VI. SONDEO HISTORIOGR�FICO SOBRE LA ASTRONOM�A EN BAJA CALIFORNIA

DAVID PI�ERA

EL PRESENTE trabajo constituye una exploraci�n inicial —no exhaustiva— del tema, por lo que se limita a comentar algunos textos, especialmente de cronistas e historiadores, que al ocuparse de Baja California han hecho referencia a aspectos astron�micos.

Miguel Venegas en su obra Noticia de la California, escrita en 1793, al referirse a los ind�genas guaycuras que habitaban la regi�n de Loreto, en el sur de la pen�nsula, manifiesta textualmente que cre�an que "el sol, la luna y los luceros eran hombres y mujeres: que todas las noches ca�an al Mar de Poniente y se ve�an precisados a salir a nado por el oriente".1 Explica asimismo que "las otras estrellas eran lumbradas" que hacía en el cielo el Esp�ritu Visitador de Guyiangui, enviado por Gumongo, Esp�ritu Principal. Agrega que aunque esas lumbradas "se apagaban con el agua del mar; despu�s las volv�a a encender [Guyiangui] por el Oriente".2 Informa tambi�n que los ind�genas de la isla de la Trinidad ten�an una especie de Dec�logo, en el que figuraba como sexto mandamiento "que no mirasen a las Cabrillas del Cielo, porque el mirarlas acarreaba muchas desdichas e infelicidades".3

 


   


Figura 1. Portada y primera p�gina de una reimpresi�n de la obra de Miguel Venegas sobre California.


En la Historia natural y cr�nica de la antigua California, concluida por Miguel del Barco hacia 1780,4 encontramos que los ind�genas cochim�es, del norte de la pen�nsula, empleaban la palabra meyib� para nombrar el a�o entero. El mismo vocablo utilizaban para referirse a una de las seis partes en que divid�an el a�o. Meyib� era la temporada de pitahayas y por lo tanto la m�s alegre y apreciable. La segunda era amad�-app�, temporada de tunas y pitahayas agridulces; la tercera, amad�-app�-gall�; la cuarta meyihel de fr�o intenso; la quinta, meyib�n y la sexta, meyib�n-maay�, que era la de hambre y escasez.5

El doctor William More Gabb en su vocabulario publicado en 1877,6 incluye las siguientes palabras empleadas por los cochim�es, para referirse a cuerpos celestes y otros fen�menos meteorol�gicos: ib�: Sol; kaglimb�k: Luna; amig�: estrella; meyib�: d�a; canall�: noche; goilamibil: ma�ana; masib�n: primavera; mesb�: verano.

Para finalizar nuestras referencias a los ind�genas, mencionemos los "Textos para la etnohistoria en la frontera dominicana de Baja California", elaborados por Mauricio Mixco.7 Tales textos son producto de la investigaci�n realizada recientemente por el autor en la comunidad paipai de Santa Catarina, ubicada junto a la Sierra de Ju�rez y al norte de donde se fund� la Misi�n de San Pedro M�rtir. En la traducci�n libre de uno de los textos encontramos esta idea cosmog�nica paipai: "1. Metip� cre� esta tierra... 7. Las estrellas, el Sol, esta luna, todo lo cre�. " 8

Ahora ubiqu�monos en el siglo XVII, en el que tanto la Corona espa�ola como particulares organizaron una serie de expediciones con el prop�sito de establecerse en la lejana California. Casi todos esos esfuerzos resultaron in�tiles. Inclusive se ten�a una idea muy imprecisa de California, pues hab�a unos que opinaban que era pen�nsula, mientras otros afirmaban que era isla. Justamente cuando se debat�an tales cuestiones, arriba a Nueva Espa�a el jesuita Eusebio Francisco Kino, quien lleg� de Europa en 1681, con una amplia formaci�n en cosmograf�a 9. Obviamente le interes� la cuesti�n de la peninsularidad o insularidad de la California, de tal manera que en su diario leemos al respecto lo siguiente:

