III. C�MO VIO EL DOCTOR MANUEL EULOGIO CARPIO LA MEDICINA CIENT�FICA EN EL MUNDO Y QU� HIZO POR ELLA
C
UANDO
Laennec era profesor de medicina cl�nica en el hospital La Charit� eso suced�a por 1822, dice Roger Kervran en su libro Laennec, m�dicin breton que entre los alumnos extranjeros se encontraba un mexicano. �Qui�n era este colega que tan pronto aprendi� a utilizar el estetoscopio (eso esperamos), nada menos que de manos y o�dos de su inventor? Cuando haya la ocasi�n, consultar� la ficha de los archivos de Laennec en que se habla de los alumnos extranjeros (cat�logo preparado por Boulle et al.); tal vez entonces pueda contestar la pregunta que por ahora se queda en el aire.De lo que s� estamos seguros, es de que en 1823 el m�dico veracruzano Manuel Eulogio Carpio (1791-1860), entonces simple bachiller, traduce al espa�ol y publica en un curioso (por el tama�o) librito, el art�culo Pectoriloquo, que apareci� en el tomo cuarenta del Diccionario de ciencias m�dicas publicado en 1819 en Par�s, es decir, el mismo a�o en que vio la luz la primera edici�n del tratado de Laennec sobre la auscultaci�n mediata y las enfermedades del pecho. El doctor Jos� Joaqu�n Izquierdo dio a conocer en facs�mil dicha obrita (
UNAM,
1956).Manuel Eulogio Carpio Hern�ndez nace el primero de marzo de 1791 en Cosamaloapan, Veracruz, y muere en la ciudad de M�xico el 11 de febrero de 1860. Es el octavo hijo de Jos� A. Carpio, comerciante en algod�n, y de Josefa Hern�ndez, dama de las buenas familias del puerto de Veracruz.
Cuando Manuel Eulogio tiene cinco a�os muere su padre, al parecer dejando a la familia en no muy buena situaci�n econ�mica. No s� cu�nto le sobrevive la madre, ni qu� fue de los otros hijos. Lo �nico que dicen los bi�grafos de Manuel Eulogio, es que "al salir de la ni�ez se encontr� sin m�s abrigo que el amor maternal y sin esperanza de otra cosa en el mundo que lo que pudiera �l alcanzar por sus merecimientos".
Dichos merecimientos se empiezan a ver en el Seminario Conciliar de Puebla donde estudia latinidad, filosof�a y teolog�a. Jos� Jim�nez, profesor de la �ltima materia, le cobra particular aprecio y le abre su biblioteca. Ah� se despert� o acrecent� su gran afici�n a la lectura, "que es uno de los signos del talento", dice su bi�grafo Bernardo Couto.
Carpio va para cura; "mas entonces ten�a ya ideas tan elevadas de la santidad del sacerdocio y se reputaba a s� propio tan poco digno de ejercerlo, que resolvi� tomar por otro camino . Este camino fue el del derecho, en el que tampoco se siente a gusto. Entonces cae en la medicina, no obstante lo desprestigiada que estaba esta profesi�n, asunto del que m�s adelante hablaremos.
M�s que medicina, lo que realmente empieza a estudiar Carpio es cirug�a, que por aquel tiempo era una rama aparte. Lo hace en el hospital de San Pedro de Puebla, nosocomio del que tenemos la informaci�n que nos ha proporcionado el doctor Jos� Joaqu�n Izquierdo en su libro Raud�n, cirujano poblano.Si la ense�anza de la cirug�a era mala en el Hospital Real de Naturales de la capital de la Nueva Espa�a, peor estaba en el hospital de San Pedro de la Angel�polis. Mas quien tiene verdaderos deseos de aprender se las ingenia para llevar adelante sus prop�sitos. Tal cosa hizo el joven Manuel Eulogio; se asoci� con otros estudiantes y juntos formaron una academia privada para estudiar medicina, siguiendo el procedimiento que ahora llamamos de autoaprendizaje. Son los tiempos de los "actos p�blicos", eventos donde se luce lo aprendido. Carpio y compa��a hablaron de fisiolog�a en su primer acto p�blico, el cual dedicaron al obispo de Puebla, don Antonio Joaqu�n P�rez, personaje que ser� decisivo en la carrera m�dica de Manuel Eulogio.
La fisiolog�a ser�a una de las disciplinas preferidas de Carpio; fue la materia con la que se estren� como profesor en el Establecimiento de Ciencias M�dicas, que abriera sus puertas en 1833. Dec�an que se sab�a de memoria el texto de Magendie.
Al parecer hubo otros ejercicios o actos p�blicos semejantes al de fisiolog�a, los cuales "llamaron mucho la atenci�n en una ciudad donde eran del todo nuevos". Lo importante para Carpio y para la medicina nacional fue que el Protomedicato, "por los informes de su delegado" en Puebla, expidi� a los sustentantes de dichos eventos t�tulos de cirujanos latinos.
Ya para entonces quiz� desde aquel primer acto p�blico donde se habl� de fisiolog�a, o tal vez desde antes, Carpio gozaba de los favores del obispo Antonio Joaqu�n P�rez. �ste lo beca para que venga a la ciudad de M�xico a cursar los estudios de medicina. Por los veintes se grad�a de bachiller en medicina en la Universidad, y en 1832 obtiene el t�tulo de profesor de dicha materia despu�s de sustentar examen ante la Facultad M�dica del Distrito Federal, la cual hab�a sustituido al colonial Protomedicato desde un a�o antes.
Terminemos este relato sobre los grados obtenidos por Carpio diciendo que en 1854 Santa Anna "tuvo a bien habilitar a varias personas de doctores", a pesar de las protestas y disgusto de la Universidad, que aqu�l hab�a reabierto en abril de 1835, y sin cubrir ninguno de los requisitos establecidos. Entre estas personas estaba Carpio, quien ingres� al claustro de filosof�a.
Carpio continu� cultivando el h�bito de estudiar por su cuenta, el cual hab�a adquirido desde su estancia en Puebla; de ah� que Couto diga que m�s que en clases, Manuel Eulogio "se form� en el estudio privado". Tal estudio abarcaba lo viejo y lo nuevo. La prueba m�s fehaciente de este asunto es la publicaci�n, precisamente en el mismo a�o en que obtiene su diploma de bachiller en medicina 1823, de un librito en el que reuni� la traducci�n de los Aforismos de Hip�crates, que Carpio hiciera del lat�n, y la del art�culo Pectoriloquo del Diccionaire des Sciences M�dicales [Diccionario de ciencias m�dicas] de Par�s, que trata de la utilidad cl�nica del estetoscopio o pectoriloquo, aparato inventado por Laennec apenas siete a�os antes.
