VIII. LAS GRANDES APLICACIONES OCEÁNICAS DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX
EN EL
sigloXVIII
se siguieron realizando expediciones por los diferentes mares del mundo, en cada una de las cuales se adquirían nuevos conocimientos oceanográficos. En 1773 el capitán John Phipps, a bordo del barco británico Racehorse, efectuó sondeos en el océano y tuvo éxito más allá de la plataforma continental; logró bajar hasta una profundidad de 1 250 metros, una cuerda contrapesada que se hundió tres metros en el fondo, impregnándose de un "barro azul suave": la primera muestra de sedimentos recuperada de los océanos.El capitán Phipps también sujetó termómetros en la cuerda para tomar la temperatura de las aguas profundas, aunque esto no era nada nuevo, ya que en 1749 el capitán Henry Ellis había hecho mediciones de temperatura a 1 280 y 1 650 metros de profundidad, demostrando con ello que en los abismos el agua está muy cercana al punto de congelación.
Entre 1778 y 1779, el capitán James Cook se dedicó a recopilar la mayor parte de la información oceanográfica existente. Con seguridad, esto propició que se despertara un interés por reconocer científicamente el mundo oceánico. Así, empezaron a efectuarse expediciones en diversos lugares del mundo, con el fin de hacer los estudios necesarios para conocer tanto a los seres vivos como las características de las aguas oceánicas.
En 1831, J.S. Henslow propuso a Charles Darwin participar en un viaje de circunnavegación a bordo del Beagle buque de la marina real inglesa al mando del capitán R. Fitzroy, en calidad de naturalista, puesto que así podía coleccionar, observar y anotar todo lo que fuera digno de ello.
Darwin se entusiasmó con tal propuesta. Después de dos intentos por zarpar, debido al mal tiempo, el Beagle emprendió por fin su viaje de investigación el 27 de diciembre de 1831. La travesía, prevista para dos años, duró sin embargo cuatro años y nueve meses. El Beagle regresó a su punto de partida en octubre de 1836.
Durante ese tiempo Darwin visitó, principalmente, Tenerife y Cabo Verde; las costas de Brasil, Uruguay, Argentina, Tierra de Fuego y Chile; el archipiélago de las Galápagos, Tahití, Nueva Zelanda, Tasmania y las islas Maldivas, Mauricio, Santa Elena, Ascención y Azores.
Estos recorridos le permitieron recoger un abundante y variadísimo material, así como realizar observaciones, fundamentalmente de la fauna y flora, tanto actual como fósil, al igual que estudios sobre geología y mineralogía. Todo esto constituyó la base de su ulterior actividad científica, cuyos resultados significaron una aportación para la oceanografía, la biología y la ciencia en general.
Entre 1839 y 1843, los barcos Erebus y Terror exploraron el Océano Antártico bajo las órdenes de sir James Ross, de la Armada Real Británica. Estas expediciones fueron muy importantes, pues se sondearon las grandes profundidades, de donde se obtuvieron varios ejemplares biológicos. Se considera que tales estudios son los primeros que se efectuaron en las zonas mencionadas.
En 1841, el naturalista inglés Edward Forbes llevó a cabo su quinta expedición científica en el océano a bordo del barco explorador Beacon. Forbes coleccionó ejemplares marinos en el este del Mediterráneo y, después de estudiar sus descubrimientos por más de un año, en 1843 anunció que en ese lugar había identificado ocho zonas, cada una con sus propias especies de plantas y animales.
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Afirmó que mientras más profunda era el agua, era menor el número de especies que podían encontrarse, y que a profundidades de más de 300 brazas debía existir una zona azoica, es decir, carente de vida. Posteriormente, se comprobó que la vida animal era abundante a 400 brazas de profundidad.
Forbes también estudió los organismos marinos contemporáneos colectados en diversos mares del mundo; además se le considera pionero de la biología marina moderna y uno de los fundadores de la oceanografía biológica.
Cuando demostró que el abismo contenía en realidad seres vivientes, se abrió un nuevo campo de investigación, puesto que los hombres de ciencia no comprendían el hecho de que existiera vida en un lugar carente de luz y calor.
En 1862, Charles Wyville Thomson, joven escocés discípulo de Forbes, sugirió al gobierno inglés que patrocinara una expedición para investigar las profundidades submarinas. Seis años después, en 1868, se puso a su disposición un pequeño bajel, el Lightning, en el cual hizo un viaje de dos meses por el lado oeste del Atlántico, donde obtuvo animales en zonas situadas a 1 700 metros de profundidad. Al año siguiente usó un barco más grande, el Porcupine, desde donde introdujo dragas a casi cinco kilómetros de profundidad; del abismo sacó un gran número de animales: cangrejos, gusanos, calamares, pulpos y peces que nunca se habían visto.
El éxito de las expediciones del Lightning y del Porcupine, así como el creciente interés por las profundidades del mar y biología, llevó a la preparación del primer viaje, con objetivos exclusivamente de investigación oceanográfica: el del barco corbeta Challenger, de 2 300 toneladas, equipado con velas y con un motor auxiliar de motor. Lo capitaneaba Georges S. Nares, y Wyville Thomson encabezaba al personal científico de la expedición, que salió de Inglaterra en 1872 para empezar su viaje alrededor del mundo.
El barco contaba con dos laboratorios, uno de química y otro de biología, equipados con los instrumentos más modernos de su época. También tenía una biblioteca, en la que se reunió la mayor parte de las publicaciones existentes sobre el mar.
