para salvar al país. Pero los que pensaron que el Libertador se contentaría con asumir su autoridad de manera apenas circunstancial, se sorprendieron cuando un poderoso ejército multinacional de colombianos, argentinos, peruanos e incluso europeos emprendió la ofensiva. El 6 de agosto de 1824, Bolívar derrotó en Junín al ejército real en una brillante operación con armas blancas, al parecer la última que se dio de ese modo en la historia mundial. Y pocos meses después, siguiendo al estrategia bolivariana establecida meticulosamente tiempo atrás, se dio, el 9 de diciembre, la batalla de Ayacucho, el mayor enfrentamiento de tropas que ha habido en toda la historia de América hasta hoy, pues pelearon 5 780 aliados americanos contra 9 320 realistas. De éstos, casi todos quedaron prisioneros, incluyendo al virrey La Serna, todo el Estado Mayor, 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 468 oficiales de distinto rango y los comandantes de la batalla, los generales Canterac y Valdés. Es casi imposible imaginar un triunfo mejor. Los datos son útiles porque con la batalla de Ayacucho terminó la etapa militar de la independencia americana y la iniciativa estratégica y táctica quedó definitivamente en el ejército patriota.

III

Dos días antes de la victoria, el 7 diciembre de 1824, el dictador Bolívar y su secretario peruano, José Faustino Sánchez Carrión, cursaron una invitación a los gobiernos independientes de Colombia, México, Centromérica, Chile y La Plata, para concurrir en Panamá a un magno congreso contimental, con el propósito de reunir a toda la América antes española y considerar acciones comunes en paz y guerra. Aunque el imperio de Brasil también fue invitado y aceptó participar, no asistió. Chile tampoco, porque el congreso local no se había reunido para aprobar el viaje de sus delegados, y cuando lo pudo hacer ya había concluido la reunión en Panamá. Las Provinicias Unidas del Río de la Plata, bajo al presidencia de Bernardino Rivadavia, por distintas causas, dejaron de asistir. Bolivia nombró delegados pero no pudieron viajar oportunamente. De Europa, los Países Bajos fueron invitados como obervadores, pero su delegado olvidó las credenciales y el congreso no pudo habilitarlo. Francia, todavía comprometida con España, declinó la invitación. Paraguay no fue invitado porque lo gobernaba el doctor José Gaspar Rodríguez Francia y estaba aislado de todo contacto con el exterior. Haití fue discriminado por el vicepresidente de Colombia, quien en cambio, contra las expresas instrucciones de Bolívar, invitó a los Estados Unidos, pero ninguno de sus tres delegados pudo asistir a Panamá: Anderson murió durante el viaje, Sargeant llegó tarde, cuando había terminado el congreso, Poinsett esperó inútilmente el traslado del congreso de Panamá a Tacubaya, en México, Gran Bretaña fue invitada y asistió como observadora.

Al fin, el 22 de junio de 1826, lograron reunirse en la ciudad colombiana de Panamá ocho delegados de cuatro países a saber; Centromérica, Colombia, México y el Perú. Sesionaron en diez ocasiones y aprobaron dos documentos tracendentales: el Tratado de Unión , Liga y Confederación Perpetua, y la Convención de Contingentes Militares y Navales. También se discutió el problema de la esclavitud de los negros, la independencia de Cuba y Puerto Rico, y se creó un ejército dce 60 000 soldados, una flota y un comando naval. Colombia y México se comprometían a lanzar sus tropas de tierra y mar contra los invasores españoles de Puerto Rico y Cuba. Pero muchas intrigas políticas y saboteos más o menos encubiertos malograron el espléndido proyecto anticolonial americano.