En la insigne Universidad de Ingolstad de Baviera imprimi� en mi tiempo un muy curioso mapa universal de todo el mundo terr�queo mi Padre maestro de matem�ticas, el P. Adamo Aigenler. [...] Este mapa, que lo truxe conmigo a las Indias, [...] pone muy bien la California, no isla, sino penisla [...] En esta creencia que la California era penisla y no isla, vine a estas Indias occidentales. Y ass� que llegu� a M�xico por el P. provincial Bernardo Pardo fui se�alado por missionero y cosm�grafo y rector de la California y procurando salir de las dudas que havia en las materias, mud� de parecer [...] porque otros muchos mapas y los m�s principales cosm�grafos modernos de Alemania, Flandes. Italia, Francia, etc., dec�an [...] que la California era isla [...], porque las muchas corrientes de norte a sur que experiment� en las navegaciones que hize en el brazo de California eran tan continuadas y a veces tan vehementes que parec�a se comunicaba esta mar con la del norte; y me inclin� a que la California era isla, y por tal la dibuj� en algunos de mis mapas. Pero ahora, ya gracias a su Divina majestad, con varias y en particular con tres entradas de 150, de 170 y de 200 leguas que de aqu� de Nuestra Se�ora de los Dolores en la actual Sonora al nortueste he hecho, he descubierto con toda individualidad, certidumbre y evidencia, con la abuja de marear y astrolabio en la mano, que la California no es isla sino penisla o istmo y que en 32 grados de altura ay passo por tierra a dicha California [...]


Advi�rtase c�mo la cosmograf�a o astronom�a descriptiva hizo as� una importante contribuci�n para llegar a tener un conocimiento preciso de la posici�n de California en el globo terr�queo y de su verdadera conformaci�n geogr�fica. Advi�rtase asimismo c�mo para ello se hizo uso de la "abuja de marear o br�jula, indispensable en la navegaci�n astron�mica de la �poca; se emple� tambi�n el astrolabio, antiguo instrumento en el que estaba representada la esfera del firmamento y que se utilizaba para observar las alturas, situaci�n y movimientos de los astros.








Figura 2.
Mapa antiguo de la Nueva Espa�a donde se representa a California como isla.

En el mismo diario de Kino encontramos este otro interesante fragmento:


Saliendo de San Dionisio y junta de los r�os Colorado y Grande, a las 50 leguas de camino al sudueste, llegamos a la naci�n qu�quima y cutgana y hasta al desemboque de los referidos r�os [...] En 3 {de marzo de 1702}, a mediod�a, pessamos el sol con el astrolabio, y hall� 52 grados de altura de sol; que, a�adi�ndole los seis y medio de declinaci�n austral que esse d�a ten�a, eran 58 grados y medio; y el cumplimiento de 90 grados son 31 grados y medio y esta era la altura de polo o latitud geogr�fica en que nos hall�vamos. [...]


Vemos aqu� c�mo tomando en cuenta la posici�n del Sol determinaron la distancia a que se encontraban del ecuador, estableciendo as� la latitud de la desembocadura del r�o Colorado, en la parte norte de California. Aqu� observamos de nuevo la aplicaci�n de los conocimientos astron�micos de la �poca y el empleo del astrolabio, antecesor del sextante.

Refir�monos ahora a otro asunto en el que Kino no fue tan afortunado como en la cuesti�n de la peninsularidad de California. Nos referimos a la pol�mica que tuvo con don Carlos de Sig�enza y G�ngora sobre si los cometas pod�an tener o no efectos perniciosos para los hombres. Esta pol�mica se dio en la ciudad de M�xico y podr�a pensarse que no tuvo ninguna relaci�n con California, pero creemos que hay base para pensar que s� la hubo, seg�n veremos enseguida. Como se sabe, Kino logr� interesar a do�a Mar�a Guadalupe Lancaster, duquesa de Aveiro, en la empresa de las misiones de California, de tal manera que ella aport� considerables fondos econ�micos para ese fin.10 Kino entr� en contacto con ella estando en Europa. Ya pr�ximo a embarcarse para la Nueva Espa�a le ennvi� algunas cartas en las que, entre otros asuntos, hace referencia a un cometa que en todo el mundo se vio a fines de 1680 y principios de 1681, meses en que est�n fechadas tales cartas.

