VI. ¿ADÓNDE VAS?
M
IENTRAS
escribo estas líneas pasa por mi cerebro una multitud de ideas, sensaciones auditivas y táctiles, recuerdos, asociaciones y emociones. Por una parte, tengo la idea general de lo que quiero desarrollar en este capítulo, y al tiempo que escribo, voy ordenando, corrigiendo, cambiando o modificando el orden de las frases y de las palabras, tratando de que lo que quiero decir quede lo más claramente explicado e inteligible: tacho una palabra o una oración completa, releo, reempiezo desde el inicio, reconsidero. Pienso en el ulterior desarrollo del capítulo e imagino por instantes fugaces cómo se irá armando a medida que continúe con su escritura. Y al hacer todo esto soy plenamente consciente de presionar las teclas de la máquina de escribir y de la manera en que el corrector automático funciona al presionar la tecla correspondiente cuando cometo un error mecanográfico pues nunca aprendí mecanografía en la forma debida. Sé sin embargo que muy frecuentemente presiono la tecla equivocada, pero según el ritmo y la velocidad a la que estoy escribiendo, a veces corrijo el error y a veces lo dejo, sabiendo que tendré que revisar varias veces el capítulo antes de obtener la versión final. También estoy consciente de que frecuentemente el disco con los tipos de la máquina llega al final del renglón y debo presionar el saltador del margen para continuar con la siguiente línea sin cortar la palabra incorrectamente. Todo ocurre sin que pierda el hilo de la idea de fondo que estoy tratando de comunicar a los posibles lectores y de cómo esa idea se irá modificando en las siguientes páginas.Otras sensaciones llenan mi cerebro simultáneamente. He puesto un disco, una sinfonía que cuento entre mis favoritas por el tipo de emociones que me causa, por su instrumentación, sus pausas, por una flauta que de pronto irrumpe como llegando de lejos y al mismo tiempo muy intensamente y puedo escucharla y sentir el gozo de hacerlo sin dejar de escribir excepto los momentos en que me concentro un poco más en ella y sin perder la idea de la secuencia de las palabras. El oír esa música me trae ciertos recuerdos de cómo me empezó a gustar y de algunas ocasiones memorables en que el escucharla ha sido algo más que simplemente oír música, por la intensidad con que ha ocurrido. Vuelvo después de unos cuantos segundos a la escritura, y de pronto me hago consciente de que otros ruidos voces de niños de mis vecinos, ruidos de aparatos eléctricos, la llegada de algún automóvil se agregan a la música de manera un tanto desagradable.
Todavía más cosas me suceden al ir escribiendo. Recuerdos ocasiones en que me he sentado frente a la máquina de escribir en otras circunstancias y con fines completamente diferentes, la sensación del peso que a veces representa tener enfrente una hoja en blanco que espera ser llenada con ideas y conceptos que otros sean capaces de seguir y entender, la preocupación del posible fracaso en el intento de ser comprendido y que tales propósitos queden frustrados.
Todo lo que acabo de describir ocurre sumultáneamente y no es lo único, pues aún se podrían agregar otras sensaciones, recuerdos, ideas colaterales, emociones y asociaciones, así como la conciencia de los movimientos de varias partes de mi cuerpo, de la posición de mis piernas, de la ocasional incomodidad por la posición de los pies, de la presencia de una luz que aunque ilumina lo que estoy escribiendo está quizá demasiado cerca de mis ojos y me deslumbra un poco, etc. ¿Cómo es que tantas cosas pueden ocurrir al mismo tiempo? La captación de estímulos del exterior y del interior de mi organismo, el poder de la decisión y la concentración necesarias para ordenar las ideas, el trabajo mecánico de hacerlo con el movimiento de mis brazos, manos, dedos, coordinadamente al movimiento de mis ojos siguiendo las teclas, todo esto ocurre, claro está, en el cerebro. Pero ¿qué grupos de neuronas, qué circuitos están funcionando para que todo esto suceda?, ¿cuántas y cuáles regiones del cerebro están activas?, ¿cuáles están silenciosas?, ¿qué neurotransmisores están siendo liberados en cuántas y cuáles sinapsis?, ¿cómo se está integrando todo este caudal de actividades neuronales mediante moléculas que están siendo sintetizadas y liberadas desde las terminales axónicas, y que así están permitiendo la comunicación interneuronal? En una palabra, ¿qué mecanismos cerebrales pueden explicar tan grande complejidad de la actividad mental, sensorial, motora y emotiva?
L
A CAPACIDAD DEL CEREBRO HUMANO
A pesar de lo sorprendente que es poder realizar y sentir tantas cosas a la vez, ciertamente parece poco comparado con la complejidad de otras actividades que el cerebro del hombre sabe hacer, como imaginar, diseñar, confiar, recelar, desear, crear, juzgar, soñar, despreciar, odiar, rechazar, amar, decidir, escoger, apreciar, valorar, evaluar, y quizá lo más sorprendente, saber que se está haciendo todo lo anterior, es decir, ser consciente de ello y por consiguiente poder considerarlo, sopesarlo, analizarlo y eventualmente aceptarlo o no, así como llevar a cabo acciones que reflejen tal aceptación o rechazo.
