Santa Anna lleg� a M�xico el 18 de mayo para iniciar las fortificaciones para su defensa. El Congreso, despu�s de aprobar las reformas a la Constituci�n, pr�cticamente se hab�a disuelto. Esto hac�a cr�tica la situaci�n, pues entre las medidas adoptadas le hab�a arrebatado al Ejecutivo la facultad constitucional de firmar la paz.

Referencia iconogr�fica
Manuel Rinc�n
(1784-1849)

Ocupados Veracruz, Jalapa y Puebla, la suerte de la capital estaba sellada. Scott se movi� lentamente, pues tem�a la acci�n de las guerrillas y esperaba refuerzos para no exponerse a quedar aislado.

Al principio, sus relaciones con Trist fueron conflictivas, pero despu�s llegaron a entenderse y hasta juntos sucumbieron a la tentaci�n de ofrecer un soborno a Santa Anna. �ste, de nuevo, para ganar tiempo, acept�, pero su conducta en la guerra parece disipar las dudas sobre una posible traici�n.

La tarea de Santa Anna era �mproba: ten�a que conseguir dinero para sostener a las tropas y para hacer las obras de defensa, adem�s de combatir la desmoralizaci�n general. En sus planes para la defensa mostr� nuevamente ser un mal general: se empe�� en esperar el ataque por el camino de Puebla, a pesar de la sensata advertencia de sus generales de que era posible que Scott, despu�s de reconocer el terreno, eligiera hacerlo por el sur.

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13 de septiembre de 1847
Vista del ataque al Castillo de Chapultepec por las divisiones de los coroneles Quitman y Shields de Pedro Gualdi

Una vez que tuvo diez mil setecientos soldados, Scott inici� la marcha el 7 de agosto y, eludiendo las fortificaciones de Santa Anna, el 16 una parte de sus hombres se encontraba frente a Tlalpan y otra avanzaba hacia San �ngel. Santa Anna tuvo que ordenar movimientos forzados hacia el sur y al general Gabriel Valencia que se retirara rumbo a Coyoac�n. Valencia, al darse cuenta de que los norteamericanos avanzaban rumbo a Padierna, decidi� desobedecer y resistir en esa posici�n.

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Nicol�s Bravo
(1786-1854)

El 19 de agosto present� una fuerte resistencia, pero la batalla fue interrumpida por una terrible tormenta. Al d�a siguiente, calados hasta los huesos, los soldados enfrentaron en malas condiciones las hostilidades y no tardaron en ser derrotados. Inexplicablemente, Santa Anna, que estaba en San �ngel con tropas, no acudi� a auxiliarlo, seguramente para castigar su desobediencia, pero al costo de un nuevo descalabro.

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14 de septiembre de 1847
Vista desde San Cosme de la entrada del Ej�rcito norteamericano a la Ciudad de M�xico

El mismo 20 tuvo lugar el ataque al Convento de Churubusco. La Guardia Nacional del Distrito, comandada por el general Anaya, se hab�a trasladado del Pe��n a Churubusco, a cargo del general Manuel Rinc�n. Santa Anna hab�a mandado refuerzos y municiones el 19, pero fueron interceptados por las tropas de Worth. El general Alcorta hizo esfuerzos por rescatar los carros, pero no lo logr�. Al amanecer el 20, no hab�a en el Convento ni un artillero, ni otra artiller�a que una pieza peque�a. Santa Anna logr� enviarles las cinco piezas con las que resistir�an el ataque. Anaya y Rinc�n, conscientes de la escasez de p�lvora, dispusieron no disparar hasta que los enemigos estuvieran a corta distancia. La decisi�n tuvo efecto y oblig� a los atacantes a replegarse hasta que, repuestos de la sorpresa, reanudaron el ataque. Para sostener la posici�n se necesitaba abastecimiento de municiones, mas el enviado por Santa Anna s�lo serv�a para los fusiles de la compa��a de San Patricio, que hab�a llegado como refuerzo. Los patricios, que sab�an lo que les esperaba como desertores si eran vencidos, haciendo uso de las municiones sostuvieron el fuego con extraordinario valor. Al terminarse finalmente el parque cesaron los disparos del Convento y los defensores fueron hechos prisioneros. Los patricios sobrevivientes fueron juzgados militarmente y sufrieron una terrible condena: unos fueron colgados como traidores y otros fueron marcados con una D (de desertor) en la mejilla.

