III. CÓMO VIO EL DOCTOR MANUEL EULOGIO CARPIO LA MEDICINA CIENTÍFICA EN EL MUNDO Y QUÉ HIZO POR ELLA
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UANDO
Laennec era profesor de medicina clínica en el hospital La Charité eso sucedía por 1822, dice Roger Kervran en su libro Laennec, médicin breton que entre los alumnos extranjeros se encontraba un mexicano. ¿Quién era este colega que tan pronto aprendió a utilizar el estetoscopio (eso esperamos), nada menos que de manos y oídos de su inventor? Cuando haya la ocasión, consultaré la ficha de los archivos de Laennec en que se habla de los alumnos extranjeros (catálogo preparado por Boulle et al.); tal vez entonces pueda contestar la pregunta que por ahora se queda en el aire.De lo que sí estamos seguros, es de que en 1823 el médico veracruzano Manuel Eulogio Carpio (1791-1860), entonces simple bachiller, traduce al español y publica en un curioso (por el tamaño) librito, el artículo Pectoriloquo, que apareció en el tomo cuarenta del Diccionario de ciencias médicas publicado en 1819 en París, es decir, el mismo año en que vio la luz la primera edición del tratado de Laennec sobre la auscultación mediata y las enfermedades del pecho. El doctor José Joaquín Izquierdo dio a conocer en facsímil dicha obrita (
UNAM,
1956).Manuel Eulogio Carpio Hernández nace el primero de marzo de 1791 en Cosamaloapan, Veracruz, y muere en la ciudad de México el 11 de febrero de 1860. Es el octavo hijo de José A. Carpio, comerciante en algodón, y de Josefa Hernández, dama de las buenas familias del puerto de Veracruz.
Cuando Manuel Eulogio tiene cinco años muere su padre, al parecer dejando a la familia en no muy buena situación económica. No sé cuánto le sobrevive la madre, ni qué fue de los otros hijos. Lo único que dicen los biógrafos de Manuel Eulogio, es que "al salir de la niñez se encontró sin más abrigo que el amor maternal y sin esperanza de otra cosa en el mundo que lo que pudiera él alcanzar por sus merecimientos".
Dichos merecimientos se empiezan a ver en el Seminario Conciliar de Puebla donde estudia latinidad, filosofía y teología. José Jiménez, profesor de la última materia, le cobra particular aprecio y le abre su biblioteca. Ahí se despertó o acrecentó su gran afición a la lectura, "que es uno de los signos del talento", dice su biógrafo Bernardo Couto.
Carpio va para cura; "mas entonces tenía ya ideas tan elevadas de la santidad del sacerdocio y se reputaba a sí propio tan poco digno de ejercerlo, que resolvió tomar por otro camino . Este camino fue el del derecho, en el que tampoco se siente a gusto. Entonces cae en la medicina, no obstante lo desprestigiada que estaba esta profesión, asunto del que más adelante hablaremos.
Más que medicina, lo que realmente empieza a estudiar Carpio es cirugía, que por aquel tiempo era una rama aparte. Lo hace en el hospital de San Pedro de Puebla, nosocomio del que tenemos la información que nos ha proporcionado el doctor José Joaquín Izquierdo en su libro Raudón, cirujano poblano.Si la enseñanza de la cirugía era mala en el Hospital Real de Naturales de la capital de la Nueva España, peor estaba en el hospital de San Pedro de la Angelópolis. Mas quien tiene verdaderos deseos de aprender se las ingenia para llevar adelante sus propósitos. Tal cosa hizo el joven Manuel Eulogio; se asoció con otros estudiantes y juntos formaron una academia privada para estudiar medicina, siguiendo el procedimiento que ahora llamamos de autoaprendizaje. Son los tiempos de los "actos públicos", eventos donde se luce lo aprendido. Carpio y compañía hablaron de fisiología en su primer acto público, el cual dedicaron al obispo de Puebla, don Antonio Joaquín Pérez, personaje que será decisivo en la carrera médica de Manuel Eulogio.
La fisiología sería una de las disciplinas preferidas de Carpio; fue la materia con la que se estrenó como profesor en el Establecimiento de Ciencias Médicas, que abriera sus puertas en 1833. Decían que se sabía de memoria el texto de Magendie.
Al parecer hubo otros ejercicios o actos públicos semejantes al de fisiología, los cuales "llamaron mucho la atención en una ciudad donde eran del todo nuevos". Lo importante para Carpio y para la medicina nacional fue que el Protomedicato, "por los informes de su delegado" en Puebla, expidió a los sustentantes de dichos eventos títulos de cirujanos latinos.
Ya para entonces quizá desde aquel primer acto público donde se habló de fisiología, o tal vez desde antes, Carpio gozaba de los favores del obispo Antonio Joaquín Pérez. Éste lo beca para que venga a la ciudad de México a cursar los estudios de medicina. Por los veintes se gradúa de bachiller en medicina en la Universidad, y en 1832 obtiene el título de profesor de dicha materia después de sustentar examen ante la Facultad Médica del Distrito Federal, la cual había sustituido al colonial Protomedicato desde un año antes.
Terminemos este relato sobre los grados obtenidos por Carpio diciendo que en 1854 Santa Anna "tuvo a bien habilitar a varias personas de doctores", a pesar de las protestas y disgusto de la Universidad, que aquél había reabierto en abril de 1835, y sin cubrir ninguno de los requisitos establecidos. Entre estas personas estaba Carpio, quien ingresó al claustro de filosofía.
Carpio continuó cultivando el hábito de estudiar por su cuenta, el cual había adquirido desde su estancia en Puebla; de ahí que Couto diga que más que en clases, Manuel Eulogio "se formó en el estudio privado". Tal estudio abarcaba lo viejo y lo nuevo. La prueba más fehaciente de este asunto es la publicación, precisamente en el mismo año en que obtiene su diploma de bachiller en medicina 1823, de un librito en el que reunió la traducción de los Aforismos de Hipócrates, que Carpio hiciera del latín, y la del artículo Pectoriloquo del Diccionaire des Sciences Médicales [Diccionario de ciencias médicas] de París, que trata de la utilidad clínica del estetoscopio o pectoriloquo, aparato inventado por Laennec apenas siete años antes.