En una de ellas Kino escribe a la duquesa que el cometa:


Significa y amenaza muchas fatalidades [...] muchas calamidades para la Europa, particularmente para tres o quatro reinos significa muchas esterilidades, hambre, tempestades, algunos temblores de la tierra, grandes alteraciones de los cuerpos humanos, discordias, guerras, muchas enfermedades, calenturas, peste, muertes de much�ssima gente y particularmente de algunas personas muy principales. Dios nuestro Se�or nos mire con ojos de piedad.11


En otra carta, como la anterior enviada de C�diz y en el mismo mes de enero de 1681, Kino reitera a la duquesa su opini�n de que el cometa es presagio "de considerables da�os, de m�ltiples y funestos sucesos, de improductividad de la tierra", etc�tera.12

Al llegar a la ciudad de M�xico, a mediados de ese a�o de 1681, se entera de que el tambi�n religioso Carlos de Sig�enza y G�ngora hac�a algunos meses hab�a publicado un folleto que intitul�: Manifiesto filos�fico contra los cometas despojados del imperio que ten�an sobre los t�midos ,13 en el que afirm� que carec�an de fundamentos los efectos perniciosos que se atribu�an a los cometas. Kino se sinti� obligado a refutar esto publicando r�pidamente un trabajo que intitul�: Exposici�n astron�mica de el cometa, que el a�o de 1680 por los meses de Noviembre y Diziembre, y este a�o de 1681 por los meses de Enero y Febrero, se ha visto en todo el mundo.14 En tal Exposici�n fundamentalmente sostuvo el mismo criterio que manifest� a la duquesa en las cartas antes mencionadas, con la circunstancia de que tuvo expresiones poco consideradas hacia Sig�enza y G�ngora. �ste, dolido en su amor propio de intelectual criollo, reacciona frente al europeo y elabora su c�lebre Libra astron�mica y filos�fica,15 que es una amplia y razonada r�plica a los argumentos de Kino. La opini�n general es que de la pol�mica sali� airoso Sig�enza y G�ngora.

 


Figura 3. Portada de la obra de Sig�enza y G�ngora donde rebate los puntos de vista que sobre el cometa de 1681 hab�a expresado Eugenio Kino.


Al respecto, Jos� Gaos ha dicho ( pp. XI-XII de la Presentaci�n) que la Libra... representa, en la historia de las ideas en M�xico, la transici�n de la Edad Media a la Edad Moderna; 16 el paso de la concepci�n "astrol�gica" de los cometas a la moderna concepci�n "astron�mica" de ellos.17 Cabe agregar que en su tiempo la pol�mica tuvo resonancia m�s all� de los l�mites de la Nueva Espa�a, por lo que suponemos que esto preocup� a Kino, ante el temor de que el caso pudiera da�ar el concepto que de �l y de sus conocimientos astron�micos ten�a la duquesa de Aveiro. Sobre todo lo que pod�a afectar en la disposici�n de �sta a patrocinar la causa de las misiones de California, que tanto significaban en el coraz�n de Kino. Creemos que hay indicios de que tuvo tal preocupaci�n. Por ejemplo, camino a California, en junio de 1682, escribe a la duquesa dici�ndole que le remiti� cien ejemplares de su referida Exposici�n astron�mica de el cometa18 Al a�o siguiente —en el que estuvo tanto en California como en Sinaloa— le escribe otra carta en la que menciona tambi�n al cometa, manifestando textualmente que "por ac� no hemos dexado de ver y experimentar muchos effectos suyos".19 En fin, apuntamos este esbozo de hip�tesis con el �nimo de ver si los especialistas —que conocen bien de la materia— estiman pertinente ahondar en el asunto.