Es ésta la capacidad que apareció cuando el cerebro se organizó finalmente como tal en un organismo humano: la enorme complejidad de los circuitos neuronales del cerebro manífestándose en funciones nunca antes realizadas en el mundo vivo como la creación de pinturas rupestres, representando escenas de la vida cotidiana de esos grupos humanos, que ya podían llamarse así porque ya poseían precisamente los circuitos neuronales característicos del cerebro de esta especie única, la especie humana.
Es también por la organización de los circuitos neuronales que el cerebro humano ha sido capaz de hacerse preguntas sobre cómo funciona la naturaleza, describir fenómenos, comunicar esas descripciones y esas investigaciones a otros hombres contemporáneos, pero también a todas las generaciones por venir en la historia de la humanidad, mediante el lenguaje escrito, grabado, filmado, codificado. Es el cerebro humano, el que es capaz de hacer lo que, aunque parezca muy simple y muy natural, llega a los límites del conocimiento por las consecuencias que puede llegar a tener: el cerebro que se investiga a sí mismo, que quiere saber cómo funciona precisamente el órgano que le permite "querer saber".
Es el mismo cerebro que ha escudriñado en la estructura molecular de los genes y ha sido capaz de conocer los mecanismos mediante los cuales se transmite la herencia y por qué las células hijas tienen las características morfológicas y químicas de las células padres. Es el mismo cerebro que decoró las cuevas de Altamira, que construyó las pirámides de Egipto y los templos de Palenque, que pintó la Capilla Sixtina y escribió El Quijote, que inventó la televisión y el teléfono intercontinental y los vuelos a la Luna, que conoce la composición de la atmósfera de Venus y sabe exactamente a qué distancia están las estrellas y puede predecir, con exactitud de fracciones de segundo, los eclipses; el que se destruye a sí mismo en guerras pequeñas y grandes, el que fabrica las más destructoras bombas y otros artefactos mortíferos, el que desarrolla eficacísimos sistemas para destruir las plantas del territorio enemigo, que produce bacterias resistentes a los antibióticos conocidos para usarlas como arma, que inventa las más refinadas torturas para obtener la información que desea, independientemente de si es o no verdadera. Es el mismo cerebro el que también se pregunta cómo es que tantas y tan diferentes potencialidades de creatividad, imaginación y fuerza destructiva existen y se manifiestan en él mismo.
A
LTERACIONES DE LA PERCEPCIÓN Y DE LA CONCIENCIA
Una de las maneras por la que el cerebro puede aprender algo sobre sí mismo es alterando su funcionamiento normal. Este es un método que ha sido usado en todo tipo de investigación biológica y que nos ha enseñado mucho, pues alterar las funciones que queremos conocer, mediante procedimientos que podemos manipular con cierta precisión, nos dice mucho de los mecanismos de esas funciones. Ya en el capítulo anterior mencionamos algunos ejemplos de cómo es posible alterar el sistema motor mediante sustancias que se combinan con receptores o que modifican la síntesis o la liberación de ciertos neurotransmisores y de cómo esto es de gran utilidad para entender la relación de esos transmisores con determinada función, en ese caso la contracción muscular y su regulación. Mencionamos asimismo el resultado de estimular eléctricamente ciertas zonas bien localizadas del cerebro en relación con algunas conductas que reflejan placer o dolor, hambre o saciedad. Podemos entonces preguntarnos ¿es también posible alterar algunas de las actividades que hemos descrito en las páginas anteriores, como la imaginación, la creatividad, la agresividad o la conciencia, mediante el uso de drogas? Y, de ser esto posible, ¿qué tanto nos permite aproximarnos a la respuesta que nos interesa, respecto a los mecanismos de estas funciones?
Ciertamente hay drogas capaces de producir alteraciones mentales, con modificaciones de la percepción, la personalidad y la conciencia, que por esta razón se llaman psicotrópicas. Muchas de ellas están presentes en algunas plantas, como la marihuana, el opio, la psilocibina de los hongos alucinantes de Oaxaca, la mescalina del peyote y muchas otras menos populares. Otras se han sintetizado químicamente, como la anfetamina y la dietilamida del ácido lisérgico, mejor conocida como LSD. ¿Cómo actúan estas drogas al producir alucinaciones visuales y auditivas, alterar el sentido del tiempo, intensificar las sensaciones táctiles, y a veces cambiar completamente la personalidad de quienes las ingieren o provocarles estados casi patológicos de angustia, depresión, euforia y, según la droga de que se trate, también adicción? ¿Es posible señalar un circuito neuronal afectado primordialmente por estas drogas? ¿Hay algún neurotransmisor cuya función se altere específicamente por ellas?