Pero sigamos con el trazo longitudinal de la vida de Manuel Eulogio Carpio, ya que después nos ocuparemos de algunos aspectos médicos, literarios y políticos de su tiempo y de la participación de nuestro personaje en tanto médico, poeta y político.
La vida de Carpio fue la de un erudito; su tiempo lo dedicó más a la docencia que a la práctica médica. Empezó enseñando fisiología e higiene al abrir sus puertas el Establecimiento de Ciencias Médicas en 1833 (ver capítulo IV), y por 1854 era profesor de "historia de las ciencias médicas" en la Universidad. Seguramente por su relación con artistas también fue maestro de la Academia de San Carlos, donde daba a los pintores la clase de anatomía. Además, debe subrayarse la participación del doctor Carpio en la Academia de Letrán, no solamente "reunión de personas dadas a la literatura", como la califica Bernardo Couto, sino nada menos que el punto de partida de las letras mexicanas modernas, según lo dejó bien claro José Emilio Pacheco en su discurso de ingreso al Colegio Nacional.
Cuando apenas abierto el Establecimiento de Ciencias Médicas, éste entró en problemas por haberse derogado las leyes que le daban sustento oficial. Manuel Eulogio Carpio es uno de los facultativos que forma la Academia de Medicina de México, hoy conocida como Primera Academia.
Ya desde 1825 Carpio anda metido en la política, simplemente, quizá, porque "le tocó venir al mundo en época de agitación y revueltas, época en la que todo hombre de algún valer en la sociedad ha tenido alguna vez que ser político e intervenir, de grado o sin él, en los negocios públicos". Por esta razón o por otras que se nos escapan, en el bienio 1825-1826 Carpio es diputado por el Estado de México, y en el siguiente por el de Veracruz. Es por entonces cuando redacta un vehemente manifiesto contra los yorkinos, organizados en logias masónicas bajo los auspicios de Poinsett, embajador de los Estados Unidos, texto que, por desgracia, no hemos podido localizar.
Al final del año en que se publicó dicho manifiesto 1827,"la legislatura y gobierno de Veracruz se complicaron en la malaventurada revolución de Tulancingo". El gobierno central la reprimió y Carpio "sufrió amenazas y temió ser blanco de la saña del bando vencedor".
Tal vez a causa de estos sinsabores Carpio enferma de los nervios y se retira al estado de Puebla, donde pasa unos meses en el campo. Quizá ya recuperado, mas picado por el gusano de la política, en 1828 regresa a Jalapa para participar en las elecciones para presidente de la República. A la sazón Santa Anna es gobernador de Veracruz y apoya a Vicente Guerrero, candidato de los yorkinos, a quien Carpio había atacado en su famoso manifiesto de 1827. Nuestro médico vota a favor de Manuel Gómez Pedraza. Al parecer éste gana las elecciones, pero entonces viene la revuelta de la Acordada, por medio de la cual los yorkinos "se sobrepusieron al voto público".
Esto fue suficiente para Carpio como político. Se vuelve entonces a la ciudad de México, donde se dedica a la enseñanza de la medicina, a ver unos cuantos pacientes, porque no le atraía demasiado la consulta, a enseñar anatomía a los artistas de la Academia de San Carlos, a asistir con los Lacunza (José María y Juan), los Quintana Roo, Pesado, Prieto, Ortega y Arango, a las sesiones de la Academia de Letrán, y a escribir. Además de sus artículos médicos y de las traducciones a que ya hemos hecho referencia, Carpio intervino en la planeación de un libro sobre Tierra Santa y tradujo dos libros de la Biblia, que publicara Mariano Galván. Gracias al empeño de su amigo y también poeta José Joaquín Pesado, dio a luz un libro de poesías que mereció varias ediciones. Finalmente, dicen que cuando enfermó del padecimiento que lo llevaría a la muerte, estaba escribiendo un manual de medicina doméstica.
Si no son abundantes las noticias de su vida como médico, maestro o político, todavía sabemos menos del Carpio íntimo o familiar. Únicamente tenemos informes de que fue casado y "padre feliz", aunque ignoramos de cuántos hijos. La esposa se llamaba Guadalupe Berruecos, "señora llena de prendas y de amabilidad"; murió en 1856, constituyendo el deceso un golpe del que jamás se recuperaría don Manuel. Tres años después fue atacado "de un mal cerebral que pronto se explicó por una especie de oblivión y por algún entorpecimiento de la inteligencia". Ya no se restableció totalmente y murió, como ya quedó dicho, el 11 de febrero de 1860. Contaba entonces 69 años.
¿Cómo era en lo físico el doctor Carpio? Si hemos de creer a su contemporáneo Bernardo Couto, "su persona era bien compuesta, de mediana estatura, de rostro sereno, la frente desembarazada y espaciosa, los ojos claros, el andar (espejo del carácter según algunos fisonomistas) grave y reposado". A este retrato de lo físico agreguemos algunos datos sobre su condición de médico, sus prendas morales y filiación política: "En la práctica de su profesión [...] más que recoger porción de síntomas, procuraba estudiar alguno que creía característico y por él se guiaba. Quizá de ahí vino que pareciese como distraído y que dijera el vulgo que ponía poca atención en el enfermo".
Tal vez por esto y porque "no podía tomar ciertos aires que con el vulgo, más numeroso de lo que se piensa, valen infinito", jamás tuvo mucha clientela, ni se preocupaba por acrecentarla. No obstante, atendía con igual solicitud al pobre como al rico, pues "en lo que menos pensaba nunca era en la remuneración de su trabajo; y no poseyendo en la tierra más caudal que su arte, descuidaba lo que debiera producirle, como derrama un pródigo la hacienda que heredó".
En síntesis, Carpio fue un médico más o menos pobre, que si está en la historia médica nacional se debe a su actividad docente y académica, a que al publicar en un solo volumen sus traducciones de los Aforismos de Hipócrates y del artículo sobre el pectoriloquo o estetoscopio, representa el eslabón entre dos épocas de la medicina mundial y nacional.
