XLI. LA MEDICINA Y LA MUERTE
C
UANDO
yo era ni�o y mi madre me llevaba al doctor, uno de los cuadros con que el m�dico adornaba su sala de espera y que m�s me gustaba era una alegor�a de la medicina (esto yo no lo sab�a en esa �poca) representada por un m�dico luchando desesperadamente contra un esqueleto para rescatar a una mujer joven del abrazo de la calavera. Lo que yo ve�a era una acci�n valiente y heroica, realizada por el personaje profesional por quien mi madre ten�a la mayor admiraci�n y respeto; obviamente, sus enemigos eran tambi�n los m�os. As� fue como identifiqu� por primera vez a la Muerte: como la enemiga jurada del m�dico y de la medicina.Como en los cuentos, pasaron muchos a�os y yo me hice m�dico. En la escuela universitaria aprend� mucho y en la vida profesional aprend� todav�a m�s, tanto sobre medicina como sobre la muerte, pero especialmente sobre sus relaciones mutuas. Hace ya mucho tiempo (�ay!) que he cambiado mi opini�n inicial sobre las funciones de la medicina en relaci�n con la muerte. Ese es el tema de estas l�neas, pero aseguro al amable lector que no son ni morbosas ni t�tricas; simplemente pretenden ser un resumen de la visi�n de un m�dico contempor�neo sobre un fen�meno biol�gico general.
En primer lugar, debe aclararse una realidad se�alada con poca frecuencia: las funciones oficiales de la medicina contempor�nea son preservar la salud y curar o aliviar la enfermedad. Nada m�s, pero tambi�n nada menos. Hace algunos a�os, la Organizaci�n Mundial de la Salud propuso una definici�n de salud que dice: ".... no es nada m�s la ausencia de enfermedad sino el completo bienestar f�sico, psicol�gico y social." Es obvio que si los m�dicos estuvi�ramos obligados a aceptar esta definici�n nuestro trabajo estar�a en principio condenado al fracaso, pues se necesitan poderes sobrenaturales para poseer simult�neamente influencia decisiva en la fisiolog�a humana, en la psicolog�a y en la estructura de la sociedad. Por lo tanto, conviene preguntarse qu� significan las palabras "salud" y "enfermedad" para la medicina y los m�dicos, en vez de lo que significan para pol�ticos y funcionarios.
Se trata de conceptos fundamentales, no s�lo para los m�dicos sino para todo ser viviente; sin embargo (y quiz� por eso) est�n muy lejos de ser simples o universalmente aceptados. Yo entiendo por salud la capacidad funcional normal de un individuo, determinada en condiciones est�ndar y comparada con la eficiencia promedio de la especie. La enfermedad ser�a un tipo de estado interno que disminuye la salud, o sea que reduce una o m�s capacidades funcionales por debajo del nivel de la eficiencia promedio. De acuerdo con las definiciones anteriores, el trabajo de los m�dicos podr�a ser m�s o menos dif�cil pero nunca indeterminado o sujeto a sorpresas inesperadas. Sin embargo, algo esencial falta en las definiciones previas de "salud" y "enfermedad", porque los m�dicos las pasamos moradas tratando de ayudar a nuestros enfermos. Lo que falta es lo que incluye la palabra "padecimiento" y que est� ausente del concepto biol�gico de enfermedad. Se trata de lo que piensa y siente el enfermo, o sea un universo complejo de emociones, sufrimientos, miedos, esperanzas, incapacidades, molestias f�sicas, dolores, tragedias y claudicaciones que caracterizan su papel de "enfermo" entre los dem�s actores en nuestra sociedad.
Pero si los objetivos de la medicina son preservar la salud y curar o aliviar la enfermedad, �en d�nde aparece la muerte? Se trata de un fen�meno biol�gico universal, quiz� el �nico al que ning�n ser vivo ha escapado o puede aspirar a escapar en el futuro. Si agregamos a los objetivos de la medicina la lucha contra la muerte, autom�ticamente la transformamos en una actividad fatalmente destinada al fracaso y, por lo tanto, propia de masoquistas o "perdedores" irredentos.
La �nica forma como la medicina se enfrenta a la muerte es cuando �sta es "evitable" o "prematura". Ning�n m�dico tiene problemas para ejemplificar lo que tal concepto significa: un ni�o de 9 a�os de edad no debe sucumbir a la difteria, un adulto de 55 a�os no debe morirse de su primer infarto del miocardio; en estos dos casos se justifica la pelea sin cuartel y sin reposo contra la muerte. Pero tambi�n ning�n m�dico puede soslayar la existencia de muchos otros enfermos para los que la muerte es ya la �nica soluci�n natural de sus m�ltiples problemas, para los que la prolongaci�n de la existencia es o una crueldad in�til (cuando est�n conscientes) o una opci�n irrelevante (cuando han perdido la conciencia).
Por estas razones yo siempre me he opuesto a que la medicina agregue a sus obligaciones la "lucha contra la muerte". Me parece que todos los participantes en la comedia (�O tragedia?) de la vida, m�dicos, enfermos, familiares y otros, se ver�an beneficiados si se acepta que el objetivo �ltimo de la medicina es lograr que el hombre muera joven y sano, lo m�s tarde que sea posible. En otras palabras, la medicina tiene que ver primariamente con la salud y con la vida, sus intereses centrales son la profilaxis de las enfermedades y la recuperaci�n de los pacientes a una existencia lo m�s parecida a la vida plena y completa de los sujetos completamente sanos. Enfrascados en esta tarea, la medicina se encuentra con la muerte; el contacto no es ni inesperado ni bienvenido, pero no es el enfrentamiento con un enemigo sino con la realidad. Cuando se tienen todos los elementos necesarios a la mano, el m�dico puede hacer una decisi�n que favorezca los intereses y el bienestar de todos los participantes en el episodio, incluy�ndose a s� mismo; tal decisi�n no incluye (no deber�a incluir) el peso moral de la obligaci�n ciega de "luchar contra la muerte".
La medicina y la muerte no son enemigos permanentes sino ocasionales; incluso existen circunstancias en que no s�lo son aliadas sino amigas, y otras (menos frecuentes) en que hasta pueden actuar como c�mplices. Pero de todo lo anterior surge otra vez el tema de estas l�neas, que es la ausencia de la lucha contra la muerte entre los objetivos de la medicina de nuestros tiempos.