I. CR�NICA DE UNA POL�MICA CENTENARIA

LA AMIBIASIS, infecci�n de los humanos debida al protozoario intestinal Entamoeba histolytica, se localiza en todo el mundo, pero afecta de manera principal a pa�ses en desarrollo, entre ellos M�xico. Si bien el conocimiento de la amibiasis se inici� hace apenas poco m�s de una centuria, los estragos que causa la amiba en el ser humano, particularmente en el h�gado bajo la forma del llamado absceso hep�tico, generalmente de fatal evoluci�n a menos que sea tratado adecuadamente, ya eran bien conocidos desde hace varios siglos por los mexicanos; sobre todo por los habitantes de la capital del pa�s.

ANTECEDENTES EN M�XICO

En la nota preliminar a la Bibliograf�a mexicana del absceso hep�tico, que publicara Fournier en 1956, Fern�ndez del Castillo relata la llegada, en el a�o 1611, del austero don fray Garc�a Guerra, arzobispo de M�xico y virrey de la Nueva Espa�a, quien falleci� poco tiempo despu�s de llegar a M�xico, cuando estaban a�n frescos los recuerdos de los festejos con los que se le recibi�. El sevillano Mateo Alem�n, autor del Guzm�n de Alfarache, novela picaresca de los �ltimos a�os del Siglo de Oro de la literatura espa�ola e introductor del Quijote a la Nueva Espa�a, hizo recuento detallado del mal del virrey, quien padeci� de "flaqueza de �nimo, congojas y alg�n poco de calor demasiado". Para huir del traj�n de la capital se refugi� en Tacubaya, donde fue tratado por varios m�dicos, a pesar de lo cual la fiebre, el dolor en el h�gado y el hecho de "haberse corrompido por la parte interior, espont�neamente aquel absceso", obligaron a que un domingo a las cuatro de la tarde —hora muy taurina—, abrieran a Su Ilustr�sima, quien sobrevivi� escasas dos semanas. En la autopsia "hallaron por la parte c�ncava de la punta del h�gado cantidad como de medio huevo, por donde se aliga con las costillas, por las materias que le acud�an de aquel lado, ya podrido".

En el siglo siguiente, el XVIII, el absceso hep�tico, muy probablemente amibiano, sigui� haciendo estragos entre la poblaci�n de la ciudad de M�xico, a tal grado que, en 1790, el Real Tribunal del Protomedicato, para celebrar la coronaci�n de Carlos IV, rey de Espa�a, convoc� a todos los facultativos a un concurso sobre las "obstrucciones inflamatorias del h�gado... horrorosa y tenas�sima (sic) enfermedad que de algunos a�os a esta parte se experimenta". Once disertaciones fueron presentadas y de ellas se escogieron dos. Una fue la de don Joaqu�n P�o Egu�a y Muro, "catedr�tico regente que fue de V�speras de Medicina en esa Real Universidad, m�dico del Hospital General de San Andr�s, y Proto-Fiscal del Real Tribunal del Protomedicato". La segunda disertaci�n premiada fue la de don Manuel Moreno, "profesor p�blico de cirug�a y primer cirujano en los Reales Hospitales de Naturales y en el referido de San Andr�s, y Director del Real Anfiteatro Anat�mico" (Figura 1).



Figura 1. Portada de la obra del doctor Manuel Moreno sobre las "Obstrucciones inflamatorias del h�gado".



Egu�a habla de una epidemia de "fiebres malignas biliosas" que en 1783 hizo imposible la explicaci�n de la anatom�a normal del h�gado a los estudiantes de anatom�a pr�ctica, ya que todos los cad�veres proporcionados (siete) "presentaban esta entra�a ensangrentada". Despu�s de mencionar algunos de los s�ntomas caracter�sticos del absceso hep�tico, relata que los recursos diet�ticos y farmac�uticos eran insuficientes, por lo que era necesario echar mano de la operaci�n quir�rgica. Concluye, sin embargo: "Muy raro o casi ninguno ha escapado y esta generalidad de verlos perecer miserablemente, es la causa de la com�n consternaci�n y de la entra�able aflicci�n de los profesores."

