IX. LA ERA ACTUAL. SIGLO XX
EL SIGLO XIX
presenció, como se ha visto, el nacimiento de la oceanografía y de la organización de las grandes expediciones científicas: Darwin viajó a bordo del Beagle, Wyville Thomson en el Challenger, y el príncipe Alberto I de Mónaco en sus propias embarcaciones. A raíz de estos viajes se inventaron rudimentarios, aunque ingeniosos instrumentos, que poco a poco fueron revelando los hechos esenciales de las manifestaciones oceánicas.En el siglo
XX
, evidentemente, las investigaciones oceanográficas se han intensificado, y los centros de investigación en la materia han proliferado. Por ello, la oceanografía es una ciencia con amplio futuro y presenta un desarrollo constante.A partir de 1911, los estudios del océano empezaron a ser más complejos, pues se contaba con novedosos equipos: termómetros de inmersión para tomar temperatura en aguas profundas; nuevos métodos para determinar la salinidad del agua con gran exactitud y, sobre todo, se utilizaba la técnica de Fessenden, que consistía en propagar las ondas sonoras en el mar para conocer las profundidades oceánicas.
Lo anterior dio la pauta para que los alemanes entre 1925 y 1927, cuando el buque de investigación Meteor concentró datos exactos de 14 secciones del Océano Atlántico sur reconocieran las profundidades con la ecosonda, aparato electrónico de alta precisión. Así pues, luego de analizar 70 mil muestras obtenidas de dichas profundidades, descubrieron que los grandes fondos del océano no son planos, sino que presentan montañas y valles, mesetas y cañones.
Después de la expedición del Meteor, los ingleses exploraron el Océano Antártico entre 1925 y 1934 en el Discovery. Ahí estudiaron la distribución de las temperaturas, la salinidad y la abundancia del plancton en las diferentes estaciones del año. En especial, analizaron un pequeño animal llamado krill, que forma parte del plancton y que es el alimento de las ballenas.
Una nueva expedición oceanográfica se efectuó alrededor del mundo la primera desde el viaje del Challenger . Esta fue patrocinada en 1928 por la Fundación Carlsberg de Dinamarca, y fue dirigida por el oceanógrafo danés Johannes Schmidt, quien, a bordo del barco Dana II, descubrió que el mar de los Sargazos es el sitio de desove y cría de las anguilas europeas de agua dulce.
Muchos países intensificaron su actividad en la investigación oceánica. El científico alemán Wñst, quien participó en los trabajos del Meteor, denominó al periodo de 1925 a 1940 "era de las investigaciones nacionales sistemáticas y dinámicas de los océanos".
Durante la segunda Guerra Mundial, el interés por el estudio de los océanos se enriqueció asombrosamente pero con fines bélicos. Después de esta guerra, las expediciones con objetivos científicos se multiplicaron, y la oceanografía tuvo un nuevo auge.
En 1947, los suecos emprendieron el tercer viaje oceanográfico alrededor del mundo en el barco Albatross, con el fin de estudiar la vida submarina de las grandes profundidades. Durante esta travesía colectaron muestras de organismos que se hallaban a 7 300 metros en el declive oriental de la Trinchera de Puerto Rico.
En 1950, los daneses llevaron a cabo una expedición en el barco científico Galathea; su objetivo principal era capturar organismos en las hendiduras del fondo océanico, y en las profundas trincheras. Puesto que ya se había intentado, con muy pocos resultados, recoger seres vivos a 6 000 metros, los investigadores del Galathea esperaban ser los primeros en encontrar vida a más de 9 000. En el Océano Pacífico, sobre la Trinchera Filipina, lograron arrastrar sus redes en un fondo de 10 000 metros de profundidad, de donde extrajeron una inesperada y rica variedad de animales: anémonas, holoturias, bivalvos, anfípodos y anélidos. Este constituyó el rastreo más profundo de entonces.
El barco oceanográfico Challenger, bautizado con el nombre de su predecesor del siglo
XIX
, se dirigió en 1952 al sur de Japón, sobre la Trinchera de las Marianas, y empleó el moderno método de sonda de eco para medir su profundidad. Este sistema consiste en producir explosiones dentro del océano, a fin de que el tiempo que emplean los ecos de las mismas para llegar a los instrumentos de la superficie permitan calcular las profundidades marinas.Actualmente, los barcos oceanográficos están equipados con instrumentos de ese tipo, con los cuales se pueden hacer registros continuos del fondo marino. Las máquinas de dragado se han perfeccionado, y facilitan a los oceanógrafos el rastreo horizontal, vertical o inclinado, con el apoyo de finas redes de seda, para colectar ejemplares submarinos. Los termómetros y los instrumentos de muestreo de agua son más precisos. El proceso de la metodología oceánica es cada vez más rápido con la utilización de cámaras y aparatos de telemetría en todas las profundidades.
