IV. EL ESTABLECIMIENTO DE CIENCIAS M�DICAS

EN UNO de aquellos ejemplares a�os del segundo tercio del siglo pasado, cuando M�xico lucha por convertirse en naci�n frente a enemigos de dentro y de fuera, ocupa la vicepresidencia de la Rep�blica el m�dico Valent�n G�mez Far�as figura hist�rica sobre la que se han vertido las m�s encontradas opiniones pues, seg�n dice un ex�geta de su obra, "mientras las fuerzas tradicionalistas, que siempre han luchado por mantener a nuestro pa�s en estado estacionario y al servicio de los intereses creados, lo denigran con pasi�n, descendiendo hasta la injuria personal a su memoria, otros tambi�n exaltados, que militan en el campo contrario, lo elogian hasta el ditirambo, haciendo del personaje que tratan de elevar un motivo artificioso y fant�stico".

Lo cierto es que el 19 de octubre de 1833 el Congreso Nacional otorga al Poder Ejecutivo, a la saz�n ejercido por G�mez Far�as por ausencia del presidente Santa Anna, amplias facultades para arreglar la ense�anza p�blica en todos sus ramos. En consecuencia, el m�dico vicepresidente decreta la supresi�n de la Universidad y la creaci�n de una Direcci�n General de Instrucci�n P�blica, encargada, por medio de una junta directiva, de reorganizar y centralizar la administraci�n de la educaci�n, desde el nivel primario hasta los colegios de estudios mayores. Tal organismo tendr�a a su cargo todos los establecimientos p�blicos de ense�anza, adem�s de los dep�sitos de "los monumentos de artes, antig�edades e historia natural", los fondos p�blicos consignados a la ense�anza y todo lo perteneciente a la instrucci�n p�blica pagada por el gobierno.

La disposici�n que reformaba la ense�anza superior recog�a inquietudes que databan desde los �ltimos a�os de la Colonia. Adem�s, los integrantes de la junta directiva eran gente experimentada en el asunto. El propio G�mez Far�as, autom�ticamente presidente de la flamante Direcci�n General de Instrucci�n P�blica por su investidura de vicepresidente de la Rep�blica, hab�a expresado sus ideas sobre la ense�anza m�dica en el Congreso Constituyente e intervenido en la promulgaci�n de la Ley de Ense�anza P�blica para el estado de Zacatecas, una de las legislaciones m�s avanzadas y completas sobre la materia, seg�n opini�n de Dorothy Tanck. El vocal presidente de la junta, Juan Jos� Espinosa de los Monteros, era a la saz�n miembro de la junta del Colegio de San Gregorio y hab�a participado en el Plan de educaci�n para el Distrito y Territorios presentado por Pablo de la Llave en 1828. El secretario de dicha junta, Manuel Eduardo de Gorostiza, hab�a publicado un estudio sobre la legislaci�n educativa en los Pa�ses Bajos. Respecto al resto de los miembros, Andr�s Quintana Roo colabor� en el plan de De la Llave a que hicimos referencia; Juan Rodr�guez Puebla era rector del Colegio de San Gregorio y Jos� Bernardo Couto, como alumno de Jos� Mar�a Luis Mora, hab�a participado con �ste en la elaboraci�n de un plan para reformar el Colegio de San Ildefonso. Digamos, de paso, que mucho se ha dicho que detr�s de G�mez Far�as estaba como ide�logo el famoso doctor Mora.

Seg�n otro decreto publicado tambi�n el 19 de octubre de 1833, ser�an seis los Establecimientos de Instrucci�n P�blica que por el momento habr�a en el Distrito Federal: 1) de Estudios Preparatorios; 2) de Estudios Ideol�gicos y Humanidades; 3) de Ciencias F�sicas y Matem�ticas; 4) de Ciencias M�dicas; 5) de Jurisprudencia; 6) de Ciencias Eclesi�sticas.

El citado decreto estipulaba cu�les ser�an las c�tedras que se impartir�an en cada establecimiento. De las correspondientes al de Ciencias M�dicas, m�s adelante nos ocuparemos. El mismo decreto le asignaba sede al Establecimiento de Ciencias M�dicas: el convento de Bel�n.