Ya en el siglo XIX el tratamiento quir�rgico del absceso hep�tico recibi� en M�xico gran impulso gracias a la labor del doctor Miguel Jim�nez (Figura 2). En sus Lecciones dadas en las escuelas de medicina de M�xico, de 1856, dice: ".... Creo haber demostrado que una vez obtenida la certeza de la supuraci�n por los medios diagn�sticos que procuro puntualizar desde aquella �poca, ofrec�an una gran ventaja las punciones hechas con trocar por los espacios intercostales para satisfacer la indicaci�n de dar salida al pus del absceso." Jim�nez inici�, con ello, la punci�n y canalizaci�n del absceso hep�tico como forma eficaz de terap�utica, con lo cual obtuvo apreciable reducci�n de la mortalidad por ese padecimiento.



Figura 2. Portada del trabajo del doctor Manuel Jim�nez sobre los abscesos hep�ticos.



La interpretaci�n que Jim�nez hizo de las causas del absceso hep�tico fue la siguiente:

Lo que a ello conduce son los des�rdenes de una org�a o de una francachela donde se come hasta el hartazgo substancias indigestas, como las que usa nuestro pueblo en tales ocasiones y se beben hasta la embriaguez licores alc�holicos, algunos, como el pulque, de dif�cil digesti�n... las substancias indigestas que por v�a porta llegan al h�gado ayudan a que esto se realice.




Figura 3. El doctor Bernardo Sep�lveda Guti�rrez.



En el presente siglo, muchos son los investigadores que, en nuestro medio, se han interesado por la amibiasis. Entre ellos destaca, sin duda, el doctor Bernardo Sep�lveda (Figura 3), quien dedic� buena parte de su inteligencia y entusiasmo a la promoci�n del estudio de esta infecci�n desde los mismos principios de su carrera profesional. Ya desde 1936, coordin� la publicaci�n de un n�mero especial de la revista del Centro de Asistencia M�dica para Enfermos Pobres, dedicado �ntegramente a la amibiasis, que fuera ilustrado por un dram�tico boceto de Diego Rivera (Figura 4).



Fig. 4. Boceto de Diego Rivera con que se ilustr� un n�mero especial de la revista del Centro de Asistencia M�dica para Enfermos Pobres, dedicado a la amibiasis (1937).

LAS AMIBAS Y EL �RTICO

El descubrimiento del agente causal de la amibiasis que inici� la historia del conocimiento cient�fico de esta infecci�n, considerada propia de los pa�ses c�lidos, se realiz� en una regi�n muy lejana de la franja tropical. Esa infecci�n humana, com�n en pa�ses pobres, donde produce cerca de 50 000 muertes anuales, fue descubierta por vez primera en una ciudad rusa que tiene temperaturas inferiores a los 7� C durante tres cuartas partes del a�o: Leningrado. En la entonces orgullosa San Petersburgo, Fedor Aleksandrovich Lesh (Figura 5), profesor asistente de cl�nica m�dica, inicia, a los 33 a�os, en 1873, el estudio del caso cl�nico que lo llevar�a a la inmortalidad.



Figura 5. Retrato del doctor Lesh. (Cortes�a del doctor Enrique Beltr�n.)

El paciente proven�a del distrito de Arc�ngel, cerca del C�rculo Polar �rtico, lo que acent�a la iron�a del descubrimiento de una enfermedad "tropical" en localizaci�n tan lejana del ecuador. Un joven campesino, J. Markow, emigrado a la gran ciudad en busca de mejor fortuna, sobreviv�a malamente acarreando troncos a una maderer�a. Su trabajo le obligaba a permanecer con los pies mojados durante todo el d�a y la insuficiente morada lo proteg�a, por las noches, s�lo parcialmente, del viento y de la lluvia. En esas condiciones enferm� con diarrea, malestar general y molestias rectales. Los s�ntomas empeoraron y obligaron a su internamiento en el Hospital Manen, en donde al cabo de varias semanas de tratamiento s�lo obtuvo alivio parcial de su dolencia. El recrudecimiento de la enfermedad oblig� a trasladarlo a la cl�nica del profesor Eichwald, donde el doctor Lesh entr� en contacto con Markow.