Ahora nos ocuparemos de un acontecimiento que atrajo sobre Baja California la atenci�n de la comunidad cient�fica europea. Me refiero a la observaci�n del tr�nsito de Venus por el disco solar, realizado en el extremo sur de la pen�nsula, el 3 de junio de 1769, por la expedici�n franco-espa�ola que encabez� el abate Chappe d'Auteroche.*

La periodicidad del fen�meno es muy peculiar, pues hay un largo intervalo de m�s de cien a�os, seguido de uno corto de ocho y luego otro de m�s de un siglo. As� vemos que ha habido tr�nsitos de Venus por el disco solar en 1631 y 1639, 1761 y 1769, 1874 y 1882, y los pr�ximos ser�n en 2004 y 2012.20 Por ello se entiende que el fen�meno era largamente esperado por los astr�nomos y su llegada causaba gran expectaci�n. Cabe agregar que en el siglo XVIII —en el que hay que ubicarnos— se dio la circunstancia de que las observaciones que se realizaron en el tr�nsito de 1761 no fueron satisfactorias por razones que yo no alcanzo a comprender, de tal manera que el tr�nsito que se repetir�a en 1769 era la �ltima oportunidad de observar el fen�meno que ten�a la generaci�n de astr�nomos de ese entonces, pues para que se diera de nuevo tendr�an que transcurir m�s de cien a�os.

As� las cosas, al aproximarse el tr�nsito de 1769, la Sociedad Real de Londres solicit� autorizaci�n al rey Carlos III de Espa�a para enviar un astr�nomo ingl�s que lo observara en la Nueva Espa�a, que por su ubicaci�n geogr�fica se consideraba id�nea para ello. Debido a la situaci�n internacional de la �poca y por cuestiones de tipo pol�tico y militar, la autorizaci�n fue negada.21

Por otra parte, el gobierno de Espa�a invit� a la Real Academia de Ciencias de Francia a que enviara para el fin de referencia a un astr�nomo franc�s, que integrar�a una expedici�n junto con elementos espa�oles. La Real Academia design� al distinguido astr�nomo abate Chappe d'Auteroche, quien contaba con la experiencia de haber participado en la observaci�n de 1761, para la cual hab�a hecho un largo y penoso recorrido, de Par�s hasta Siberia.22

Con suficiente anticipaci�n, Chappe se hizo a la mar para cumplir su nueva misi�n cient�fica, de la cual tenemos informaci�n por el relato que al respecto escribi� y que posteriormente se publicara bajo el título deViaje a California para la observaci�n del paso de Venus por el disco del Sol el 3 de junio de 1769.

A prop�sito hay que mencionar que s�lo existen la edici�n que se hizo en franc�s en 1772 23 y la traducci�n al ingl�s de 1778, 24 reeditada en 1973. Al no haber traducci�n al espa�ol, debemos subsanar esta grave omisi�n dado que se refiere expresamente a Baja California.

 



Figura 4. Portada de la obra publicada por Cassini con los datos consignados por el abate Chappe sobre su viaje a California. Debido a que la Corona espa�ola guardaba celosamente todo lo relativo a sus colonias, esta obra result� una buena fuente de informaci�n sobre la Nueva Espa�a y en particular sobre la California. Tan s�lo seis a�os despues de haber aparecido la obra original en franc�s, fue traducida al ingl�s.


Acompa�aron a Chappe en la expedici�n Jean Pauly, ingeniero y ge�grafo del rey de Francia; Mexander Jean Noel, dibujante; Dubois, experto en la compostura de aparatos astron�micos, y un sirviente de Chappe. Los comisionados espa�oles fueron los astr�nomos Vicente de Doz y Salvador de Medina, quienes adem�s deber�an vigilar a los franceses, pues la Corona espa�ola siempre evit� celosamente que los extranjeros penetraran a sus dominios americanos, de tal manera que �sa era la primera autorizaci�n que daba para que entrara una expedici�n cient�fica extranjera.25

El texto de Chappe relata con mucha vivacidad una serie de peripecias que les ocurrieron en el largo trayecto —de casi cinco meses— que tuvieron que hacer para llegar a su destino. Se embarcaron en C�diz el 21 de diciembre de 1768 y tras una azarosa navegaci�n llegaron a Veracruz. El recorrido por tierra, de ah� hasta el puerto de San Blas, en el Oc�ano Pac�fico, abund� en incomodidades y contratiempos, as� como la navegaci�n hacia la punta de la pen�nsula de California, adonde por fin arribaron el 19 de mayo de 1769.26 A pesar de todo, llegaban oportunamente para cumplir su cometido. Por ello Chappe expresa textualmente: "Sent� un torrente de gozo y satisfacci�n, imposible de expresar[...]".27