La toma de Churubusco, que tambi�n se le achaca a Santa Anna por imprevisi�n, determin� la concertaci�n de un armisticio. Sin facultades para firmar la paz, Santa Anna nombr� tres comisionados mexicanos para o�r las condiciones que ofrec�a Trist. Los mexicanos escucharon con cuidado las ofertas de Trist, pero terminaron por considerar que las exigencias territoriales de Estados Unidos eran inaceptables, y el armisticio se dio por concluido el d�a 6 de septiembre de 1847.

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13 de septiembre de 1847
Bando del Ayuntamiento de la Ciudad de M�xico

Reanudadas las hostilidades, el 8 de septiembre Scott recibi� �rdenes de atacar la Casa Mata y el Molino del Rey porque se ten�an noticias de que la primera almacenaba municiones y de que el Molino fabricaba armas. La defensa fue larga, gracias al apoyo del fuego desde lo alto del Castillo de Chapultepec, pero al final sucumbieron. Una bomba cay� en la Casa Mata, volando la p�lvora que hab�a. La batalla cost� a los norteamericanos ochocientos hombres. El costo para el campo mexicano tambi�n fue alt�simo: murieron oficiales destacados como Antonio Le�n y el coronel Balderas, as� como los mejores cuerpos de la Guardia Nacional, adem�s de que quedaron inutilizables tanto una de las piezas de grueso calibre de Chapultepec como una gran cantidad de parque.

La ciudad presentaba un aspecto imponente, y se notaba la agitaci�n febril que precede a los grandes acontecimientos. La campana de la Catedral resonaba como un l�gubre y prolongado gemido: la polic�a multiplicaba sus providencias, y se notaba el marcado contraste entre aquellos que, patriotas diligentes y activos, cooperaban a que M�xico se defendiera con la heroicidad de Numancia y Zaragoza, y los ego�stas espantadizos que se preparaban a huir, desanimando a todos con los m�s funestos y sombr�os presagios (...) (Apuntes)

El camino a la Ciudad de M�xico estaba pr�cticamente abierto y el Ayuntamiento, mediante un bando, preven�a c�mo iba a darse la alarma y c�mo iban a conducirse los regidores. Todas las garitas ten�an defensa de artiller�a ligera, que todos sab�an no podr�a resistir la de largo alcance utilizada por los norteamericanos. Chapultepec se interpon�a en el camino, defendido por tropas del general Nicol�s Bravo, por las guardias nacionales al mando de Santiago Xicont�ncatl y por los cadetes del Colegio Militar. Algunos tem�an que Scott decidiera atacar directamente la ciudad.

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John Anthony Quitman
(1798-1858)

Por unos d�as no hubo movimiento del enemigo situado en Tacubaya, con algunas partidas en San �ngel y Coyoac�n y sus carros de abastecimiento en Mixcoac. El d�a 12, finalmente, la bater�a enemiga rompi� fuego sobre la Garita del Ni�o Perdido, seg�n parece para distraer la atenci�n y situar a la artiller�a que atacar�a Chapultepec, que al poco tiempo empez� a sufrir el fuego intermitente. La artiller�a de Chapultepec contest� con precisi�n, mientras Santa Anna mov�a algunas fuerzas hacia el puente de Chapultepec y �l mismo entraba a reforzar la posici�n. El fuego se sostuvo de las cinco de la ma�ana hasta las siete de la noche, con estragos considerables que se trataron de reparar durante la noche, mientras llegaban fuerzas del estado de M�xico al mando del gobernador Olagu�bel, que hasta entonces se hab�a negado a proporcionarlas. Olagu�bel, por �rdenes de Juan �lvarez, se situ� en la Hacienda de los Morales.