Por lo que toca a su desempeño como profesor, "sus discípulos notaban la precisión de ideas, la solidez de juicio, la claridad de exposición, así como la animación de estilo y la brillantez de colorido con que alguna vez sabía engalanar sus lecciones".
Por su parte, Carpio tenía en muy alta estima el papel de profesor. En 1837 dijo al respecto: "Tiene el profesor obligaciones sagradas y tremendas, obligaciones con las que no se cumple, si no se trabaja incansablemente sobre los libros; otra conducta es una crueldad que bien equivale a un delito porque, lo diré redondamente, se falta a deber y a la sociedad el día que, contento de sí mismo, deja el médico de estudiar."
Sobre la práctica de la medicina, y refutando a quienes opinaban que para qué estudiar, que con ésta era bastante, Carpio agregó: "No aleguemos la práctica. ¿Qué práctica racional puede haber si no la acompaña la lectura? Habrá si se quiere una rutina, pero jamás una práctica ilustrada que resulte de las observaciones propias unidas a las ajenas."
Y todavía don Manuel remachaba lo anterior con esta aguda observación: "Además, si se aprecian tan justamente los hechos... ¿por qué nos contentaremos con los nuestros, individuales, y hemos de dejar a un lado los hechos de los grandes prácticos? ¿Pues qué, en todos los ramos han de ser útiles los libros menos en la medicina? Es preciso, pues, adoptar todos los recursos en obsequio de los hombres."
En política Carpio fue conservador. Parece ser que se rehusó a acatar en público la Constitución de 1857.
ESTADO DE LA MEDICINA MEXICANA CUANDO CARPIO DECIDE ABRAZAR DICHA PROFESIÓN
Cuando tiene lugar el famoso Grito de Dolores, Manuel Carpio acaba de cumplir nueve años. Aunque sus biógrafos no dan fechas precisas, suponemos que en plena guerra de Independencia nuestro personaje asiste al hospital de San Pedro de Puebla para aprender cirugía y se asocia con algunos compañeros entusiastas para formar una "academia" y estudiar medicina por su cuenta. De Puebla se traslada a la ciudad de México para cursar en la tambaleante Universidad el bachillerato médico. Cuando México lleva escasos dos años de ser nación soberana, Carpio recibe su diploma de bachiller (1823).
¿Cómo andaba la medicina mexicana por aquellos años?
Hay más de una información sombría. He aquí una de ellas:
Cuando Carpio tomó esta resolución [la de estudiar medicina] no había entre nosotros ramo de enseñanza más descuidado, ora fuese por la poca estima que de tan útil ciencia se hacía, ora porque su ejercicio se tuviera en menos. Sólo en las Universidades de México y Guadalajara había cátedra de aquella facultad; en ellas se aprendía poco, y de ese poco quizá una parte eran errores que valiera más ignorar que saber. Respecto de la cirugía, en la capital se cursaba por el término de cuatro años en el Hospital Real, bajo la dirección de dos cirujanos que daban lecciones de anatomía, sin exigirse estudios previos. En Puebla se hacía el mismo curso, aunque de una manera más imperfecta [si cabe] en el Hospital de San Pedro.
Se decía también (Casimiro Liceaga) que a los jóvenes más torpes se les orientaba hacia la medicina y que ésta había llegado al atraso en que estaba porque España siempre se había opuesto a que las nuevas ideas se filtraran hacia sus posesiones americanas.
Lo anterior es cierto en términos generales, pues desde finales del siglo
XVIII
habían soplado algunos vientos renovadores, ciertamente no siempre bien acogidos en la Universidad Real y Pontificia. Uno de estos casos lo constituye el doctor Luis José Ignacio Montaña, precursor de la enseñanza de la clínica moderna en México; tuvo que ejercer su magisterio en una "academia" privada. Tampoco fueron del todo desconocidos los sistemas médicos que venían a romper con el sistema hipocrático-galénico, como el del médico inglés John Brown. Las obras de Boherhaave, de Sydenham y de Broussais también llegaron a estas tierras, justo cuando se luchaba por su independencia política, pero sobre todo cuando se estrenaba nuestra emancipación de España.Carpio alcanzó los últimos días del brownismo, "del que no se contagió"; mas "le cogió de lleno la invasión de las doctrinas exageradas de Broussais que tanto séquito lograron entre nosotros. Oyólas con precaución, púsolas luego al crisol de la observación y el raciocinio, y no tardó en decidirse contra ellas" para enrolarse en la medicina que estaban construyendo Xavier Bichat, Franñois Magendie, René J. Laennec, Louis, Andral, etcétera.
CARPIO ANALIZA LA MEDICINA EXTRANJERA Y LA MEXICANA
A la información anterior debemos agregar la siguiente, que se refiere al estado de la medicina en ciertos países europeos y en México. La publica Carpio en 1840.
Empieza por señalar las estrechas relaciones de la medicina francesa con la mexicana y en seguida dice lo siguiente respecto a la primera: "La Francia, mal contenta con el sistema de Brown, al parecer atacado por Pinel y en la realidad apoyado en gran parte por el autor de la Nosografía filosófica [o sea Pinel], la Francia, digo, colocó todas sus esperanzas médicas en un genio ardiente, hábil y laborioso, que equivocadamente creyó atacar a sus contrarios como defenderse de ellos."
Carpio se refiere a Broussais, de quien nos ocupamos en cierta amplitud en otros capítulos de este libro. Otro tanto hacemos con Pinel, el autor de la "nosografía filosófica". Pero sigamos con Carpio, quien, en los siguientes términos, continúa refiriéndose a Broussais: "No sólo aquel país (Francia) sino otros varios también recibieron con entusiasmo las nuevas doctrinas, que lisonjeaban a la vez la filantropía de todos los médicos, y la desidia de muchos."
Esto se debía a la sencillez del sistema médico de Broussais y a los éxitos terapéuticos que prometía: "¿Quién, en efecto, no abrazaría un sistema que todo lo ofrecía a los facultativos, y eso sin la necesidad de estudiar dos semanas?"
Por supuesto que, ante tales condiciones, muchos médicos mexicanos abrazaron el "fisiologismo" de Broussais. "Aun nosotros quemamos algún grano de incienso delante de su autor", dice Carpio, tal vez refiriéndose a su posición personal ante las teorías de este médico bretón que, como veremos más adelante, negó la trascendencia de los descubrimientos de Laennec.