Figura 36. Muchas drogas capaces de alterar la percepción, la conducta y la personalidad, tienen una estructura química similar a la de algunos neurotransmisores, por lo cual se piensa que sus efectos pueden deberse a que alteran la comunicación interneuronal en que participan dichos transmisores. En la figura 36 (a) se muestra la estructura molecular de tres de los transmisores cuya función pudiera estar alterada, tanto por efecto de las drogas como en el caso de ciertas alteraciones mentales, como la esquizofrenia. El parecido entre las estructuras de los transmisores con las drogas mostradas en las Figuras 36 (b) y (c) es evidente, aunque en algunos casos la similitud es sólo con una parte de la molécula.
En la Figura 36 podemos ver el parecido notable que tienen las moléculas de algunas de las drogas señaladas con las de ciertos neurotransmisores que funcionan en distintas regiones del cerebro. Este parecido molecular difícilmente puede considerarse una coincidencia, sobre todo cuando sabemos que existen muchos datos en la literatura científica que indican que los transmisores señalados sí parecen tener una relación específica con ciertas funciones mentales. Era de esperarse entonces que muchos investigadores realizaran experimentos para ver si efectivamente las drogas psicotrópicas tienen efectos sobre la comunicación química entre las neuronas. Por ejemplo, se sabe en la actualidad que la anfetamina, droga estimulante que se llegó a usar mucho para mantenerse despierto y alerta, impide el transporte de un neurotransmisor a través de la membrana neuronal, de tal manera que el transmisor se hace más efectivo en ciertas zonas del cerebro relacionadas con las emociones. Como la anfetamina produce adicción y al usarse por períodos prolongados origina un estado mental alucinatorio, conducta de agresión y paranoia, así como tendencias autodestructivas, todo lo cual simula en cierta medida la esquizofrenia, se ha postulado que el neurotransmisor afectado podría ser el responsable de la aparición de esta enfermedad. Sin embargo, como ocurre en prácticamente todo lo que tiene que ver con las funciones mentales, esto no es más que una hipótesis, ya que no ha podido aún demostrarse plenamente.
Cómo es posible que la psilocibina de los hongos alucinantes tenga los efectos que Fernando Benítez, en su libro Los hongos alucinantes describe así?:
Una media hora más tarde me sentí flotar, ligero como una pluma en el aire, y las primeras visiones me hicieron entender que penetraba en un mundo nuevo. Viboritas grises ondulaban rítmicas y compactas sobre un fondo rojo, pero esta visión no tenía nada de placentera. Entrañaba una angustia, una irracionalidad ligeramente angustiosa, una imagen de la fiebre, un producto de la náusea invasora (...) Me sentía incomprendido, vejado, injustamente humillado. Todos los presentes eran mis enemigos. Aquella ridícula ceremonia era una farsa. Una trampa. Había caído en ella. Algo muy grave se estaba preparando en mi contra... Afuera, inmovilizado por María Sabina, mi exaltación cedió y principió mi lenta caída a los infiernos. De ser un dios, pasé a convertirme en un anciano tembloroso, condenado para siempre a la decadencia irremediable de la vejez, a su debilidad, a la humillación que suponía saberse compadecido por los testigos de mi total aniquilamiento.¿Qué resortes internos mueven estas drogas, en términos de neuronas y sus conexiones, de neurotransmisores que son liberados o cuya liberación es impedida, de inhibiciones y excitaciones neuronales, de circuitos cuya información reverbera sobre los circuitos mismos? ¿Cómo, dónde, en qué forma surgen todas estas alteraciones de la percepción, de la sensación sobre uno mismo, de la autoconciencia, de la reflexión, de la personalidad? ¿Dónde está ese "yo" que siente, registra, se adjudica esas nuevas sensaciones como propias y es incapaz de reconocer la realidad por vivir como real lo que internamente le sucede? Son estas drogas verdaderamente capaces de provocar una esquizofrenia?
Uno podría pensar y con razón, que si éstos son los efectos que causan, sería posible administrar las drogas psicotrópicas a animales experimentales y observar los efectos sobre su conducta para después extraer el cerebro y estudiar qué neurotransmisores se han modificado en su concentración, reacciones bioquímicas de síntesis, liberación desde las neuronas y efectos sobre otras neuronas. Se podría también medir los receptores para cada neurotransmisor en las distintas regiones del cerebro y ver si estos receptores se afectan, de tal manera que ahora, ya no puedan responder de manera normal a los transmisores cuando aquéllos se combinen con ellos o si la alteración en los receptores es tan importante que ya ni siquiera puedan ser reconocidos por los transmisores. Todo esto se ha intentado, y seguramente se seguirá intentando, pues es por lo menos una aproximación a lo que puede estar sucediendo en el cerebro cuando las funciones mentales se alteran por este tipo de drogas. Sin embargo, ¿cómo puede el investigador saber realmente qué es lo que el animal de experimentación la rata, el ratón, el perro, el gato, el conejo, el hámster o el mono está sintiendo? Y suponiendo que encontrara cambios en los receptores, o en el manejo de las corrientes eléctricas que recorren los axones, o en la concentración o la función de ciertos neurotransmisores y, aun aceptando que estos cambios estuvieran localizados en regiones muy específicas del cerebro y que se pudiera demostrar que tienen repercusiones sobre el funcionamiento excitaciones e inhibiciones, cambios en la modulación de algunas neuronas, aun suponiendo que todo esto ocurriera, ¿cómo estar seguro que estos cambios producen las visiones, el apartamiento de la realidad, la esquizofrenia?