Tendr�a el de Medicina, como los dem�s Establecimientos, director y vicedirector, que se encargar�an "exclusivamente de su gobierno econ�mico interior", en el que no participar�an los profesores; el primero ganar�a dos mil pesos al a�o y el segundo mil quinientos, cifras que adquieren sentido si las comparamos con los seis mil que por entonces ganaba un general de divisi�n.

Los profesores se sujetar�an "precisamente en sus lecciones a los principios y doctrinas" de los libros elementales; dar�an lecciones desde el 11 de mayo de un a�o hasta el 31 de marzo del siguiente, con excepci�n de los d�as de riguroso precepto eclesi�stico, la semana santa —si cayera fuera del tiempo de vacaciones— y las festividades nacionales.

El tiempo de cada lecci�n no podr�a durar menos de una hora y a los profesores que faltasen sin justificaci�n se les descontar�a de su sueldo la cantidad respectiva. Su salario anual no ser�a menor a los mil doscientos pesos, ni exceder�a a los mil quinientos.

El 23 del mismo mes de octubre —hoy d�a del m�dico en recuerdo de aquella fecha—, se public� el plan de estudios del Establecimiento de Ciencias M�dicas y se nombr� director al doctor Casimiro Liceaga, vicedirector al doctor Jos� Mar�a Ben�tez y secretario al afamado cirujano Pedro Escobedo.

Como se sabe, la reforma implantada por G�mez Far�as abarc� a otros campos adem�s del de la instrucci�n p�blica. En consecuencia, la reacci�n contraatac�, y apenas hab�an transcurrido ocho meses cuando Santa Anna dio marcha atr�s. Se reabr�a la Universidad, a la vez que desaparec�a la Direcci�n General de Instrucci�n P�blica, as� como casi todas sus dependencias.

Qui�n sabe por qu� el Establecimiento m�dico tuvo un trato de excepci�n. En vez de suprimirse, se le ordenaba al claustro de medicina de la reci�n abierta Universidad que visitase al Establecimiento citado, el cual continuar�a en sus funciones docentes, y que informase sobre las caracter�sticas de estas actividades. El gobierno se reservaba sus decisiones sobre el m�todo de ense�anza, autores y c�tedras, hasta conocer el informe de los profesores visitadores. El informe fue positivo, en vista de lo cual en noviembre de 1834 el gobierno decret� lo siguiente: "El Colegio que fue de Bel�n continuar� con el nombre de Colegio de Medicina dedicado al estudio de esta ciencia."

La instituci�n estaba salvada, pero hab�a cambiado de nombre; el de Establecimiento de Ciencias M�dicas pertenec�a oficialmente al pasado, aunque se seguir�a usando.

Pero volvamos a 1833. El 4 de diciembre se iniciaban las clases contando con diez c�tedras, de las que en otra parte nos ocupamos. En el convento de Bel�n se carec�a de anfiteatro, mas de inmediato empez� a corregirse la deficiencia. Tambi�n con prisa se iniciaron las gestiones para que en el Hospital de San Andr�s se impartiesen las clases de cl�nica. Si bien no se dispon�a de amplitud "y hasta de decencia", al menos se daban las clases en un local con caracter�sticas de escuela p�blica, pese a las circunstancias de que en sus aulas no hab�a m�s material de ense�anza que el que llevaban los maestros. Es casi seguro que parte del edificio lo ocupase la Escuela Filantrop�a de la Compa��a Lancasteriana, pues hay evidencias de que este establecimiento de ense�anza primaria existi� en Bel�n desde 1823 hasta 1890.

M�s de una vez el primer director del Establecimiento, el doctor Casimiro Liceaga, se expres� en buenos t�rminos acerca del edificio de Bel�n. Tambi�n el claustro de medicina de la Universidad, que en 1834 visitara el Establecimiento M�dico seg�n ha sido consignado dej� constancia de la "bella disposici�n del edificio".