Las ciencias marinas se extendieron rápidamente a todo el mundo. Hubo varias expediciones mundiales, pero el fruto más importante fue la elaboración de nuevas técnicas físicas, geofísicas, biológicas y químicas, así como la formulación gradual de teorías más exactas.
Con el objeto de estudiar todas las muestras obtenidas en las exploraciones oceánicas, los diferentes países crearon varios centros de investigación, entre los que destacan el Instituto Scripps de Oceanografía y el Instituto Oceanográfico de Woods Hole, de Estados Unidos; el Instituto Federal de Investigación Pesquera, de Alemania; el Centro Oceanográfico de Moscú, de Rusia; el Instituto Español de Oceanografía, de España; el Centro de Investigación Pesquera, de Japón, y el Instituto de Ciencias del Mar y Limnología, de México, entre otros.
También nacieron varias agrupaciones internacionales coordinadoras de las ciencias marinas, como el Consejo Internacional de Asociaciones Científicas, que tiene un Comité Especial de Investigaciones Oceanográficas encargado de coordinar el trabajo de las diferentes disciplinas científicas interesadas en la investigación marina, y la Comisión Oceanográfica Intergubernamental, compuesta por gobiernos que toman parte activa en programas conjuntos con el patrocinio de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Estas instituciones, además de coordinar, apoyan económicamente a la investigación oceanográfica.
En los últimos años, los científicos marinos han considerado que el hecho de permanecer en la superficie del mar a bordo de un barco y arrojar largos cables al agua para obtener informes de lo que pudiera haber en el fondo es una forma anticuada de efectuar investigaciones. Ahora prefieren descender en persona a las diferentes profundidades, e incluso han podido llegar hasta las trincheras más profundas para estudiar el mundo submarino.
Estas ideas, que pueden parecer modernas, inquietaron al hombre desde épocas remotas. Por ejemplo, en la Edad Media se inventaron las primeras campanas y trajes de buzo, que se comunicaban con la superficie a través de tubos o mangueras para conseguir aire. De esta forma se podía estar por más tiempo dentro del agua.
En el siglo
XIX
se lograron grandes avances en el diseño de equipos para buzos, lo cual hizo posible que éstos pudieran caminar con seguridad a considerables profundidades. Sin embargo, ante la necesidad de hacer estudios en zonas más profundas, donde la presión del agua afectaría a cualquier tipo de buzo, fue preciso construir naves de acero que pudieran resistir esas terribles fuerzas.El hombre de nuestro siglo, protegido por corazas de ese metal, ha conquistado el fondo océanico. William Beebe, director de la Sección de Estudios Tropicales de la Sociedad Zoológica de Nueva York, fue quien inició los trabajos de construcción de estos vehículos, con los que se puede llegar a las profundidades.
Asociado con el ingeniero Otis Barton, Beebe diseñó una gruesa esfera de acero que tenía tres ventanillas de observación y donde cabía un hombre sentado. La llamó batisfera, palabra que proviene de la voz griega bathis que significa profundidad.
En la década de los años veinte, Beebe recorrió el Atlántico con su barco Arcturus, equipado para efectuar investigaciones oceanográficas. A este hombre le impacientaba tener que conocer las maravillas del mar desde la superficie, pero se liberó de esta inquietud cuando pudo penetrar en el océano con su batiesfera.
Esta cápsula medía 1.38 metros de diámetro, tenía tres pequeñas aberturas en uno de sus lados, y en el opuesto contaba con una más, de 45 centímetros de diámetro. Su peso total era de 2 450 kilogramos y llevaba su propio suministro de aire, así como cables eléctricos y telefónicos. Se bajaban desde el barco por medio de un cable de acero de dos centímetros de diámetro, y como profundidad máxima de trabajo pudo alcanzar 923 metros, marca que no fue superada sino 15 años después.
La primera inmersión en batisfera, que se realizó en junio de 1930 en un lugar ubicado a 10 millas de las Bermudas, logró situarse a 240 metros. Mientras descendían, los investigadores pudieron conocer una serie de fenómenos que no habían sido descritos para la ciencia. Observaron los extraños efectos del color a diferentes profundidades. Por ejemplo, a 110 metros las cosas se veían verdes y azules, y más abajo dominaba sólo el color violeta.