E
L "YO", LA MENTE Y EL CEREBRO
Hay en todo lo anterior un gran problema de fondo que el filósofo ha planteado repetidamente y ante el cual el neurocientífico queda perplejo. Es el gran problema de la salida final del sistema. En efecto, uno de los temas recurrentes en este libro es el de lo que pasa en el sistema nervioso hacia el exterior, es decir, la comunicación del mundo interior hacia el exterior. Desde el primer capítulo insistimos que es a través de los músculos que se puede manifestar todo lo que nos pasa, lo que sentimos y pensamos, y que si esta salida está impedida hay una incomunicación total. Sin embargo, ¿cuál es la salida de un sentimiento, de una sensación personal, de una idea, de una emoción, de un éxtasis, de una tristeza, de un dolor, es decir, de todo aquello que llamamos subjetivo? Precisamente porque es subjetivo, porque son sensaciones, es imposible imaginar un sistema o estructura en que se haga patente o manifiesta tal o cual experiencia. Cuando alguien nos pregunta "¿cómo te sientes?", ciertamente expresamos nuestra respuesta mediante el movimiento de los labios, lengua, cuerdas vocales y a veces también con un gesto o un ademán, para decir "muy bien" o "regular" pero nos es imposible transmitir la sensación en sí misma de "estar bien", la cual es absolutamente personal.
Con lo anterior quiero decir que existe un mundo de sensaciones, sueños e imaginación que no tiene manera de representarse hacia el exterior como lo es un movimiento muscular. Es decir, es un mundo interior en el cual está lo que llamamos la conciencia del yo, o la conciencia de uno mismo. Es esta parte también lo que no cambia durante la vida del individuo, pues a pesar de que sus gustos, carácter y hasta su personalidad vayan variando durante su infancia, juventud, madurez y vejez, es precisamente el propietario de ese "su" lo que no cambia: es la infancia, la juventud, el desarrollo, la madurez, la vejez, la personalidad, la capacidad imaginativa, ¿de quién? De ese "yo" de esa conciencia que es la misma durante toda la vida y que difícilmente podemos representar como algo que pueda de manera directa manifestarse. Cuando, por ejemplo, queremos compartir con alguien una emoción o sensación muy placentera o muy dolorosa, una gran tristeza o un gozo inefable, una opresión, una depresión, un éxtasis, en fin, cualquier estado de ánimo o experiencia emotiva, siempre nos parece que las palabras no alcanzan para siquiera aproximarse a lo que quisiéramos comunicar a quien nos escucha o a la persona con quien tanto quisiéramos compartir lo que nos pasa y lo que sentimos. Y es que la razón de esto es precisamente que no podemos comunicar de manera directa la sensación misma. Si acaso y paradójicamente, es mediante el lenguaje no verbal que podemos en muy contadas ocasiones, acercarnos a comunicar lo que nos pasa y al mismo tiempo, a saber, a tener la clara conciencia de que la otra persona está sintiendo exactamente lo mismo que nosotros y además, lo que es aún más sorprendente, que sabe que nosotros sabemos. Quizá uno de los ejemplos más claros de este tipo de comunicación no verbal se da con la mirada (y nótese que no se requiere una expresión muscular para esta comunicación, pues los movimientos de la cabeza o de los músculos oculares para encontrar la mirada de la otra persona se dan antes de la comunicación).
