I. �EN D�NDE EST�S?

�Los ojos! Por los ojos el Bien y el Mal nos llegan.
La luz del alma en ellos nos da luces que ciegan.
Ojos que nada ven, almas que nada entregan.
CARLOS PELLICER

LA EXPLOSI�N

MUCHO tiempo despu�s de la explosi�n, cuando recuper� el conocimiento y trat� de organizar sus pensamientos, fue cayendo lentamente en la cuenta de su situaci�n. Todo estaba negro, no pod�a percibir ninguna imagen, ni siquiera ver la luz: estaba ciego. Se esforz� en percibir ruidos, alg�n sonido que le permitiera por lo menos una aproximaci�n para saber en qu� sitio estaba, qu� lo rodeaba, qui�nes lo atend�an o se mov�an en el cuarto en que se encontraba (pues supon�a que estaba en un cuarto). Sin embargo, s�lo percib�a el silencio. De vez en cuando le parec�a escuchar rumores vagos, aislados o murmullos extraordinariamente distantes, pero no pod�a decir si realmente esos sonidos eran reales, producidos en el exterior, o eran el producto de su esfuerzo concentrado y su deseo imperioso de o�r algo. Tuvo que aceptar, despu�s de un tiempo, que estaba sordo.

En ciertos momentos le parec�a percibir una extra�a, lejana sensaci�n que asociaba a recuerdos muy espec�ficos ocurridos hac�a mucho tiempo: una manzana que com�a con gran placer bajo un �rbol, una cabellera sobre la que apoyaba su barba, sus ojos, su rostro entero, un hospital que alguna vez hab�a tenido que visitar, unas flores en una rec�mara que significaba mucho para �l, un bosque de pinos, una fogata junto a un riachuelo... Concluy� que esas asociaciones se deb�an a la percepci�n de olores, que apenas era capaz de captar. Olores mal definidos, liger�simos, que muy de vez en cuando le parec�a —no podr�a asegurar que fueran verdaderos— percibir casi como en sue�os. Estos apenas identificados olores lo hac�an imaginarse los platillos que m�s le gustaban: sabores llenos tambi�n de recuerdos, casi escozores en la lengua, el paladar y los labios producidos por el chile, por la pimienta, por la carne de cerdo marinada en lim�n, naranja, ajo y or�gano, por un pollo ba�ado en mole negro de Oaxaca. Y reconoci� entonces que no estaba comiendo, que desde el terrible accidente no hab�a vuelto a sentir en su lengua ning�n sabor, ninguna de esas sensaciones que produce el cosquilleo de ciertos manjares o vinos cuando se ponen en contacto con la lengua y se manipulan dentro de la boca para ser deglutidos.

Al cabo de un gran esfuerzo de concentraci�n pudo darse cuenta que estaba acostado boca arriba. Algo sent�a sobre la piel de la espalda, quiz� el peso de su propio cuerpo descansando sobre esa piel que establec�a precisamente el l�mite de su espalda, el l�mite de su cuerpo. Hasta pudo identificar una, dos peque�as arrugas de la s�bana que se hund�an levemente en la piel de su espalda y que le confirmaron que s� sent�a en esa regi�n. Pero nada m�s. No le era posible sentir en ninguna otra parte del tronco, ni mucho menos con las manos, con los dedos, con la piel de la palma de la mano.

Cuando intent� moverse, lo hizo inicialmente con las manos, pero �stas no le respond�an. Quiso apretar los dedos, despu�s mover la mano entera sobre la mu�eca, m�s tarde el antebrazo completo: imposible. Lo mismo le sucedi� con las piernas. No ten�a la menor posibilidad de respuesta, ni en el pie, ni en la rodilla, ni en el muslo. Tambi�n trat� de mover la cabeza: logr� moverla ligeramente, calcul� no sin esfuerzo apenas unos mil�metros.

Quiso hablar. Se imagin� con precisi�n sus labios, su lengua en el interior de la boca, y la lev�sima contracci�n en su garganta. Pero no logr� emitir ning�n sonido, ni a�n gutural, mucho menos articulado, imposible una palabra estructurada.

Con el paso del tiempo (tiempo dedicado con todas sus fuerzas a sentir algo, lo que fuera pero algo, y por moverse un poco, siquiera ligeramente, sin obtener sensaci�n o respuesta alguna) tuvo que concluir que la explosi�n —que recordaba vagamente pero de cuya ocurrencia no ten�a duda alguna, pues hab�a estado luchando por horas para escapar de ese sitio antes que ocurriera— lo hab�a dejado completamente mutilado. Que no ten�a brazos, ni piernas, que su cara hab�a quedado destrozada, que su boca, nariz y lengua ya no exist�an, que las quemaduras en el tronco le hab�an dejado insensible tambi�n la piel, que sus o�dos se hab�an da�ado al romperse los t�mpanos. Que lo hab�an recogido crey�ndolo muerto pero que su coraz�n segu�a latiendo, que a�n respiraba, que por alguna raz�n no se hab�a desangrado antes que los cirujanos cosieran, cerraran, amputaran, eliminaran el tejido muerto. Era, pues, un cerebro sano, pensante, normal, con sus funciones mentales, recuerdos, experiencias, deseos, sentimientos, imaginaci�n, voluntad y conciencia. Pero un cerebro aislado, que no pod�a recibir informaci�n ni mensajes del mundo exterior, y que tampoco pod�a enviar a ese mundo exterior ninguna idea de lo que le pasaba, no pod�a comunicar sus pensamientos ni sus deseos, ni expresar sus sentimientos. Era un cerebro aislado.

