XXI. ALBERT EINSTEIN, FÍSICO FAMOSO

DESPUES de la aventura del eclipse, Einstein se convirtió en el científico más famoso del mundo. Como pacifista y judío, recibían él y sus teorías relativistas frecuentes ataques en Alemania. Sin embargo, decidió permanecer en su país de origen e incluso retomar la ciudadanía alemana. Emprende luego una serie de viajes por Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Palestina; visita también el Lejano Oriente. En 1921 recibe el Premio Nobel de Física, que se le otorga, curiosamente, por su descubrimiento de la ley del efecto fotoeléctrico y no por sus contribuciones a la relatividad que lo habían hecho famoso.

En los veintes y en Berlín, donde conservaba su puesto de profesor en la Academia Prusiana de Ciencias, el mismo puesto que aceptara desde 1914 cuando el káiser se lo ofreció, Einstein dirige su atención a un problema que le habría de mantener ocupado por el resto de sus días.

Busca una teoría del campo unificado, un marco conceptual único que englobara al electromagnetismo y a la gravitación. Este sueño de Einstein no se ha convertido en realidad hasta ahora, aunque la guía del gran maestro fue seguida por otros físicos. En los setentas se logró unificar, no la electricidad y el magnetismo con la gravedad como quería Einstein, sino las interacciones débiles con las electromagnéticas. Surgió así en 1970 la teoría electrodébil de Weinberg y Salam y la posibilidad de incluir también a las interacciones fuertes, para llegar a la gran unificación.

Los alegres veintes significaron para Einstein una época triste y difícil. Por un lado, vio nacer y establecerse en Alemania el poder de los nazis. Por otro lado, se alejó de las corrientes principales de investigación en física. En esos años la física cuántica establece firmemente sus raíces en la ciencia. Sus conceptos probabilísticos no son del agrado de Einstein, que continuaba afirmando: "Dios no juega a los dados." Son famosas las discusiones que Einstein sostuvo con Niels Bohr, gran físico danés a quien conoció en 1920. En el Quinto Congreso Solvay, que tuvo lugar en 1927, la esgrima intelectual entre estos dos gigantes de la ciencia moderna se inicia en forma espectacular y llega a su clímax en el Sexto Congreso Solvay, tres años después.

El mismo Bohr relata, en un artículo que apareció en el libro Albert Einstein: Philosopher Scientist, sus controversias. Uno de los problemas radicaba en el principio de incertidumbre, que había establecido Heisenberg poco antes como una de las bases de la mecánica cuántica y que a Einstein le molestaba en extremo. Una de tantas aplicaciones del principio de Heisenberg indica que no se puede medir con tanta precisión como se desee la energía de un proceso y el tiempo que éste dure.

Einstein planteó a Bohr el siguiente experimento pensado: Tómese una caja llena de radiación electromagnética y póngase un reloj adentro. El reloj opera un mecanismo para abrir y cerrar un obturador, agujero por el cual puede escapar de la caja un fotón. Si la caja se pesa antes y después de que el mecanismo abra el agujero durante un lapso muy pequeño y a un tiempo preciso medido por el reloj, tendríamos una violación del principio de incertidumbre. Dado el peso, tendríamos la masa m y de ahí la energía, según E = mc2. Con su lanza relativista en ristre, Einstein buscaba destruir la armadura cuántica.

Parece que Bohr no pudo dormir en calma toda esa noche. La paradoja cuántico-relativista que le planteaba el sutil ingenio de Einstein no era una paradoja cualquiera. De pronto Bohr recordó otra de las grandes contribuciones de su contrincante: el principio de equivalencia, el retraso de los relojes en un campo gravitacional, y todo eso. Para medir la energía de la caja de fotones, Einstein propone pesarla, es decir, había en su proceso la presencia implícita de un campo gravitacional. Pero éste altera, según la teoría general de la relatividad, la marcha del reloj que se halla en la caja. Con las fórmulas mismas que Einstein usó para calcular el corrimiento hacia el rojo, Bohr hizo sus cuentas y el principio de Heisenberg salió incólume. No así Einstein, quien sin embargo nunca estuvo totalmente de acuerdo con la interpretación de la mecánica cuántica que pregonaba la Escuela de Copenhague, capitaneada por Bohr. Einstein siempre sostuvo que debería haber una teoría ulterior, más profunda que la cuántica, que describiera mejor el mundo microscópico. En ello, con seguridad tenía razón.

En 1929, Albert Einstein cumplió cincuenta años y en la celebración se le colmó de honores. El mismo Planck le ofreció, en forma personal, una medalla. Pero la sombra nazi amenazaba a los judíos y al resto del mundo. Podía presentirse ya el momento en que Einstein abandonaría Alemania para siempre. Esto ocurrió en 1933, cuando se embarca con Elsa, su mujer, con destino a los Estados Unidos para trabajar en el entonces recién fundado Instituto de Estudios Avanzados de Princeton.

Una vez Einstein escribió: "Soy un verdadero navegante solitario y nunca he pertenecido con todo mi corazón a mi país, a mi hogar, a mis amigos o aun a mi familia cercana. Frente a tales ligas nunca perdí la sensación de distancia y la necesidad de soledad —sentimientos que se acrecientan con los años." En Princeton vivió de acuerdo a ello; su vida y su comida eran frugales, solitario se empeñaba en construir su teoría del campo unificado y en buscar paradojas a la mecánica cuántica. Disfrutaba de su música y también... de navegar.

A finales de 1936 muere su esposa, a la que sobreviviría por casi veinte años. La guerra se desata luego en Europa y de ahí se propaga al resto del mundo. Aunque Einstein no se involucra directamente en las cuestiones de la guerra, su instinto pacifista —curiosamente— lo lleva a firmar la famosa carta sobre la bomba atómica, dirigida al presidente Roosevelt. Al finalizar la guerra, debe retirarse oficialmente como profesor del Instituto. Pasa, sin embargo, activo los últimos diez años de su vida, buscando hasta el día 18 de abril de 1955 hacer realidad su sueño de tantos años: unificar los campos electromagnéticos y gravitacionales.

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