Pero sigamos con el trazo longitudinal de la vida de Manuel Eulogio Carpio, ya que despu�s nos ocuparemos de algunos aspectos m�dicos, literarios y pol�ticos de su tiempo y de la participaci�n de nuestro personaje en tanto m�dico, poeta y pol�tico.
La vida de Carpio fue la de un erudito; su tiempo lo dedic� m�s a la docencia que a la pr�ctica m�dica. Empez� ense�ando fisiolog�a e higiene al abrir sus puertas el Establecimiento de Ciencias M�dicas en 1833 (ver cap�tulo IV), y por 1854 era profesor de "historia de las ciencias m�dicas" en la Universidad. Seguramente por su relaci�n con artistas tambi�n fue maestro de la Academia de San Carlos, donde daba a los pintores la clase de anatom�a. Adem�s, debe subrayarse la participaci�n del doctor Carpio en la Academia de Letr�n, no solamente "reuni�n de personas dadas a la literatura", como la califica Bernardo Couto, sino nada menos que el punto de partida de las letras mexicanas modernas, seg�n lo dej� bien claro Jos� Emilio Pacheco en su discurso de ingreso al Colegio Nacional.
Cuando apenas abierto el Establecimiento de Ciencias M�dicas, �ste entr� en problemas por haberse derogado las leyes que le daban sustento oficial. Manuel Eulogio Carpio es uno de los facultativos que forma la Academia de Medicina de M�xico, hoy conocida como Primera Academia.
Ya desde 1825 Carpio anda metido en la pol�tica, simplemente, quiz�, porque "le toc� venir al mundo en �poca de agitaci�n y revueltas, �poca en la que todo hombre de alg�n valer en la sociedad ha tenido alguna vez que ser pol�tico e intervenir, de grado o sin �l, en los negocios p�blicos". Por esta raz�n o por otras que se nos escapan, en el bienio 1825-1826 Carpio es diputado por el Estado de M�xico, y en el siguiente por el de Veracruz. Es por entonces cuando redacta un vehemente manifiesto contra los yorkinos, organizados en logias mas�nicas bajo los auspicios de Poinsett, embajador de los Estados Unidos, texto que, por desgracia, no hemos podido localizar.
Al final del a�o en que se public� dicho manifiesto 1827,"la legislatura y gobierno de Veracruz se complicaron en la malaventurada revoluci�n de Tulancingo". El gobierno central la reprimi� y Carpio "sufri� amenazas y temi� ser blanco de la sa�a del bando vencedor".
Tal vez a causa de estos sinsabores Carpio enferma de los nervios y se retira al estado de Puebla, donde pasa unos meses en el campo. Quiz� ya recuperado, mas picado por el gusano de la pol�tica, en 1828 regresa a Jalapa para participar en las elecciones para presidente de la Rep�blica. A la saz�n Santa Anna es gobernador de Veracruz y apoya a Vicente Guerrero, candidato de los yorkinos, a quien Carpio hab�a atacado en su famoso manifiesto de 1827. Nuestro m�dico vota a favor de Manuel G�mez Pedraza. Al parecer �ste gana las elecciones, pero entonces viene la revuelta de la Acordada, por medio de la cual los yorkinos "se sobrepusieron al voto p�blico".
Esto fue suficiente para Carpio como pol�tico. Se vuelve entonces a la ciudad de M�xico, donde se dedica a la ense�anza de la medicina, a ver unos cuantos pacientes, porque no le atra�a demasiado la consulta, a ense�ar anatom�a a los artistas de la Academia de San Carlos, a asistir con los Lacunza (Jos� Mar�a y Juan), los Quintana Roo, Pesado, Prieto, Ortega y Arango, a las sesiones de la Academia de Letr�n, y a escribir. Adem�s de sus art�culos m�dicos y de las traducciones a que ya hemos hecho referencia, Carpio intervino en la planeaci�n de un libro sobre Tierra Santa y tradujo dos libros de la Biblia, que publicara Mariano Galv�n. Gracias al empe�o de su amigo y tambi�n poeta Jos� Joaqu�n Pesado, dio a luz un libro de poes�as que mereci� varias ediciones. Finalmente, dicen que cuando enferm� del padecimiento que lo llevar�a a la muerte, estaba escribiendo un manual de medicina dom�stica.
Si no son abundantes las noticias de su vida como m�dico, maestro o pol�tico, todav�a sabemos menos del Carpio íntimo o familiar. �nicamente tenemos informes de que fue casado y "padre feliz", aunque ignoramos de cu�ntos hijos. La esposa se llamaba Guadalupe Berruecos, "se�ora llena de prendas y de amabilidad"; muri� en 1856, constituyendo el deceso un golpe del que jam�s se recuperar�a don Manuel. Tres a�os despu�s fue atacado "de un mal cerebral que pronto se explic� por una especie de oblivi�n y por alg�n entorpecimiento de la inteligencia". Ya no se restableci� totalmente y muri�, como ya qued� dicho, el 11 de febrero de 1860. Contaba entonces 69 a�os.
�C�mo era en lo f�sico el doctor Carpio? Si hemos de creer a su contempor�neo Bernardo Couto, "su persona era bien compuesta, de mediana estatura, de rostro sereno, la frente desembarazada y espaciosa, los ojos claros, el andar (espejo del car�cter seg�n algunos fisonomistas) grave y reposado". A este retrato de lo f�sico agreguemos algunos datos sobre su condici�n de m�dico, sus prendas morales y filiaci�n pol�tica: "En la pr�ctica de su profesi�n [...] m�s que recoger porci�n de s�ntomas, procuraba estudiar alguno que cre�a caracter�stico y por �l se guiaba. Quiz� de ah� vino que pareciese como distra�do y que dijera el vulgo que pon�a poca atenci�n en el enfermo".
Tal vez por esto y porque "no pod�a tomar ciertos aires que con el vulgo, m�s numeroso de lo que se piensa, valen infinito", jam�s tuvo mucha clientela, ni se preocupaba por acrecentarla. No obstante, atend�a con igual solicitud al pobre como al rico, pues "en lo que menos pensaba nunca era en la remuneraci�n de su trabajo; y no poseyendo en la tierra m�s caudal que su arte, descuidaba lo que debiera producirle, como derrama un pr�digo la hacienda que hered�".
En s�ntesis, Carpio fue un m�dico m�s o menos pobre, que si est� en la historia m�dica nacional se debe a su actividad docente y acad�mica, a que al publicar en un solo volumen sus traducciones de los Aforismos de Hip�crates y del art�culo sobre el pectoriloquo o estetoscopio, representa el eslab�n entre dos �pocas de la medicina mundial y nacional.