En s�ntesis, tal parece que la primera casa del Establecimiento de Ciencias M�dicas no estaba tan mal. Pero en 1836, un sacerdote miembro del senado, el padre Lope de Vergara, individuo por dem�s retr�grado, fan�tico y de poqu�simo alcance intelectual, seg�n calificativos del historiador Francisco Flores, propuso que el edificio que ocupaba la escuela m�dica pasase a manos de las monjas de Santa Mar�a de Guadalupe e Inditas o de la Nueva Ense�anza. El gobierno orden� a los profesores de medicina que desalojaran Bel�n. Tal hecho ocurri� el 26 de octubre de 1835. A partir de entonces, cada profesor dio en su domicilio la clase que ten�a encomendada.

Mas las gestiones de los m�dicos en pro de su Establecimiento no desmayaban. Por fin lograron que el gobierno les asignara el convento del Esp�ritu Santo. Unos autores dicen que esto sucedi� en 1839; otros afirman que en 1842.

En 1843 se reform� el plan de estudios. Alumnos y profesores continuaban trabajando en las ruinosas, obscuras y antihigi�nicas piezas del convento del Esp�ritu Santo. Como era materialmente imposible continuar impartiendo ah� las lecciones te�ricas —la anatom�a, la clase de operaciones y las cl�nicas se ense�aban en el Hospital de San Andr�s—, el presidente de la Rep�blica, general Valent�n Canalizo, orden� el traslado de estudiantes y profesores de medicina al Colegio de San Ildefonso, del cual era rector don Sebasti�n Lerdo de Tejada. Esto molest� tanto a profesores como a alumnos ildefonsinos, sobre todo a los estudiantes internos. �stos se rebelaron, los secundaron los externos, y para acabar con el problema las autoridades ordenaron un nuevo cambio del Colegio de Medicina, esta vez a unas "piezas exteriores" del Colegio de San Juan de Letr�n, cuyo rector era el gran Jos� Mar�a Lacunza.

Entonces tuvo lugar la tristemente c�lebre invasi�n norteamericana. La Escuela de Medicina se sinti� sacudida "como por la apertura de una corriente galv�nica", aglutin�ndose bajo el sentimiento patrio los profesores con los alumnos.

Ca�da la capital en poder del invasor, �ste ocup� los edificios p�blicos, entre ellos el Colegio de San Juan de Letr�n, por lo que la Escuela de Medicina no tuvo m�s remedio que aceptar el asilo que le brindaba el Colegio de San Ildefonso, de donde poco antes hab�a salido con cajas destempladas. En [1850] se mud� al San Hip�lito.

En la Historia general de la medicina en M�xico de Francisco Flores se dice que los profesores de la Escuela compraron en cincuenta mil pesos, haciendo uso de sus sueldos devengados pero no cubiertos por el gobierno, la parte conocida como "Hospital Militar" del convento de San Hip�lito. He aqu� c�mo Flores relata tal hecho:

Tranquila estaba la Escuela en el a�o de 1850, lamentando la poca estabilidad con que hab�a estado en cada uno de los edificios que se le hab�an ido sucesivamente dando, cuando en el mes de julio fue llamado su director por el ministro de Instrucci�n P�blica, quien le manifest� que pod�a adquirir en propiedad la Escuela el edificio llamado Hospital Militar, que estaba en el ex-convento de San Hip�lito, si daba en compensaci�n al Ayuntamiento, que era el propietario del edificio, alguna cantidad. El director se apresur� a dar cuenta de esto a la junta de catedr�ticos; �sta, considerando ventajosas, relativamente, las proposiciones que se le hac�an, y viendo la buena disposici�n del Gobierno, autoriz� a aqu�l para que llevara a cabo los arreglos necesarios, y se dio tal prisa en el asunto, que en el mes de agosto le avisaba el ministro que pod�a tomar posesi�n del edificio, mediante la cesi�n de cincuenta mil pesos que hac�an los profesores del Establecimiento de las cantidades que se les adeudaban, y que les manifestara la alta estima con que hab�a visto el Gobierno tal acto de desprendimiento.