Broussais y su teoría estaban condenados a la derrota, pues "se presentaron al combate otros hombres de mérito relevante contra quienes no era fácil salir con bastante aire. En estos curiosos términos, Carpio se refiere a otros médicos que se citan en este libro: Andral, Louis y Magendie.
Para opinar de este modo, Carpio tuvo que profundizar en el "fisiologismo" de Broussais. No todo era malo, acota don Manuel. Broussais había llamado la atención sobre puntos importantes, mas "al generalizar las ideas fijó a la naturaleza un círculo tan pequeño, que admira cómo un hombre pudo figurarse que el reino animal sólo estaba hecho para inflamarse".
Como veremos más adelante, el fisiologismo o teoría de la irritación se fundaba en tres elementos: irritación, inflamación y simpatías. Con su estilo sabroso, Carpio dice que en las obras de Broussais "la irritación hace más papel que la primera actriz de la comedia". Tales teorías fueron demolidas por algunos médicos, entre ellos Magendie, a base "de experiencias directas hechas en animales, experiencias más apretadas que todas las teorías"
Derrotado en Francia el fisiologismo hacía dos o tres años, decía Carpio, en 1840, que había surgido el "numerismo". "El jefe es M. Louis, hombre por tantos títulos respetable, quien pretende, con relación v.g. a la terapéutica (y así de otros ramos), que dejada a un lado toda autoridad y raciocinio, se examine, por ejemplo, si la quina y el mercurio sanan mayor número de intermitentes y de sífilis, y hecha la tabla estadística, si ésta depone a favor de aquellos remedios, se usen en todo caso, por supuesto con las modificaciones que exige la edad, el temperamento y otras circunstancias."
Hasta aquí lo que dice Carpio sobre la medicina francesa. En seguida se ocupa de lo que pasa en Alemania, Italia e Inglaterra, para terminar diciendo lo que sucede en México.
Carpio había leído algunos libros alemanes que le ensañaron lo "indeciblemente laboriosos" que eran los médicos germanos. Sin embargo, adolecían de dos defectos "bien vituperables". En primer lugar, "son tan minuciosos, tan lentos y tan pesados que difícilmente habrá literato, por infatigable que sea, que no pierda la paciencia al encontrar en aquellos autores no sólo todo lo que hay en un asunto sino también lo que puede haber, y mil veces aún lo que es imposible que haya". A quien creyese que exageraba, Carpio le recomendaba que leyese la anatomía comparada de Meckel, la fisiología de Burdach o el tratado del tifo de Hidenbrand.
El otro defecto "vituperable" de la medicina germana es expresado de la siguiente manera por Carpio: "La Alemania es el país clásico de los sistemas más inauditos. El de Carlos Hoffman es digno de darse a conocer. Cree el autor que en cada enfermedad se descubre una imagen de algún animal inferior. Por ejemplo, los raquíticos se convierten en animales invertebrados, en moluscos, etcétera; un hidrópico no es otra cosa que una hidátide y así todos los demás."
Mas las cosas no paran ahí. "Otro médico cree que las enfermedades son seres vivos análogos a las plantas y de consiguiente divide a las enfermedades en familias, en especies por criptógamas, fanerógamas, etcétera. El herpes, por ejemplo, es un pericarpio cuyos frutos están en racimos.
Además, en Alemania había nacido la homeopatía, sobre la que Carpio hace este importante juicio: "Si Hannemann con sus dosis microscópicas ha creído curar las enfermedades, ha cometido un error inexcusable, pero si con su método ha querido solamente obrar sobre la imaginación de los enfermos reduciéndolos en realidad a la medicina expectante, es digna de admirarse su destreza, y a veces de imitarse."
Alemania era también la tierra de la teoría médica del antagonismo vital o de las fuerzas polares, "según el cual los sólidos tienen la electricidad positiva y los fluidos la negativa". Sobre ésta y el magnetismo, que "no le va mal en Alemania", creía Carpio que podía haber algo de verdad, pero que los hechos aún no estaban demostrados.
Por lo que toca a Italia, su doctrina médica no era más que el brownismo "bajo formas gigantescas, y colocado lo de arriba abajo y lo de izquierda a derecha". Aunque Rassori se llamara contra-estimulista, no era más que brownista, decía Carpio.
Por otra parte, gracias a los descubrimientos de Volta, en toda Europa, pero en especial en Italia, el galvanismo estaba adquiriendo importancia en la fisiología y en la medicina.
Pasemos a Inglaterra. Dice Carpio que "los médicos londinenses en general no tienen teorías [...] y se atienen más a los hechos que a la dialéctica, de modo que su medicina pudiera llamarse empírica". En seguida don Manuel se ocupa de las preferencias terapéuticas, ponderando el arrojo de los británicos para prescribir baños fríos en varias enfermedades.
Por lo que toca a títulos y ejercicio profesional, dice don Manuel que "los médicos del Colegio de Londres no pueden ser cirujanos, los cirujanos pueden ser médicos y los boticarios ejercen también la medicina".
Veamos ahora lo que el doctor Carpio dice sobre la medicina mexicana. Empieza por señalar que "nuestras relaciones científicas con Francia son mucho más íntimas, por ser mucho más fáciles que con el resto de Europa". En seguida habla del auge y decadencia de la teoría médica de Broussais, mencionando de pasada al brownismo:
En Méjico, según dijimos otra vez, dominó Brown desde principios del siglo hasta 1823, en que se conoció el sistema fisiológico: la novedad, la sencillez y las inmensas esperanzas que ofrecía, todo junto con el aire dogmático y firme que presentaba su autor, fue motivo sobrado para que se abrazara con entusiasmo aquel sistema: el espíritu de innovación había invadido todas las cabezas; pero la fría reflexión y la práctica fueron minando poco a poco el nuevo edificio médico que por desgracia no presentaba bastante solidez; se leían además las obras de Andral, Louis, Chomel, etcétera, y varios periódicos de Europa; con estos elementos, algunos espíritus, nacidos para la independencia de opiniones, y amigos tenaces de la verdad, o a lo menos de lo que tienen por tal, empezaron a dudar, y luego abandonaron no todas las nuevas ideas, pero sí gran número de ellas.
