I. INICIOS DE LA COSMOLOG�A Y LA COSMOGON�A

�QU� es el Universo? �Tuvo principio y tendr� fin? �D�nde est�n las fronteras del Universo y qu� hay m�s all� de ellas? Estas preguntas, que se ramifican interminablemente, aparentemente se escapan de todo conocimiento y son inaccesibles a la raz�n; y, sin embargo, los hombres trataron de responderlas desde que empezaron a razonar: as� lo atestiguan los mitos y leyendas sobre el origen del mundo que todos los pueblos primitivos elaboraron. En nuestra �poca de descubrimientos espectaculares, hemos aceptado la idea de que la Tierra es s�lo un punto perdido en la inmensidad del Universo; pero las verdaderas dimensiones c�smicas se descubrieron hace s�lo medio siglo, apenas ayer en comparaci�n con la historia humana. Para muchos pueblos de la Antig�edad, la Tierra no se extend�a mucho m�s all� de las regiones en que habitaban, y el cielo, con sus astros, parec�a encontrarse apenas encima de las nubes. Tampoco ten�an alg�n indicio de la edad del mundo y s�lo pod�an afirmar que se form� algunos cientos, quiz�s miles de a�os atr�s, en �pocas de las que ya no guardaban memoria.

Desde el concepto de la Tierra, creada para morada del hombre, a la visi�n moderna del Universo, escenario de fen�menos de magnitudes inconcebibles, la cosmolog�a tuvo que recorrer un largo y accidentado camino, para adquirir, finalmente, el car�cter de ciencia. La cosmolog�a moderna, estudio de las propiedades f�sicas del Universo, naci� de la revoluci�n cient�fica del siglo XX.

COSMOGON�AS Y COSMOLOG�AS DE LA ANTIGÜEDAD

El mito babil�nico de la creaci�n es el m�s antiguo que ha llegado a nuestros d�as. El Enuma elis (Cuando arriba), escrito quince siglos antes de la era cristiana, relata el nacimiento del mundo a partir de un caos primordial. En el principio, cuenta el mito, estaban mezcladas el agua del mar, el agua de los r�os y la niebla, cada una personificada por tres dioses: la madre Ti'amat, el padre Apsu y el sirviente (�?) Mummu. El agua del mar y el agua de los r�os engendraron a Lahmu y Lahamu, dioses que representaban el sedimento, y �stos engendraron a Anshar y Kishar, los dos horizontes —entendidos como el l�mite del cielo y el l�mite de la Tierra—. En aquellos tiempos, el cielo y la Tierra estaban unidos; seg�n la versi�n m�s antigua del mito, el dios de los vientos separ� el cielo de la Tierra; en la versi�n m�s elaborada, esa haza�a le correspondi� a Marduk, dios principal de los babilonios. Marduk se enfrent� a Ti'amat, diosa del mar, la mat�, cort� su cuerpo en dos y, separando las dos partes, construy� el cielo y la Tierra. Posteriormente, cre� el Sol, la Luna y las estrellas, que coloc� en el cielo.

As�, para los babilonios, el mundo era una especie de bolsa llena de aire, cuyo piso era la Tierra y el techo la b�veda celeste. Arriba y abajo se encontraban las aguas primordiales, que a veces se filtraban, produciendo la lluvia y los r�os.

Como todos los mitos, la cosmogon�a babilonia estaba basada en fen�menos naturales que fueron extrapolados a dimensiones fabulosas: Mesopotamia se encuentra entre los r�os Tigris y �ufrates, que desembocan en el Golfo P�rsico; all� depositan su sedimento, de modo tal que la tierra gana lentamente espacio al mar. Seguramente fue ese hecho el que sugiri� a los babilonios la creaci�n de la tierra firme a partir de las aguas primordiales.