La curiosidad movi� a Lesh a examinar las heces del paciente diarr�ico; encontr� en ellas numerosas formaciones microsc�picas que por su forma y movilidad consider�, sin duda, como amibas. La descripci�n de la apariencia microsc�pica de las amibas tomadas del material intestinal es extraordinaria: la forma precisa, el tama�o exacto, las caracter�sticas bien definidas del movimiento de las c�lulas, la formaci�n de seud�podos; todo indica, seg�n sus propias palabras, "que no se pueden confundir, ni siquiera moment�neamente, con nada que no sean c�lulas amibianas". Lesh describi�, con precisi�n que envidiar�a hoy d�a m�s de un microscopista de reputaci�n, detalles precisos de la anatom�a microsc�pica de las amibas. Entre �stos, menciona la presencia de nucleolos refr�ctiles, o sea, los cuerpos intranucleares de naturaleza desconocida, que fueron redescubiertos cien a�os despu�s. Durante el siglo, sobrado, que ha transcurrido desde el descubrimiento de Lesh, nada ha sido a�adido a la perfecta descripci�n microsc�pica de las amibas realizada por el m�dico ruso, de quien se ignora casi todo sobre su vida.

La habilidad de Lesh como microscopista fue s�lo superada por su gran sagacidad como cl�nico; el tratamiento del padecimiento de Markow se inici� entusiasta: tanino, nitrato de bismuto, acetato de plomo —compuestos comunes hoy d�a no en la pr�ctica gastroenterol�gica, sino, curiosamente, en los laboratorios de microscop�a electr�nica, donde se emplean como colorantes— a lo que se a�adieron nuez v�mica, bicarbonato de sodio, vino... todo fue en vano. Las semanas transcurrieron y apenas iniciada la mejor�a del cuadro cl�nico, aument� el n�mero de amibas en las heces y el paciente empeoro. Lesh, convencido de que el enfermo no mejorar�a en tanto no se eliminaran las amibas, prob� en el laboratorio el efecto del sulfato de quinina y constat� que los par�sitos mor�an en presencia de la droga. Se inici� el tratamiento con �sta, y a medida que avanzaba el invierno y empezaba el a�o de 1874, el paciente mejoraba. Por primera vez en la historia de la humanidad se reconoc�an las amibas como agentes de un padecimiento y se les combat�a para salvar la vida de un paciente. Los par�sitos reaparecieron, sin embargo, y se inici� una reca�da progresiva; reci�n entrada la primavera, Markow muri�. En la autopsia, Lesh encontr� numerosas ulceraciones en el colon, que al examen microsc�pico revel� contener muy diversas c�lulas redondeadas del tama�o de los gl�bulos blancos, a las que inexplicablemente no se atrevi� a identificar como amibas.

La experiencia del cl�nico se uni� a la mente anal�tica del investigador; fue preciso introducir experimentalmente esas amibas en animales y reproducir en ellos la infecci�n intestinal. De cuatro perros a los que Lesh introdujo peque�as cantidades de contenido intestinal de Markow, s�lo uno enferm� con diarrea y evacuaciones con abundantes amibas. Seg�n el autor, el experimento prob� que las amibas eran capaces de producir irritaci�n intensa que progresaba hacia la ulceraci�n.