LOS SENTIDOS

El hipot�tico caso que acabamos de relatar ejemplifica con claridad las funciones m�s evidentes del sistema nervioso, aquellas que nos permiten comunicarnos con el exterior, con el medio ambiente que nos rodea, en dos direcciones: de afuera hacia nosotros y de nosotros hacia afuera.

Es sorprendentemente cierto —aunque nos parezca demasiado obvio— c�mo dependemos estrictamente de los sentidos, y por consiguiente de los �rganos de los sentidos para poder percibir lo que ocurre a nuestro alrededor. Lucrecio, en el siglo I antes de Cristo, describ�a de esta manera las variedades de percepciones que los sentidos recogen en su gran poema filos�fico De la naturaleza de las cosas:

Si un hombre cree que no sabe nada, tampoco eso puede saber, pues confiesa que no sabe nada. Omitir�, pues, disputar este caso con �se que de este modo puso su cabeza en sus pies. Y sin embargo, aunque yo conceda que al menos sabe esto, preguntar�: si antes nada vio verdadero en las cosas �de d�nde sabe qu� es el saber y el no saber, a su turno; qu� cosa cre� el conocimiento de lo verdadero y lo falso, y qu� cosa prob� que difiere entre lo cierto y lo dudoso? Encontrar�s que de los sentidos fue primero creada la noci�n de lo verdadero y no se pueden refutar los sentidos. Pues de mayor certeza debe considerarse lo que espont�neamente puede vencer con lo verdadero a lo falso. Y entonces, ¿qu� puede juzgarse de mayor certeza que los sentidos? �Podr� la raz�n nacida de falso sentido contradecirlos, la que naci� toda entera de los sentidos? Si �stos no son verdaderos, tambi�n la raz�n se hace falsa. �O podr�n las orejas reprender a los ojos, o el tacto a las orejas? �O a este tacto arg�ir� el gusto de la boca, o refutar�n a las narices los ojos? No es as�, opino; pues cada uno tiene su potestad aparte, cada uno su fuerza. Y por eso debemos percibir lo que es blando y fr�o o caliente por una facultad distinta, por otra percibir los diferentes colores de las cosas y as� ver todo cuando est� conexo con los colores. Tiene, aparte, fuerza el sabor de la boca; los olores nacen aparte, aparte el sonido. Y as� es necesario que los sentidos no puedan convencerse unos a otros. Ni podr�n, adem�s, reprenderse ellos mismos, pues deber� siempre ten�rseles igual fe. Por eso, lo que a cada sentido pareci� en cualquier tiempo, es verdadero.

�Qu� sino percepciones a trav�s de los sentidos reflejan estas sensaciones maravillosamente descritas por Alejo Carpentier en La consagraci�n de la primavera?:
Me deten�a at�nito, ante un viejo palacio colonial que me hablaba por todas sus piedras, ante la gracia de una cristaler�a pol�croma que me arrojaba sus colores a la cara, ante la salerosa inventiva de una reja un tanto andaluza en cuyos enrevesamientos descubr�a yo algo como los caracteres de un alfabeto desconocido, portador de arcanos mensajes. Una repentina emoci�n me suspend�a el resuello al sentir la llamada de una fruta, la musgosa humedad de un patio, la salobre identidad de una brisa, la ambigua fragancia del az�car prieta. El aliento de los anafes abanicados con una penca, la le�a de los fogones, el estupendo sahumerio gris del caf� en tostadero, el sudor de la ca�a en molino de guarapo, el potente aroma de los grandes almacenes de tabaco, pr�ximos a la Estaci�n Terminal; el vetiver, la albahaca, la yerbabuena, el "agua de Florida" de la mulata puesta en olor de santer�a —ya que no de santidad—, el nardo ofrecido en los altos portales del Palacio de Aldama, las repentinas presencias del ajo, la naranja agria y el sofrito en vuelta de una esquina, y hasta el acre hedor de marisco y petr�leo, brea y escaramujos, en los muelles de Regla, me conmov�an indeciblemente...