La influencia del mito babil�nico se puede apreciar en la cosmogon�a egipcia. Para los egipcios, Atum, el dios Sol, engendr� a Chu y Tefnut, el aire y la humedad, y �stos engendraron a Nut y Geb, el cielo y la Tierra, quienes a su vez engendraron los dem�s dioses del pante�n egipcio. En el principio, el cielo y la Tierra estaban unidos, pero Chu, el aire, los separ�, formando as� el mundo habitable (Figura 1).



Figura 1. Chu, dios del aire, levanta el cuerpo estrellado de la diosa del cielo Nut, separ�ndola de su esposo Geb, dios de la Tierra (Museo Nacional de Antig�edades, Leyden, Holanda).



Para los egipcios, el Universo era una caja, alargada de norte a sur tal como su pa�s; alrededor de la Tierra flu�a el r�o Ur-Nes, uno de cuyos brazos era el Nilo, que nac�a en el sur. Durante el d�a, el Sol recorr�a el cielo de oriente a poniente y, durante la noche, rodeaba la Tierra por el norte en un barco que navegaba por el r�o Ur-Nes, escondida su luz de los humanos detr�s de las altas monta�as del valle Dait.

Trazas del mito babil�nico tambi�n se encuentran en el G�nesis hebreo. Seg�n el texto b�blico, el esp�ritu de Dios se mov�a sobre la faz de las aguas en el primer d�a de la creaci�n; pero la palabra original que se traduce com�nmente como esp�ritu es ruaj, que en hebreo significa literalmente viento. Para entender el significado del texto, hay que recordar que, antiguamente, el aire o el soplo ten�an la connotaci�n de �nima o esp�ritu (verbigracia el "soplo divino" infundido a Ad�n1). En el segundo d�a, prosigue el texto, Dios puso el firmamento2 entre las aguas superiores y las inferiores; esta vez, la palabra original es rak�a, un vocablo arcaico que suele traducirse como firmamento, pero que tiene la misma ra�z que la palabra vac�o. En el tercer d�a, Dios separ� la tierra firme de las aguas que quedaron abajo[...] Estos pasajes oscuros del G�nesis se aclaran si recordamos el mito babil�nico: Marduk —el viento, en la versi�n m�s antigua— separa las aguas (el cuerpo de Ti'amat) para formar el mundo, y la tierra firme surge como sedimento de las aguas primordiales.

En el Veda de los antiguos hind�es se encuentran varias versiones de la creaci�n del mundo. La idea com�n en ellas es que el Universo naci� de un estado primordial indefinible; despu�s de pasar por varias etapas, habr� de morir cuando el tiempo llegue a su fin; entonces se iniciar� un nuevo ciclo de creaci�n, evoluci�n y destrucci�n, y as� sucesivamente. Seg�n el Rig Veda, en el principio hab�a el no-ser, del que surgi� el ser al tomar conciencia de s� mismo: el demiurgo Prajapati, creador del cielo y la Tierra, el que separ� la luz de las tinieblas y cre� el primer hombre. En otro mito, el dios Visnu flotaba sobre las aguas primordiales, montado sobre la serpiente sin fin Ananta; de su ombligo brot� una flor de loto, del que naci� Brahma para forjar el mundo.

Seg�n los mitos hind�es el Universo era una superposici�n de tres mundos: el cielo, el aire y la Tierra. La Tierra era plana y circular, y en su centro se encontraba el m�tico monte Sumeru (probablemente identificado con el Himalaya), al sur del cual estaba la India, en un continente circular rodeado por el oc�ano. El cielo ten�a siete niveles y el s�ptimo era la morada de Brahma; otros siete niveles ten�a el infierno, debajo de la Tierra.

A ra�z de la conquista de la India por Alejandro Magno en el siglo IV a.C., las ideas cosmol�gicas de los hind�es fueron modificadas sustancialmente. As�, en los libros llamados Siddharta, se afirma que la Tierra es esf�rica y no est� sostenida en el espacio, y que el Sol y los planetas giran alrededor de ella. Como dato curioso, se menciona a un tal Aryabhata, quien en el siglo V d.C., sostuvo que las estrellas se encuentran fijas y la Tierra gira; desgraciadamente, el texto no da m�s detalles que los necesarios para refutar tan extra�a teor�a.