Con todo, el teatro de la guerra hubiera podido crecer después de Ayacucho por las amenazas de la Santa Alianza europea, monarquista, para intervenir con 100 000 hombres en América, según el apoyo que ofreció Francia a España. El 11 de marzo de 1825, en carta a Santander, Bolívar expuso su idea de una guerra popular prolongada, como freno eficaz a la intervención europea. Su estrategia consistía en permitir la invasión dejarlos entrar, cerrarles la salida y los suministros bloqueando Cartagena y Puerto Cabello, y atacarlos por partes mediante guerra de guerrillas. No dudó en que ésta sería un gran guerra mundial desatada por los tronos contra las nuevas repúblicas liberales.De un lado estarían la Santa Alianza y las monarquías euopeas; del otro, Inglaterra y la América entera. Pero ni Francia ni España intentaron, por el momento, otra invasión.

Entre tanto, cumplida su tarea, Bolívar renunció a la dictadura ante el congreso peruano, que lo colmó de honores como ni Venezuela ni Colombia la habían hecho: un millón de pesos para él, otro para su ejército, espada y corona de laurales de oro, medallas para la tropa, etc. Bolívar rehusó su parte de dinero pero aceptó los homenajes.

Luego viajó por Arequipa, Cuzco, Potosí. En Chuquisaca, las provincias del Alto Perú, antes subordinadas a la Argentina, proclamaron la indepencia con el nombre de República Bolívar. Se llamó así la que hoy conocemos como Bolivia. A solicitud de su congreso, Bolívar redactó la constituación del nuevo país, otro documento fundamental para conocer el pensamiento que la prolongada guerra había hecho germinar en el Libertador: hacer un Estado tan fuerte como democrático, estudiando experiencias tanto de la antigüedad clásica grecolatina como de la democracia de los Estados Unidos y Haití y sintetizando la historia política americana del periodo precolombino, de la etapa colonial y de las nuevas necesidades republicanas. En esa costitución, el presidente y el senado hereditario tendrían, entre otras misiones, la de frenar las ambiciones personales de los caudillos civiles o militares, y los ciudadanos votarían no sólo para eligir los poderes ejecutivo y legislativo sino también para formar un poder electoral encargado de nombrar jueces, gobernadores y párracos; consideraba Bolívar que de esa manera se lograba al plena democracia. La constitución para Bolivia, claro resumen del pensamiento político de Libertador, fue mal entendida en su época y peor promocionada. Tildada de tiránica por los liberales, la "vitalicia", como se le caracterizó, fue el punto de referencia de toda la inquina contra Bolívar en los siguientes cuatro años. Aunque Bolivia la adoptó durante dos años y el Perú la aprobó para regir su país —aunque nunca se implatara—, en Colombia siempre se le impugnó con severidad, a pesar de que Bolívar arriesgó todo su prestigio para defenderla con tenacidad como una constitución más liberal y adecuada a la idiosincrasia americana que la de Cúcuta de 1821. Pero sus enemigos no cejaron en su empeño de desprestigiarla y con ella a Bolívar, tanto en el país como en el extranjero.

Viejas rivalidades entre los caudillos y la incapacidad para superar el nacionalismo estrecho existentes entre regiones vecinas desde la época colonial, fueron atizadas en abril de 1826 so pretexto de oponerse al modelo de constitución para Bolivia. Mientras Bolívar se distanciaba de Santander y éste de Páez, estalló en Venezuela una insurrección contra las autoridades centrales de Bogotá. Bolívar marchó a Caracas a sofocar la revuelta —La Cosiata, se llamó— y logró poner paz a comienzos de 1827. De regreso en Bogotá, en septiembre, reasumió la presidencia de la República, desplazando a Santander, quien ejercía desde 1819 en calidad de vicepresidente ejecutivo.

Para reconciliar a los dos ya entonces opuestos partidarios bolivarsitas y santanderistas, se convocó a una convención nacional constituyente, en Ocaña, en 1828, la cual resultó en descomunal fracaso, dejado al país sin ley fudamental. Ante la virtual anarquía, a petición de los habitantes de casi toda Colombia, Bolívar asumió en agosto la dictadura. Pero el 25 de septiembre, un heterogéneo grupo de teóricos radicales, comerciantes importadores y masones descontentos, casi todos jóvenes, conspiró contra Bolívar para darle muerte.