Por lo que toca a su desempe�o como profesor, "sus disc�pulos notaban la precisi�n de ideas, la solidez de juicio, la claridad de exposici�n, as� como la animaci�n de estilo y la brillantez de colorido con que alguna vez sab�a engalanar sus lecciones".
Por su parte, Carpio ten�a en muy alta estima el papel de profesor. En 1837 dijo al respecto: "Tiene el profesor obligaciones sagradas y tremendas, obligaciones con las que no se cumple, si no se trabaja incansablemente sobre los libros; otra conducta es una crueldad que bien equivale a un delito porque, lo dir� redondamente, se falta a deber y a la sociedad el d�a que, contento de s� mismo, deja el m�dico de estudiar."
Sobre la pr�ctica de la medicina, y refutando a quienes opinaban que para qu� estudiar, que con �sta era bastante, Carpio agreg�: "No aleguemos la pr�ctica. �Qu� pr�ctica racional puede haber si no la acompa�a la lectura? Habr� si se quiere una rutina, pero jam�s una pr�ctica ilustrada que resulte de las observaciones propias unidas a las ajenas."
Y todav�a don Manuel remachaba lo anterior con esta aguda observaci�n: "Adem�s, si se aprecian tan justamente los hechos... �por qu� nos contentaremos con los nuestros, individuales, y hemos de dejar a un lado los hechos de los grandes pr�cticos? �Pues qu�, en todos los ramos han de ser �tiles los libros menos en la medicina? Es preciso, pues, adoptar todos los recursos en obsequio de los hombres."
En pol�tica Carpio fue conservador. Parece ser que se rehus� a acatar en p�blico la Constituci�n de 1857.
ESTADO DE LA MEDICINA MEXICANA CUANDO CARPIO DECIDE ABRAZAR DICHA PROFESI�N
Cuando tiene lugar el famoso Grito de Dolores, Manuel Carpio acaba de cumplir nueve a�os. Aunque sus bi�grafos no dan fechas precisas, suponemos que en plena guerra de Independencia nuestro personaje asiste al hospital de San Pedro de Puebla para aprender cirug�a y se asocia con algunos compa�eros entusiastas para formar una "academia" y estudiar medicina por su cuenta. De Puebla se traslada a la ciudad de M�xico para cursar en la tambaleante Universidad el bachillerato m�dico. Cuando M�xico lleva escasos dos a�os de ser naci�n soberana, Carpio recibe su diploma de bachiller (1823).
�C�mo andaba la medicina mexicana por aquellos a�os?
Hay m�s de una informaci�n sombr�a. He aqu� una de ellas:
Cuando Carpio tom� esta resoluci�n [la de estudiar medicina] no hab�a entre nosotros ramo de ense�anza m�s descuidado, ora fuese por la poca estima que de tan �til ciencia se hac�a, ora porque su ejercicio se tuviera en menos. S�lo en las Universidades de M�xico y Guadalajara hab�a c�tedra de aquella facultad; en ellas se aprend�a poco, y de ese poco quiz� una parte eran errores que valiera m�s ignorar que saber. Respecto de la cirug�a, en la capital se cursaba por el t�rmino de cuatro a�os en el Hospital Real, bajo la direcci�n de dos cirujanos que daban lecciones de anatom�a, sin exigirse estudios previos. En Puebla se hac�a el mismo curso, aunque de una manera m�s imperfecta [si cabe] en el Hospital de San Pedro.
Se dec�a tambi�n (Casimiro Liceaga) que a los j�venes m�s torpes se les orientaba hacia la medicina y que �sta hab�a llegado al atraso en que estaba porque Espa�a siempre se hab�a opuesto a que las nuevas ideas se filtraran hacia sus posesiones americanas.
Lo anterior es cierto en t�rminos generales, pues desde finales del siglo
XVIII
hab�an soplado algunos vientos renovadores, ciertamente no siempre bien acogidos en la Universidad Real y Pontificia. Uno de estos casos lo constituye el doctor Luis Jos� Ignacio Monta�a, precursor de la ense�anza de la cl�nica moderna en M�xico; tuvo que ejercer su magisterio en una "academia" privada. Tampoco fueron del todo desconocidos los sistemas m�dicos que ven�an a romper con el sistema hipocr�tico-gal�nico, como el del m�dico ingl�s John Brown. Las obras de Boherhaave, de Sydenham y de Broussais tambi�n llegaron a estas tierras, justo cuando se luchaba por su independencia pol�tica, pero sobre todo cuando se estrenaba nuestra emancipaci�n de Espa�a.Carpio alcanz� los �ltimos d�as del brownismo, "del que no se contagi�"; mas "le cogi� de lleno la invasi�n de las doctrinas exageradas de Broussais que tanto s�quito lograron entre nosotros. Oy�las con precauci�n, p�solas luego al crisol de la observaci�n y el raciocinio, y no tard� en decidirse contra ellas" para enrolarse en la medicina que estaban construyendo Xavier Bichat, Fran�ois Magendie, Ren� J. Laennec, Louis, Andral, etc�tera.
CARPIO ANALIZA LA MEDICINA EXTRANJERA Y LA MEXICANA
A la informaci�n anterior debemos agregar la siguiente, que se refiere al estado de la medicina en ciertos pa�ses europeos y en M�xico. La publica Carpio en 1840.
Empieza por se�alar las estrechas relaciones de la medicina francesa con la mexicana y en seguida dice lo siguiente respecto a la primera: "La Francia, mal contenta con el sistema de Brown, al parecer atacado por Pinel y en la realidad apoyado en gran parte por el autor de la Nosograf�a filos�fica [o sea Pinel], la Francia, digo, coloc� todas sus esperanzas m�dicas en un genio ardiente, h�bil y laborioso, que equivocadamente crey� atacar a sus contrarios como defenderse de ellos."
Carpio se refiere a Broussais, de quien nos ocupamos en cierta amplitud en otros cap�tulos de este libro. Otro tanto hacemos con Pinel, el autor de la "nosograf�a filos�fica". Pero sigamos con Carpio, quien, en los siguientes t�rminos, contin�a refiri�ndose a Broussais: "No s�lo aquel pa�s (Francia) sino otros varios tambi�n recibieron con entusiasmo las nuevas doctrinas, que lisonjeaban a la vez la filantrop�a de todos los m�dicos, y la desidia de muchos."
Esto se deb�a a la sencillez del sistema m�dico de Broussais y a los �xitos terap�uticos que promet�a: "�Qui�n, en efecto, no abrazar�a un sistema que todo lo ofrec�a a los facultativos, y eso sin la necesidad de estudiar dos semanas?"