Cuando este tipo de comunicación se da, se crea una situación muy especial, que ha sido definida por Martin Buber como un ''entre'', que está más allá del ''tú'' y el ''yo'' y que, de nuevo paradójicamente, a veces ocurre entre dos personas que nunca se han visto previamente, que no se conocen y que muy probablemente nunca se volverán a ver después de ese momento de comunicación. Veamos cómo lo describe Buber en su libro ¿Qué es el hombre?:
En la angustia mortal de un refugio contra bombardeos, las miradas de dos desconocidos tropiezan unos instantes, en una reciprocidad como sorprendida y sin compromiso; cuando suena la sirena que anuncia el cese de la alarma, aquello ya está olvidado, y sin embargo ocurrio en un ámbito no más grande que aquel momento... En la sala semioscura se establece entre dos oyentes desconocidos, impresionados igualmente por la pureza y la intensidad de una melodía de Mozart, una relación apenas perceptible y sin embargo esencialmente de diálogo, que cuando las luces vuelven a encenderse apenas si se recuerda... en todos estos casos lo esencial no ocurre en uno y otro de los participantes ni tampoco en un mundo neutral que abarca los dos y a todas las demás cosas, sino, en el sentido más preciso, "entre" los dos, en una dimensión a la que sólo los dos tienen acceso.Aparte de estos momentos excepcionales, y quizá algunos otros que el lector pueda identificar de su experiencia personal, la impotencia para comunicar nuestras sensaciones más íntimas y por eso más preciosas y que más quisiéramos poder comunicar al menos a ciertas personas, es prácticamente total. En palabras de Aldous Huxley:
Vivimos juntos, actuamos sobre otro y reaccionamos a otro; pero siempre y en todas las circunstancias nosotros somos por nosotros mismos. Los mártires van a la arena mano con mano; son crucificados solos. Abrazados, los amantes tratan desesperadamente de fundir sus aislados éxtasis en una sola autotrascendencia; en vano. Por su propia naturaleza, cada "espíritu encarnado" está condenado a sufrir y gozar en la soledad. Sensaciones, sentimientos, intuiciones, goces, todos ellos son privados y, excepto por símbolos y "de segunda mano", incomunicables. Podemos comunicar la información acerca de las experiencias, pero nunca las experiencias mismas. Desde el individuo hasta las naciones, cada hombre y cada grupo humano es un universo aislado.Pero volvamos a nuestro problema anterior, al problema de la relación entre el yo y el cerebro o, para ponerlo en los términos que dan título a este libro, de la relación mente-cerebro, es decir, de la relación mente-neuronas. Después de las consideraciones de los párrafos precedentes, y tomando en cuenta el contenido de los cinco primeros capítulos, ¿es posible identificar la actividad mental como un producto de la actividad neuronal? ¿Es la mente un producto del funcionamiento de los circuitos cerebrales? O por el contrario, ¿es la mente una entidad diferente al cerebro, que usa a éste solamente como un instrumento o herramienta para manifestarse? Estas son preguntas que el hombre se ha hecho desde hace muchos siglos. Ya hemos mencionado en el capítulo I, por ejemplo, como para Hipócrates el cerebro es la fuente misma del pensamiento, de los goces y de las tristezas. Y Lucrecio, en La naturaleza de las cosas, aunque le asigna un lugar en el pecho y no en el cerebro, dice:
Y primero digo entonces que la mente a la que a menudo llamamos entendimiento, en la que el consejo y régimen de vida están colocados, es parte del hombre, no menos que la mano, el pie y los ojos son parte del todo viviente... De la misma manera que arrancar el olor de los granos de incienso no es fácil sin destruir también su naturaleza, así no es fácil extraer del cuerpo entero, sin que el todo sea disuelto, la naturaleza de la mente y del ánima: trabados así los principios desde el primer origen, entre sí se conforman y están dotados de una vida consorte. Y no parece que cada facultad del cuerpo y de la mente puedan sentir por separado, cada una sin la fuerza de la otra. A esta identificación entre el cerebro y la mente, esta postulación de que la actividad mental es el producto de la actividad neuronal, se le llama monismo, al cual se opone el dualismo, que postula la otra posición, la de que la mente es una entidad separada del cerebro, y que éste es utilizado por la mente para manifestarse pero no es lo mismo. Ciertamente esta discusión no es fácil, razón por la que ha sido objeto de un debate tan largo como la filosofía misma, desde los griegos hasta los filósofos y neurocientíficos contemporáneos.
Ciertamente los conceptos filosóficos sobre la relación mente-cerebro no pueden dejar de lado los conocimientos sobre los mecanismos del funcionamiento cerebral que en la actualidad se tienen, y que de modo muy general han sido el objeto de los capítulos precedentes. ¿Cómo negar, por ejemplo, que es posible alterar el estado de ánimo de un individuo, sacarlo de un estado de depresión intensa que puede conducirlo al suicidio, mediante ciertas sustancias que actúan modificando el funcionamiento de muchas sinapsis en regiones más o menos específicas del cerebro? ¿Cómo no reconocer que las drogas psicotrópicas son capaces de modificar la personalidad y las sensaciones objetivas de manera tan importante como para hacer que el individuo parezca haber cambiado de "yo"? Y prácticamente nadie podría negar que estos cambios, estos notables efectos de las drogas o de ciertas lesiones cerebrales, ocurren porque se han cambiado algunas propiedades de la comunicación entre las neuronas. Es claro así que el descubrimiento de que la comunicación entre neuronas es un fenómeno esencialmente químico, debido a movimientos e interacciones entre las moléculas que son fabricadas por las propias células y secretadas para actuar sobre las neuronas vecinas, necesariamente tiene que cambiar la visión de las relaciones mente-cerebro. El conocimiento que lentamente se empieza a tener sobre la organización de los circuitos neuronales y los distintos tipos de neurotransmisores que en esos circuitos predominan para establecer la comunicación interneuronal sin duda también pesa sobre los conceptos de la relación mente-cerebro.