La concepci�n del Universo en la China antigua se encuentra expuesta en el Chou pi suan ching, un tratado escrito alrededor del siglo IV a.C. Seg�n la teor�a del Kai t'ien (que significa: el cielo como cubierta), el cielo y la Tierra son planos y se encuentran separados por una distancia de 80 000 li —un li equivale aproximadamente a medio kil�metro—. El Sol, cuyo di�metro es de 1 250 li, se mueve circularmente en el plano del cielo; cuando se encuentra encima de China es de d�a, y cuando se aleja se hace noche. Posteriormente, se tuvo que modificar el modelo para explicar el paso del Sol por el horizonte; seg�n la nueva versi�n del Kai t'ien, el cielo y la Tierra son semiesferas conc�ntricas, siendo el radio de la semiesfera terrestre de 60 000 Ii. El texto no explica c�mo se obtuvieron las distancias mencionadas; al parecer, el modelo fue dise�ado principalmente para calcular, con un poco de geometr�a, la latitud de un lugar a partir de la posici�n del Sol.

El Kai t'ien era demasiado complicado para c�lculos pr�cticos y cay� en desuso con el paso del tiempo. Alrededor del siglo II d.C., se empez� a utilizar la esfera armilar como un modelo mec�nico de la Tierra y el cielo. Al mismo tiempo surgi� una nueva concepci�n del Universo: la teor�a del hun t'ien (cielo envolvente), seg�n la cual: "... el cielo es como un huevo de gallina, tan redondo como una bala de ballesta; la Tierra es como la yema del huevo, se encuentra sola en el centro. El cielo es grande y la Tierra peque�a."

Adem�s, se asign� el valor de 1 071 000 li a la circunferencia de la esfera celeste, pero el texto no explica c�mo fue medida.

Posteriormente, las teor�as cosmog�nicas en China girar�n alrededor de la idea de que el Universo estaba formado por dos sustancias: el yang y el yin, asociados al movimiento y al reposo, respectivamente. De acuerdo con la escuela neoconfucionista, representada principalmente por Chu Hsi en el siglo XII, el yang y el yin se encontraban mezclados antes de que se formara el mundo, pero fueron separados por la rotaci�n del Universo. El yang m�vil fue arrojado a la periferia y form� el cielo, mientras que el yin inerte se qued� en el centro y form� la Tierra; los elementos intermedios, como los seres vivos y los planetas, guardaron proporciones variables de yang y yin.

Mencionemos tambi�n la cultura maya, que floreci� en Mesoam�rica, principalmente entre los siglos IV y IX de nuestra era. De lo poco que se ha podido descifrar de sus jerogl�ficos, sabemos que los mayas hab�an realizado observaciones astron�micas de una precisi�n que apenas se ha podido igualar en nuestro siglo. Los mayas usaban un sistema vigesimal con cero, con el cual realizaban complicados c�lculos astron�micos; su calendario era m�s preciso que el gregoriano usado en la actualidad, y hab�an medido la precesi�n del eje de rotaci�n terrestre con un error de s�lo 54 d�as en 25 720 a�os.

En contraste con el excelencia de sus observaciones, las concepciones cosmol�gicas de los mayas eran bastante primitivas —por lo menos hasta donde se ha averiguado—. Cre�an que la Tierra era rectangular y que el Sol giraba alrededor de ella. El d�a del solsticio, el Sol sal�a de una de las esquinas de la Tierra y se met�a por la opuesta; luego, cada d�a, la �rbita del Sol se recorr�a hasta que, en el siguiente solsticio —seis meses despu�s—, el Sol sal�a y se met�a por las otras dos esquinas terrestres. Los mayas ten�an especial cuidado de construir sus templos seg�n la orientaci�n de los lados de la Tierra.