Por supuesto que, ante tales condiciones, muchos m�dicos mexicanos abrazaron el "fisiologismo" de Broussais. "Aun nosotros quemamos alg�n grano de incienso delante de su autor", dice Carpio, tal vez refiri�ndose a su posici�n personal ante las teor�as de este m�dico bret�n que, como veremos m�s adelante, neg� la trascendencia de los descubrimientos de Laennec.
Broussais y su teor�a estaban condenados a la derrota, pues "se presentaron al combate otros hombres de m�rito relevante contra quienes no era f�cil salir con bastante aire. En estos curiosos t�rminos, Carpio se refiere a otros m�dicos que se citan en este libro: Andral, Louis y Magendie.
Para opinar de este modo, Carpio tuvo que profundizar en el "fisiologismo" de Broussais. No todo era malo, acota don Manuel. Broussais hab�a llamado la atenci�n sobre puntos importantes, mas "al generalizar las ideas fij� a la naturaleza un c�rculo tan peque�o, que admira c�mo un hombre pudo figurarse que el reino animal s�lo estaba hecho para inflamarse".
Como veremos m�s adelante, el fisiologismo o teor�a de la irritaci�n se fundaba en tres elementos: irritaci�n, inflamaci�n y simpat�as. Con su estilo sabroso, Carpio dice que en las obras de Broussais "la irritaci�n hace m�s papel que la primera actriz de la comedia". Tales teor�as fueron demolidas por algunos m�dicos, entre ellos Magendie, a base "de experiencias directas hechas en animales, experiencias m�s apretadas que todas las teor�as"
Derrotado en Francia el fisiologismo hac�a dos o tres a�os, dec�a Carpio, en 1840, que hab�a surgido el "numerismo". "El jefe es M. Louis, hombre por tantos t�tulos respetable, quien pretende, con relaci�n v.g. a la terap�utica (y as� de otros ramos), que dejada a un lado toda autoridad y raciocinio, se examine, por ejemplo, si la quina y el mercurio sanan mayor n�mero de intermitentes y de s�filis, y hecha la tabla estad�stica, si �sta depone a favor de aquellos remedios, se usen en todo caso, por supuesto con las modificaciones que exige la edad, el temperamento y otras circunstancias."
Hasta aqu� lo que dice Carpio sobre la medicina francesa. En seguida se ocupa de lo que pasa en Alemania, Italia e Inglaterra, para terminar diciendo lo que sucede en M�xico.
Carpio hab�a le�do algunos libros alemanes que le ensa�aron lo "indeciblemente laboriosos" que eran los m�dicos germanos. Sin embargo, adolec�an de dos defectos "bien vituperables". En primer lugar, "son tan minuciosos, tan lentos y tan pesados que dif�cilmente habr� literato, por infatigable que sea, que no pierda la paciencia al encontrar en aquellos autores no s�lo todo lo que hay en un asunto sino tambi�n lo que puede haber, y mil veces a�n lo que es imposible que haya". A quien creyese que exageraba, Carpio le recomendaba que leyese la anatom�a comparada de Meckel, la fisiolog�a de Burdach o el tratado del tifo de Hidenbrand.
El otro defecto "vituperable" de la medicina germana es expresado de la siguiente manera por Carpio: "La Alemania es el pa�s cl�sico de los sistemas m�s inauditos. El de Carlos Hoffman es digno de darse a conocer. Cree el autor que en cada enfermedad se descubre una imagen de alg�n animal inferior. Por ejemplo, los raqu�ticos se convierten en animales invertebrados, en moluscos, etc�tera; un hidr�pico no es otra cosa que una hid�tide y as� todos los dem�s."
Mas las cosas no paran ah�. "Otro m�dico cree que las enfermedades son seres vivos an�logos a las plantas y de consiguiente divide a las enfermedades en familias, en especies por cript�gamas, faner�gamas, etc�tera. El herpes, por ejemplo, es un pericarpio cuyos frutos est�n en racimos.
Adem�s, en Alemania hab�a nacido la homeopat�a, sobre la que Carpio hace este importante juicio: "Si Hannemann con sus dosis microsc�picas ha cre�do curar las enfermedades, ha cometido un error inexcusable, pero si con su m�todo ha querido solamente obrar sobre la imaginaci�n de los enfermos reduci�ndolos en realidad a la medicina expectante, es digna de admirarse su destreza, y a veces de imitarse."
Alemania era tambi�n la tierra de la teor�a m�dica del antagonismo vital o de las fuerzas polares, "seg�n el cual los s�lidos tienen la electricidad positiva y los fluidos la negativa". Sobre �sta y el magnetismo, que "no le va mal en Alemania", cre�a Carpio que pod�a haber algo de verdad, pero que los hechos a�n no estaban demostrados.
Por lo que toca a Italia, su doctrina m�dica no era m�s que el brownismo "bajo formas gigantescas, y colocado lo de arriba abajo y lo de izquierda a derecha". Aunque Rassori se llamara contra-estimulista, no era m�s que brownista, dec�a Carpio.
Por otra parte, gracias a los descubrimientos de Volta, en toda Europa, pero en especial en Italia, el galvanismo estaba adquiriendo importancia en la fisiolog�a y en la medicina.
Pasemos a Inglaterra. Dice Carpio que "los m�dicos londinenses en general no tienen teor�as [...] y se atienen m�s a los hechos que a la dial�ctica, de modo que su medicina pudiera llamarse emp�rica". En seguida don Manuel se ocupa de las preferencias terap�uticas, ponderando el arrojo de los brit�nicos para prescribir ba�os fr�os en varias enfermedades.
Por lo que toca a t�tulos y ejercicio profesional, dice don Manuel que "los m�dicos del Colegio de Londres no pueden ser cirujanos, los cirujanos pueden ser m�dicos y los boticarios ejercen tambi�n la medicina".
Veamos ahora lo que el doctor Carpio dice sobre la medicina mexicana. Empieza por se�alar que "nuestras relaciones cient�ficas con Francia son mucho m�s �ntimas, por ser mucho m�s f�ciles que con el resto de Europa". En seguida habla del auge y decadencia de la teor�a m�dica de Broussais, mencionando de pasada al brownismo:
En M�jico, seg�n dijimos otra vez, domin� Brown desde principios del siglo hasta 1823, en que se conoci� el sistema fisiol�gico: la novedad, la sencillez y las inmensas esperanzas que ofrec�a, todo junto con el aire dogm�tico y firme que presentaba su autor, fue motivo sobrado para que se abrazara con entusiasmo aquel sistema: el esp�ritu de innovaci�n hab�a invadido todas las cabezas; pero la fr�a reflexi�n y la pr�ctica fueron minando poco a poco el nuevo edificio m�dico que por desgracia no presentaba bastante solidez; se le�an adem�s las obras de Andral, Louis, Chomel, etc�tera, y varios peri�dicos de Europa; con estos elementos, algunos esp�ritus, nacidos para la independencia de opiniones, y amigos tenaces de la verdad, o a lo menos de lo que tienen por tal, empezaron a dudar, y luego abandonaron no todas las nuevas ideas, pero s� gran n�mero de ellas.