Dos palabras sobre el Colegio de Medicina, o sea del primitivo Establecimiento de Ciencias Médicas que ya conoceremos, y sobre la primera Academia de Medicina:
En 1833 se fundó el Colegio de Medicina, el cual ha corrido con varia fortuna hasta el día, pero siempre de su parte ha habido tenacidad y progreso. Hija de este colegio ha sido la Academia, que en un tiempo de interregno doctrinario se levantó de la nada y quedó admirada al verse existir por sí misma. Desde luego pensó en dar a sus expensas un periódico de medicina cuyo quinto año comienza hoy (1841).
Al hablar de las tres grandes epidemias que en "limitado círculo de años" han afligido al país fiebres tifoideas, escarlatina y viruelas, Carpio dice que hay un método terapéutico nacional, nacido de la experiencia, que ha resultado mejor que los métodos europeos, por supuesto bien conocidos por los médicos mexicanos:
Estábamos bien enterados de los planes curativos empleados allá casi con generalidad, pero algunos médicos sin vituperear esos métodos hemos creído que no son los mejores. Buen número de prácticos han visto innumerables veces y no pocas se han publicado en el periódico que en dichas enfermedades se pueden ministrar las sales neutras y eso con tenacidad por algunos días a pesar de las fulminaciones de Broussais; que se pueden ministrar atoles y a veces caldo, sin que se haya notado ningún perjuicio, y sí por el contrario una rápida convalecencia; que en estas epidemias se han curado muchísimos enfermos sin extracciones de sangre, las que en personas robustas pueden muy bien hacerse.
El siguiente pasaje no es el único en que Carpio critica la manera como en México suelen interpretarse los datos de autopsia:
Las autopsias se hacen en Méjico frecuentemente, bien que en mi juicio no todas se practican con una prudente imparcialidad; se busca ansiosamente la rubicundez de los tejidos del estómago, intestinos y cerebro, y basta una ráfaga, una estría de sangre, para que se le atribuya la enfermedad y la muerte, sin considerar que se puede vivir y andar en la calle no sólo con una ráfaga sanguínea en el estómago o intestinos, sino con un cáncer enorme y eso por meses, y quizá por años enteros: sin considerar que aquella rubicundez puede ser una coincidencia, o bien un fenómeno puramente físico, etcétera. Lo que nos falta aquí más que en Europa es la parte filosófica de la anatomía patológica: no basta ver lesiones en los cadáveres, sino que es preciso apreciar sus causas y sus efectos, o también su nulidad: es indispensable además contar con dos fenómenos constantes, primero la imbibición de los tejidos, segundo, la pesantez de la sangre que se acumula en la parte más declive, y mientras esto no se meta en cuenta, es muy fácil equivocarse: es preciso hacer experimentos en este ramo y otros, como se han empezado a practicar, y esperamos que se continuará esta empresa en el siguiente año escolar.
Más adelante Carpio vuelve al Colegio de Medicina y a la Academia. Sobre el primero dice:
El Colegio de Medicina, gracias a la protección del gobierno y a la eficacia perseverante de la mayoría de sus catedráticos, va caminando con decoro y aprovechamiento, y sus exámenes han tomado un aire de severidad inflexible y justificada, que con el tiempo dará frutos copiosos, y sólo sentimos que a veces se exijan doctas impertinencias: entre los estudiantes hay jóvenes de talento y estudiosos que ofrecen las mayores esperanzas: si lejos de fomentarles el espíritu de sistema, se les lleva por otro camino menos cómodo, llegarán a ser el consuelo de sus semejantes.
De lo que Carpio dice sobre la Academia de Medicina extraigo un juicio y un consejo de palpitante vigencia hoy en día. Ojalá escuchen quienes escriben artículos científicos:
En nuestros trabajos se nota por lo común bastante precisión y concisión, y creemos haber hecho un bien en esto: ya se sabe que nada es más fácil que escribir artículos extensos y redundantes, pero de aquí resultan dos males, el primero que no siempre se puede contar con el tiempo y menos con la paciencia de los lectores, y por tanto no se consigue la difusión de las luces; lo segundo, ¿por qué se ha de malgastar el aliento en escribir y leer muchas páginas, cuando en muy pocas se pueden explanar las verdades más trascendentales? Dejemos a los fabricantes de libros las miras mercantiles y el cuidado de decir y repetir lo que se ha dicho y repetido cien veces, mientras que nosotros con objeto más inocente, manifestamos en una hoja de papel una idea con que en otra parte se hubiera formado un voluminoso cuaderno.
La época que vive Carpio es por demás interesante para el historiador de la medicina mexicana. Tócale llevar en la Universidad los cursos para obtener el grado de bachiller en medicina. En 1832 obtiene el reconocimiento de profesor, pero ya no por el Protomedicato, institución de origen colonial encargada entre otras cosas de la certificación y licencia de médicos, cirujanos, flebotomianos, algebristas y de otros "trabajadores de la salud", sino de la flamante Facultad Médica del Distrito Federal, la que andando el tiempo se convertiría a su vez en el Consejo Superior de Salubridad.
Carpio asiste en 1833 a la creación del Establecimiento de Ciencias Médicas y pasa a formar parte de su primera plantilla de profesores. Por otra parte, en 1854 Santa Anna lo hace Doctor de la Universidad y aparece como profesor de "Historia de las Ciencias Médicas" dentro de aquellas cátedras llamadas "de perfeccionamiento", a las que deberían asistir los alumnos del Establecimiento de Ciencias Médicas, por entonces ya denominado Colegio de Medicina.
Es conveniente decir algo más acerca de esta coexistencia de dos instituciones dedicadas a la enseñanza de la medicina en la capital del país, de 1834 a 1865: El Colegio de Medicina y la Universidad, aunque nos adelantemos un poco a lo que trataremos en el siguiente capítulo.