Pero pronto se enteraron de que en San Jos� del Cabo hab�a una maligna epidemia, que caus� la muerte a m�s de tres cuartas partes de la poblaci�n, por lo que fueron advertidos de que deber�an alejarse. Chappe se opuso a ello en virtud de que el cambio de sitio podr�a afectar los resultados de la observaci�n y permaneci� en el lugar; en donde el 3 de junio observ� el fen�meno con todo �xito. Esto le cost� la vida, pues a consecuencia de los v�mitos y fiebres de la epidemia muri�, a la edad de 47 a�os, siendo sepultados sus restos en suelo surcaliforniano. Tambi�n fallecieron en la expedici�n el astr�nomo espa�ol Medina y el t�cnico franc�s Dubois. Estos sucesos —tan representativos de la actitud ante la ciencia de los hombres del Siglo de las Luces— han despertado el inter�s de varios autores, de manera que hay una nutrida bibliograf�a, misma que nos concretamos a mencionar en la respectiva nota de pie de página.28 Aquí solamente nos referimos a un documento muy poco conocido, pues hasta donde sabemos, no lo cita ninguno de los autores que se han ocupado del tema. Se trata de la historia del viaje, escrita por Pauly, el ingeniero y ge�grafo, que fue uno de los supervivientes de la expedici�n. Su inter�s estriba en que complementa en algunos aspectos el texto de Chappe y adem�s informa de lo acontecido despu�s de la muerte de �ste. Por ejemplo, explica c�mo Pauly reuni� todos los documentos de la observaci�n astron�mica y despu�s de un largo viaje los entreg� a la Real Academia de Ciencias de Francia. En premio a su celo fue recibido por el rey Luis XV, quien le otorg� una pensi�n en reconocimiento a sus servicios. Una traducci�n al ingl�s del documento, manuscrita, est� en la Biblioteca de Berkeley, California, de donde obtuvimos copia, que cualquier interesado puede consultar,en el Archivo de Microfilm de nuestro Centro de Investigaciones Hist�ricas.29

Nos referiremos ahora a otro interesante personaje que est� vinculado a la expedici�n cient�fica que venimos mencionando: el ilustrado criollo don Joaqu�n Vel�zquez de Le�n, de quien se han ocupado en diversos trabajos Roberto Moreno de los Arcos e Iris Engstrand.

 



Figura 5. Portada del libro que sobre la vida cient�fica de Don Joaqu�n Vel�zquez de Le�n ha publicado el profesor Moreno de Arcos.

Vel�zquez de Le�n circunstancialmente se encontraba en el sur de Baja California cuando lleg� la expedici�n francoespa�ola. Ten�a all� aproximadamente un a�o, cumpliendo la comisi�n que recibiera en la ciudad de M�xico, su lugar de residencia, de parte del visitador don Jos� de G�lvez, para la b�squeda de minas y perfeccionamiento de su explotaci�n.30

En virtud de que cultivaba tambi�n la astronom�a y las matem�ticas se puso en contacto con Chappe, ofreci�ndole su colaboraci�n para los efectos de observar el tr�nsito de Venus. Acordaron que, para mayor seguridad, Chappe y dem�s miembros de la comitiva har�an la observaci�n en San Jos� del Cabo, mientras que Vel�zquez de Le�n lo har�a en el Real de Santa Ana, situado un poco hacia el norte, pues en esa forma tendr�an dos sitios de observaci�n.

Aunque Vel�zquez de Le�n ten�a a la mano instrumentos muy limitados, realiz� la observaci�n con �xito, de tal manera que cuando comunic� sus resultados a Chappe, �ste —seg�n consigna Humboldt en su Ensayo pol�tico sobre el Reino de la Nueva Espa�a— "qued� sorprendido de la armon�a que hab�a entre la observaci�n de Vel�zquez y la suya. Sin duda extra�� el encontrar en California a un mexicano que sin pertenecer a ninguna academia, ni haber salido jam�s de Nueva Espa�a, hac�a tanto como los acad�micos".31

Tales resultados pueden consultarse, en su versi�n latina, en el cap�tulo que Moreno de los Arcos dedica a la estancia de este personaje en la Baja California, en su obra Joaqu�n Vel�zquez de Le�n y sus trabajos cient�ficos sobre el valle de M�xico, 1773-1775.32 Tambi�n merecieron ser publicados en la edici�n francesa del viaje de Chappe.33