Dos palabras sobre el Colegio de Medicina, o sea del primitivo Establecimiento de Ciencias M�dicas que ya conoceremos, y sobre la primera Academia de Medicina:
En 1833 se fund� el Colegio de Medicina, el cual ha corrido con varia fortuna hasta el d�a, pero siempre de su parte ha habido tenacidad y progreso. Hija de este colegio ha sido la Academia, que en un tiempo de interregno doctrinario se levant� de la nada y qued� admirada al verse existir por s� misma. Desde luego pens� en dar a sus expensas un peri�dico de medicina cuyo quinto a�o comienza hoy (1841).
Al hablar de las tres grandes epidemias que en "limitado c�rculo de a�os" han afligido al pa�s fiebres tifoideas, escarlatina y viruelas, Carpio dice que hay un m�todo terap�utico nacional, nacido de la experiencia, que ha resultado mejor que los m�todos europeos, por supuesto bien conocidos por los m�dicos mexicanos:
Est�bamos bien enterados de los planes curativos empleados all� casi con generalidad, pero algunos m�dicos sin vituperear esos m�todos hemos cre�do que no son los mejores. Buen n�mero de pr�cticos han visto innumerables veces y no pocas se han publicado en el peri�dico que en dichas enfermedades se pueden ministrar las sales neutras y eso con tenacidad por algunos d�as a pesar de las fulminaciones de Broussais; que se pueden ministrar atoles y a veces caldo, sin que se haya notado ning�n perjuicio, y s� por el contrario una r�pida convalecencia; que en estas epidemias se han curado much�simos enfermos sin extracciones de sangre, las que en personas robustas pueden muy bien hacerse.
El siguiente pasaje no es el �nico en que Carpio critica la manera como en M�xico suelen interpretarse los datos de autopsia:
Las autopsias se hacen en M�jico frecuentemente, bien que en mi juicio no todas se practican con una prudente imparcialidad; se busca ansiosamente la rubicundez de los tejidos del est�mago, intestinos y cerebro, y basta una r�faga, una estr�a de sangre, para que se le atribuya la enfermedad y la muerte, sin considerar que se puede vivir y andar en la calle no s�lo con una r�faga sangu�nea en el est�mago o intestinos, sino con un c�ncer enorme y eso por meses, y quiz� por a�os enteros: sin considerar que aquella rubicundez puede ser una coincidencia, o bien un fen�meno puramente f�sico, etc�tera. Lo que nos falta aqu� m�s que en Europa es la parte filos�fica de la anatom�a patol�gica: no basta ver lesiones en los cad�veres, sino que es preciso apreciar sus causas y sus efectos, o tambi�n su nulidad: es indispensable adem�s contar con dos fen�menos constantes, primero la imbibici�n de los tejidos, segundo, la pesantez de la sangre que se acumula en la parte m�s declive, y mientras esto no se meta en cuenta, es muy f�cil equivocarse: es preciso hacer experimentos en este ramo y otros, como se han empezado a practicar, y esperamos que se continuar� esta empresa en el siguiente a�o escolar.
M�s adelante Carpio vuelve al Colegio de Medicina y a la Academia. Sobre el primero dice:
El Colegio de Medicina, gracias a la protecci�n del gobierno y a la eficacia perseverante de la mayor�a de sus catedr�ticos, va caminando con decoro y aprovechamiento, y sus ex�menes han tomado un aire de severidad inflexible y justificada, que con el tiempo dar� frutos copiosos, y s�lo sentimos que a veces se exijan doctas impertinencias: entre los estudiantes hay j�venes de talento y estudiosos que ofrecen las mayores esperanzas: si lejos de fomentarles el esp�ritu de sistema, se les lleva por otro camino menos c�modo, llegar�n a ser el consuelo de sus semejantes.
De lo que Carpio dice sobre la Academia de Medicina extraigo un juicio y un consejo de palpitante vigencia hoy en d�a. Ojal� escuchen quienes escriben art�culos cient�ficos:
En nuestros trabajos se nota por lo com�n bastante precisi�n y concisi�n, y creemos haber hecho un bien en esto: ya se sabe que nada es m�s f�cil que escribir art�culos extensos y redundantes, pero de aqu� resultan dos males, el primero que no siempre se puede contar con el tiempo y menos con la paciencia de los lectores, y por tanto no se consigue la difusi�n de las luces; lo segundo, �por qu� se ha de malgastar el aliento en escribir y leer muchas p�ginas, cuando en muy pocas se pueden explanar las verdades m�s trascendentales? Dejemos a los fabricantes de libros las miras mercantiles y el cuidado de decir y repetir lo que se ha dicho y repetido cien veces, mientras que nosotros con objeto m�s inocente, manifestamos en una hoja de papel una idea con que en otra parte se hubiera formado un voluminoso cuaderno.
La �poca que vive Carpio es por dem�s interesante para el historiador de la medicina mexicana. T�cale llevar en la Universidad los cursos para obtener el grado de bachiller en medicina. En 1832 obtiene el reconocimiento de profesor, pero ya no por el Protomedicato, instituci�n de origen colonial encargada entre otras cosas de la certificaci�n y licencia de m�dicos, cirujanos, flebotomianos, algebristas y de otros "trabajadores de la salud", sino de la flamante Facultad M�dica del Distrito Federal, la que andando el tiempo se convertir�a a su vez en el Consejo Superior de Salubridad.
Carpio asiste en 1833 a la creaci�n del Establecimiento de Ciencias M�dicas y pasa a formar parte de su primera plantilla de profesores. Por otra parte, en 1854 Santa Anna lo hace Doctor de la Universidad y aparece como profesor de "Historia de las Ciencias M�dicas" dentro de aquellas c�tedras llamadas "de perfeccionamiento", a las que deber�an asistir los alumnos del Establecimiento de Ciencias M�dicas, por entonces ya denominado Colegio de Medicina.
Es conveniente decir algo m�s acerca de esta coexistencia de dos instituciones dedicadas a la ense�anza de la medicina en la capital del pa�s, de 1834 a 1865: El Colegio de Medicina y la Universidad, aunque nos adelantemos un poco a lo que trataremos en el siguiente cap�tulo.