Aunque varias veces había salido biel librado en atentados contra su vida, esta vez la conjura tuvo características oprobiosas porque los conpiradores eran sus propios paisanos. La oportuna intervención de la bella quiteña Manuelita Sáenz, su amada desde 1823, le salvó la vida, al desafiar con valerosa serenidad a los criminales. Pero el Libertador cayó presa de mortal tristeza.

Algunos piensan que Bolívar dio marcha atrás en sus ideas durante los últimos cinco años de vida. Contrariamente, en ese lustro debió luchar con mayor denuedo que nunca, porque fueron los años en que enfrentó la malquerencia internacional, parte inspirada por los hegemonistas norteamericanos que sabotearon sus proyectos de unidad latinoamericana —como el Congreso de Panamá—, así como su oposición a las oligarquías santafereñas, al monarquismo peruano y al militarismo venezolano.

Pero es cierto que los últimos dos años de la vida de Bolívar están llenos de amargura y frustración. Hizo un balance de su obra, confirmando que lo más importante de sus proyectos había quedado sin hacer mientras lo hecho se desmoronaba. La independencia total de América, la promulagación de leyes protectoras de la libertad y el envío de tropas libertarias a Cuba, Puerto Rico, a Argentina —que se aprestaba a una guerra contra el imperio brasileño— o a la España monárquica si fuere necesario, todas esas miras superiores quebaban como lejanas utopías imposibles de llevarse a cabo. Su error había sido pensar en grande, porque sus generales no tenían su talla procera. Mientras tanto, la unión de Nueva Granada, Venezuela y Quito en solo país, la confederación a los Andes que incluía a Perú y Bolivia, y a la anfictionía americana pactada en Panamá, todo eso que se había cumplido a medias, estaba a punto de perderse sin su apoyo, porque el esfuerzo principal debía dirigirse hacia asuntos inmediatos: fuerzas del Perú invadieron Ecuador, y ganarles la guerra se llevó casi todo el año 1829; el general Córdoba, uno de sus más cercanos amigos, se insurreccionó e infortunadamente fue asesinado; el general Páez, antes leal le volteó la espalda y declaró unilateralmente al separación de Venezuela; y el general Santander, antes uno de sus mejores amigos, se acercó peligrosamente al grupo de conspiradores que querían asesinarlo.

A comienzos de 1830 regresó a Bogotá para instalar un nuevo congreso constituyente. Ante esa soberanía renunció irrevocablemente. Ahora sólo deseaba irse lejos de Colombia, a Jamaica o a Europa. Aunque vaciló y pensó que bien valía la pena comenzar de nuevo reuniendo a sus leales en la costa colombiana. De hecho, varios sectores del ejército libertador se levantaron, esta vez a su favor, pidiéndole que reasumiera la dictadura, pero ya era tarde, porque ni la quería ni la podía ejercer. Cada vez más enfermo, logró llegar a Cartagena a esperar un buque que lo alejara de tanta ingratitud. Para su mayor desgracia, estando en Cartagena recibió la fatal noticia de que Sucre, el más fiel y talentoso de sus generales y tal vez el único capacitado para sustituirlo, había sido asesinado en Berruecos, cuando sólo tenía 35 años edad.

Contemporizado con la muerte que ya se anunciaba, aceptó la invitación que le hizo el generoso español Joaquín de Mier, de ir a su finca a curarse y a descansar. Tradicionalmente se ha dicho que Bolívar estaba tuberculoso, pero algunos médicos sostienen hoy en día que una amibiasis le atacó el hígado y los pulmones.

Dictó testamento el 10 de diciembre de 1830. Es mismo día emitió su última proclama a los colombianos implorando la unión, el cese de los partidos políticos y la paz social. Siete días después a la una de la tarde, tal como lo afirmó el comunicado oficial, murió el Sol de Colombia.