Gracias a la Ley de Instrucción Pública de 1833, se crea en ese mismo año el Establecimiento de Ciencias Médicas, con un plan de estudios muy de acuerdo con las corrientes más avanzadas de la época. Pero apenas ocho meses después se da marcha atrás reinstalando la Universidad (que había sido clausurada al tiempo que se abrían seis Establecimientos de enseñanza superior ver capítulo IV), y se encomienda al Claustro de Medicina informe si el Establecimiento de Ciencias Médicas debe suprimirse. Como el dictamen de los profesores universitarios es favorable, el dicho Establecimiento continuaría funcionando con el nombre de Colegio de Medicina, pero con poco o nulo apoyo oficial.
La otra institución que tiene que ver por estos años (1834-1865) con la enseñanza de la medicina es la reabierta Universidad, la que en 1834 tiene las siguientes cátedras de medicina: zoología, medicina legal, medicina hipocrática e historia de la medicina. Según Flores, ninguna de éstas tuvo alumnos.
Falta investigar en los archivos de la época qué sucedió realmente con estas cátedras. Fiados únicamente en lo que dice el historiador Francisco Flores, a fines de 1854 Santa Anna sancionaba el nuevo plan de estudios estructurado por el ministro Teodoro Lares, según el cual [1855] se inauguraba con las siguientes cátedras médicas: moral médica, historia de la medicina e higiene pública. Las dos últimas serían impartidas por Manuel Carpio.
Se dice que "aún no estaban planteadas tantas reformas cuando cayó la administración que las creó y cuando el general Vega mandó, el 24 de septiembre del mismo año [1855], que se cerraran todas las cátedras.
Así permanecieron las cosas hasta que en 1857 se decretó nuevamente la extinción de la Universidad. Pero otro cambio de gobierno la reabrió al año siguiente, con las consabidas modificaciones en el plan de estudios. En la rama médica se establecían dos cátedras: medicina legal y moral médica, e historia filosófica de las ciencias médicas.
Se aclaraba que estas asignaturas eran "de perfección", las cuales venían a agregarse al curriculum del Colegio de Medicina.
Por 1860 sólo persistía la cátedra de moral médica y en 1865, meses antes de que se decretara la extinción definitiva de la Universidad al declarar Maximiliano vigente la disposición relativa a tal medida dada en septiembre de 1857, aparecían nuevamente las cátedras de medicina legal y moral médica, higiene e historia de la medicina. Manuel Carpio había muerto cinco años antes.
Las cátedras "de perfección" no pueden ser tomadas propiamente como parte de la enseñanza de la medicina, pues las fuentes consultadas dicen que "casi no tuvieron alumnos, o que en ciertos casos ni siquiera llegaron a formalizarse. Falta investigar en los archivos para ver qué hay de cierto en todo esto. De todos modos, el intento se toma en cuenta y, guiados por los títulos de las cátedras y por los textos asignados, veamos qué significan en su momento dichas disciplinas.
En primer lugar, se trata de cátedras "de perfeccionamiento", o sea que hace su aparición el criterio de que al plan de estudios en general, que es el que se sigue en el Colegio de Medicina, hay que agregar determinadas materias. De este modo empezarían a existir médicos a secas y médicos "perfeccionados". Mas a diferencia de los estudios de posgrado actuales, que tienden a la especialización y por lo tanto a la limitación del campo del saber y del hacer médicos, las cátedras de perfeccionamiento que se establecieron en México hace siglo y medio tendían a ampliar los conocimientos del médico, más que a reducirlos.
Veamos ahora qué nos dice el nombre de la cátedra y el libro de texto elegido. En la zoología, que luego desaparece, se sigue a Cuvier, autor que debemos considerar inscrito dentro de la ciencia llamada moderna. En la historia de la medicina, con Cabanis como autor del libro de texto, también se respiran vientos frescos. La higiene en sí misma es una materia de la nueva medicina, así como la medicina legal y la moral médica.
¿Qué decir sobre la cátedra de medicina hipocrática, que solamente aparece en el plan de 1834? Pienso que todo dependió de la manera como se impartiese, si nada más se leían los textos hipocráticos o si éstos se comentaban a la luz de las corrientes actuales. Me atrevo a suponer que esto último era lo que se hacía si alguna vez se impartió dicha cátedra, porque el titular era nada menos que el primer director del Establecimiento de Ciencias Médicas, el doctor Casimiro Liceaga, profesionista abierto a las nuevas ideas y buen conocedor de ellas.
Hasta ahora no nos ha sido posible encontrar información directa sobre las intervenciones de Carpio como diputado; primero lo fue por el estado de México y después por el de Veracruz. En esta faceta de la vida de nuestro personaje sólo nos atenemos a lo que dijera su biógrafo Bernardo Couto.
Para entender al Carpio político debe tomarse en cuenta lo que Couto dice sobre las razones o motivos por los cuales don Manuel intervino en la política, y no sólo aplicar esta opinión a él sino a otros médicos como Casimiro Liceaga, el primer director del Establecimiento de Ciencias Médicas, que también fue diputado. Couto dice que en aquellos años de tanta turbulencia social y política, toda gente de valor, ya fuera por gusto o más bien obligada por las circunstancias, tenía que intervenir en el movimiento político del país. Lo cierto es que la ventolera política le pasó pronto a Carpio. La gota que derramó el vaso fue la violencia electoral relacionada con el llamado Motín de la Acordada.
Recordemos que después de la enfermedad que lo obligó a retirarse por un tiempo al campo poblano, Carpio viaja a Jalapa para intervenir en las elecciones presidenciales a favor de Manuel Gómez Pedraza. El contrincante es Vicente Guerrero, apoyado por los yorkinos. En lo que fuera la cárcel de la Acordada había un cuartel; ahí, el 30 de noviembre de 1828, se inició un levantamiento con el argumento de que Gómez Pedraza aprovechaba su puesto de primer ministro de Guerra para presionar en favor de su elección para presidente de la República. El Congreso eligió presidente a Guerrero y de paso el populacho saqueó el mercado del Parián.
CARPIO, HOMBRE CULTO QUE ESCRIBE VERSOS
Carpio es una persona con muchas inquietudes superiores. Acaparan su interés, además de la medicina, la arqueología, la "ciencia sagrada", la historia y las "bellas letras". Desde joven había tomado afición a los escritores griegos y latinos. Parece ser que conocía bien la historia y la arqueología asirio-babilónicas y egipcias. Dice Couto que había leído mucho a Hipócrates, pero también mucho a Flavio Josefo, el historiador judío-romano del primer siglo de nuestra era.