EL TRASPI�S DE LESH

Hasta ese momento, Lesh llev� a cabo su investigaci�n en forma impecable; el hallazgo y magistral descripci�n de las amibas, la identificaci�n de la relaci�n entre el n�mero de �stas y la severidad de los s�ntomas, la reproducci�n del cuadro disent�rico en un perro con material intestinal del paciente; todo apuntaba en favor de concluir que esa amiba, llamada por su descubridor Amoeba coli, o amiba del colon —m�s como t�rmino descriptivo que como nombre cient�fico— era la causante de la disenter�a con pujo y sangre. Pero un prurito excesivo en aras del rigorismo cient�fico hizo que Lesh diera el primer gran traspi�s, que inici� una larga cadena de errores e interpretaciones confusas en relaci�n a la amibiasis humana. En vez de concluir que las amibas originaban la enfermedad, consider� que contribu�an tan s�lo a sostener la inflamaci�n y a retardar la ulceraci�n del intestino grueso. "Persiste la duda —dice �l— de si la enfermedad fue producida por las amibas o bien result� de otras causas y las amibas s�lo llegaron al intestino posteriormente y sostuvieron la enfermedad." Dud� en afirmar que las amibas eran el agente causal de esa forma de disenter�a porque el perro que logr� infectar con amibas no present� un cuadro semejante al de Markow. Por ello concluy� sin ambages: "Debo asumir que Markow enferm� de disenter�a primero y que las amibas llegaron al intestino despu�s, aumentaron en n�mero y sostuvieron la inflamaci�n.

OTRAS AMIBAS

�sta no era la primera ocasi�n en la que se defin�a con precisi�n la existencia de amibas par�sitas del hombre; otro ruso, G. Gros (o rusa, puesto que casi nada se sabe de este investigador, ni siquiera su primer nombre) hab�a descrito en 1849 amibas en las enc�as. Estas amibas fueron llamadas por dicho investigador Amoebea gengivalis (sic) en un largo art�culo publicado en franc�s en el Bolet�n de la Sociedad Imperial de Naturalistas de Mosc� art�culo que lleva el raro t�tulo de "Fragmentos de helmintolog�a y de fisiolog�a microsc�pica".

A su vez, la primera menci�n de la existencia de las amibas fue realizada por un miniaturista de Nuremberg, Rosel van Rosenhof, quien en 1755 describi� lo que llam� el peque�o Proteo, haciendo alusi�n a la forma cambiante de las c�lulas, indicadas tambi�n en el nombre adjudicado posteriormente de amibas, del griego amoibe, que significa cambio.

El af�n que, al parecer, ten�an los rusos de adjudicarse prioridades en descubrimientos estaba pues ampliamente justificado en el caso de las amibas par�sitas del hombre. Este h�bito ha llevado a historiadores recientes, como Svanidtse, a considerar que Lesh no solamente hab�a descrito acertadamente las amibas en el caso de disenter�a al que aludimos anteriormente, sino que tambi�n hab�a afirmado el papel que dichos par�sitos desempe�aban en la g�nesis del padecimiento ulcerativo del intestino. Ese autor dice en su Historia de la investigaci�n sobre amibiasis y lucha contra la enfermedad en la URSS: "Durante esos a�os, a pesar de las duras condiciones de trabajo que impon�a el r�gimen zarista a los cient�ficos, el desarrollo de la ciencia en Rusia fue hacia adelante a pasos gigantescos." Sobre esto, D. A. Timiriasev dijo con orgullo en la IX Sesi�n de Naturalistas y M�dicos Rusos, en el a�o 1894: "Los investigadores rusos no s�lo han alcanzado, sino han superado en algunos aspectos a sus compa�eros europeos, que iniciaron mucho antes estas investigaciones superiores."

Los resabios de ese curioso nacionalismo cient�fico decimon�nico persisten en Svanitdse al analizar la obra de Lesh, ya que interpreta el texto del m�dico de San Petersburgo como si se�alara el papel pat�geno de la amiba, lo cual, como hemos visto, no se ajusta exactamente a la realidad.

Despu�s del descubrimiento de Lesh persistieron muchas dudas sobre si las amibas eran la causa real de la disenter�a con lo que se inici� as� nuestra pol�mica centenaria. La confusi�n surgi�, en parte, por la inseguridad del mismo Lesh de atribuir poder pat�geno a la amiba, pero sobre todo por el hecho de que paulatinamente fueron descubri�ndose diferentes g�neros de amibas en el intestino del hombre y de que existen formas variadas de disenter�a, unas atribuibles a acci�n bacteriana y otras a las amibas.