Cabe preguntarnos: �cu�l fue el fruto que en el fondo se tuvo con estas observaciones? Iris Engstrand, en su obra Royal Officer in Baja California, 1768-1770, Joaqu�n Vel�zquez de Le�n, nos informa que, una vez que se cotejaron en Europa estos resultados con los de otros astr�nomos que tambi�n observaron el fen�meno, se lleg� a determinar en 93 726 900 millas inglesas la distancia media que hay entre el Sol y la Tierra.34 Al respecto comenta Engstrand que tal c�lculo, realizado en el siglo XVIII, difiere muy poco de lo que sobre el particular tienen como v�lido los astr�nomos actuales.35

Hay otro aspecto importante de la labor cient�fica de Vel�zquez de Le�n en Baja California, y que Moreno de los Arcos menciona en su trabajo "Ilustraci�n y colonizaci�n civil" que pronto publicaremos en la obra Panorama hist�rico de Baja California, conmemorativa del XXV Aniversario de la Universidad Aut�noma de Baja California.* Desde que lleg� a la pen�nsula, Vel�zquez de Le�n se dedic� a hacer observaciones sobre la altura del Sol y las estrellas y de ello dibuj� la verdadera longitud y latitud de Santa Ana —sitio en el que resid�a—. Advirti� as� que en cuanto a Baja California estaban equivocados los mapas europeos m�s c�lebres, "con lo que cay� en cuenta" —nos dice Moreno de los Arcos— "que estaba parado m�s o menos a ochenta leguas de donde cre�a que estaba".36 De esto deriv� que el error abarcaba tambi�n la localizaci�n de toda la Nueva Espa�a, cosa que pudo corroborar cuando posteriormente regres� a la ciudad de M�xico.

Pasando ya al siglo XIX encontramos que en el Ensayo pol�tico sobre el Reino de la Nueva Espa�a, que Alexander von Humboldt public� en 1808, hay un entusiasta elogio para las excelencias de Baja California como asiento para las observaciones astron�micas. Pondera la serenidad de su cielo, libre de nubosidades, agregando que, por lo tanto, un astr�nomo no puede hallar una morada m�s propicia que esta tierra.37 Como vemos, parece que Humboldt vislumbr� que aqu� se establecer�a el observatorio astron�mico m�s importante sostenido �ntegramente por un pa�s de habla hispana.

NOTAS

1 Miguel Venegas, Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual, Editorial Layac, M�xico, 1943, pp. 90-91.

2 Ibid., pp. 90-91

3 Ibid., pp. 99-100.

4 Miguel del Barco, Historia natural y cr�nica de la antigua California, edici�n y estudio preliminar de Miguel Le�n-Portilla, Instituto de Investigaciones Hist�ricas, UNAM, M�xico, 1973.

5 Ibid., p. 186.

6 William More Gabb, "Vocabulary of the Kutcham, H'taan, Kiliwi and Cochimi", en A. S. Gatschet. Yuma Sprachstamm in Zeitschrift f�r Ethnologie,Berl�n, 1877, pp. 390-407.

7 Mauricio Mixco, "Textos para la etnohistoria en la frontera dominicana de Baja California", Tlalocan, revista del Instituto de Investigaciones Hist�ricas y del Instituto de Investigaciones Antropol�gicas, vol. VII, 1977, pp. 205-226.

8 Ibid., p.209.

9 Cfr. Ernest J. Burrus, Kino escribe a la duquesa, Madrid, Colecci�n Chimalistac. Ediciones Jos� Porr�a Turanzas, 1964. pp. 2-3.

10 Amplia informaci�n sobre el apoyo de la duquesa de Aveiro a las misiones californianas se encuentra en Kino escribe a la duquesa.

11 Ernest J. Burrus, op. cit., p. 41.

12 Ibid. p. 147.

13 Carlos de Sig�enza y G�ngora, Manifiesto filos�fico contra los cometas despojados del imperio que ten�an sobre los t�midos, pp. 10-17 de la Libra astron�mica, edici�n de la UNAM.