Todas estas sensaciones, acumulaciones de est�mulos que nos llegan de todo lo que nos rodea y son capaces de suscitar en nosotros emociones, recuerdos, tristezas, alegr�as, angustias y placeres, todas llegan a nosotros, a nuestro cerebro, a trav�s de los sentidos. El fil�sofo y cient�fico ingl�s John Locke escribi� en el siglo XVII, en su Ensayo sobre el entendimiento humano, lo siguiente:
Si los objetos externos no est�n unidos a nuestras mentes cuando producen ideas en ellas; y sin embargo percibimos estas cualidades originales cuando caen cada una bajo nuestros sentidos, es evidente que alg�n movimiento debe ser continuado por nuestros nervios, o esp�ritus animados por algunas partes de nuestros cuerpos, hacia los cerebros o el asiento de la sensaci�n, para producir all� en nuestras mentes las ideas particulares que tenemos de ellas.
Y puesto que la extensi�n, figura, n�mero y movimiento de los cuerpos de un tama�o observable pueden ser percibidas a distancia por la vista, es evidente que ciertos corp�sculos imperceptibles deben salir de ellos hasta los ojos y ah� enviar al cerebro alg�n movimiento; y esto produce las ideas que tenemos de ellos en nosotros.

NEURONAS RECEPTORAS

Si s�lo a trav�s de los sentidos podemos darnos cuenta de lo que sucede en el mundo exterior a nosotros, y por consiguiente qu� lugar ocupamos en ese mundo, cabr�a preguntarse c�mo es que tal cosa ocurre. Naturalmente, la primera respuesta es que existe un �rgano diferente para cada sentido. Justamente los llamados �rganos de los sentidos. Pero, �qu� tiene de particular el ojo para que pueda ver, el o�do para que pueda o�r, la nariz para que pueda oler? �C�mo es que ni el ojo ni la nariz oyen, ni el o�do ni la nariz ven; y sin embargo casi en cualquier parte del cuerpo podemos sentir dolor, aunque �ste pueda tener tan distintas caracter�sticas? La respuesta a estas preguntas est� en las c�lulas particulares que son capaces de captar cada sensaci�n. A nadie se le ocurrir�a tomar fotograf�as con un micr�fono, pues es claro que ni el micr�fono ni lo que est� detr�s de �l —cables, amplificadores, bocinas— es sensible a la luz, mientras que la pel�cula fotogr�fica s� lo es. De manera similar, cada �rgano de los sentidos —ver, o�r, oler, gustar, tocar (incluyendo en este �ltimo la sensibilidad a la presi�n, al dolor y a la temperatura, no solamente a la textura)— tiene elementos que son sensibles a distintos est�mulos, y por lo tanto estos elementos son distintos entre s�. En el ojo son sensibles a la luz, en el o�do a la vibraci�n que el sonido produce en la membrana del t�mpano, en la mucosa nasal a ciertas mol�culas vol�tiles que llegan a ella y as� en las otras percepciones.

�Qu� son estos elementos, y qu� tienen en com�n a pesar de ser tan diferentes en cuanto a lo que son sensibles? Todos son c�lulas de un tipo especial, conocidas como c�lulas nerviosas, tambi�n llamadas neuronas. Estas neuronas de los �rganos de los sentidos tienen una regi�n muy especializada en uno de sus extremos (v�ase la Figura 1), mediante el cual captan o reciben los est�mulos espec�ficos que hemos revisado, seg�n el sentido de que se trate. Pero es claro que estas neuronas receptoras —llamadas as� porque reciben los est�mulos— no servir�an de nada si no pudieran transmitir lo que reciben hasta el cerebro, �rgano maestro del sistema nervioso. Es por esto que las neuronas receptoras poseen una prolongaci�n, que parte de la zona especializada en reconocer y recibir los est�mulos espec�ficos correspondientes, y se dirige hacia el cerebro. En algunas neuronas receptoras, como las del tacto, esta prolongaci�n es muy larga, mientras que en otras, como las que perciben la luz en la retina del ojo o las olfatorias que reconocen los olores desde la parte m�s alta del interior de la nariz, son muy cortas. En los siguientes cap�tulos revisaremos hacia d�nde van y c�mo est�n organizadas estas prolongaciones. Por ahora, baste decir que a lo largo de ellas transmiten la informaci�n que captan, mediante mecanismos el�ctricos que tambi�n mencionaremos posteriormente. Todo esto quiere decir que todas las neuronas de los �rganos de los sentidos son el sitio sobre el que las cosas que nos rodean hacen su marca y ejercen su acci�n. Son las p�ginas en que se inscribe o escribe lo que los objetos emiten o causan, sean luz, sonido, sabor, olor, presi�n, calor, etc. El gran problema es de qu� manera estas p�ginas, sobre las que se escribe en primera instancia el mensaje del exterior, transmiten hacia el cerebro este mensaje y c�mo es captado, ya no como lo que inicialmente se percibe, sino como un objeto preciso que el cerebro da un nombre y reconoce como tal a distintas distancias y en muy diversas condiciones, una pintura, un determinado instrumento musical, una sinfon�a o la voz de cierta persona. (Figura 2.)