EL INICIO DEL ENREDO

Seg�n Dobell, protozo�logo ingl�s a quien aludiremos con frecuencia por haber sido, sin duda, el investigador m�s autorizado sobre los aspectos parasitol�gicos de la amibiasis durante la primera mitad de este siglo, la primera observaci�n de amibas par�sitas del intestino del hombre fue realizada por Timothy Richards Lewis, cirujano de las Fuerzas Brit�nicas de su Majestad asignado a la Comisi�n Sanitaria del gobierno de la India. En una comunicaci�n realizada en 1870, inform� de la presencia de amibas en las deyecciones de enfermos que padec�an el c�lera.

Hoy sabemos que hay dos amibas intestinales humanas: una no pat�gena, que vi� Lewis (Entamoeba coli), y otra pat�gena (Entamoeba histolytica), que defini� Lesh. Pero esa diferenciaci�n tom� varias d�cadas en establecerse.

Entre 1880 y 1895 varios investigadores italianos, entre ellos Grassi, consideraron que las amibas del intestino humano no eran pat�genas, mientras que Kartulis y Koch en Egipto, y Hlava, en Praga, encontraban amibas en pacientes con disenter�a.

El caso de Hlava nos permite hacer un par�ntesis para indicar una de las muchas confusiones ocurridas en la historia del estudio de la amibiasis y que, al mismo tiempo, se�ala un mal com�n entre los investigadores que a�n no se ha logrado erradicar: el de citar en los trabajos cient�ficos referencias de art�culos que no han sido consultados directamente por el autor. Jaroslav Hlava inform� del hallazgo de amibas en sesenta casos de disenter�a y se�al� la semejanza de esos par�sitos con las amibas descritas por Lesh. Logr� adem�s reproducir la enfermedad al inocular material disent�rico en animales de diferentes especies. Sus resultados fueron publicados en checo —idioma desconocido por la mayor�a de los investigadores—, lo que produjo una lamentable confusi�n. El trabajo de Hlava, titulado O uplavici, que en checo significa "sobre la disenter�a" fue interpretado err�neamente como el nombre del autor en un resumen que, en alem�n, hiciera Kartulis. As�, el fantasmag�rico profesor Uplavici, O. se pase� por las bibliograf�as de numerosos trabajos de la especialidad, hasta que en 1938 Dobell desentra�� el enredo. La imaginaci�n de Kartulis lleg�, al parecer, al extremo de relatar una supuesta correspondencia cient�fica con ese inexistente investigador de escatol�gico nombre.

LAS AMIBAS EN AM�RICA

Correspondi� a la m�s grande figura de la medicina norteamericana de fines del siglo XIX, el canadiense William Osler, hacer la descripci�n detallada del primer caso de absceso hep�tico estudiado en Am�rica, en el que encontraron abundantes amibas (Figura 6). Osler trat� a un m�dico de 29 a�os, antiguo residente de Panam�, donde hab�a sufrido varios ataques de disenter�a que culminaron con fiebre, malestar general y dolor en la regi�n del h�gado. A pesar de que Osler observara numerosas amibas en el material l�quido obtenido al aspirar quir�rgicamente el contenido del absceso del h�gado y de encontrarlas tambi�n en las heces del paciente, concluy� que "es imposible hablar con seguridad de la relaci�n de estos organismos con la enfermedad" y termin� su trabajo con el estribillo habitual, a�n empleado en nuestros d�as como salida poco airosa del autor que no sabe c�mo rematar un manuscrito: "Se requieren m�s estudios sobre el tema." No hay duda de que en aquel entonces las publicaciones cient�ficas se realizaban con celeridad: el paciente de Osler muri� el 5 de abril de 1890 y el art�culo sobre la causa de su muerte apareci� en el Bolet�n del Hospital Johns Hopkins al siguiente mes.