Se cumplen los pormenores de la compraventa y, el primero de septiembre, pasa oficialmente a poder de la Escuela de Medicina la parte del ex convento de San Hip�lito que se ha venido mencionando. Un mes despu�s, el director, doctor Jos� Ignacio Dur�n, toma posesi�n del edificio y nombra en comisi�n para su arreglo a los profesores Leopoldo R�o de la Loza y Miguel F. Jim�nez. Nuestra fuente agrega que el Gobierno, por su parte, dispuso bondadosamente que se tomaran de los fondos p�blicos las cantidades necesarias para hacer al edificio las convenientes reparaciones".

Es, sin embargo, hasta septiembre de 1851 cuando se legaliza la nueva posesi�n de la Escuela.

Para Maximino R�o de la Loza (hijo de Leopoldo R�o de la Loza), testigo de vista o participante en los hechos, el cambio del Colegio M�dico a San Hip�lito fue ben�fico, tanto por lo espacioso del nuevo local como porque la Escuela ya no ten�a coartada su libertad por las disposiciones del rector del Colegio de San Ildefonso. Sin embargo, este mismo informante nos da a conocer algunas deficiencias del edificio, como la carencia de un verdadero anfiteatro para los estudios anat�micos. Lo que llevaba tal nombre era un cuarto maloliente y oscuro situado en el fondo del inmueble, al que se llegaba atravesando un patio cubierto de maleza, la que no carec�a de utilidad pues era utilizada, ya bien seca, para quemar el cabello de los cad�veres y de este modo acabar con los piojos. El mobiliario se reduc�a al asiento del profesor, la plancha para el cad�ver y las gradas para los estudiantes.

Mas a finales de 1853 el gobierno despoj� a los m�dicos de su casa de estudios y la convirti� en cuartel. En consecuencia, al iniciarse 1854 la Escuela de Medicina fue a parar una vez m�s al Colegio de San Ildefonso, donde seg�n opiniones de los peri�dicos de la �poca permanecer�a definitivamente. Pero otra vez surgieron problemas al rebelarse los estudiantes de medicina ante las reglas del citado Colegio, que consideraban humillantes. Se negaron a concurrir a clases, a la vez que ofrec�an su contribuci�n econ�mica para el arrendamiento de una casa donde se les diesen las lecciones te�ricas. Entre tanto, �stas volvieron a impartirse en el domicilio de cada profesor, mientras que la anatom�a y las dem�s materias pr�cticas continuaban ense��ndose en el Hospital de San Andr�s.

Fue una costumbre muy generalizada en la sociedad colonial y en la de M�xico independiente hasta no ha muchos a�os, escribe Herrera Moreno en 1924,

...que las instituciones escolares tuvieran, al igual que las de beneficiencia, fondos propios; estos fondos proced�an casi en su totalidad de dos fuentes principales, las donaciones y legados por un lado y el aprovechamiento de determinados impuestos por el otro. En el territorio que unas veces fuera el Distrito Federal y en otras ocasiones asiento del gobierno central, exist�a una contribuci�n sobre herencias transversales1, de cuyo producto correspond�a una parte a la Escuela de Medicina; la ley no permit�a que los ingresos obtenidos con el impuesto fueran directamente aprovechables en las necesidades de la ense�anza, sino que forzosamente deb�an ser colocados a censo redimible sobre bienes ra�ces, con el objeto de que el capital se conservara intacto y �nicamente se utilizaran para los gastos de la instituci�n los r�ditos convenidos con los censatarios. La tesorer�a de la Escuela de Medicina pudo de este modo guardar en sus actas las escrituras de hipotecas otorgadas por las personas que hab�an tomado dinero a censo, escrituras que representaban su valor en efectivo por ser documentos negociables.


Los profesores de la Escuela de Medicina, bien empapados de los anteriores pormenores, conciben la idea de emplear parte del capital propio en la compra (�otra vez!) de un edificio donde la instituci�n de ense�anza m�dica quedase instalada definitivamente. Pusieron el ojo en el edificio de la Inquisici�n, a la saz�n propiedad del arzobispado y sede, en parte, del Seminario Conciliar.