Al igual que otros pueblos, los mayas cre�an en la existencia de siete cielos,3 planos y superpuestos, y de otros tantos niveles subterr�neos, donde resid�an dioses y demonios, respectivamente. El mundo hab�a sido creado por Hun ab ku (literalmente: uno-existir-dios) a partir de aguas primordiales inicialmente en completo reposo. Antes del mundo actual, hab�an existido otros mundos que acabaron en respectivos diluvios.

COSMOLOG�A Y COSMOGON�A DE GRECIA Y LA EDAD MEDIA

Por razones hist�ricas que no pretendemos analizar aqu�, la cultura griega se distingue de otras culturas antiguas por haber servido de semilla a la llamada "civilizaci�n occidental"; por esta raz�n la consideramos con un poco m�s de detalle, aprovechando el conocimiento relativamente m�s amplio que se tiene de ella.

A algunos pensadores griegos se deben los primeros intentos, a�n muy limitados, de concebir al mundo como el resultado de procesos naturales y no como una obra incomprensible de los dioses. Tal es el caso de los fil�sofos de la escuela j�nica, que floreci� alrededor del siglo VI a.C. y seg�n la cual el Universo se encontraba inicialmente en un estado de Unidad Primordial, en el que todo estaba mezclado; de esa Unidad surgieron pares de opuestos —caliente y fr�o, mojado y seco, etc.— cuyas interacciones entre s� produjeron los cuerpos celestes, por un lado, y la Tierra, con sus plantas y animales, por otro.

Los fil�sofos j�nicos conceb�an a la Tierra como un disco plano que flotaba en el centro de la esfera celeste. Pero, ya en el siglo V a.C., los griegos se hab�an dado cuenta, a trav�s de varios indicios, de que la Tierra es redonda. Hasta donde sabemos, el primero en afirmarlo fue el legendario Pit�goras; seguramente lleg� a esa conclusi�n a partir de hechos observados, pero los argumentos que manej� fueron de �ndole metaf�sica: la Tierra ten�a que ser esf�rica porque, supuestamente, la esfera es el cuerpo geom�trico m�s perfecto.

Por lo que respecta al movimiento de las estrellas, lo m�s evidente era que el cielo, y sus astros, giraban alrededor de la Tierra. Sin embargo, Filolao, un disc�pulo de Pit�goras, propuso un curioso sistema c�smico seg�n el cual el d�a y la noche eran producidos por la rotaci�n de la Tierra alrededor de un centro c�smico; a pesar de ser err�neo, este sistema tuvo el m�rito de asignarle cierto movimiento a la Tierra y dejar de considerarla como un cuerpo fijo en el espacio. Se sabe tambi�n que los fil�sofos de la escuela pitag�rica Ecfanto y Her�clides de Ponto propusieron que es la Tierra la que gira alrededor de su eje en un d�a y no las estrellas, aunque todav�a cre�an que el recorrido anual del Sol por la ecl�ptica se deb�a a que giraba alrededor de la Tierra en un a�o.

Al parecer, el primer hombre en la historia que propuso el sistema helioc�ntrico —seg�n el cual la Tierra gira alrededor del Sol en un a�o y sobre su propio eje en un d�a— fue Aristarco de Samos, quien vivi� en Alejandr�a en el siglo III a.C. Desgraciadamente, no se conserva ning�n documento escrito originalmente por Aristarco y todo lo que se conoce de �l es por referencias en escritos de otros fil�sofos. No sabemos en qu� se bas� para elaborar una teor�a que se anticip� a la de Cop�rnico en m�s de diecisiete siglos.

No todos los fil�sofos griegos aceptaban que la Tierra, aparentemente tan firme y s�lida, pudiera poseer alg�n movimiento propio. De hecho, los dos m�s importantes, Plat�n y Arist�teles, sostuvieron lo contrario, y fueron ellos quienes m�s influyeron en los siglos siguientes.