Para Carpio, la Biblia era "el libro de todos los días". Esto le facilitó la tarea que le encomendara el inolvidable impresor don Mariano Galván (recordado sobre todo por sus famosos calendarios), consistente en traducir "la versión del tomo en que se contiene el Deuteronomio y Josué", cuando don Mariano "acometió la empresa de dar en español la erudita Biblia llamada de Avignon o de Vencée".
En 1842 don Mariano Galván Rivera pulicó una obra en tres volúmenes en octavo, cuyo título es larguísimo, aunque explicativo del contenido: La Tierra Santa, o descripción exacta de Joppe, Nazareth, Belem, el Monte de los Olivos, Jerusalem y otros lugares célebres en el Evangelio, a lo que se agrega una noticia sobre otros sitios notables en la historia del pueblo hebreo. El plan y dirección de la obra estuvieron a cargo del doctor Carpio. Se trata de una especie de collage, libro "hecho de mosaico" dice Couto, en el que, teniendo como fondo o hilo conductor "la parte del itinerario de Chateaubriand que trata de Siria y Egipto", Carpio va intercalando grandes trozos de Champolion, Lamartine, Michaud, Poujoulat y de otros arqueólogos, historiadores o curiosos viajeros europeos, así como poemas de su propio estro y de su amigo José Joaquín Pesado.
¿Qué resultó de todo esto? Según Bernardo Couto, un libro "de fácil y amena lección [hoy diríamos lectura], que llena el objeto de dar a conocer al común de los lectores aquel interesantísimo país", o sea la Tierra Santa.
Hablemos ahora de la obra poética de nuestro médico de Cosamaloapan. No se equivocó Couto cuando por 1860, recién muerto don Manuel, escribió lo siguiente:
"Pero Carpio, más que como médico y como erudito, será quizá conocido de la posteridad por sus versos. Musa vetat morti (La musa vence a la muerte).
Ciertamente, hasta la fecha puede encontrarse en las librerías de viejo algún ejemplar de las poesías de Carpio. Yo poseo dos, uno que lleva como pie de imprenta "Librería de la Enseñanza. Portal del Águila de Oro num. 7. México, 1883", y otro en formato mayor que carece de tan importantes datos. En la Biblioteca Nacional existen, además de las ediciones de 1849 y de 1860, una de 1874, otra de 1877, dos diferentes de 1883 (una impresa en París), una más de 1891 y, la más reciente, de 1966.
La primera edición es la de 1849. Carpio tenía entonces 58 años y fue a los cuarenta, o sea ya entrado " en la edad en que otros se despiden de la poesía, cuando vio el público su primera composición original, que fue una oda a la Virgen de Guadalupe, impresa y repartida el año de 1832, en la función anual que hace el comercio de esta ciudad". A partir de entonces, año tras año, mas no se por cuántos, el Calendario de Galván publicó una poesía sagrada de don Manuel, además de algunos de sus epigramas. También en los periódicos de la capital y de la provincia aparecieron sus poesías.
Así llegamos a 1849, cuando José Joaquín Pesado reúne la producción poética de Carpio en un libro, y, según lo dicho por Couto en 1860, "el aplauso que luego alcanzó fue universal, y se ha mantenido, porque tuvo la fortuna de que lo entendieran y gustaran de él los que reflexionan sobre lo que leen y los que sólo leen por esparcimiento".
Pesado poeta, periodista, político, católico, conservador, miembro de la Academia de Letrán, que naciera en 1801 y muriera en 1861, por su buen conocimiento de la literatura española y nacional podía decir autorizadamente: "Es digno de notarse que el impulso dado en México a la literatura, en los pocos años que han mediado desde que se consumó la independencia hasta la fecha, haya sido en proporción mucho mayor que el que recibió en todo el tiempo de la dominación española."
Gracias a tal impulso estaban surgiendo no pocos valores. Uno de ellos era precisamente Carpio, quien, a juicio de Pesado, es sobre todo importante por la elección de sus temas y por la fuerza, gracia y frescura de sus descripciones. Los asuntos de Carpio que tanto placen a José Joaquín Pesado son "los temas nobles de la Religión y la Filosofía". También don Manuel le canta al amor, pero "tocando éste con sensibilidad y decencia".
Por lo que toca a la "locución" propiamente dicha, dice Pesado que ésta "corresponde siempre a los asuntos, porque siendo unas veces florida, otras grandiosa, otras tierna y a veces sublime, es siempre clara, limpia y elegante, sin tropiezos que la embaracen, ni oscuridades que la desluzcan. No hay en todas estas composiciones decía Pesado respecto a las poesías del libro que salía a la luz, una sola que no sea clara y perceptible por sí misma, sin necesidad de que el lector se fatigue en hallar las concordancias de la oración o el sentido de la frase".
En cuanto a la fuerza de las descripciones, vaya como muestra la siguiente parte de una poema que trata del "intrépido ejército de Ciro":
Ya se aprestan en Persia los ginetes; Sus fuertes armaduras centellean, Y encima de los cóncavos almetes Altos plumajes con el aire ondean. Ya se escucha el crujir de los broqueles, De la trompeta el bélico sonido, Y el bufar de los pérfidos corceles, Y la grita de los jóvenes bizarros, Y del sonante látigo el chasquido, Y el rodar de las ruedas de los carros...
Once años después de que fueran publicados los juicios que sobre la poesía de Carpio hiciera José Joaquín Pesado, hace los suyos José Bernardo Couto, veracruzano como Carpio. Nació en Orizaba en 1803 y murió en 1862. Titulado de abogado en 1827, fue un hombre muy importante en la política y en la cultura. La mulata de Córdoba y La historia de un peso son dos de sus creaciones literarias mejor conocidas.