El ataque se reanud� el 13 y el enemigo, formado en tres columnas, no tard� en ocupar el bosque y en trepar por las laderas de la colina. La resistencia m�s cerrada la dio el teniente coronel Xicot�ncatl con su Batall�n de San Blas, hasta que muri�. Las tropas mexicanas resistieron con hero�smo, pero fueron vencidas. Con raz�n, los adolescentes cadetes, ya muertos, ya heridos, se convirtieron en el s�mbolo de la injusticia de la guerra emprendida por Estados Unidos.

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1847-1848 (circa)
Vista de Chapultepec y Molino del Rey de F. Lehnert

El general Quitman crey� que con la toma de Chapultepec daba fin a la resistencia y mand� que sus tropas avanzaran hacia la Garita de Bel�n, mientras Worth lo hac�a por la Ver�nica. Aunque el avance enfrent� resistencia, las tropas fueron cayendo una a una y repleg�ndose hacia la Ciudadela. Esa misma noche, un consejo de guerra, convocado por Santa Anna, decidi� que era imposible defender la ciudad y orden� la salida del Ej�rcito.

El Ayuntamiento de la Ciudad de M�xico, por lo tanto, envi� a dos regidores a pedir garant�as al general Scott, quien a la una y media de la ma�ana accedi� a respetar a la poblaci�n.

La ciudad despert� el 14 totalmente indefensa y sorprendida por la entrada de las columnas de los generales Quitman y Worth desde las seis de la ma�ana. El propio Scott inici� su entrada a las nueve. Mas al darse cuenta de este hecho, el pueblo se dispuso a defenderla a toda costa. Organizado en corrillos y al grito de guerra, se uni� a los restos de la Guardia Nacional y, con el apoyo de vecinos de los barrios de la Alameda al Salto del Agua, se lanz� al ataque.

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Winfield Scott
(1786-1866)

La reacci�n de los invasores no se hizo esperar, causando los males que tem�a el Ayuntamiento: ca�onazos, puertas derribadas y saqueo de casas. El dispar combate se generaliz�. El pueblo utiliz� armas blancas, piedras y palos; los enemigos, ca�ones, fusiles y bayonetas, a pesar de lo cual les causaron grandes bajas.

El d�a transcurri� entre el tronido de la artiller�a y la griter�a de los heridos. El intento provoc� la ira y los deseos de venganza de los invasores, que se tradujo en toda clase de excesos. El Ayuntamiento trat� de restablecer la calma, mientras el general Scott daba �rdenes de que la casa de la que partiera cualquier tiro "fuera derribada por la artiller�a, d�ndose muerte a cuantos se encontrasen en ella".

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14 de septiembre de 1847
�Triste d�a!

La lucha todav�a se reanud� el 15, confiado el pueblo en que con ello animar�a al Ej�rcito, que se hab�a retirado, a volver. S�lo se calm� cuando, con desilusi�n, vio que no llegaba. Esa noche, mientras los norteamericanos celebraban con licor, m�sica y desmanes la ocupaci�n de la Ciudad de M�xico, los mexicanos velaban a sus muertos y Santa Anna renunciaba a la Presidencia. De acuerdo con la Constituci�n, la Presidencia la ocup� Manuel de la Pe�a y Pe�a, presidente de la Suprema Corte de Justicia, y el gobierno se traslad� a Quer�taro.

Las jornadas del Valle de M�xico fueron costosas para los invasores al causarles dos mil setecientas tres bajas. No conocemos las bajas mexicanas, pero adem�s de las muertes pes� sobre las conciencias el simbolismo, ya que ese a�o de 1847, el 16 de septiembre, aniversario del inicio de la Independencia, la bandera de las barras y las estrellas ondeaba en el Palacio Nacional.

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