Figura 1. Algunas neuronas receptoras. Estas neuronas se han especializado en recibir un tipo espec�fico de est�mulo, mediante las estructuras que se observan en la porci�n m�s superior de cada una de ellas. La primera c�lula de arriba es una neurona auditiva, que es capaz de percibir la vibraci�n caracter�stica de los sonidos y los ruidos. La segunda es una neurona olfatoria, capaz de captar las mol�culas vol�tiles que constituyen los olores. La primera de abajo es una neurona sensible al tacto, con la cual percibimos texturas, la suavidad de una piel o la aspereza de una soga. La �ltima neurona capta el grado de estiramiento de los m�sculos, lo cual permite regular con precisi�n la intensidad de su contracci�n. La informaci�n de est�mulo espec�fico que estas neuronas receptoras captan es enviada hacia el cerebro a trav�s de las prolongaciones largas que se observan.


Figura 2. Dibujo de Elvira Gasc�n que aparece en Tres poemas de antes de Rub�n Bonifaz Nu�o, UNAM, 1979.


Pero adem�s de percibir el mundo exterior mediante estas neuronas receptoras, existe otro mundo, el mundo de nuestro propio organismo interior, que debemos tambi�n conocer para funcionar normalmente, aunque en este caso ese conocimiento no llegue al nivel de la conciencia, es decir, no nos damos cuenta de �l como con lo que sucede con los sentidos. Este mundo interior es tambi�n extraordinariamente rico en informaci�n y de su correcto funcionamiento depende, por supuesto, que todo marche bien. Por ejemplo y como una primera aproximaci�n pensemos en el simple movimiento de un brazo o de una pierna. Podemos flexionar el brazo sobre el antebrazo, utilizando para ello la articulaci�n del codo. Pero tambi�n podemos extenderlo. Esto implica que tenemos m�sculos flexores y m�sculos extensores, pero tambi�n establece que la actividad de estos m�sculos es opuesta: si los dos se contrajeran al mismo tiempo, no podr�amos ni flexionar ni extender el brazo, el cual estar�a r�gido, en una sola posici�n, pues los dos tipos de m�sculos intentar�an ganarle a su opuesto con el resultado l�gico de que el brazo estar�a inmovilizado. �C�mo es entonces que podemos flexionar y extender el brazo a voluntad? Esto no podr�a hacerse si el m�sculo flexor no "supiera" o "aceptara" que tiene que relajarse cuando el extensor se contrae y viceversa. Este "saber" o "aceptar" relajarse cuando el opuesto se contrae, requiere de un flujo de informaci�n para que se pueda dar esa precisa coordinaci�n. Y de manera similar a lo que sucede con los sentidos y la informaci�n del mundo exterior, existen neuronas receptoras a estos est�mulos internos, en este caso particular, a la tensi�n de los m�sculos, es decir a qu� tanto est�n contra�dos o relajados. Tambi�n de modo similar, estas neuronas poseen una zona especializada receptora de la se�al que representa el grado de tensi�n del m�sculo, y deben, a trav�s de prolongaciones, enviar esta informaci�n hasta la m�dula espinal, en donde, a trav�s de una precisa organizaci�n, que veremos posteriormente, un mensaje es enviado al m�sculo opuesto para que se relaje o se contraiga, seg�n el caso.

REFLEJOS

Hay sin embargo una diferencia muy importante entre estas neuronas receptoras de est�mulos internos y aquellas que reciben los est�mulos externos. La informaci�n que estas �ltimas reciben debe llegar al cerebro para que podamos ver, o�r, oler, etc. En cambio, la informaci�n de las primeras no se hace consciente, porque la respuesta apropiada al estímulo en cuesti�n se produce sin necesitar que la informaci�n llegue a las regiones del cerebro encargadas de hacer conscientes los est�mulos. As�, en nuestro ejemplo de los m�sculos que se oponen, los flexores y los extensores, ya mencionamos que la informaci�n llega s�lo hasta la m�dula espinal para que se establezca la regulaci�n correcta entre la contracci�n de un m�sculo y la relajaci�n de su antagonista. Afortunadamente esto es as�, ya que si dependiera de las mismas zonas del cerebro con las que captamos y respondemos a los est�mulos externos, tendr�amos que poner atenci�n en demasiadas cosas al mismo tiempo. Es a este tipo de mecanismos de funcionamiento involuntario que se llama reflejos. Un reflejo es, pues, una respuesta que se lleva a cabo inconsciente e involuntariamente.