Gracias a la Ley de Instrucci�n P�blica de 1833, se crea en ese mismo a�o el Establecimiento de Ciencias M�dicas, con un plan de estudios muy de acuerdo con las corrientes m�s avanzadas de la �poca. Pero apenas ocho meses despu�s se da marcha atr�s reinstalando la Universidad (que hab�a sido clausurada al tiempo que se abr�an seis Establecimientos de ense�anza superior ver cap�tulo IV), y se encomienda al Claustro de Medicina informe si el Establecimiento de Ciencias M�dicas debe suprimirse. Como el dictamen de los profesores universitarios es favorable, el dicho Establecimiento continuar�a funcionando con el nombre de Colegio de Medicina, pero con poco o nulo apoyo oficial.
La otra instituci�n que tiene que ver por estos a�os (1834-1865) con la ense�anza de la medicina es la reabierta Universidad, la que en 1834 tiene las siguientes c�tedras de medicina: zoolog�a, medicina legal, medicina hipocr�tica e historia de la medicina. Seg�n Flores, ninguna de �stas tuvo alumnos.
Falta investigar en los archivos de la �poca qu� sucedi� realmente con estas c�tedras. Fiados �nicamente en lo que dice el historiador Francisco Flores, a fines de 1854 Santa Anna sancionaba el nuevo plan de estudios estructurado por el ministro Teodoro Lares, seg�n el cual [1855] se inauguraba con las siguientes c�tedras m�dicas: moral m�dica, historia de la medicina e higiene p�blica. Las dos �ltimas ser�an impartidas por Manuel Carpio.
Se dice que "a�n no estaban planteadas tantas reformas cuando cay� la administraci�n que las cre� y cuando el general Vega mand�, el 24 de septiembre del mismo a�o [1855], que se cerraran todas las c�tedras.
As� permanecieron las cosas hasta que en 1857 se decret� nuevamente la extinci�n de la Universidad. Pero otro cambio de gobierno la reabri� al a�o siguiente, con las consabidas modificaciones en el plan de estudios. En la rama m�dica se establec�an dos c�tedras: medicina legal y moral m�dica, e historia filos�fica de las ciencias m�dicas.
Se aclaraba que estas asignaturas eran "de perfecci�n", las cuales ven�an a agregarse al curriculum del Colegio de Medicina.
Por 1860 s�lo persist�a la c�tedra de moral m�dica y en 1865, meses antes de que se decretara la extinci�n definitiva de la Universidad al declarar Maximiliano vigente la disposici�n relativa a tal medida dada en septiembre de 1857, aparec�an nuevamente las c�tedras de medicina legal y moral m�dica, higiene e historia de la medicina. Manuel Carpio hab�a muerto cinco a�os antes.
Las c�tedras "de perfecci�n" no pueden ser tomadas propiamente como parte de la ense�anza de la medicina, pues las fuentes consultadas dicen que "casi no tuvieron alumnos, o que en ciertos casos ni siquiera llegaron a formalizarse. Falta investigar en los archivos para ver qu� hay de cierto en todo esto. De todos modos, el intento se toma en cuenta y, guiados por los t�tulos de las c�tedras y por los textos asignados, veamos qu� significan en su momento dichas disciplinas.
En primer lugar, se trata de c�tedras "de perfeccionamiento", o sea que hace su aparici�n el criterio de que al plan de estudios en general, que es el que se sigue en el Colegio de Medicina, hay que agregar determinadas materias. De este modo empezar�an a existir m�dicos a secas y m�dicos "perfeccionados". Mas a diferencia de los estudios de posgrado actuales, que tienden a la especializaci�n y por lo tanto a la limitaci�n del campo del saber y del hacer m�dicos, las c�tedras de perfeccionamiento que se establecieron en M�xico hace siglo y medio tend�an a ampliar los conocimientos del m�dico, m�s que a reducirlos.
Veamos ahora qu� nos dice el nombre de la c�tedra y el libro de texto elegido. En la zoolog�a, que luego desaparece, se sigue a Cuvier, autor que debemos considerar inscrito dentro de la ciencia llamada moderna. En la historia de la medicina, con Cabanis como autor del libro de texto, tambi�n se respiran vientos frescos. La higiene en s� misma es una materia de la nueva medicina, as� como la medicina legal y la moral m�dica.
�Qu� decir sobre la c�tedra de medicina hipocr�tica, que solamente aparece en el plan de 1834? Pienso que todo dependi� de la manera como se impartiese, si nada m�s se le�an los textos hipocr�ticos o si �stos se comentaban a la luz de las corrientes actuales. Me atrevo a suponer que esto �ltimo era lo que se hac�a si alguna vez se imparti� dicha c�tedra, porque el titular era nada menos que el primer director del Establecimiento de Ciencias M�dicas, el doctor Casimiro Liceaga, profesionista abierto a las nuevas ideas y buen conocedor de ellas.
Hasta ahora no nos ha sido posible encontrar informaci�n directa sobre las intervenciones de Carpio como diputado; primero lo fue por el estado de M�xico y despu�s por el de Veracruz. En esta faceta de la vida de nuestro personaje s�lo nos atenemos a lo que dijera su bi�grafo Bernardo Couto.
Para entender al Carpio pol�tico debe tomarse en cuenta lo que Couto dice sobre las razones o motivos por los cuales don Manuel intervino en la pol�tica, y no s�lo aplicar esta opini�n a �l sino a otros m�dicos como Casimiro Liceaga, el primer director del Establecimiento de Ciencias M�dicas, que tambi�n fue diputado. Couto dice que en aquellos a�os de tanta turbulencia social y pol�tica, toda gente de valor, ya fuera por gusto o m�s bien obligada por las circunstancias, ten�a que intervenir en el movimiento pol�tico del pa�s. Lo cierto es que la ventolera pol�tica le pas� pronto a Carpio. La gota que derram� el vaso fue la violencia electoral relacionada con el llamado Mot�n de la Acordada.
Recordemos que despu�s de la enfermedad que lo oblig� a retirarse por un tiempo al campo poblano, Carpio viaja a Jalapa para intervenir en las elecciones presidenciales a favor de Manuel G�mez Pedraza. El contrincante es Vicente Guerrero, apoyado por los yorkinos. En lo que fuera la c�rcel de la Acordada hab�a un cuartel; ah�, el 30 de noviembre de 1828, se inici� un levantamiento con el argumento de que G�mez Pedraza aprovechaba su puesto de primer ministro de Guerra para presionar en favor de su elecci�n para presidente de la Rep�blica. El Congreso eligi� presidente a Guerrero y de paso el populacho saque� el mercado del Pari�n.
