VIII. UN CUENTO DE LA CIUDAD ETERNA: LAS ABEJAS Y EL CINCEL

EXCEPTO por la frugal iglesia que llevaba su nombre, santa Bibiana hab�a pasado a ser una de las tant�simas v�rgenes que murieron por la fe y la cristiandad bajo la fuerza implacable del l�tigo, del fuego y del martirio. Sin embargo, por mera casualidad, al cambiar las baldosas del piso de la iglesita de Santa Bibiana, unos alba�iles encontraron intacto el esqueleto de la santa.

Esto ocurr�a por 1624, y Urbano VIII, la figura central de la vida de Roma en ese momento, escribi� un poema conmemorativo refiri�ndose al sacro hallazgo y mand� llamar a un nuevo Miguel Ángel para hacerle su primer encargo pontificio: Gian Lorenzo Bernini hab�a de esculpir una imagen de santa Bibiana para embellecer el peque�o templo que lleva su nombre.

Urbano VIII, al fungir como Papa desde el a�o anterior, hab�a recibido un conflictivo pero codiciado cargo. El papado hab�a sentido los golpes luteranos de la joven iglesia protestante que florec�a en Alemania y su debilidad era patente. Se hab�an o�do en los corredores del Vaticano las amenazas de la creciente influencia de los Hapsburgo, y el joven arzobispo Maffeo Barberini, ahora con la triple tiara y tenedor de las llaves de San Pedro, luchar�a ac�rrimamente construyendo la oscura leyenda de la Contrarreforma.

Hallazgos de santos y ap�stoles en las calles de Roma eran frecuentes, pero Urbano VIII hizo de estos descubrimientos lazos fuert�simos con la Roma ferviente y cristiana de la Antiguedad. Santa Bibiana, como santa Cecilia, santa Pr�xedes o santa Elena, servir�a como bandera de la Contrarreforma, y Gian Lorenzo Bernini como el palad�n que sostendr�a sin saberlo ese estandarte.

Urbano VIII se abstra�a y escrib�a poes�a. Reflexionaba sobre el blas�n de su familia, que llevaba tres abejas y un gran sol. Como un hombre progresista, era laborioso como esos insectos, y pon�a al astro rey en el centro de todo, como lo proclamaba un paisano suyo, Galileo Galilei, desde la blanca ciudad de Pisa. Gustaba de los vericuetos de la pl�tica y de la pol�tica, y sobre todo amaba el arte. Quiso hacer de Bernini una creaci�n suya y, alrededor del Papa y del escultor se teji� una red de admiraci�n y cari�o rec�procos.

Mientras Bernini trataba de esclarecer el problema de la intersecci�n de las dos naves de la Bas�lica de san Pedro, que ya hab�a sido terminada y bendecida poco antes por su amigo el Papa, se gestaban en las oficinas papales serios problemas: la Guerra de los Treinta A�os se convert�a en un juego insulso de ajedrez y Richelieu, habiendo simpatizado con Urbano VIII, ten�a las mejores posiciones en el tablero, haciendo risibles las de los protestantes alemanes.

Existe en Roma una manera cr�ptica y fant�stica de hacer resonar la vox populi, que son los pasquines. "Paschino" era una antigua y desfigurada estatua alrededor de la cual se pegaban con grandes brochazos de engrudo mordientes cr�ticas an�nimas. Bernini hab�a solucionado su arquitect�nico problema proyectando un tabern�culo inmenso, en bronce, llamado "Baldaquino", que cubriera de egregia manera el altar mayor de la gran bas�lica. Al mismo tiempo, Urbano VIII, volvi�ndose totalmente reaccionario y opuesto a las ideas cop�rnicas, condenaba a Galileo al ostracismo, calmando as� la pasi�n mojigata del acusador del astr�nomo, el cardenal Roberto Bellarmino. No hay duda de por qu� apareci� el famoso pasqu�n:

quod non fecerunt barbari fecerunt Barberini

(lo que no hicieron los b�rbaros, lo hicieron los Barberini), pues el Papa hab�a ordenado desmontar las coberturas de bronce de edad inmemorial que adornaban el p�rtico del Pante�n, para poder vaciar las enormes columnas salom�nicas del Baldaquino, y hab�a mandado a uno de los grandes cient�ficos del siglo a un forzado silencio.

Bernini sigui� siendo el representante nep�tico de esa fe te�ida en pol�tica de los mil seiscientos. Esculpir�a un intenso retrato para la tumba de Bellarmino y dise�ar�a un magn�fico monumento para su amigo el Papa, decorado con grandes abejas de m�rmol. Adornar�a la oblonga Piazza Barberini con la fuente inolvidable del Trit�n, sin que nadie cuestionara el por qu� de los cuatro delfines que serv�an de base a la fuente; algunos documentos de Galileo, entre ellos el Di�logo de los dos sistemas, hab�an sido decorados con un emblema representando tres delfines, el s�mbolo del hermetismo, un ligero eco de las llamas que consumieron a Giordano Bruno a�os antes. Bellarmino hab�a utilizado esto como poderosa arma contra el astr�nomo pisano. Ir�nicamente, Bernini coronar�a su Baldaquino con una gran esfera terr�quea y un crucifijo, colocando alrededor de manera ornamental pero significativa, giratorios soles de los Barberini que a�n hoy siguen est�ticos alrededor de la Tierra.

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