Figura 6. Portada del trabajo del doctor W. Osler sobre disenter�a amibiana.



Uno de los m�dicos que encontraron las amibas en el contenido del absceso hep�tico del infortunado m�dico que visit� Panam�, fue el doctor Councilman; el inter�s que el caso debe haber despertado en �l seguramente fue grande, ya que un a�o despu�s public�, junto con Lafleur, la hoy cl�sica monograf�a sobre patolog�a de la amibiasis en la que introdujeron los t�rminos de disenter�a amibiana y absceso hep�tico amibiano. Llama poderosamente la atenci�n que en un plazo tan corto, despu�s de la primera descripci�n de Osler, sus disc�pulos fueran capaces de analizar quince casos de amibiasis invasora en un hospital de Baltimore; varios enfermos eran estibadores de los muelles de ese puerto. Adem�s de la estupenda descripci�n de las lesiones producidas por el par�sito, sugirieron que el intestino del hombre puede contener especies diferentes de amibas, unas pat�genas y otras no. Pero el m�rito mayor de los autores fue el definir a la amibiasis hep�tica e intestinal como padecimientos espec�ficos. Councilman, m�dico norteamericano egresado de la Universidad de Maryland, termin� su carrera como profesor Shattuck de la Universidad de Harvard, mientras que su colega Lafleur, canadiense, fue nombrado profesor de cl�nica m�dica de la Universidad McGill, en Montreal.

LAS AMIBAS EN ALEMANIA

La diferenciaci�n entre Entamoeba coli y E. histolytica fue iniciada por dos m�dicos alemanes, Quincke y Roos, en 1893. Ellos descubrieron adem�s la forma de resistencia de la amiba, el quiste. De Quincke sabemos que fue una gran eminencia en la Universidad de Kiel, en la que realiz� importantes contribuciones, entre ellas la introducci�n de la punci�n lumbar a la pr�ctica m�dica. Menos suerte corri� su colega Roos en cuanto a guardar un lugar en la posteridad, ya que de �l no se conoce siquiera la fecha de su muerte.

Fritz Schaudinn concluy� la diferenciaci�n entre las entamoebas coli e histolytica con base en interpretaciones err�neas y observaciones incorrectas. Con su gran peso acad�mico —como protozo�logo— logr� imponer el nombre cient�fico de Entamoeba histolytica —feliz designaci�n— para la amiba par�sita. Schaudinn, quien muri� a los 35 a�os debido a complicaciones por amibiasis que se produjo �l mismo, identific� err�neamente las amibas no pat�genas con las caracterizadas por Lesh. Los errores de Schaudinn y su prematura muerte no impidieron que hiciera —a pesar de ser zo�logo, o tal vez por ello mismo— grandes contribuciones a la medicina, entre las que destaca el descubrimiento del agente causal de la s�filis, el Treponema pallidum, y varios descubrimientos importantes en el campo del paludismo. Las confusiones posteriores de nomenclatura, de inter�s sobre todo para los protozo�logos, han sido relatadas con autoridad por el doctor Enrique Beltr�n, quien ha dedicado buena parte de su fecunda labor a esclarecer estos temas. Schaudinn retras� el conocimiento en amibiasis al describir un supuesto ciclo de vida de las amibas pat�genas totalmente ficticio, que inclu�a un proceso de esporulaci�n, obviamente inexistente, hasta que en 1909 Huber mostr� sin dudas que las amibas se propagan de un hu�sped a otro en forma de quistes.

La autoridad cient�fica de Schaudinn era tal que varios investigadores confirmaron —supuestamente— la presencia del inexistente fen�meno de esporulaci�n de las amibas par�sitas. Entre ellos se cuenta al norteamericano Craig, bien conocido posteriormente como gran autoridad en amibiasis quien, en 1908, "demostr�", mediante ilustraciones cuidadosas, la inexistente esporulaci�n.