Estrechamente relacionados con la discusión de los párrafos anteriores, los fascinantes experimentos del "cerebro dividido" (split brain) de Roger Sperry y sus colaboradores nos proporcionan una nueva base de argumentación. Recordemos primero que el cerebro tiene dos hemisferios claramente definidos y separados uno de otro. La conexión entre los hemisferios se lleva a cabo mediante un enorme conjunto de fibras nerviosas equivalente a los nervios que llevan el impulso nervioso a todos los músculos y a todas las vísceras, el cual lleva la información de un hemisferio a otro y viceversa, de tal modo que los hemisferios están intercomunicados. Este conjunto de fibras que une los dos hemisferios recibe el nombre de cuerpo calloso (en latín corpus callosum). Debemos hacer énfasis en que los dos hemisferios cerebrales son realmente independientes uno del otro, en el sentido de que la corteza cerebral que recubre a uno no se continúa con la corteza del otro, lo cual quiere decir que la información que cada hemisferio maneja es en realidad "privada" para ese hemisferio, aunque pueda de algún modo, comunicarlo al otro a través del cuerpo calloso. En otras palabras, el cuerpo calloso no es un núcleo neuronal como lo hemos definido en el capítulo IV, sino sólo un conjunto de fibras que funciona como puente entre los dos hemisferios y por lo mismo, no puede procesar información tampoco tiene sinapsis, sino sólo transmitirla de un hemisferio a otro. De acuerdo a la hipótesis monista señalada anteriormente, de que el cerebro y la mente están tan íntimamente relacionados que el órgano es el responsable de que exista la mente, se podría pensar entonces que cada hemisferio debería tener su propia conciencia, su propia mente, de tal modo que cada uno de nosotros tendría dos mentes coordinadas en una sola mediante el cuerpo calloso y toda la información que fluye a través de él. Por el contrario, y dicho de un modo muy simplista, el dualismo esperaría que la conciencia, la mente, fuera una sola, independientemente de que los hemisferios puedan funcionar aisladamente. (Figura 37.)
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Figura 37. En este dibujo de Vesalio, publicado en 1555, pueden verse los hemiferios cerebrales separados, descubriendo en el fondo el cuerpo calloso, estructura que los une y les permite comunicarse. Se aprecia la cara interna de la corteza de ambos hemisferios, así como la meninge o membrana que recubre al cerebro, llena de vasos sanguíneos, que ha sido cortada y cuelga hacia los lados de la cabeza.
¿Cómo estudiar estas posibilidades? El experimento por hacer se define claramente por los propios objetivos perseguidos mediante una operación quirúrgica que corte con un bisturí el cuerpo calloso: sepárese un hemisferio de otro y véase qué sucede. Inicialmente, entre 1950 y 1960, se habían realizado numerosos experimentos en animales, incluyendo monos, y se había demostrado con claridad que este tipo de operación no producía ninguna alteración conductual o neurológica seria. Así, en la década de 1960 se realizaron unas 20 de estas operaciones en humanos, con objeto de tratar de disminuir las crisis de epilepsia generalizada en individuos que no respondían a ningún tratamiento con medicamentos. La idea de esta operación de los enfermos epilépticos era que al impedirse la comunicación entre los dos hemisferios mediante el corte del cuerpo calloso la excitabilidad neuronal, causante de las convulsiones epilépticas, ya no podría propagarse al otro hemisferio y por lo tanto disminuiría la severidad de la epilepsia. Este razonamiento es correcto, pues era ya bien conocido que las crisis convulsivas se inician localmente en ciertas zonas del cerebro y se propagan "en espejo" hacia zonas del hemisferio contralateral y después, a otras regiones, hasta hacerse generalizadas. En efecto, después de esta operación las convulsiones ya no se propagaban al otro lado y, además, por alguna causa aún desconocida, también disminuyeron su frecuencia. En la actualidad se dispone de un número de drogas que, aunque no en el 100% de los casos, sí en la mayoría de ellos, son capaces de controlar a un paciente epiléptico, por lo que esta operación ya prácticamente no se hace. En este momento, lo importante para nosotros no es la epilepsia sino la posibilidad de que estos experimentos respondieran a la pregunta de si en realidad tenemos dos cerebros, con dos conciencias, dos mentes, o una sola, manejada por los dos hemisferios en forma coordinada.
Esto fue lo que trató de contestar el grupo de Sperry mediante un estudio muy cuidadoso de los sujetos que fueron sometidos al corte del cuerpo calloso, es decir, los sujetos cuyo cerebro fue dividido. Para poder realizar estos estudios era esencial diseñar experimentos que permitieran diferenciar las funciones de cada uno de los dos hemisferios, pues el comportamiento de estos pacientes, algunos meses después de la operación, no permitía distinguir ninguna anormalidad atribuible al hecho de que los hemisferios cerebrales estaban separados. Tomando en cuenta que las fibras de los nervios ópticos se cruzan de tal manera que lo que ve el ojo izquierdo se proyecta al hemisferio derecho y viceversa y que de manera similar las fibras de los nervios motores se cruzan, por lo que el hemisferio derecho mueve todos los músculos del lado izquierdo del cuerpo y viceversa, Sperry diseñó experimentos que permitieran saber qué manejaba cada uno de los hemisferios cerebrales. Así, por ejemplo, si se presentaba al sujeto una imagen con el ojo izquierdo cubierto, sólo el hemisferio de ese mismo lado lo podría ver, ya que las fibras del nervio del ojo derecho se cruzan hacia el hemisferio izquierdo. Y para saber qué veía ese hemisferio izquierdo, se le pedía al sujeto que dijera qué objeto veía o que lo reconociera de entre varios que tenían a su alcance, con la mano derecha, que es la que controla y puede mover el hemisferio izquierdo. (Figura 38.)