Este grupo científico definió por primera vez la rara fauna abisal y la manera como se comporta en su propio ambiente.
No obstante, el hecho de que la batisfera estuviera unida al barco por un cable representaba una gran limitación, pues su alcance dependía precisamente de la longitud del cable utilizado, que en caso de romperse dejaría al aparato sin posibilidades de regresar a la superficie.
Auguste Piccard, ingeniero suizo asociado con la exploración de las profundidades del mar y de los confines del espacio, fue el inventor del batiscafo, o barco de las profundidades, conformado por una cabina resistente a la presión y sujeta a un flotador lleno de gasolina, que es más liviana que el agua. Para bajar, el tripulante del batiscafo debía sujetar pesas a su cabina, y para subir debía soltarlas. Además, la flotabilidad natural de la gasolina podía llevarlo a la superficie. Este sistema era igual al de un globo estratosférico, pero a la inversa.
La idea de Piccard se empezó a poner en práctica en 1948, con el patrocinio de la Fundación Belga de Investigaciones Científicas, cuyas iniciales en inglés son FNRS. Se construyó entonces el batiscafo FNRS-2, que después se transformó en el FNRS-3, cuya máxima inmersión alcanzó 4 050 metros en 1954, año en que estos aparatos dejaron de utilizarse para establecer marcas de descenso y se convirtieron en vehículos para estudios científicos.
En Italia se comenzó a construir otro batiscafo, el Trieste que fue terminado en 1953. En enero de 1960, esta nave descendió a una distancia jamás alcanzada, puesto que en el abismo Challenger, la parte más profunda de la Trinchera de las Marianas, tocó fondo a más de 11 kilómetros de profundidad. Ahí se hicieron observaciones de las características de los organismos, así como de los aspectos físicos del océano. Este hecho fue considerado uno de los triunfos más asombrosos de esos años.
Aunque los batiscafos ofrecían la ventaja de desplazarse hacia el fondo o a la superficie, tenían aún este problema: no podían avanzar ni retroceder. Así nació la idea de planear uno que poseyera tales características. Fue el científico Jacques Cousteau quien diseñó y construyó el "platillo sumergible" Denise, uno de los batiscafos más fáciles de maniobrar. Su primera inmersión fue en el golfo de Lyon, en 1957, y desde entonces ha cumplido varias misiones de exploración que han aportado importantes datos para las ciencias del mar.
El Departamento de Marina de los Estados Unidos creó en 1965 el submarino autónomo Alvin, que puede permanecer sumergido a más de 1 800 metros durante 24 horas y es capaz de explorar una extensión de 25 kilómetros en el fondo. Con este vehículo se han estudiado las chimeneas del Océano Pacífico mexicano.
Posteriormente, la tecnología estadounidense perfeccionó y creó otro sumergible, el Aluminaut, que ya utiliza el sistema de navegación de un submarino tradicional, y que fue construido para cumplir principalmente misiones científicas. Puede descender hasta 4 570 metros, y ha sido empleado para buscar valiosos depósitos de metal en el océano.
Con el desarrollo de esta tecnología se ha establecido una nueva era, en la cual el hombre trata de permanecer cada vez más tiempo en el fondo del mar a fin de realizar diversos tipos de trabajo. Así como en tierra se han construido centros de investigación para procesar muestras, en el mar funcionan ya laboratorios tripulados que pueden fijarse en el fondo por periodos de varias semanas a profundidades de entre 100 y 500 metros.
Dentro de esos laboratorios laboran buzos especializados, llamados oceanautas en Francia y acuanautas en los Estados Unidos, quienes respiran ahí una mezcla de helio y oxígeno que es más liviana que el aire. Estos buzos trabajan fuera de la estación en actividades de investigación, pero regresan después a su base para alimentarse, descansar y dormir.
Uno de los científicos que propusieron este tipo de instalaciones fue el doctor George Bond, de la marina de los Estados Unidos, quien diseñó los laboratorios llamados Sealab, cuya técnica fue desarrollada en Francia por el grupo de Cousteau con la creación del Conshelf, estación móvil, autónoma y capaz de navegar varios cientos de millas desde el puerto sin necesidad de una embarcación auxiliar. Este laboratorio puede posarse durante una semana en el fondo del océano a una profundidad de 600 metros.
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El estudio de los océanos a lo largo de la historia es una de las aventuras más fascinantes que la humanidad ha experimentado a través de su evolución. Mediante los trabajos de los científicos se han puesto al descubierto algunos de los secretos del océano. Sin embargo, la tarea apenas ha principiado, y será mucho más lo que se logre en los años venideros.
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