A pesar de que los receptores a la tensi�n muscular que hemos tomado como ejemplo responden normalmente a los cambios naturales del funcionamiento del organismo, es decir, a cambios internos; en ocasiones es posible demostrar su existencia mediante un estímulo exterior que sea capaz de excitar al receptor de manera similar al est�mulo interior. Esta demostraci�n es de todos conocida: es el reflejo rotuliano, consistente en aplicar un golpe breve, preciso y no demasiado intenso, al tend�n de los m�sculos extensores de la pierna, inmediatamente abajo de la rodilla. Al realizar esta operaci�n, un receptor localizado en dicho tend�n, que responde precisamente al estiramiento moment�neo provocado por el golpe, es excitado y env�a su informaci�n hasta la m�dula espinal, en donde es transmitida a las neuronas que a su vez van a hacer que el m�sculo extensor se contraiga (v�ase la Figura 3). Como resultado, la pierna se levanta levemente sobre la articulaci�n de la rodilla, y este movimiento es completamente involuntario, pues todo sucede en la m�dula espinal y la informaci�n no llega al cerebro. Este reflejo es de los m�s simples que se conocen e ilustra con claridad, la existencia de estos receptores a est�mulos internos.


Figura 3. Camino del reflejo rotulinario. Una neurona receptora, del tipo de la cuarta de la Figura 1, detecta el estiramiento del tend�n y conduce la informaci�n hasta la m�dula espinal, que se muestra cortada. El cuerpo o soma de la neurona receptora, como se observa, est� cerca de la m�dula espinal, y su prolongaci�n penetra a la m�dula por su regi�n posterior y transmite la informaci�n a una neurona motora, la cual a su vez env�a la informaci�n al m�sculo para que �ste se contraiga a trav�s de la prolongaci�n que sale de la m�dula espinal y la informaci�n no llega al cerebro, el m�sculo se contrae involuntaria e inconscientemente de manera refleja: el cerebro no se entera de lo que pasa.


MEDIO EXTERNO Y MEDIO INTERNO

Pero el antagonismo de los m�sculos flexores y extensores no es sino uno de los muy numerosos mecanismos que se regulan mediante receptores a la informaci�n interna del organismo. Entre los muchos otros existentes, podemos mencionar los que son capaces de detectar cu�nta az�car tenemos en la sangre, cu�l es la presi�n arterial, cu�nta sangre est� circulando, el grado de llenado de la vejiga o del recto, qu� tan �cida est� la sangre, o qu� tan distendido est� el est�mago. En todos estos casos, como en muchos m�s, el receptor capta el est�mulo correspondiente y env�a la informaci�n hasta las zonas correspondientes de la m�dula espinal o del cerebro, en donde, sin que estemos conscientes de ello, se activan los mecanismos que originar�n una respuesta adecuada al est�mulo en cuesti�n, todo ello para mantener al organismo en un estado de equilibrio y de normalidad, que cuando se rompe, origina lo que conocemos como enfermedad. El gran fisi�logo del siglo pasado Claude Bernard describe as� la importancia del medio interno:

El medio interno de los seres vivos est� siempre en relaci�n directa con las manifestaciones vitales normales o patol�gicas de las unidades org�nicas. Conforme ascendemos en la escala de los seres vivos, el organismo crece en complejidad, las unidades org�nicas se hacen m�s delicadas y requieren un medio ambiente interno m�s perfecto. Los l�quidos circulantes, el suero de la sangre, y los l�quidos del interior de los �rganos, constituyen el medio interno de los seres vivos. El medio interno, que es un verdadero producto del organismo, preserva las necesarias relaciones de intercambio y equilibrio con el medio del mundo exterior, pero conforme el organismo crece en perfecci�n, el medio de los �rganos se especializa y se a�sla m�s y m�s del medio ambiente que lo rodea.

De lo que hasta ahora hemos dicho, concluimos que estamos continuamente situados "entre" dos medios: por una parte, el medio externo, constituido por todo lo que nos rodea y el cual conocemos a trav�s de los sentidos que llevan la informaci�n al cerebro mediante las c�lulas receptoras en primera instancia y; por otra parte el medio interno, formado por nuestros l�quidos —fundamentalmente la sangre— y nuestros �rganos, cuyo estado es informado tambi�n mediante neuronas receptoras que, igualmente, transmiten la informaci�n a la m�dula espinal y al cerebro —a regiones que no tiene que ver con la conciencia—, de modo que su operaci�n es totalmente independiente de la voluntad.

NEURONAS MOTORAS

Anteriormente mencionamos que cada individuo est� entre el mundo exterior que nos rodea y el medio interno de nuestros �rganos. Es a trav�s de la informaci�n que recibimos desde esos dos medios que podemos reaccionar, voluntaria o involuntariamente, seg�n el tipo de est�mulo de que se trate, para mantener ese estado de equilibrio y armon�a que se traduce como salud. Pero �qui�n es el que est� entre el medio ambiente externo y el interno? �Qui�n es el que percibe y responde a esos est�mulos? �Es el cerebro? �Es la mente, es decir, el yo? Pero... � es que podemos hablar de la mente sin hablar al mismo tiempo del cerebro? No trataremos en este momento de contestar estas preguntas, que por lo dem�s van m�s all� de los límites de este libro. En el �ltimo cap�tulo abordaremos algunos aspectos de ellas. Por lo pronto, lo que nos interesa es plantear el otro aspecto de lo que hemos venido considerando hasta este momento que se refiere a la reacci�n ante los est�mulos del medio externo: �c�mo es que el organismo se manifiesta, se defiende, reacciona y se expresa ante el mundo externo, a veces tan atractivo, a veces tan amenazante?

