XLII. CIENCIA, MEDICINA TRADICIONAL Y MEDICINA

DESDE el ingreso de la Rep�blica Popular China a las Naciones Unidas, ocurrido en la d�cada de los a�os 70, se empez� a manejar en la Organizaci�n Mundial de la Salud el concepto de medicina "tradicional". Con este t�rmino se hace referencia a un conjunto muy heterog�neo de ideas sobre la enfermedad, de procedimientos diagn�sticos y sobre todo de medidas terap�uticas, que constituyen el contenido de las medicinas conocidas tambi�n como "aut�ctonas", "ind�genas", "populares" o "marginadas". Todas estas diferentes medicinas tradicionales tienden a contrastarse con la llamada medicina "occidental", que se identifica como la medicina cient�fica, tecnol�gica y alop�tica actual. Gracias a una muy bien llevada campa�a propagandista, el �xito del programa chino de medicinas "paralelas", que combina los recursos de ambas posturas en la atenci�n a los problemas de salud de sus 1 000 millones de habitantes, es ahora conocido en todo el mundo.

En muchos otros pa�ses el equilibrio entre la medicina tradicional y la occidental es menos arm�nico, inclin�ndose casi siempre que el desarrollo socioecon�mico y cultural lo permite del lado de la medicina cient�fica y tecnol�gica, mientras que entre los grandes n�cleos de poblaci�n econ�micamente d�biles de los pa�ses subdesarrollados lo que todav�a prevalece son las medicinas tradicionales. La asociaci�n entre la afluencia econ�mica, el desarrollo de la cultura y la preferencia por la medicina occidental podr�a sugerir que las medicinas tradicionales pierden terreno frente a los embates de la ciencia y la tecnolog�a, que poco a poco han ido sustituyendo al empirismo y a la imaginaci�n sobrenatural por el conocimiento m�s s�lido y objetivo generado por su famoso m�todo "cient�fico" de trabajo. Sin embargo, las cosas son mucho m�s complicadas e interesantes que eso.

En primer lugar, las medicinas tradicionales y la medicina occidental tienen mucho en com�n: la poderosa influencia psicol�gica de la presencia del m�dico (o curandero, naturista, mago, oste�pata, brujo, balne�logo, yerbero, etc.) en la actitud mental del paciente ante su enfermedad; el uso de muchos procedimientos terap�uticos similares, sobre todo ante problemas tan antiguos como fracturas, hemorragias, heridas traum�ticas, embarazo y parto, picaduras de serpientes, enfermedades de la piel y senilidad; la administraci�n de numerosas sustancias de diversos or�genes y con distintos grados de pureza, de las que la inmensa mayor�a no sirven para absolutamente nada, otras son venenos m�s o menos potentes, y unas cuantas tienen efectos farmacol�gicos y/o terap�uticos maravillosos; la historia natural de la enfermedad, que en muchos casos tiende a curarse en forma espont�nea, frecuentemente a pesar de lo que m�dicos tradicionales y occidentales recomienden como tratamiento (la tendencia y los poderes intr�nsecos del organismo para recuperar la salud se conoce desde principios de la historia y fue bautizada en lat�n como vis medicatrix natura; como todo en medicina, su existencia ha sido aceptada por muchos y negada por otros tantos a trav�s del tiempo. En nuestro siglo, sus partidarios la conocemos como homeostasis y le conferimos un papel fundamental en la biolog�a normal y patol�gica).

En segundo lugar, las medicinas tradicionales y la medicina occidental no son productos culturales aislados e independientes entre s� sino todo lo contrario; cuando se les contempla en forma global y con conciencia hist�rica, hasta resultan ser parientes cercanos. El parentesco no es por compadrazgos o relaciones pol�ticas; se trata de miembros de la misma familia, por cuyas venas corre la misma sangre ancestral. La medicina moderna inici� su carrera hace m�s de 30 siglos y siempre ha conservado su mismo car�cter ambivalente de oficio y profesi�n, de empirismo y an�lisis objetivo, de arte (en el sentido del artesano, no del artista) y ciencia. Las ra�ces primitivas e irracionales de las ideas m�s avanzadas de la medicina moderna no son motivo de ruborizaci�n sino de orgullo. La superaci�n de un concepto anticuado por otro moderno no debe ser motivo de mofa despectiva sino m�s bien de gratitud y reconocimiento filial a su contribuci�n. Es como si los padres, al transformarse en abuelos, simult�neamente se convirtieran de cari�osos generadores de la vida y todas sus dulzuras para sus hijos, en molestos y hasta malignos esp�ritus para sus nietos. Como feliz miembro del gremio de los abuelos, me consta que tal postura es completamente falsa.

En tercer lugar, en nuestro medio la medicina tradicional est� haciendo un loable esfuerzo por incorporarse al nivel cient�fico del siglo XX. Como este parece ser un primer intento, todav�a se perciben rezagos de irracionalidad en su postura. Un ejemplo es la convicci�n de que todo el herbolario tradicional contiene principios farmacol�gicamente activos y relevantes a los diferentes problemas patol�gicos en que se usan. Tal convicci�n se basa en el hecho real de que algunas yerbas definitivamente s� tienen principios activos con efectos farmacol�gicos interesantes que deber�an ser estudiados y aprovechados, como por ejemplo el zoapatle. Pero de ah� a asegurar que: "... de no existir los cientos de terapeutas tradicionales y los miles de recursos herbolarios, las curvas de mortalidad y morbilidad se ver�an notablemente modificadas, y no para mejorar precisamente..." hay todav�a una enorme distancia.

La medicina occidental ha heredado mucho de las medicinas tradicionales y todav�a va a incorporar mucho m�s de ese rico acervo de sabidur�a emp�rica. Pero si va a seguir siendo cient�fica tendr� que hacerlo exigiendo pruebas objetivas en lugar de actos de fe, hechos rigurosamente documentados en lugar de declaraciones de creencias o convicciones, y sobre todo haciendo caso omiso de argumentos demag�gicos apoyados en un pretendido nacionalismo que la califica como resultado de "colonialismo cultural". La medicina occidental debe defenderse de manera continua del charlatanismo, entre cuyos disfraces favoritos est�n precisamente las medicinas tradicionales o populares; para distinguir con claridad entre los impostores y los elementos genuinos y valiosos de la medicina aut�ctona, el �nico recurso es aplicarles el mismo tipo de an�lisis cr�tico riguroso que la medicina cient�fica usa para sus propios conceptos y procedimientos. Mientras eso no se haga, toda la riqueza farmacol�gica encerrada en las yerbas pretendidamente medicinales seguir� siendo hipot�tica y potencial.

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