La parte del edificio que la Escuela de Medicina deseaba comprar, y el Seminario estaba dispuesto a vender, era el patio principal y un segundo patio que linda con el primero por el �ngulo del noroeste, y las construcciones anexas a estos patios". Se hizo un aval�o un poco ama�ado para que el valor real —unos noventa mil pesos— se redujese a lo que pod�a pagar la Escuela de Medicina: cincuenta mil pesos. La escritura se extendi� el 7 de junio de 1854 ante el escribano p�blico de la Naci�n Ram�n de la Cueva; firm� por la parte vendedora el doctor don Salvador Zedillo, can�nigo de la catedral y juez de Hacienda del Seminario Conciliar y del juzgado de capellan�as y obras p�as del arzobispado. La parte compradora estuvo representada por don Jos� Urbano Fonseca, magistrado de la Suprema Corte e inspector general de Instrucci�n P�blica.

En el mismo acto se seleccionaron las escrituras que la Escuela de Medicina iba a endosar en favor del Seminario Conciliar y como �stas s�lo llegasen a 47 494 pesos con veintinueve centavos, se convino que el resto lo reconociese la Escuela con el r�dito del seis por ciento anual, por el tiempo que requiriese para saldar el adeudo. Despu�s se tuvieron que hacer ciertos ajustes, pues result� que una escritura que importaba dos mil pesos a fin de cuentas no se pudo endosar al Seminario. Esto aumento en la misma cantidad la deuda de la Escuela, pero nada m�s hasta septiembre de 1855, cuando la instituci�n m�dica pudo hacer uso de otra escritura por valor de cinco mil pesos y pico, con lo que se sald� toda la cuenta. Desde ese momento, "la Escuela de Medicina qued� due�a exclusiva de una gran parte del vasto edificio que en la �poca colonial ocuparon los inquisidores".

En esta nueva operaci�n otra vez los profesores de la Escuela de Medicina intervinieron de manera importante. En efecto, de ellos fue la elecci�n del inmueble; ellos hicieron las gestiones ante el arzobispado y frente a don Jos� Urbano Fonseca para la realizaci�n de la compraventa. Finalmente, enterados los maestros de los recursos econ�micos de la Escuela, decidieron echar mano de �stos para solventar la operaci�n.

Cabe se�alar que autoridades y profesores de la Escuela no cesaron de reclamar la propiedad de San Hip�lito. Por ejemplo, en 1856 ped�an se les autorizase a venderla para resarcirse de los gastos que acababan de hacer en la compra y arreglo del edificio de la plaza de Santo Domingo. Un tal se�or Gonz�lez Pliego ofrec�a cuarenta y seis mil pesos.

EN EL ESTABLECIMIENTO DE CIENCIAS MEDICAS SE ENSE�ABA FISIOLOG�A MODERNA

El decreto que da vida al Establecimiento de Ciencias M�dicas inclu�a la lista de c�tedras que ah� deb�an impartirse: 1) anatom�a general, descriptiva y patol�gica; 2) fisiolog�a e higiene; 3) primera y segunda c�tedras de patolog�a interna; 4) primera y segunda c�tedras de patolog�a externa; 5) materia m�dica; 6) primera y segunda c�tedras de cl�nica interna; 7) primera y segunda c�tedras de cl�nica externa; 8) operaciones y obstetricia; 9) medicina legal y 10) farmacia te�rica y pr�ctica.

El 27 de octubre de 1833 el gobierno nombra profesor de anatom�a a Guillermo Cheyne; de fisiolog�a e higiene a Manuel Carpio; a Ignacio Erazo de patolog�a interna; a Pedro Escobedo de patolog�a externa; a Isidoro Olvera de materia m�dica; a Francisco Rodr�guez Puebla de cl�nica interna; a Ignacio Torres de cl�nica externa; a Pedro del Villar de operaciones y obstetricia; a Agust�n Arellano para medicina legal y a Jos� Vargas para farmacia.

En la tarde del 5 de diciembre de 1833 el director Casimiro Liceaga convoc� a la primera junta, en la que "pidi� a los profesores de los ramos pr�cticos que presentaran a la mayor brevedad posible una nota de los instrumentos y utensilios que consideraran indispensables para la ense�anza". Adem�s, se eligieron las piezas —del convento de Bel�n— donde se dar�an las c�tedras.