Conviene aqu� regresar a nuestro hipot�tico caso con que iniciamos este cap�tulo. Si el hombre sin piernas, brazos y cara no puede darse cuenta de lo que lo rodea, �podr� expresar lo que siente, lo que piensa, lo que quiere? A primera vista parecer�a que s�, puesto que su cerebro y su m�dula espinal est�n intactos, y el hombre mutilado piensa correctamente, ya que es capaz de enlazar palabras mentalmente para formar frases llenas de sentido. Puede asimismo recordar con precisi�n hechos de su vida pasada, las personas a quienes conoce, los sitios en donde ha vivido, los pa�ses que ha visitado, las experiencias que ha sufrido y el peso que sobre su vida han tenido. Es capaz tambi�n de sentir, a trav�s de revivirlas por los recuerdos, las m�ltiples emociones que en distintos momentos de su existencia ha sentido: el amor por ciertas personas, el miedo ante determinada situaci�n, el coraje y la desesperaci�n, la tristeza, la alegr�a, la ira, la angustia... Tambi�n su imaginaci�n est� despierta, pues si la deja correr puede llegar a p�ramos desconocidos, a cascadas inaccesibles, a rocas de formas inveros�miles o bien a ciudades encantadas habitadas por hombres cariacontecidos y mujeres resplandecientes; o con un esfuerzo mayor se puede ver a s� mismo corriendo por un campo verde, agitando los brazos y gritando de j�bilo bajo un cielo azul y un sol quemante. Puede quiz� elevarse un poco sobre su cuerpo para contemplar lo que queda de �l y compadecerse a sí mismo. Pero todo lo que puede pensar, sentir, recordar, imaginar, �c�mo lo expresa? �c�mo hacer que los que lo rodean, que el mundo alrededor de �l, lo conozca?, �c�mo manifestarse? Para hablar necesitar�a la boca, la lengua, los labios, y no los tiene; para escribir le har�a falta un brazo, una mano, unos dedos; para hacer un gesto, un leve movimiento de las cejas o un giro en sus ojos, requerir�a de la cara; para hacer se�as, para por lo menos rotar su tronco hacia un lado, necesitar�a por lo menos de las piernas. As� pues, el hombre est� completamente aislado, no s�lo por lo que puede percibir, sino tambi�n en cuanto a su expresi�n: no puede expresarse porque no tiene con qu� hacerlo; no tiene m�sculos. En efecto, la �nica manera como podemos manifestarnos hacia el mundo exterior es mediante los m�sculos. Los movimientos de la boca, la lengua, los labios, brazos, dedos, ojos, cara, cejas, piernas, pies, todos, todos dependen de los m�sculos (la lengua es un m�sculo).



Figura 4.

Volvamos ahora al cerebro. As� como lo que sucede en el mundo exterior es captado por las neuronas receptoras de los �rganos de los sentidos, y la informaci�n es transmitida por medio de las c�lulas nerviosas hasta el cerebro, as� este �rgano maestro ejerce una acci�n sobre los m�sculos para responder a los est�mulos exteriores y para manifestar lo que en �l se ha procesado. Es decir, existen otras c�lulas nerviosas que, inversamente a lo que sucede con las neuronas que llevan la informaci�n al cerebro, conducen la informaci�n hasta los m�sculos para que �stos se puedan contraer y al hacerlo pueda manifestar lo que el cerebro quiere, piensa, siente o imagina. Las neuronas especializadas en hacer que los m�sculos se contraigan se llaman neuronas motoras (porque mueven) y son as� la contrapartida de las neuronas receptoras que llevan informaci�n al cerebro. Mientras �stas la transmiten de fuera hacia dentro, del medio exterior al sistema nervioso para que �ste procese la informaci�n, las neuronas motoras permiten —tambi�n mediante una larga prolongaci�n que conduce la informaci�n— relacionarse en forma activa con el medio exterior, a trav�s de los movimientos musculares en sus m�ltiples formas de manifestarse.