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Figura 38. Cuando se aislan los hemisferios cerebrales mediante el corte del cuerpo calloso, es posible estudiar las funciones independientes de cada uno de ellos, como fue realizado en humanos. Para el diseño e interpretación de los experimentos en estos pacientes fue indispensable conocer y tomar en cuenta el entrecruzamiento de las fibras nerviosas que llevan al cerebro la información visual y auditiva, así como el de los nervios que mueven los músculos. Este esquema muestra que, debido al entrecruzamiento parcial de las fibras de los nervios ópticos y al campo visual que capta cada mitad de la retina, lo que ve el ojo izquierdo se proyecta al hemisferio derecho y viceversa. Debido a cruzamientos similares, el hemisferio derecho siente y mueve al lado izquierdo del cuerpo y viceversa, como se esquematiza por las manos I y D. Cada oído también envía su información hacia el hemisferio opuesto y sólo el olfato es registrado del mismo lado que se percibe. También se indica en el esquema, como se discute ampliamente en el texto, que el hemisferio izquierdo es el más "lógico" y posee el centro del lenguaje y la escritura, mientras que el hemisferio derecho es el más "intuitivo" y maneja predominantemente la comprensión no verbal.De estos experimentos que proporcionaron resultados muy similares en los ocho pacientes con el cerebro dividido que Sperry estudió, se ha concluido que cada hemisferio es capaz de hacer ciertas cosas que el otro no puede hacer y, además, quizá lo más interesante, que lo que un cerebro veía, así como su reacción a lo que veía, era desconocido para el otro hemisferio. Ciertamente y no fue sorpresa pues ya se sabía que el centro del lenguaje está exclusivamente en el cerebro izquierdo, el hemisferio derecho no puede hablar; cuando se le preguntaba al sujeto qué veía con el ojo izquierdo, cuya imagen llega al hemisferio derecho, no podía decirlo verbalmente, pero sí era capaz de señalarlo con su mano izquierda sin equivocarse nunca. En cambio, cuando era el ojo derecho el que veía, y por tanto la imagen llegaba al hemisferio izquierdo, el sujeto no tenía ningún problema para expresar verbalmente qué objeto había visto, y podía también señalarlo con su mano derecha, pero no con la izquierda. El cerebro izquierdo tiene también mucho mayor capacidad de leer, aunque el derecho no está privado del todo para hacerlo. Sin embargo, la comprensión no verbal y las habilidades de manejo de objetos en el espacio son superiores en el hemisferio derecho en comparación con el izquierdo, que es mucho más lógico y matemático.
Sperry resume sus hallazgos e interpretaciones de la manera siguiente:
El hemisferio menor mudo (el derecho) parece ser llevado en buena medida como un pasajero pasivo y silencioso que deja el control de la conducta al hemisferio izquierdo. Así, la naturaleza y las cualidades mentales del mundo interior del silencioso hemisferio derecho permanece relativamente inaccesible a la investigación, ya que requiere pruebas especiales de mediciones con formas no verbales de expresión.Y sin embargo el propio Sperry considera que:
el hemisferio derecho es consciente por sí mismo, percibiendo, pensando, deseando y con emociones, todo en un nivel característicamente humano, y ambos hemisferios izquierdo y derecho pueden ser conscientes simultáneamente de experiencias mentales diferentes, o aun opuestas, que ocurren en paralelo. Aunque predominantemente mudo y generalmente inferior en todas las actividades que tienen que ver con el lenguaje o el razonamiento lingñístico o matemático, el hemisferio menor es sin embargo claramente el miembro cerebral superior para ciertos tipos de tareas. Sin olvidar que en la gran mayoría de las pruebas es el hemisferio izquierdo el superior y el dominante, revisemos rápidamente ahora algunas de las actividades excepcionales en las que el hemisferio menor es mejor. Primero, por supuesto, como se podría predecir, éstas son todas las funciones no lingñísticas y no matemáticas. Ellas incluyen sobre todo la aprehensión y el procesamiento de patrones espaciales, relaciones y transformaciones. Estas funciones parecen ser holísticas y unitarias más bien que analíticas y fragmentarias, así como orientacionales más que focales, e involucrar apreciaciones preceptuales concretas más que razonamiento secuencial abstracto y simbólico.¿Qué nos dicen estos sorprendentes hallazgos respecto a nuestra discusión anterior? Ciertamente hasta la fecha no se han encontrado diferencias en cuanto a la organización de circuitos neuronales o los mecanismos de manejo y transmisión de información entre los dos hemisferios, ni se han descubierto neurotransmisores o procesos bioquímicos en un hemisferio que sean distintos del otro. Y sin embargo, los estudios en los pacientes con el cerebro dividido claramente nos dicen que los hemisferios no llevan a cabo las mismas funciones mentales. Y al mismo tiempo, por otro lado, es claro que estas funciones parecen depender del cerebro mismo, ya que al ser separados los dos hemisferios, éstos ya no saben uno del otro y se comportan como entidades aisladas dentros de un mismo organismo. ¿Quiere esto decir que está decidida la batalla entre el monismo y el dualismo a favor del primero?