"Sin independerse absolutamente de las ideas a�n dominantes" —dice el historiador Flores—, se nombr� al padre Crescencio Bonilla capell�n del Establecimiento. Tambi�n fue nombrado el m�dico. Por ciento veinte pesos anuales Ignacio Torres se comprometi� a desempe�ar tal cargo, los cuales ven�an a sumarse a los mil y pico que ganar�a como profesor de cl�nica externa. Estas y otras "dotaciones no pasaron de ser cuentas alegres, pues puede decirse que jam�s fueron cubiertas. El pa�s pasaba por una de sus peores crisis econ�micas.

Si hemos de atenernos a aquello de lo que poseemos informaci�n m�s o menos segura, ya sea directa o indirecta, tendremos que decir que no hay evidencias de que en el flamante Establecimiento de Ciencias M�dicas o Colegio de Medicina se haya ense�ado anatom�a general a la manera de Bichat, pues en el texto de la c�tedra, lo que en algunas fuentes aparece como "anatom�a, anatom�a general y anatom�a patol�gica", es el compendio de anatom�a descriptiva de J. P. Maygrier. Nosotros hemos localizado en la biblioteca del Departamento de Historia y Filosof�a de la Medicina de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Aut�noma de M�xico una traducci�n al espa�ol hecha por Manuel Hurtado de Mendoza (de la cuarta edici�n francesa) y publicada en Madrid en 1820. Se trata de un buen compendio de anatom�a descriptiva, pero nada m�s.

En vista de lo anteriormente expuesto, nos referiremos tan s�lo al paso hacia la medicina cient�fica que constituy� la ense�anza de la fisiolog�a siguiendo el Pr�cis de Physiologie de Fran�ois Magendie. Desde su fundaci�n en 1833 y por varios a�os, la c�tedra estuvo a cargo de nuestro conocido Manuel Eulogio Carpio.

Veamos, siquiera de pasada, la almendra de las ideas y obra de Magendie:

Fran�ois Magendie fue un m�dico franc�s (1783-1855), que a principios del siglo XIX mucho contribuy� a la edificaci�n de la medicina cient�fica. Para Magendie, la fisiolog�a, la ciencia de nosotros mismos, estaba por hacerse. Se har�a, dijo Magendie, siguiendo los pasos de Galileo y de Newton, es decir, observando y experimentando, mas no imaginando o creyendo a pie juntillas en lo que hab�an dicho los autores de la Antig�edad como Arist�teles y Galeno.

Estando ya construida la ciencia de nosotros mismos o fisiolog�a, seg�n la hab�a denominado Francis Bacon, la medicina se convertir�a tambi�n en una ciencia, pues para Magendie la medicina no era sino la fisiolog�a del hombre enfermo, es decir, la ciencia de nosotros mismos, pero enfermos.

Mas no vayamos tan de prisa y veamos c�mo entiende Magendie la evoluci�n de las ciencias naturales, entre ellas la fisiolog�a:

Las ciencias naturales han tenido, como la historia, sus tiempos fabulosos. La astronom�a empez� por la astrolog�a; hasta hace poco tiempo la qu�mica era alquimia; por muchos a�os la f�sica s�lo fue un conjunto vano de sistemas absurdos. �Singular condici�n de la mente humana; tal parece que necesita vivir largo tiempo en el error antes de osar el abordaje de la verdad!
Las ciencias naturales estuvieron sumergidas en el tiempo fabuloso hasta el siglo XVII. Entonces surgi� Galileo y sus admirables descubrimientos le ense�aron al mundo que para conocer la Naturaleza no bastaba con imaginar, o con creer lo que hab�an dicho los antiguos, sino que era indispensable observarla y, sobre todo, interrogarla por medio de experiencias.
Esta fecunda filosof�a fue la de Newton. Desde sus inmortales trabajos ella no cesa de inspirarnos. Esta misma filosof�a fue la de los hombres de genio que en el siglo pasado aniquilaron la vieja doctrina de los cuatro elementos, es decir, aquella seg�n la cual todo estaba constituido por tierra, agua, aire y fuego
�Gloria pues a Galileo! Al demostrar por ejemplos memorales las inmensas ventajas de la observaci�n y la experiencia; al apartar a la mente humana de aquella falsa direcci�n donde por tantos siglos sus fuerzas se agotaron en vano, este hombre genial realmente ha puesto las bases de las ciencias f�sicas; de esas ciencias que elevan la dignidad del hombre, que aumentan sin cesar su poder, que aseguran la riqueza y el bienestar de las naciones, que colocan a nuestra civilizaci�n por encima de todas las del pasado y preparan un brillante provenir a las nuevas generaciones.