�Qu� podr�a el m�s creativo pintor hacer con sus cuadros por �l imaginados sin los m�sculos de sus brazos, mano y dedos para mover con habilidad el pincel, y sin los m�sculos de sus ojos y su cuello para seguir con precisi�n el movimiento del pincel, por �l mismo producido? �Qu� har�a el m�s inspirado poeta sin movimiento muscular para escribir o dictar sus ideas hechas palabras? �Qu� cosa hace un bailar�n sino precisamente mover con agilidad, precisi�n, soltura y armon�a los m�sculos de todo su cuerpo? �Y c�mo un m�sico ejecuta su instrumento, ya sea �ste de viento con su poderosa fuerza met�lica o su delicadeza de madera, de cuerdas con su vibraci�n sutil y encantadora, de percusi�n con su solemnidad estent�rea? �C�mo expresamos a quienes amamos lo que por ellos sentimos? Y en un terreno m�s estrictamente biol�gico, �c�mo podr�an los animales sin movimientos musculares realizar los actos de comer y beber, de huir ante un peligro o pelear con un enemigo, de perpetuar la especie mediante la copulaci�n, de comunicarse mediante la emisi�n de sonidos, de la locomoci�n ya sea caminando, nadando, volando o arrastr�ndose?


Figura 5. Esquema de una neurona motora. La informaci�n es recibida en las dendritas (flechas cortas), procesada en el cuerpo y enviada hacia el m�sculo a trav�s del ax�n (flecha larga), el cual puede ser muy largo, hasta de m�s de un metro, pues el cuerpo de la neurona se encuentra en la m�dula espinal y los m�sculos pueden estar muy alejados, como los que mueven los dedos de las manos o, a�n m�s, los de los pies.

Sor Juana In�s de la Cruz en su extenso Primero sue�o describe as� el despertar de los m�sculos y los sentidos, que reanuda la relaci�n con el mundo, la manifestaci�n de la recepci�n de est�mulos y de la expresi�n de las respuestas a ellos:
...y la falta sintiendo de alimento
los miembros extenuados,
del descanso cansados,
ni del todo despiertos ni dormidos,
muestras de apetecer el movimiento
con tardos esperezos
ya daban, extendiendo
los nervios, poco a poco, entumecidos
y los cansados huesos
(aun sin entero arbitrio de su due�o)
volviendo al otro lado,
a cobrar empezaron los sentidos,
dulcemente impedidos
del natural bele�o,
su operaci�n, los ojos entreabriendo...

LAS RESPUESTAS INVOLUNTARIAS

Tambi�n la otra parte del sistema nervioso que hemos mencionado y que lleva informaci�n del medio interno del organismo, tiene su contrapartida en neuronas que parten del cerebro hacia todos los m�sculos que no podemos contraer a voluntad, pero de cuya actividad depende el correcto funcionamiento del organismo. Son estas neuronas del sistema aut�nomo las que, tambi�n mediante sus prolongaciones, llevan la informaci�n para que, como respuesta a lo que las correspondientes neuronas receptoras captaron, se contraigan los m�sculos que a su vez contraen las arterias y as� aumente la presi�n arterial, se acelere la frecuencia de los latidos del coraz�n, se muevan el est�mago y el intestino para que se digieran los alimentos, o se secreten a la sangre las hormonas que regulan la qu�mica sangu�nea. Como en el caso de la percepci�n de este tipo de se�ales, todas estas respuestas son autom�ticas y no dependen de la voluntad, lo cual es muy afortunado pues de otro modo estar�a nuestra mente ocupada constantemente en regular todas estas funciones, y no podr�amos pensar ni imaginar pr�cticamente nada m�s.

Basta con considerar, por ejemplo, qu� dif�cil ser�a si cada vez que comemos tuvi�ramos que secretar conscientemente la saliva a la boca, el jugo g�strico de la pared del est�mago hacia el interior del mismo, el jugo intestinal hacia la luz del intestino delgado; y que, adem�s, as� como debemos masticar voluntariamente la comida, debi�ramos tambi�n hacer que el est�mago iniciara sus movimientos caracter�sticos de la digesti�n en este �rgano, y que despu�s tuvi�ramos que lograr que el alimento parcialmente digerido pasara del est�mago al intestino y que �ste se contrajera con su peculiar peristaltismo que va empujando al bolo alimenticio por su interior, y simult�neamente debi�ramos secretar las enzimas digestivas que componen el juego intestinal, y por si fuera poco hacer que se contraiga la ves�cula biliar para que la bilis, que fue formada en el h�gado y se almacen� en la ves�cula, se vierta al intestino a ejercer su importante papel en la digesti�n de las grasas. Y adem�s de todo esto, tendr�amos tambi�n que preocuparnos por relajar los m�sculos de la pared de las arterias del tubo digestivo, pues despu�s de comer debe aumentar el caudal de sangre que llega a �l, pero sin que disminuya la sangre que llega al cerebro, que debe mantenerse a toda costa, sin olvidar adem�s al coraz�n, de cuya frecuencia de contracci�n depende tambi�n que haya la suficiente presi�n arterial.