Couto empieza su opinión de Carpio sin hacer mención al impulso de la literatura que anota Pesado; dice, en cambio, que en el tiempo en que Carpio surge, la literatura nacional anda muy mal, primero por la guerra de Independencia que "para nada dejaba sosiego", y después por "la invasión de los estudios políticos y económicos". Es en este clima en el que surgen José Joaquín Pesado y el médico Manuel Eulogio Carpio. Al ejemplo de ambos deben las letras el renacimiento de la poesía en México, dice Couto. Sobre el tema y la forma de las poesías de don Manuel, Couto agrega: "La primera muestra del talento de un autor está en la elección de sus asuntos, y los de Carpio son inmejorables: cuando no los toma de la esfera religiosa, ocurre a los sucesos clásicos de la historia, y a los grandes caracteres que en ella se presentan. Si se examina luego el modo con que los desempeña, en la construcción material de los versos nada hay que reprender, porque tienen siempre número y plenitud; tal vez en todo su libro no se encuentre uno solo mal torneado."
Después de añadir que la rima en manos de Carpio "es fácil, variada y rica", y que se trasluce que a don Manuel "no le costaba trabajo hacer versos ni redondear sus estrofas", Couto señala tres defectos: que para hacerse entender de todos, con frecuencia abandonase "los giros propios del lenguaje poético" y descendiese "casi al tono de la prosa"; cierta "monotonía que reina en sus composiciones, las cuales parecen todas como vaciadas en un molde"; y finalmente su exuberancia, pues, apunta, "hay pocas a las que no pudiera cercenarse algo sin que haga falta".
Termino esta parte tratando de relacionar al médico Carpio con el Carpio poeta, para lo cual recurro a sus versos, incluyendo los epigramas, a los que me volveré a referir en el último capítulo de este libro.
Solamente en uno de sus epigramas Carpio se refiere a la medicina, concretamente al sistema "fisiológico" de Broussais, en el que el tratamiento de prácticamente todas las enfermedades se hacía a base de sangrías, sanguijuelas y dietas de hambre. Así sintetizó Carpio la, para nuestros ojos, tan nefasta "terapéutica":
Método de nuestros días Luego que un mal asoma: Agua de malvas, o goma; Sanguijuelas y sangrías, Y que el enfermo no coma.
En sus poemas, Carpio nada dice de la medicina. Hay sin embargo dos momentos que conviene traer a colación. Uno es cuando habla del hombre; otro se refiere a la relación de los científicos con los poetas. En el primer caso, el hombre es visto por el Carpio poeta olvidando su condición de biólogo. El que habla es el cristiano y recuerda el pecado original.
De Adán por el delito sin segundo El hombre con sudor la tierra moja, Se harta de angustia en el ingrato mundo, Y errante vaga como inútil hoja...
Finalmente, en la composición que lee en la ceremonia de la distribución de premios en el Colegio de Minería en 1856, Carpio señala algo aún vigente: el menosprecio de los poetas por parte de los científicos:
Amargo es para mí, no lisonjero En pobre rima desplegar mis labios, Ya que oyen con desdén algunos sabios El habla hermosa de David y Homero.
CARPIO DA A CONOCER EN MÉXICO EL ESTETOSCOPIO DE LAENNEC
Volvamos a la medicina, en especial al artículo sobre el pectoriloquio que Carpio traduce y publica en 1823. El artículo lo escribe un tal doctor Marat, hombre que al parecer carecía del fino oído de Laennec, pues cuando empleaba el estetoscopio a veces escuchaba la pectoriloquia y a veces no, según él mismo lo dice.
Empieza Marat por analizar los términos "pectoriloquio" y "stethoscopio", y acaba, por lo que veremos en seguida, quedándose con el primero.
Pectoriloquio se deriva de la palabra pectus, pecho y loqui, hablar, nombre que Laennec ha dado a un instrumento de que se sirve para reconocer los diferentes sonidos que se perciben en el pecho con el fin de llegar al diagnóstico de las enfermedades de esta cavidad.
Poco después de la invención del aparatito que nos ocupa, Laennec abandona la denominación del "pectonloquio" y adopta la de "stethoscopio", cambio que Marat desaprueba:
El autor ha mudado después el nombre de pectoriloquio, que creyó bárbaro (no se sabe bien por qué, pues si el pecho no habla, a lo menos da sonidos), en el de stethoscopio compuesto de dos voces griegas, pecho y yo veo: voz en rigor menos exacta que la otra, pues que esta cavidad más bien da sonidos que ve.
No tengo más que decir al respecto sino que en todos los tiempos y en todas las naciones hay y ha habido necios.
En seguida Marat pasa revista a los "cuatro medios físicos" con los que hasta el momento (1819) contaban los médicos para "ilustrarse sobre el estado de las partes contenidas en el pecho". Ellos son la sucusión, la mensuración, la audición pectoral y la percusión.
A estos procedimientos de lo que hoy llamamos exploración física ha venido a sumarse la auscultación mediata por medio del "pectoriloquio". Hay que tomarlo como se empuña una pluma de escribir...
colocando la mano muy cerca del pecho del enfermo para impedir que [el aparato) se disloque del punto donde se aplicó. La extremidad del cilindro que tiene el tapón es la que se ha de aplicar[...] Colóquese el otro extremo en la oreja del médico, que debe hacer guardar un perfecto silencio, ni tampoco debe hacer ninguna gesticulación, pues no oiría los movimientos...
Laennec dice muchas lindezas del aparato; ello se debe, dice Marat, al "fervor que da el entusiasmo de un procedimiento a su autor". En consecuencia, "los médicos deben ver el método propuesto con más calma que Laennec, ensayarlo a sangre fría y no emplearlo hasta que les sean bien probadas sus ventajas", recomienda Marat.
Tal parece que los médicos mexicanos le hicieron caso al señor Marat, pues de acuerdo con Izquierdo, no se sabe que hayan practicado la auscultación mediata por medio de la corneta médica de Laennec (un nombre más para el estetoscopio), hasta que ya casi mediando el siglo
XIX
el gran clínico don Miguel Francisco Jiménez (1813-1876) no solamente lo empleó en su clínica cotidiana, sino hasta puso en duda, y quiso desmostrar experimentalmente, el valor diagnóstico de alguno de los signos descubiertos por Laennec. De este ilustre clínico mexicano nos volveremos a ocupar más adelante.![]()