Me gustar�a decir, prosigue Magendie, que la fisiolog�a, esa ciencia de nosotros mismos, ha tomado el mismo vuelo y experimentado la misma metamorfosis que las ciencias f�sicas. Mas desgraciadamente no ha sido as�:

La fisiolog�a a�n es, en muchas mentes y en muchos libros, una obra de la imaginaci�n. Tiene sus creencias muy diversas, sus sectas opuestas, militantes; se admiten seres quim�ricos que, semejantes a los dioses del paganismo, presiden los fen�menos vitales; se invoca la autoridad de los autores antiguos, considerados como infalibles.


Estamos, recu�rdese, a principios del siglo XIX es decir con un pie en lo imaginado, en lo cre�do, y con otro en lo observado y experimentado. Esta etapa de transici�n se ve en la fisiolog�a:

Mas, por fortuna, gracias al empleo del m�todo experimental al estudio de la vida, la ciencia fisiol�gica se ha enriquecido, pero no en su forma general. Ciertamente, al lado del conocimiento experimental de los fen�menos de la circulaci�n de la sangre, de la contracci�n muscular, etc., existen, y se les da la misma importancia, simples met�foras como sensibilidad org�nica, algunas creaciones imaginarias como fluido nervioso o ciertos t�rminos ininteligibles como fuerza o principio vital.


Bien sabe Magendie la serie de dificultades que tiene que vencer aquel que se empe�e en el progreso de las ciencias en general, y en especial en el de la fisiolog�a. �stas son, seg�n nuestro personaje, las principales: 1) una repugnancia extrema ante los experimentos hechos en animales vivos, as� como la pretendida imposibilidad de aplicar al hombre las deducciones as� obtenidas; 2) la ignorancia casi absoluta sobre la manera de proceder para conocer la realidad; 3) el apego a las viejas ideas, siempre protegidas por la pereza y la incapacidad de dudar; 4) esa especie de pasi�n tenaz que ponen los hombres para persistir en sus errores.

Enormes obst�culos que era indispensable vencer. Y Magendie los venci� porque estaba convencido que iba en la v�a correcta y contaba "con la leve pero constante influencia de la verdad", y ya el medio no era tan cerrado. En efecto, hoy —dec�a Magendie por 1830—,

... las hip�tesis sobre las funciones org�nicas ya no son acogidas con tanto favor como antes; la creencia, tan nociva como absurda, de que las leyes f�sicas no tienen ninguna influencia en los cuerpos vivos ya no tiene la misma fuerza que antes; las mentes superiores empiezan a entrever que puede haber en los seres vivos diversos �rdenes de fen�menos y que los fen�menos puramente f�sicos no excluyen a las acciones propiamente vitales. Finalmente, ya nadie duda hoy en d�a que las investigaciones hechas experimentalmente en animales son aplicables al hombre con una notable precisi�n.


Bajo estas progresistas luces, cre�a Magendie que en poco tiempo la fisiolog�a, ligada estrechamente a las ciencias f�sicas, adquirir�a el rigor del m�todo de �stas, la precisi�n de su lenguaje y la certidumbre de sus resultados.

La medicina, que, como hemos dicho, para Magendie no era sino la fisiolog�a del hombre enfermo, no tardar�a en seguir la misma direcci�n, de alcanzar la misma altura.