CARPIO, HOMBRE CULTO QUE ESCRIBE VERSOS
Carpio es una persona con muchas inquietudes superiores. Acaparan su inter�s, adem�s de la medicina, la arqueolog�a, la "ciencia sagrada", la historia y las "bellas letras". Desde joven hab�a tomado afici�n a los escritores griegos y latinos. Parece ser que conoc�a bien la historia y la arqueolog�a asirio-babil�nicas y egipcias. Dice Couto que hab�a le�do mucho a Hip�crates, pero tambi�n mucho a Flavio Josefo, el historiador jud�o-romano del primer siglo de nuestra era.
Para Carpio, la Biblia era "el libro de todos los d�as". Esto le facilit� la tarea que le encomendara el inolvidable impresor don Mariano Galv�n (recordado sobre todo por sus famosos calendarios), consistente en traducir "la versi�n del tomo en que se contiene el Deuteronomio y Josu�", cuando don Mariano "acometi� la empresa de dar en espa�ol la erudita Biblia llamada de Avignon o de Venc�e".
En 1842 don Mariano Galv�n Rivera pulic� una obra en tres vol�menes en octavo, cuyo t�tulo es largu�simo, aunque explicativo del contenido: La Tierra Santa, o descripci�n exacta de Joppe, Nazareth, Belem, el Monte de los Olivos, Jerusalem y otros lugares c�lebres en el Evangelio, a lo que se agrega una noticia sobre otros sitios notables en la historia del pueblo hebreo. El plan y direcci�n de la obra estuvieron a cargo del doctor Carpio. Se trata de una especie de collage, libro "hecho de mosaico" dice Couto, en el que, teniendo como fondo o hilo conductor "la parte del itinerario de Chateaubriand que trata de Siria y Egipto", Carpio va intercalando grandes trozos de Champolion, Lamartine, Michaud, Poujoulat y de otros arque�logos, historiadores o curiosos viajeros europeos, as� como poemas de su propio estro y de su amigo Jos� Joaqu�n Pesado.
�Qu� result� de todo esto? Seg�n Bernardo Couto, un libro "de f�cil y amena lecci�n [hoy dir�amos lectura], que llena el objeto de dar a conocer al com�n de los lectores aquel interesant�simo pa�s", o sea la Tierra Santa.
Hablemos ahora de la obra po�tica de nuestro m�dico de Cosamaloapan. No se equivoc� Couto cuando por 1860, reci�n muerto don Manuel, escribi� lo siguiente:
"Pero Carpio, m�s que como m�dico y como erudito, ser� quiz� conocido de la posteridad por sus versos. Musa vetat morti (La musa vence a la muerte).
Ciertamente, hasta la fecha puede encontrarse en las librer�as de viejo alg�n ejemplar de las poes�as de Carpio. Yo poseo dos, uno que lleva como pie de imprenta "Librer�a de la Ense�anza. Portal del �guila de Oro num. 7. M�xico, 1883", y otro en formato mayor que carece de tan importantes datos. En la Biblioteca Nacional existen, adem�s de las ediciones de 1849 y de 1860, una de 1874, otra de 1877, dos diferentes de 1883 (una impresa en Par�s), una m�s de 1891 y, la m�s reciente, de 1966.
La primera edici�n es la de 1849. Carpio ten�a entonces 58 a�os y fue a los cuarenta, o sea ya entrado " en la edad en que otros se despiden de la poes�a, cuando vio el p�blico su primera composici�n original, que fue una oda a la Virgen de Guadalupe, impresa y repartida el a�o de 1832, en la funci�n anual que hace el comercio de esta ciudad". A partir de entonces, a�o tras a�o, mas no se por cu�ntos, el Calendario de Galv�n public� una poes�a sagrada de don Manuel, adem�s de algunos de sus epigramas. Tambi�n en los peri�dicos de la capital y de la provincia aparecieron sus poes�as.
As� llegamos a 1849, cuando Jos� Joaqu�n Pesado re�ne la producci�n po�tica de Carpio en un libro, y, seg�n lo dicho por Couto en 1860, "el aplauso que luego alcanz� fue universal, y se ha mantenido, porque tuvo la fortuna de que lo entendieran y gustaran de �l los que reflexionan sobre lo que leen y los que s�lo leen por esparcimiento".
Pesado poeta, periodista, pol�tico, cat�lico, conservador, miembro de la Academia de Letr�n, que naciera en 1801 y muriera en 1861, por su buen conocimiento de la literatura espa�ola y nacional pod�a decir autorizadamente: "Es digno de notarse que el impulso dado en M�xico a la literatura, en los pocos a�os que han mediado desde que se consum� la independencia hasta la fecha, haya sido en proporci�n mucho mayor que el que recibi� en todo el tiempo de la dominaci�n espa�ola."
Gracias a tal impulso estaban surgiendo no pocos valores. Uno de ellos era precisamente Carpio, quien, a juicio de Pesado, es sobre todo importante por la elecci�n de sus temas y por la fuerza, gracia y frescura de sus descripciones. Los asuntos de Carpio que tanto placen a Jos� Joaqu�n Pesado son "los temas nobles de la Religi�n y la Filosof�a". Tambi�n don Manuel le canta al amor, pero "tocando �ste con sensibilidad y decencia".
Por lo que toca a la "locuci�n" propiamente dicha, dice Pesado que �sta "corresponde siempre a los asuntos, porque siendo unas veces florida, otras grandiosa, otras tierna y a veces sublime, es siempre clara, limpia y elegante, sin tropiezos que la embaracen, ni oscuridades que la desluzcan. No hay en todas estas composiciones dec�a Pesado respecto a las poes�as del libro que sal�a a la luz, una sola que no sea clara y perceptible por s� misma, sin necesidad de que el lector se fatigue en hallar las concordancias de la oraci�n o el sentido de la frase".
En cuanto a la fuerza de las descripciones, vaya como muestra la siguiente parte de una poema que trata del "intr�pido ej�rcito de Ciro":
Ya se aprestan en Persia los ginetes; Sus fuertes armaduras centellean, Y encima de los c�ncavos almetes Altos plumajes con el aire ondean. Ya se escucha el crujir de los broqueles, De la trompeta el b�lico sonido, Y el bufar de los p�rfidos corceles, Y la grita de los j�venes bizarros, Y del sonante l�tigo el chasquido, Y el rodar de las ruedas de los carros...
Once a�os despu�s de que fueran publicados los juicios que sobre la poes�a de Carpio hiciera Jos� Joaqu�n Pesado, hace los suyos Jos� Bernardo Couto, veracruzano como Carpio. Naci� en Orizaba en 1803 y muri� en 1862. Titulado de abogado en 1827, fue un hombre muy importante en la pol�tica y en la cultura. La mulata de C�rdoba y La historia de un peso son dos de sus creaciones literarias mejor conocidas.