Evidententemente, los argumentos no son definitivos en el sentido del monismo o del dualismo, pues los experimentos del "cerebro dividido" no nos explican los mecanismos neuronales de la mente, aunque si apuntan con claridad hacia una íntima relación mente-cerebro, quizá más íntima que lo que los dualistas quisieran. Filósofos contemporáneos como Karl Popper son monistas, y neurocientíficos que han realizado descubrimientos notables sobre el funcionamiento del sistema nervioso y que conocen en gran detalle los estudios de Sperry, como John Eccles que descubrió los mecanismos de la inhibición de la actividad neuronal, son abierta y declaradamente dualistas.
Me gustaría aquí recordar, como un posible planteamiento que no por repetirse pierde su valor, que el conocimiento de muchos de los mecanismos biológicos ha permitido avances extraordinarios que eran impredecibles hace apenas algunas decenas de años, como es el caso de la transmisión de la información genética. Estos conocimientos en la actualidad están permitiendo por primera vez en la historia del hombre, de la vida misma, el que un ser viviente sea capaz de modificar la información genética de otro ser viviente, a través de los procedimientos de la llamada ingeniería genética, para crear organismos con propiedades biológicas diferentes de las del organismo "natural". Si se piensa que estos progresos han ocurrido en unos 30 años, y que eran prácticamente impensables sólo 10 años antes, no parece demasiado arriesgado predecir que la investigación sobre el funcionamiento del cerebro nos dará también en las próximas décadas una gran cantidad de información, que quizá permitirá acercarse al conocimiento de los mecanismos de lo más humano que el hombre posee: su conciencia, su pensamiento, su imaginación y su creatividad. Sin embargo, es claro que por el momento y el momento puede durar muchas decenas de años este objetivo final se ve todavía muy lejano. Antes será necesario resolver muchos otros problemas acerca de la química y la fisiología del cerebro, problemas que implícitamente han ido quedando planteados en los capítulos anteriores. Por ejemplo, necesitamos todavía aprender mucho sobre la manera en que los neurotransmisores actúan para excitar o inhibir la actividad neuronal, sobre cómo se regula o controla esta función excitadora o inhibidora, incluyendo los mecanismos de síntesis de los transmisores y su liberación desde las terminales axónicas; sobre cómo los receptores pueden ser modificados en su cantidad, arreglo en la membrana de las neuronas y sensibilidad a su correspondiente transmisor. Deberemos conocer también cómo la neurona es capaz de integrar la información que recibe simultáneamente desde tantos cientos de neuronas diferentes para que finalmente envíe o no señales eléctricas a lo largo de su axón. Tendremos que saber la naturaleza química de todos los neurotransmisores y de otras moléculas cuya función parece ser la de regular la acción de ellos en las sinapsis.
Hace falta asimismo tener una idea más completa e integrada de la organización de los circuitos neuronales y de qué transmisor o transmisores funcionan en las sinapsis involucradas entre las neuronas que los componen. Requerimos conocer cómo un circuito afecta o modifica la acción de otros circuitos, especialmente en cuanto a la integración de la función primordial de cada uno de ellos si es que realmente hay una función primordial de cada circuito, pues cabe la posibilidad de que determinadas funciones mentales sean el resultado de la actividad de muchos circuitos funcionando simultáneamente.
Los puntos que acabamos de mencionar no son sino una pequeña parte de la larga lista de aspectos que aún nos falta mucho por conocer y comprender. Y aun después de todo esto, sin duda deberán surgir conceptos no previstos aún, respuestas por el momento inimaginables, para alcanzar la última de las fronteras del conocimiento: el entendimiento de las funciones mentales.
En la continuación del fragmento de sor Juana citado en el capítulo 1 de este libro, dice la poetisa:
...Y del cerebro, ya desocupado,
los fantasmas huyeron,
y como de vapor leve formadas
en fácil humo, en viento convertidas,
su forma resolvieron.
¿Cuántos fantasmas de ignorancia y de escepticismo deben desaparecer; cuántos nuevos conceptos, cuántas ideas, cuántos esfuerzos de experimentación y síntesis de información, deberán sumarse para llegar a la meta? Una cosa es segura: el hombre no se detendrá en sus esfuerzos de creatividad en el arte, en la tecnología y en todo cuanto en la vida de nuestra civilización y cultura significa progreso.
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