Plat�n (427-347 a.C.) describe su visi�n de la creaci�n c�smica en el di�logo de Timeo. Por supuesto, el relato tiene un alto valor po�tico pero carece de cualquier fundamento f�sico (lo cual no ten�a importancia para Pl�ton, pues cre�a en la primac�a de las Ideas) As�, Plat�n narra, por boca de Timeo, c�mo el Demiurgo cre� el mundo a partir de cuatro elementos —aire, agua, fuego y tierra— y puso en �l a los seres vivos: los dioses que moran en el cielo, los p�jaros que viven en el aire, los animales que habitan en la tierra y en el agua. El Universo as� creado deb�a ser esf�rico y los astros moverse circularmente, porque la esfera es el cuerpo m�s perfecto y perfecto es el movimiento circular.

Arist�teles (384-322 a.C.) desarroll� un sistema del mundo mucho m�s elaborado que el de su maestro Plat�n. Declar� expl�citamente que la Tierra es esf�rica y que se encuentra inm�vil en el centro del Universo, siendo el cielo, con todos sus astros, el que gira alrededor de ella. M�s a�n, postul� una diferencia fundamental entre los cuerpos terrestres y los celestes. Seg�n Arist�teles, los cuerpos terrestres estaban formados por los cuatro elementos fundamentales y �stos pose�an movimientos naturales propios: la tierra y el agua hacia el centro de la Tierra, el aire y el fuego en sentido contrario. En cuanto a los cuerpos celestes, estaban formados por una quinta sustancia,4 incorruptible e inmutable, cuyo movimiento natural era el circular. Arist�teles asign� al Sol, a la Luna y a los planetas respectivas esferas rotantes sobre las que estaban afianzadas. Las estrellas, a su vez, se encontraban fijas sobre una esfera que giraba alrededor de la Tierra y correspond�a a la frontera del Universo. Pero, �qu� hab�a m�s all� de la esfera estelar? Aqu�, Arist�teles tuvo que recurrir a varios malabarismos filos�ficos para explicar que, m�s all�, nada exist�a, pero que esa nada no equival�a a un vac�o en extensi�n; todo para decir que el Universo "realmente" se terminaba en la esfera celeste.

Todo habr�a funcionado muy bien en el sistema de esferas ideales de Arist�teles si no fuese porque los planetas, esos astros errantes, vagaban por el cielo ajenos a la perfecci�n del movimiento circular. En general, recorr�an la b�veda celeste de oriente a poniente, pero a veces se deten�an y regresaban sobre sus pasos, para volver a seguir su camino en una forma que desafiaba toda explicaci�n simple (Figura 2).




Figura 2. Movimiento caracter�stico de un planeta en la b�veda celeste.


Arist�teles adopt� el sistema de su contempor�neo Eudoxio, que explicaba razonablemente bien el movimiento de los planetas. Este modelo consist�a de un conjunto de esferas conc�ntricas, cuyo centro com�n era la Tierra, y que giraban unas sobre otras alrededor de ejes que se encontraban a diversos �ngulos. Suponiendo que los planetas se encuentran fijos en algunas de esas esferas, se lograba reconstruir sus movimientos con cierta precisi�n; aunque el sistema necesitaba no menos de 55 esferas conc�ntricas para reproducir el movimiento de los planetas.

Arist�teles tambi�n supuso que la esfera correspondiente a la Luna se�alaba el l�mite del mundo material —el terrestre—, y que m�s all� de la esfera lunar el Universo dejaba de regirse por las leyes de la naturaleza mundana. No sabemos si Arist�teles tomaba en serio sus propias teor�as cosmol�gicas, pero seguramente se habr�a sorprendido de que �stas se volvieran art�culos de fe quince siglos despu�s de su muerte.

