VII. LOS PROCESOS DE GALILEO

LA HISTORIA de Galileo, padre de la ciencia experimental, puede para el propósito de este relato dividirse en dos: la de Galileo, el astronómo, y la de Galileo, el físico. La primera es casi una historia de aventuras, donde se mezclan la ciencia y la política con las instituciones religiosas del siglo XVI. En ella Galileo se muestra débil, poco apto para sobrevivir a las intrigas de palacio, tal como lo vio Bertolt Brecht en su magistral pieza teatral. La segunda historia, la del físico Galileo, es más parecida a la de un gran científico moderno. Aquí vemos la aventura del pensamiento humano llegar a uno de sus clímax. Galileo, como astrónomo, sigue la huella de sus ilustres predecesores y hace contribuciones importantes, que lo llevan a un enfrentamiento con el poder público. Galileo, como físico, cambia la ciencia al fincar los principios de ésta en los experimentos y se nos muestra, además, como un gran maestro de ese fructífero rincón, a veces olvidado, de la física: el laboratorio de los experimentos pensados.

Empecemos por un breve relato de la vida de Galileo como astrónomo. Galileo Galilei, verdadero heredero del Renacimiento, nació en Pisa en 1564. Su padre, matemático, al saber de los magros salarios que entonces como hoy puede recibir un profesor de matemáticas, lo impulsó a que fuera médico. Entró pues Galileo a estudiar medicina a la Universidad de Pisa; pronto se fascinó, más que con la salud de otros, con la geometría y con el movimiento de los péndulos. Convenció a su padre e Italia perdió al que hubiera sido uno más de sus médicos, pero el mundo de la ciencia ganó a un gran creador de métodos e ideas.

Cuando en 1604 ocurre la nova que Kepler describió en su Astronomia Nova, Galileo aprovecha este suceso y argumenta contra lo inmutable de los cielos. Este fue uno más de los puntos de vista aristotélicos con los cuales no estaría de acuerdo el gran científico italiano. Galileo abandona entonces Pisa y va a trabajar a Padua, donde entabla correspondencia con Kepler. En sus cartas admite ya su adhesión a las teorías de Copérnico, aunque el fantasma de Bruno, ejecutado en la hoguera en 1600, lo fuerza a que con prudencia evite hacer pública su creencia en el modelo copernicano.

En el año de 1609 ocurre un suceso importante en la vida de Galileo, el observador astronómico: llega a sus oídos que en Holanda se había inventado un tubo para ver de lejos: el telescopio. Pronto construye el suyo y así comienza la era del telescopio en la astronomía. Con su aparato descubre las manchas solares y de ahí calcula la rotación del Sol sobre su eje. Encuentra las cuatro lunas de Júpiter y con ellas un modelo solar copernicano en miniatura. La prueba irrefutable de que no todos los cuerpos astronómicos circundan la Tierra estaba a la vista de Galileo y su telescopio. Descubre también las fases de Venus, una prueba más de que Copérnico estaba en lo correcto. Galileo anuncia sus hallazgos en un pequeño periódico, El Mensajero Sideral, y genera con ellos gran entusiasmo, pero también grandes enojos. Se inicia así el proceso de Galileo.

En un artículo reciente, aparecido en la revista Scientific American en noviembre de 1986, se intenta dar una explicación, en términos políticos, de por qué la Santa Inquisición juzgó de manera tan aparatosa a Galileo. La Europa de principios del siglo XVII se debatía entre la Reforma y la Contrarreforma, la Guerra de los Treinta Años, las alianzas de España, Inglaterra y Francia y, en medio de todo ello, el gran poder temporal del papado. Según los autores del artículo, Galileo fue condenado a desmentir sus ideas heliocéntricas como un gesto simbólico de buena voluntad del papa Urbano VIII, destinado a mitigar la hostilidad española, que no veía con buenos ojos su política profrancesa. La causa del proceso de Galileo podría explicarse, más o menos, de la manera que sigue:

En 1632, Galileo publica en Florencia (y en italiano, que el gran público entendía) uno de sus dos diálogos maestros... Sopra i due Massimi Sistemi del Mondo tolemaico, e Copernicano; proponendo indeterminatamente le ragione Filosofiche, e Naturali tanto per l'una, quanto per l'altra parte, como se dice en la famosa portada del gran libro galileano, adornada equívocamente por tres delfines. En el Diálogo, dos personas discuten frente a un tercero, hombre de la calle; uno adopta el punto de vista ptolemaico y el otro se adhiere a Copérnico. El primero, Simplicio, como su nombre lo indica, aparece como dogmático y poco inteligente.

Ya que el papa Urbano VIII sabía de las inclinaciones de Galileo —pues éste le había dedicado en 1623 su libro II Saggiatore donde defiende el sistema de Copérnico—, le había dado instrucciones de que en su nuevo libro no eligiera entre los dos sistemas del mundo. Tal intento de obediencia a la autoridad papal se trasluce en la parte final del largo título del Diálogo. Sin embargo, los enemigos de Galileo, ya numerosos y muy influyentes para entonces, convencieron al Papa de que Simplicio no era más que la caricatura del Primado. Galileo, tenido hasta ese momento en gran estima por Urbano VIII, cae de la gracia papal.

Los tiempos políticos, por otro lado, parecen haber sido contrarios a la suerte de Galileo. En 1632, el Cardenal Gaspar Borgia, embajador español ante la Santa Sede, ataca abiertamente al Papa en el Colegio Cardenalicio. La presión española busca que el Papa disuada a Francia de su alianza con Gustavo Adolfo, el rey protestante de Suecia. Todo ello ponía en peligro al Sacro Imperio Romano y al catolicismo en Alemania. Empero, el Papa no podía enemistarse con la católica Francia. Le quedaba, pues, el gesto simbólico de sacrificar públicamente a alguien notoriamente profrancés, y herético por añadidura. El monje apóstata dominico, Tomás Campanella, era la más obvia elección. Campanella, sin embargo, sabía demasiado, por lo que habría de buscarse algún otro chivo expiatorio. Para su mala fortuna, Galileo acababa de perder la gracia papal, al poner en boca del simple Simplicio argumentos caros a Urbano VIII.

Culmina así el proceso de Galileo. El 22 de junio de 1633, la Congregación del Santo Oficio decreta que Galileo es culpable de haber puesto sin autorización el imprimatur, y de haber afirmado que la Tierra se mueve. Galileo abjura y rechaza las ideas copernicanas; ya septuagenario se ve condenado al silencio y a la penitencia de recitar, cada semana durante tres años, los salmos. Antes de morir ciego en 1642, en Arcetri, cerca de Florencia, completa con el auxilio de sus discípulos Viviani y Torricelli su otro gran Diálogo: Discorsi e dimostrazioni matematiche intorno ñ due nuove scienze, que fue publicado en Holanda en 1636. Así empieza la mecánica y con ella la ciencia física, tal y como hoy la concebimos.

Antes de relatar la historia de Galileo el físico, cedo ahora la palabra a Pico, un experto en el barroco italiano.

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