Es pues, muy afortunado que estemos situados entre un medio externo y un medio interno pero que no tengamos que preocuparnos m�s que del primero, porque todo lo que sucede en el segundo est� regulado en forma aut�noma, a base de reflejos que por su misma naturaleza no requieren que la informaci�n sea consciente y que por lo tanto funcionan involuntariamente.

En lo que hemos visto hasta ahora est� impl�cito que el sistema nervioso se puede dividir en dos grandes partes en cuanto a su funci�n: la de relaci�n (medio externo), que tambi�n se llama som�tica, y la aut�noma (medio interno) que tambi�n se llama vegetativa. Pero adem�s, el sistema nervioso tambi�n se puede dividir en dos grandes partes en cuanto a su organizaci�n estructural: la que lleva informaci�n de los medios interno y externo hacia el cerebro, la cual se llama sistema nervioso perif�rico, y la parte que procesa esa informaci�n y emite las se�ales hacia la periferia. Esta parte es el sistema nervioso central, y est� constituida por la m�dula espinal, que se encuentra en el interior de la columna vertebral, el tallo cerebral, porci�n superior de la m�dula que se "introduce" en el cerebro, y el cerebro mismo, encerrado y protegido por los huesos del cr�neo y al que llega directamente —sin pasar por la m�dula espinal— la informaci�n de la vista, el o�do, el olfato y el gusto, as� como el tacto y la sensibilidad de la cara.


Figura 6. El cerebro humano visto desde abajo (dibujo superior) y en el interior de la cabeza, como se ver�a en un corte sagital por en medio de ella (dibujo inferior). La m�dula espinal (n�m. 11) arranca como continuaci�n del tallo cerebral (10), alojada en el interior de la columna vertebral, la cual puede verse en el dibujo de la derecha y est� se�alada con los n�meros 12 y 13. Los otros n�meros indican: 1 y 4, huesos del cr�neo; 2, quiasma �ptico, que es el sitio en que los nervios �pticos, provenientes de la retina, se cruzan; 3, hip�fisis; 5, hemisferio cerebral; 6, cuerpo calloso (v�ase el Cap�tulo VI para m�s informaci�n sobre la funci�n de esta estructura); 9, cerebelo. El dibujo de la derecha muestra el gran conjunto de nervios que constituye el sistema nervioso perif�rico, a trav�s del cual se recibe toda la informaci�n del mundo exterior y del estado de los �rganos del cuerpo, y tambi�n se env�an las se�ales a todos los m�sculos que se contraigan. Los nervios son conjuntos de axones que parten de (o llegan a) la m�dula espinal; podemos ver que su longitud puede ser enorme. El �ltimo dibujo superior fue realizado por Vesaglio en el siglo XVI.

Es el cerebro el �rgano central del procesamiento de toda la informaci�n, y es all� donde, en palabras que Hip�crates escribi� hace 24 siglos:

...se originan las alegr�as, los placeres y las risas, as� como las tristezas, las penas, el dolor y las l�grimas. Es con el cerebro que adquirimos sabidur�a y conocimientos, y vemos y o�mos, y sabemos qu� es correcto o incorrecto, dulce o ins�pido... Y por ese mismo �rgano podemos sufrir locura o delirio, y nos asaltan miedos y terrores de d�a o de noche...

As�, el sistema nervioso est� presente en todo el organismo y es el tejido especializado en la comunicaci�n, tanto con el medio externo como con el medio interno. Es gracias a esta fin�sima trama de c�lulas nerviosas, a trav�s de sus extraordinariamente largas y delgadas prolongaciones, que el sistema nervioso se comunica con todos nuestros �rganos y nos comunica con el medio ambiente. As� sabemos en d�nde estamos y qu� lugar f�sico ocupamos en ese medio.

La pregunta que ahora nos haremos es mediante cu�les mecanismos se comunican las neuronas, c�mo pueden conducir y transmitir la informaci�n que reciben, sea del exterior hacia el cerebro o viceversa. Posteriormente veremos con mayor detalle los sitios y el funcionamiento de la comunicaci�n entre las neuronas, dentro del cerebro mismo. Sin embargo, hacernos la pregunta de c�mo se comunican las neuronas, implica necesariamente que hagamos una serie de consideraciones previas sobre los mecanismos generales de comunicaci�n entre los componentes de todos los seres vivos, es decir, las mol�culas y los �tomos. Adem�s, es indispensable que conozcamos la estructura de las neuronas como c�lulas. As�, nos abocaremos en el pr�ximo cap�tulo a conocer los mecanismos generales de comunicaci�n en la qu�mica y en la biolog�a, lo cual nos dar� pie para que en el tercer cap�tulo entremos de lleno a conocer de cerca las neuronas y poder as� llegar, en el cuarto cap�tulo, a uno de los aspectos centrales en este libro, por su enorme importancia: los mecanismos de comunicaci�n interneuronal. Pasemos pues a revisar lo que nos interesa respecto a la comunicaci�n entre las mol�culas biol�gicas.

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