Magendie introdujo en las ciencias m�dicas la experimentaci�n en animales. Por los a�os ochenta del mismo siglo XIX, su seguidor Claude Bernard —el alumno super� al maestro—, le llamar�a a esta investigaci�n de laboratorio con animales medicina experimental, expresi�n que en la mente de Bernard era igual a medicina cient�fica.

Hay por ah� una que otra informaci�n aislada y escueta que nos permite decir que alrededor de los a�os treinta del siglo XIX el profesor de fisiolog�a en el Establecimiento de Ciencias M�dicas o Colegio de Medicina, el doctor Manuel Eulogio Carpio, sol�a hacer experimentos en animales. Ya veremos m�s adelante que al correr de los a�os este adelantado m�todo de ense�anza fue tan poco empleado, que cuando alg�n profesor osaba recurrir a �l, los alumnos volteaban la cara horrorizados.

CAMBIOS NO REVOLUCIONARIOS

El primitivo plan de estudios del Establecimiento de Ciencias M�dicas fue reformado en octubre de 1834. Las novedades eran las siguientes; la separaci�n que ya se se�al� de la obstetricia y las operaciones, y a la vez la uni�n de la ense�anza de estas �ltimas con la de la anatom�a, en tanto que la clase de obstetricia se enriquec�a con la ense�anza de las enfermedades de mujeres y ni�os. (Quiz� se tratara de las dolencias de las "mujeres en puerperio" y de las enfermedades de los ni�os reci�n nacidos.)

Otras novedades fueron que la c�tedra de materia m�dica se llam� "Terap�utica y materia m�dica", aunque quiz� correspond�a otro contenido a esta denominaci�n; y el hecho de que a la de farmacia se agregara la de bot�nica. Llama la atenci�n que en el plan de estudios de 1834 ya no se hable de la "anatom�a general, descriptiva y patol�gica". �Quiere decir que se volvi� a la ense�anza tradicional de la anatom�a descriptiva, o que jam�s se sali� de ella?

Es interesante hacer notar que a partir de este plan de estudios se iniciaron entre la reabierta Universidad y el Establecimiento de Ciencias M�dicas o Escuela de Medicina —nombre que oficialmente adquiere en 1842— unas relaciones habitualmente dif�ciles. Por el momento no bastaban, para adquirir el grado de doctor en medicina, los cursos que se impart�an en esta instituci�n, sino que se necesitaba que el estudiante asistiese a la Universidad para cursar y aprobar zoolog�a, medicina legal, medicina hipocr�tica e historia de la medicina.2

En 1843 hubo otra reforma al plan de estudios de la Escuela de Medicina: la carrera se har�a en once a�os; los seis primeros tendr�an el car�cter de estudios preparatorios y comprender�an las siguientes c�tedras: gram�tica castellana, latina y francesa; ideolog�a, l�gica, metaf�sica, moral, matem�ticas, f�sica experimental, historia natural m�dica, f�sica y qu�mica m�dicas.

En los cinco a�os de estudios propiamente profesionales, se cursar�an anatom�a y fisiolog�a, �sta con elementos de higiene; anatom�a patolog�a, farmacia y cl�nica quir�rgica; patolog�as externa e interna, medicina operatoria y cl�nicas m�dica y externa; terap�utica y materia m�dica; obstetricia, "enfermedades de mujeres paridas y de ni�os reci�n nacidos" y medicina legal.

La gran novedad de este plan es la inclusi�n en el ciclo preparatorio de la f�sica y de la qu�mica m�dicas, sobre todo por lo que en el futuro dichas disciplinas contribuir�n al conocimiento biom�dico. Lamento no conocer m�s a fondo en qu� consist�an y c�mo se impart�an tales materias; s�lo s� que se compraron algunos aparatos y que Leopoldo R�o de la Loza, maestro de qu�mica, escribi� unos apuntes o texto.

NOTAS

1 Herencia colateral. Se us� el t�rmino transversal en una ley de pensi�n de herencias transversales de mediados del siglo XIX. Colateral es el parentesco de los que no son ascendientes ni descendientes. Es, pues, el de hermano, t�os, primos, sobrinos.

2 Ya dijimos, al hablar de las c�tedras "de perfecci�n", que no hay noticias sobre el cumplimiento de este requisito.

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