Los astr�nomos griegos fueron los primeros en tratar de medir con m�todos pr�cticos las dimensiones del mundo en que viv�an, sin basarse en especulaciones o mitos. As�, por ejemplo, el mismo Aristarco de Samos que sostuvo la doctrina helioc�ntrica, intent� determinar la distancia entre la Tierra y el Sol. Para ello, midi� la posici�n de la Luna en el momento exacto en que la fase lunar se encontraba a la mitad (Figura 3), lo cual permit�a, con un poco de geometr�a, encontrar la relaci�n entre los radios de la �rbita lunar y la terrestre. Desgraciadamente, si bien el m�todo es correcto, la medici�n es irrealizable en la pr�ctica con la precisi�n necesaria. Aristarco calcul� que la distancia de la Tierra al Sol es de unas veinte veces el radio de la �rbita lunar, cuando el valor correcto es casi 400. Curiosamente, esta raz�n de 20 a 1 habr�a de subsistir hasta tiempos de Cop�rnico, y a�n despu�s.


Figura 3. M�todo de Aristarco para medir la raz�n de las distancias Tierra-Luna a Tierra-Sol. Esta raz�n es proporcional al �ngulo a.



Erat�stenes, quien vivi� en Alejandr�a en el siglo II a.C., logr� medir con �xito el radio de la circunferencia terrestre. Not� que en el d�a del solsticio las sombras ca�an verticalmente en Siena, mientras que en Alejandr�a —m�s al norte—, formaban un �ngulo con la vertical que nunca llegaba a ser nulo (Figura 4). Midiendo el �ngulo m�nimo y la distancia entre Alejandr�a y Siena, Erat�stenes encontr� que la Tierra ten�a una circunferencia de 252 000 estadios, o en unidades modernas y tomando el valor m�s problable del estadio: 39 690 kil�metros, �apenas 400 kil�metros menos del valor correcto! Aunque hay que reconocer que Erat�stenes tuvo algo de suerte, pues su m�todo era demasiado rudimentario para obtener un resultado tan preciso.




Figura 4. Conociendo al �ngulo a y la distancia de Siena, la actual Assu�n, a Alejandr�a, Erat�stenes midi� el radio terrestre.


En el siglo II a.C., Hiparco, el m�s grande astr�nomo de la Antig�edad, ide� un ingenioso m�todo para encontrar las distancias de la Tierra a la Luna y al Sol. Hiparco midi� el tiempo que tarda la Luna en atravesar la sombra de la Tierra durante un eclipse lunar y, a partir de c�lculos geom�tricos, dedujo que la distancia Tierra-Luna era de unos 60 5/6 radios terrestres: �excelente resultado si se compara con el valor real, que es de 60.3 radios terrestres! Tambi�n intent� Hiparco medir la distancia al Sol, pero sus m�todos no eran suficientemente precisos, por lo que obtuvo una distancia de 2 103 radios terrestres, un poco m�s de lo que encontr� Aristarco pero todav�a menos de una d�cima parte de la distancia real.

En resumen, podemos afirmar que, ya en el siglo II a.C., los griegos ten�an una excelente idea de los tama�os de la Tierra y la Luna y de la distancia que los separa, pero situaban al Sol mucho m�s cerca de lo que se encuentra.

El �ltimo astr�nomo griego de la Antig�edad fue Tolomeo —vivi� en Alejandr�a en el siglo II a.C.— y sus ideas influyeron notablemente en la Europa de la Edad Media. Tolomeo acept� la idea de que la Tierra es el centro del Universo y que los cuerpos celestes giran alrededor de ella; pero las esferas de Eudoxio eran demasiado complicadas para hacer cualquier c�lculo pr�ctico, as� que propuso un sistema diferente, seg�n el cual los planetas se mov�an sobre epiciclos: c�rculos girando alrededor de c�rculos (Figura 5). Tolomeo describi� sus m�todos para calcular la posici�n de los cuerpos celestes en su famoso libro Sintaxis o Almagesto. Es un hecho curioso que nunca mencion� en ese libro si cre�a en la realidad f�sica de los epiciclos o los consideraba s�lo construcciones matem�ticas; es probable que haya soslayado este problema por no tener una respuesta convincente. Mencionemos tambi�n, como dato interesante, que Tolomeo cit� las mediciones que hizo Hiparco de las distancias a la Luna y al Sol, pero �l mismo las "corrigi�" para dar los valores m�s peque�os —y menos correctos— de 59 y 1 210 radios terrestres, respectivamente.



