IX. DOS MAESTROS DE LOS EXPERIMENTOS PENSADOS
L
A HISTORIA
de Galileo, el físico, es para la ciencia, si cabe, más importante aun que aquella de Galileo, el astrónomo. Comienza casi por accidente en 1581, cuando descubre la isocronía del péndulo: el periodo de éste no depende de la amplitud de su oscilación.La historia continúa en 1586, cuando publica el folleto donde describe su invento de la balanza hidrostática. Con ello, Galileo comienza a ser conocido en el mundo escolástico. Al mismo tiempo, presenta a la Academia Florentina dos trabajos que buscan aclarar dónde se localiza y cuál es el tamaño del infierno de Dante. Gran paradoja: ñel más grande físico del diecisiete ocupado en esos menesteres!
Galileo escribe su obra maestra también en forma de diálogo. Salvacio, Sagredo y Simplicio charlan durante cuatro días sobre dos nuevas ciencias, aquella que se ocupa de la resistencia de los materiales y la que trata del movimiento, incluido el de los proyectiles. En el diálogo, el sabio Salvacio explica pacientemente, con la ayuda de pruebas geométricas, de experimentos reales y pensados, las ideas que habrían de sentar las bases de la mecánica.
Muchos de los razonamientos de Galileo son impecables y devastadores. No podría dejarse sin mencionar aquel donde demuestra que los cuerpos pesados caen con la misma aceleración que los ligeros afirmación que, según cuenta una más de las leyendas galileanas, él comprobó al dejar caer balas de cañón desde lo alto de la torre inclinada en su Pisa natal. Galileo nos dice: Supóngase, si seguimos a Aristóteles, que los cuerpos pesados caen más rápidamente que los ligeros. Tómese entonces una piedra A y divídasela en dos partes iguales B y C. Como B y C pesan lo mismo, caen simultáneamente y juntas, y siempre lo hacen más despacio que A. Las partes de la piedra llegan al suelo después que la misma piedra, conclusión que es ñun absurdo! También nos hace ver Galileo en sus Discorsi que esferas que rueden desde el reposo no pueden alcanzar alturas mayores o menores que aquélla desde la cual se les ha soltado. De otra forma, podríamos construir una máquina de movimiento perpetuo, que él consideraba absurda. Con este solo ingrediente, llegó a una conclusión sorprendente: los cuerpos en su estado natural se mueven con velocidad constante.
Empero, Galileo no se dejó llevar por su mente poderosa, capaz de concebir tan ingeniosos argumentos. Se da cuenta, y lo repite innumerables veces en su Diálogo, de la importancia de realizar experimentos reales, de medir tiempos y distancias. Aquéllos, en particular, son difíciles de medir con precisión. Primero, Galileo empleó su propio pulso como reloj y pronto se dio cuenta de la gran incertidumbre con que medía, sobre todo, intervalos cortos de tiempo. Por ello empezó a utilizar la clepsidra, el reloj de agua. Al inicio de su experimento, de su observación controlada, abría la llave de un recipiente lleno de agua. Colectaba el líquido en otro recipiente y, al final del proceso que observaba, clausuraba la llave. Al pesar la cantidad de agua que había fluido, podía Galileo comparar intervalos de tiempo con no mala precisión. Así pudo comprobar, entre otras cosas, que la distancia recorrida por cuerpos uniformemente acelerados era proporcional al cuadrado del tiempo transcurrido.
En el cuarto día de diálogos, Salvacio explica el movimiento de los proyectiles. Ya que Simplicio llega a tiempo, empieza Salvacio con su primer teorema: "un proyectil que es llevado por un movimiento horizontal compuesto con un movimiento vertical naturalmente acelerado describe una trayectoria que es una semiparábola." Sagredo pide un paso lento, pues según él no ha llegado muy lejos en el estudio de Apolonio, y Simplicio afirma estar dispuesto a aceptar los teoremas de Salvacio, a tener fe en ellos, aun sin comprenderlos plenamente.
En cualquier caso, ahí quedan los descubrimientos de Galileo sobre el movimiento uniforme y acelerado de los cuerpos, la composición de dos velocidades y el tiro parabólico. Veamos ahora cómo todo ello evoluciona bajo el enorme impulso de la muy poderosa mente de ese otro gran maestro de los experimentos pensados.
Newton imaginó en la cima de una montaña, a un gigante que podía lanzar piedras con velocidades siempre crecientes. Primero el gigante arroja una piedra que cae al pie de la montaña; luego imprime a la piedra una velocidad mayor hasta que el ímpetu inicial es tan grande que Newton imagina a la piedra llegar al otro lado del océano.
El gigante es capaz de hazañas aún mayores: da tal empujón inicial a la piedra que ésta no sólo atraviesa el océano, sino que sigue en su viaje alrededor de la Tierra y regresa a la montaña de la cual partió. Así, el gigante de Newton ha puesto en órbita un satélite. Convirtió un objeto terrestre, una simple piedra, en un cuerpo celeste, en una luna de nuestro planeta.
La hazaña intelectual de Newton es mayor incluso que la de su gigante: de un solo golpe logra la primera gran síntesis en la historia de la física, al unir la mecánica celeste con la terrestre. Aristóteles, el gran sabio griego, empieza a quedar atrás...
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