Durante los casi cuatro años que duró el viaje (7 de diciembre de 1872-26 de mayo de 1876) el Challenger navegó 127 600 kilómetros. Recorrió el Atlántico de ida y vuelta y, en virtud de que permaneció gran parte de ese tiempo en altamar exactamente 727 días, su travesía constituyó la expedición científica más prolongada hasta entonces.
Los científicos del Challenger trabajaron en 362 estaciones que reunieron muestras biológicas de agua y del lodo del fondo, y registraron las temperaturas a diferentes profundidades.
La cuestión más interesante del trabajo fue que en esas zonas se recogió una multitud de seres extraordinarios, y a veces grotescos, así como millares de especies desconocidas, probándose que los abismos están habitados.
Después del regreso del Challenger, Thomson y sus colegas ordenaron los descubrimientos científicos hechos durante el viaje para publicarlos. Los resultados de los mismos se reunieron en 50 grandes volúmenes, editados por el gobierno británico, en los cuales se describieron 4 717 especies marinas nuevas, además de datos físicos del océano. Esta obra constituye uno de los mejores aportes de una expedición científica marina, pues proporcionó bases sólidas para crear la oceanografía como ciencia.
Ese trabajo puso en relieve que, para comprender integralmente la vida existente en el mar, es esencial tener un conocimiento exacto de las condiciones físicas del océano. Desde entonces, la oceanografía se ha desarrollado de una manera que ha puesto en evidencia la relación entre las ciencias biológicas y físicas. Algunos autores consideran a Matthew Fontaine Maury como el fundador de la oceanografía física.
Después de la del Challenger hubo otras exploraciones semejantes, como la del vapor Tuscarora, perteneciente a Estados Unidos de América y cuyo personal científico investigó el fondo del Océano Pacífico. Con las muestras de los fondos marinos tomadas del Challenger y otros barcos, sir John Murray realizó los estudios que fueron la base de la oceanografía geológica.
Estas travesías fueron patrocinadas por los gobiernos y, en ocasiones, por empresas privadas de científicos acaudalados, entre los que destaca Alexander Agassiz (1835-1910), ingeniero de minas que usó buena parte de su fortuna para estudiar el mar. Valiéndose de sus conocimientos de ingeniería, Agassiz diseñó y perfeccionó aparatos de investigación oceánica; por ejemplo, elaboró redes muy especiales y equipo de muestreo que, en algunos casos, siguen empleándose en la actualidad.
Agassiz se interesó particularmente en la geología marina y su aplicación en la minería. Realizó extensos estudios sobre los sedimentos del fondo del Océano Pacífico y sobre la topografía submarina del Caribe.
Otro oceanógrafo acaudalado del siglo
XIX
fue el príncipe Alberto I de Mónaco (1848-1922), cuyas investigaciones realizadas durante una serie de viajes a bordo de barcos generalmente bien equipados contribuyeron con muchos datos nuevos al conocimiento de la biología marina. Utilizando botellas que dejaba a la deriva, este monarca aportó información sobre la dirección de las corrientes oceánicas y, junto con renombrados cartógrafos, trazó el primer mapa batimétrico de los océanos.En 1885 efectuó numerosas campañas oceanográficas por el Mediterráneo, a bordo de su yate Hirondelle, y más tarde empleó yates más grandes, como el Princesse Alice y Princesse Alice II, de los cuales fue capitán y científico.
El príncipe Alberto se preocupó además por el uso de los conocimientos oceanográficos en torno a la pesca: creó métodos para lograr una mejor captura de peces, como un sistema de luces eléctricas submarinas para atraer también a otro tipo de especies.
No satisfecho con todo esto, hizo construir el magnífico y famoso Museo Oceanográfico de Mónaco, en el cual instaló un extraordinario acuario. Fundó otras instituciones científicas, como el Instituto de Oceanografía de París, y contribuyó a la formación del de la Sorbona de París.
A finales del siglo
XIX
, las expediciones continuaron. Las de más éxito fueron realizadas por los barcos franceses Travailleur y Talisman, que navegaron por el Mediterráneo y el oriente del Atlántico, desde 1880 hasta 1883. Cada barco era un laboratorio flotante: llevaba personal científico y estaba equipado para examinar y registrar todo lo que recogía del océano.Uno de los mayores servicios prestados a la oceanografía de esta época fueron los de C.R. Dittmar, quien definió las principales sales que forman el agua del mar, iniciando con esto, propiamente, la oceanografía química.
A partir de los trabajos del siglo
XIX
se consolidó la oceanografía como ciencia, con sus cuatro ramas fundamentales: la biológica, la física, la geología y la química. También se desarrolló una tecnología que permitió construir el equipo para obtener y registrar las muestras marinas. Gracias a esto, el establecimiento de laboratorios costeros donde se analizaban los conocimientos sobre el mar cobró gran ímpetu.La rápida evolución de la actividad pesquera, ocasionada por la aparición de los barcos de vapor y de las redes de arrastre a finales de esta época, hizo necesario el hecho de iniciar investigaciones oceanográficas sistemáticas que apoyaran a esta actividad, con el fin de que las capturas se hicieran de manera racional y dieran pie a la organización de instituciones cuyo objetivo fuera el de aportar la mayor información relacionada con este problema, como es el caso de la Cámara de Pesquerías Escocesas, la Comisión de Pesca de Estados Unidos y el Congreso Internacional para la Exploración del Mar, creado este último por el rey de Suecia en 1901. Todo esto fue el inicio de la investigación pesquera.
La gran actividad en este periodo de la oceanografía no fue uniforme, pero se trabajó para establecer las bases de la oceanografía actual y, sobre todo, para fundar las ciencias del mar.
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