14 Ejemplares de este trabajo pueden ser consultados en la Biblioteca Nacional de M�xico y en la Huntington Library de San Marino, California, EUA.

15 Carlos de Sig�enza y G�ngora, Libra astron�mica y filos�fica, edici�n de Bernab� Navarro y presentaci�n de Jos� Gaos, Centro de Estudios Filos�ficos, UNAM, M�xico, 1959.

16 Ibid., p. XI de la Presentación

17 Ibid., p. XII.

18 Ernest J. Burrus, Kino escribe a la duquesa, pp. 178 -181.

19 Ibid., p.216.

* Para una explicaci�n de este fen�meno y su utilizaci�n en la determinaci�n de la distancia Sol-Tierra, v�ase el trabajo de M. A. Moreno en este mismo volumen, m�s adelante. (ponencia, VII)

20 Cornelia S, Smith, La saga del abate franc�s Juan Chappe d'Auteroche, La Paz, Baja California Sur, Gobierno del Territorio de Baja California Sur, 1974, p. 5.

21 Iris Wilson Engstrand, Royal Officer in Baja California, 1768-1770 Joaqu�n Vel�zquez de Le�n, Dawson's Book Shop, Los Angeles, 1976, p. 69.

22 Cornelia S. Smith, op. cit, p. 5.

23 Jean Baptiste Chappe d'Auteroche, Voyage en Californie pour l'Observation du Passage de V�nus sur le Disque du Soleil, le 3 Juin 1769, reeditada y publicada por M. de Cassini e hijos, Par�s: Chez Charles-Antoine Jombert, 1772.

24 Jean Baptiste Chappe d'Auteroche, A Voyage to California to Observe the Transit of Venus...with an Historical Description of the Author's Route through Mexico, reimpresi�n de 1778, edici�n en ingl�s: Richmond, Surry, Richmond Publishing Co., 1973.

25 Roberto Moreno de los Arcos, "Vel�zquez de Le�n y Baja California", conferencia dictada en Tijuana, Baja California, el 15 de julio de 1980, organizada por el Centro de Investigaciones Hist�ricas, NAM-UABCU.

26 Jean Baptiste Chappe d'Auleroche, A Voyage to California to Observe the Transit of Venus, p. 59.

27 Ibid. p.62.

28 Es una bibliograf�a muy amplia, por lo que s�lo mencionaremos las obras y trabajos que consideramos de m�s f�cil acceso: Angus Armitage, Chappe d'Auteroche. A Pathfinder for Astronomy", Annals of Science, X (diciembre, 1954), 277-293; Francisco de las Barras y de Arag�n, "Paso de Venus por el disco del Sol", Anales de la Univesidad Hispalense, X, n�m. 11 (1949), 25-53; James Ferguson, "The Transit of Venus", Philosophical Transactions of the Royal Society, LIII (Londres, 1764), 30; Roberto Moreno de los Arcos, "Los instrumentos cientificos del abate Chappe d'Auteroche", Anales de la Sociedad Mexicana de la Ciencia y Tecnolog�a, M�xico, vol. 4, 1974.

29 Cfr. Relaci�n de materiales del Archivo de Microfilm, Tijuana, Baja California, Centro de Investigaciones Hist�ricas, UNAM-UABC, 1979, p. 43 (entrada 359, rollo 34).

30 Roberto Moreno de los Arcos, Joaqu�n Vel�zquez de Le�n y sus trabajos cient�ficos sobre el valle de M�xico 1773-1775, UNAM, M�xico, 1977, p. 69.

31 Alexander von Humboldt, Ensayo pol�tico sobre el Reino de la Nueva Espa�a, estudio, preliminar, revisi�n del texto, cotejos, notas y anexos de Juan A. Ortega y Medina, Porr�a, M�xico, 1966, p. 82.

32 Es el cap�tulo 3, "El Viaje a la Baja California, 1768-l770" pp. 51-62.

33 Véase nota 23.

34 Iris Wilson Engstrand, op. cit., p. 92.

35 Ibid.

* Ya publicada.

36 P�gina 10 del manuscrito.

37 Alexander von Humboldt, op. cit., p. 82.

 

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