Un recuento de su obra no encuentra similar en la historia de América. En lo militar, participó en 427 combates, entre grandes y pequeños; dirigió 37 campañas, obteniendo 27 victorias, 8 fracasos y un resultado incierto; recorrió a caballo, mula o a pie cerca de 90 000 kilómetros, algo así como dos veces y media la vuelta al mundo por el ecuador; escribió cerca de 10 000 cartas, según se sabe, de las que se conocen y se han publicado tres mil, agrupadas hasta ahora en trece tomos de los Escritos escogidos del Libertador, su correpondencia, publicada por su fiel secretario con el título de Memorias del General O'Leary, está recogida en 34 tomos; de su polifacética producción son conocidas 189 proclamas, 21 mensajes, 14 manifiestos, 18 discursos y hasta una biografía breve, la del general Sucre. En los 7 538 días de su preciosa existencia, desde que en 1810 cumplió la misión diplomática en Londres hasta su muerte en Santa Marta, veinte años de actividad revolucionaria, casi no hubo día en que, en promedio, no redactara una carta o un decreto, o recorriera alrededor de trece kilómetros.

Lo más grande que hizo fue, por supuesto, la creación de Colombia, que incluía las cuatro naciones de Nueva Granada, Ecuador, Panamá y Venezuela; la liberación del Perú y la fundación de Bolivia.

Personalmente o bajo su inspiración se redactaron constituciones a saber: la Ley Fundamental de la Républica de Colombia (17 de diciembre de 1819), la Constitución de Cúcuta (1821), el Proyecto de Constitución para Bolivia (1825), y el Decreto Orgánico de la dictadura de 1828. Fundó y ayudó a redactar el Correo de Orinoco, primer periódico independientede Colombia.

Quedó pendiente, para que otras generaciones lo cumplan, el supremo ideal de crear una confederación de países donde se logre "la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social, y la mayor suma de estabilidad política".

América entera ha reconocido en Bolívar al paradigma y ejemplo más querido de todas las virtudes patrióticas, y lo ha asimilado como el mejor exponente de su integración, de su identidad, de su soberanía. Es ya protosímbolo. En 1824 el Congreso de Venzuela dispuso que las cenizas del Libertador fueran trasladas con toda pompa de Santa Marta a Caracas, y resposan hoy en el magnífico Panteón Nacional. En 1846 Colombia puso la estatua que le hizo Pietro Tenerani en el centro de Bogotá. En 1858 Lima le erigió una estatua ecuestre reconociéndolo como Libertador de la Nación Peruana. En 1891 Santa Marta puso su estatua de mármol junto a la quinta de San Pedro Alejandrino. Desde la segunda mitad del siglo XIX, casi todas las ciudades importantes de América y muchas de Europa le han levantado monumentos.

En 1824, por iniciativa de fray Servando Teresa de Mier, el Congreso de México le otorgó la ciudadanía mexicana. En el mismo año, el periódico Águila Mexicana publicó, en varias entregas, una biografía de héroe colombiano, y El Sol hizo lo propio en 1829, homenajes dados en vida al Libertador. En 1844 la revista El Museo Mexicano publicó una biografía más, esta vez redactada por escritores nacionales. En 1910 se levantó un obelisco en su honor en el Paseo de la Reforma. Una estatua ecuestre fue inagurada en 1946, frente al bosque de Chapultepec, y más tarde llevada a Ciudad Juárez. Otra estatua ecuestre está en el Paseo de la Reforma, cerca de la cancillería mexicana. En Toluca hay un busto suyo frente a la universidad, al igual que en la costera de Acapulco y Veracruz, Seguramente existen más. Finalmente, en el lugar donde estuvo la casa que habitó el joven Bolívar en 1799 (la cual fue demolida en los años cuarenta), en la calle que hoy lleva su nombre, esquina con Uruguay, existe un placa conmemorativa inaugurada en 1983, en el bicentenario de su nacimiento. Al paso del tiempo, México ha conservado una inalterable lealtad a la gloria de Bolívar.

Tanto en América como en el resto del mundo se ha cumplido la insuperable sentencia del humilde cura de Choquehuanca, quien saludó al Libertador con estas palabras proféticas: Con los siglos crecerá vuestra gloria como crece la sombra cuando sol declina.

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