Figura 5. Epiciclos de Tolomeo para explicar el movimiento aparente de un planeta.



No podemos dejar de mencionar al fil�sofo romano Lucrecio, del siglo I a.C., y su famosa obra De Rerum Natura, en la que encontramos una concepci�n del Universo muy cercana a la moderna, en algunos sentidos, y extra�amente retr�grada, en otros. Seg�n Lucrecio, la materia estaba constituida de �tomos imperecederos. �stos se encuentran eternamente en movimiento, se unen y se separan constantemente, formando y deshaciendo tierras y soles, en una sucesi�n sin fin. Nuestro mundo es s�lo uno entre un infinito de mundos coexistentes; la Tierra fue creada por la uni�n casual de innumerables �tomos y no est� lejano su fin, cuando los �tomos que la forman se disgreguen. Mas Lucrecio no pod�a aceptar que la Tierra fuera redonda; de ser as�, afirmaba, toda la materia del Universo tender�a a acumularse en nuestro planeta por su atracci�n gravitacional. En realidad, cuando Lucrecio hablaba de un n�mero infinito de mundos se refer�a a sistemas semejantes al que cre�a era el nuestro: una tierra plana contenida en una esfera celeste. Pero indudablemente, a pesar de sus desaciertos, la visi�n c�smica de Lucrecio no deja de ser curiosamente prof�tica.

La cultura griega sigui� floreciendo mientras Grecia fue parte del Imperio romano. Pero en el siglo IV de nuestra era, este vasto Imperio se desmoron� bajo las invasiones de los pueblos germ�nicos y asi�ticos. Por esa misma �poca, Roma adopt� el cristianismo; y los cristianos, que hab�an sido perseguidos cruelmente por los romanos paganos, repudiaron todo lo que tuviera que ver con la cultura de sus antiguos opresores. Toda la "filosof�a pagana" —es decir: la grecorromana— fue liquidada y sustituida por una nueva visi�n del mundo, basada �ntegramente en la religi�n cristiana. El mundo s�lo pod�a estudiarse a trav�s de la Biblia, interpretada literalmente, y lo que no estuviera en la Biblia no era de la incumbencia humana. As�, la Tierra volvi� a ser plana, y los epiciclos fueron sustituidos por �ngeles que mov�an a los planetas seg�n los designios inescrutables de Dios.

Afortunadamente, los �rabes en esa �poca s� apreciaban la cultura griega: conservaron y tradujeron los escritos de los fil�sofos griegos mientras los cristianos los quemaban. As�, la cultura griega pudo volver a penetrar en Europa, a trav�s de los �rabes, cuando la furia antipagana hab�a amainado. En el siglo XIII, Tom�s de Aquino redescubri� a Arist�teles y lo reivindic�, aceptando �ntegramente su sistema del mundo. Y as�, ya "bautizada" por Santo Tom�s, la doctrina aristot�lica se volvi� dogma de fe y posici�n oficial de la Iglesia: ya no se estudiaba al mundo a trav�s de la Biblia, �nicamente, sino tambi�n por medio de Arist�teles. Y por lo que respecta a la astronom�a, la �ltima palabra volvi� a ser el Almagesto de Tolomeo —preservado gracias a una traducci�n �rabe.

NOTAS

1Tambi�n en griego se usa una sola palabra, pneuma, para el aire y el �nima.

2 En la traducci�n de Casiodoro de Reyna se usa la palabra expansi�n, que parece ser m�s adecuada.

3 El concepto de los siete cielos, com�n a culturas muy diversas, tiene una explicaci�n simple: son siete los cuerpos celestes: el Sol, la Luna y los cinco planetas visibles.

4 La famosa quintaesencia que, seg�n los fil�sofos medievales, permeaba a los cuerpos terrestres y formaba sus �nimas.

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