Couto empieza su opini�n de Carpio sin hacer menci�n al impulso de la literatura que anota Pesado; dice, en cambio, que en el tiempo en que Carpio surge, la literatura nacional anda muy mal, primero por la guerra de Independencia que "para nada dejaba sosiego", y despu�s por "la invasi�n de los estudios pol�ticos y econ�micos". Es en este clima en el que surgen Jos� Joaqu�n Pesado y el m�dico Manuel Eulogio Carpio. Al ejemplo de ambos deben las letras el renacimiento de la poes�a en M�xico, dice Couto. Sobre el tema y la forma de las poes�as de don Manuel, Couto agrega: "La primera muestra del talento de un autor est� en la elecci�n de sus asuntos, y los de Carpio son inmejorables: cuando no los toma de la esfera religiosa, ocurre a los sucesos cl�sicos de la historia, y a los grandes caracteres que en ella se presentan. Si se examina luego el modo con que los desempe�a, en la construcci�n material de los versos nada hay que reprender, porque tienen siempre n�mero y plenitud; tal vez en todo su libro no se encuentre uno solo mal torneado."
Despu�s de a�adir que la rima en manos de Carpio "es f�cil, variada y rica", y que se trasluce que a don Manuel "no le costaba trabajo hacer versos ni redondear sus estrofas", Couto se�ala tres defectos: que para hacerse entender de todos, con frecuencia abandonase "los giros propios del lenguaje po�tico" y descendiese "casi al tono de la prosa"; cierta "monoton�a que reina en sus composiciones, las cuales parecen todas como vaciadas en un molde"; y finalmente su exuberancia, pues, apunta, "hay pocas a las que no pudiera cercenarse algo sin que haga falta".
Termino esta parte tratando de relacionar al m�dico Carpio con el Carpio poeta, para lo cual recurro a sus versos, incluyendo los epigramas, a los que me volver� a referir en el �ltimo cap�tulo de este libro.
Solamente en uno de sus epigramas Carpio se refiere a la medicina, concretamente al sistema "fisiol�gico" de Broussais, en el que el tratamiento de pr�cticamente todas las enfermedades se hac�a a base de sangr�as, sanguijuelas y dietas de hambre. As� sintetiz� Carpio la, para nuestros ojos, tan nefasta "terap�utica":
M�todo de nuestros d�as Luego que un mal asoma: Agua de malvas, o goma; Sanguijuelas y sangr�as, Y que el enfermo no coma.
En sus poemas, Carpio nada dice de la medicina. Hay sin embargo dos momentos que conviene traer a colaci�n. Uno es cuando habla del hombre; otro se refiere a la relaci�n de los cient�ficos con los poetas. En el primer caso, el hombre es visto por el Carpio poeta olvidando su condici�n de bi�logo. El que habla es el cristiano y recuerda el pecado original.
De Ad�n por el delito sin segundo El hombre con sudor la tierra moja, Se harta de angustia en el ingrato mundo, Y errante vaga como in�til hoja...
Finalmente, en la composici�n que lee en la ceremonia de la distribuci�n de premios en el Colegio de Miner�a en 1856, Carpio se�ala algo a�n vigente: el menosprecio de los poetas por parte de los cient�ficos:
Amargo es para m�, no lisonjero En pobre rima desplegar mis labios, Ya que oyen con desd�n algunos sabios El habla hermosa de David y Homero.
CARPIO DA A CONOCER EN M�XICO EL ESTETOSCOPIO DE LAENNEC
Volvamos a la medicina, en especial al art�culo sobre el pectoriloquio que Carpio traduce y publica en 1823. El artículo lo escribe un tal doctor Marat, hombre que al parecer carec�a del fino o�do de Laennec, pues cuando empleaba el estetoscopio a veces escuchaba la pectoriloquia y a veces no, seg�n �l mismo lo dice.
Empieza Marat por analizar los t�rminos "pectoriloquio" y "stethoscopio", y acaba, por lo que veremos en seguida, qued�ndose con el primero.
Pectoriloquio se deriva de la palabra pectus, pecho y loqui, hablar, nombre que Laennec ha dado a un instrumento de que se sirve para reconocer los diferentes sonidos que se perciben en el pecho con el fin de llegar al diagn�stico de las enfermedades de esta cavidad.
Poco despu�s de la invenci�n del aparatito que nos ocupa, Laennec abandona la denominaci�n del "pectonloquio" y adopta la de "stethoscopio", cambio que Marat desaprueba:
El autor ha mudado despu�s el nombre de pectoriloquio, que crey� b�rbaro (no se sabe bien por qu�, pues si el pecho no habla, a lo menos da sonidos), en el de stethoscopio compuesto de dos voces griegas, pecho y yo veo: voz en rigor menos exacta que la otra, pues que esta cavidad m�s bien da sonidos que ve.
No tengo m�s que decir al respecto sino que en todos los tiempos y en todas las naciones hay y ha habido necios.
En seguida Marat pasa revista a los "cuatro medios f�sicos" con los que hasta el momento (1819) contaban los m�dicos para "ilustrarse sobre el estado de las partes contenidas en el pecho". Ellos son la sucusi�n, la mensuraci�n, la audici�n pectoral y la percusi�n.
A estos procedimientos de lo que hoy llamamos exploraci�n f�sica ha venido a sumarse la auscultaci�n mediata por medio del "pectoriloquio". Hay que tomarlo como se empu�a una pluma de escribir...
colocando la mano muy cerca del pecho del enfermo para impedir que [el aparato) se disloque del punto donde se aplic�. La extremidad del cilindro que tiene el tap�n es la que se ha de aplicar[...] Col�quese el otro extremo en la oreja del m�dico, que debe hacer guardar un perfecto silencio, ni tampoco debe hacer ninguna gesticulaci�n, pues no oir�a los movimientos...
Laennec dice muchas lindezas del aparato; ello se debe, dice Marat, al "fervor que da el entusiasmo de un procedimiento a su autor". En consecuencia, "los m�dicos deben ver el m�todo propuesto con m�s calma que Laennec, ensayarlo a sangre fr�a y no emplearlo hasta que les sean bien probadas sus ventajas", recomienda Marat.
Tal parece que los m�dicos mexicanos le hicieron caso al se�or Marat, pues de acuerdo con Izquierdo, no se sabe que hayan practicado la auscultaci�n mediata por medio de la corneta m�dica de Laennec (un nombre m�s para el estetoscopio), hasta que ya casi mediando el siglo
XIX
el gran cl�nico don Miguel Francisco Jim�nez (1813-1876) no solamente lo emple� en su cl�nica cotidiana, sino hasta puso en duda, y quiso desmostrar experimentalmente, el valor diagn�stico de alguno de los signos descubiertos por Laennec. De este ilustre cl�nico mexicano nos volveremos a ocupar m�s adelante.