LOS PRISIONEROS FILIPINOS

En 1913, Walker y Sellards realizaron uno de los experimentos m�s importantes de la parasitolog�a m�dica y aclararon el confuso panorama del conocimiento sobre la amibiasis. Con la ayuda de voluntarios filipinos recluidos en la prisi�n de Bilibid, demostraron que las amibas de vida libre, cultivadas de agua, no son capaces de producir disenter�a; para ello realizaron veinte experimentos usando ocho especies de amibas. Demostraron, adem�s, que la Entamoeba coli no es capaz de producir disenter�a. De los veinte hombres que ingirieron el par�sito, diecisiete fueron infectados, pero ninguno desarroll� s�ntomas, por lo que concluyeron en forma contundente que esta amiba no tiene ning�n papel en la etiolog�a de la disenter�a amibiana. Finalmente, administraron c�psulas con E. histolytica a otros veinte voluntarios; diecisiete fueron infectados con la primera dosis y uno m�s despu�s de tres inoculaciones. Solamente cuatro de los dieciocho parasitados padecieron disenter�a. El experimento demostr� que el mismo organismo puede ser pat�geno en algunos individuos y no causar enfermedad en otros; tambi�n permiti� concluir que un portador asintom�tico puede ser responsable de la transmisi�n de un par�sito pat�geno en otros individuos.

Walker y Sellards no pecaban de modestos; en su trabajo comentan:

Por medio de esos experimentos creemos que se ha determinado en forma definitiva la entamoeba relacionada con la etiolog�a de la disenter�a tropical end�mica, que la "endemolog�a" de la enfermedad ha sido dilucidada y que se ha obtenido informaci�n del mayor inter�s para el diagn�stico, tratamiento y prevenci�n de esta importante enfermedad tropical.

El art�culo en cuesti�n requiri� ochenta p�ginas de texto, extensi�n inimaginable hoy en d�a, dadas las r�gidas modas burocr�ticas, que exigen ciencia en comprimidos.

Llama la atenci�n las condiciones bajo las cuales Walker y Sellards realizaron los experimentos; entre otras, por la obtenci�n de lo que hoy se llama en �tica m�dica consentimiento informado:

La naturaleza del experimento y la posibilidad de desarrollar disenter�a como resultado del mismo fueron cuidadosamente explicados a cada uno de los hombres en su dialecto nativo y cada uno firm� un acuerdo sobre las condiciones del experimento. No se otorgaron promesas de inmunidad a la disciplina de la prisi�n, conmutaci�n de sentencias, ni recompensas financieras para influenciar a un hombre a ofrecerse como voluntario.

El material administrado oralmente inclu�a quistes de E. coli obtenidos de heces de humanos, o bien quistes o trofozo�tos de E. histolytica; estos �ltimos provenientes de casos de disenter�a amibiana o, incluso, de absceso hep�tico amibiano. Los trofozo�tos se colocaban en una peque�a c�psula de gelatina, localizada dentro de otra c�psula de mayor tama�o que conten�a �xido de magnesio (para proteger a los par�sitos del contenido �cido del est�mago). En uno de los experimentos, las amibas fueron obtenidas de la necropsia de un paciente muerto de absceso hep�tico amibiano; se tomaron las amibas a las once de la ma�ana y tres horas y media despu�s fueron ingeridos por dos voluntarios (!), uno de los cuales desarroll� infecci�n, pero no disenter�a.

LA ESCUELA ANGLOSAJONA ACENT�A LA POL�MICA

Walker y Sellards sugirieron que la E. histolytica puede actuar como comensal: la escuela anglosajona representada en Estados Unidos por Craig, D'Antoni y Faust, y por Dobell en Inglaterra, se opuso violentamente a dicha suposici�n, perpetuando con ello nuestra pol�mica centenaria.

Dobell public� en 1919 su libro cl�sico Las amibas que viven en el hombre, en el que se lamentaba de los casi doce a�os de caos producido en buena parte por las ense�anzas de Schaudinn. Sin embargo, como veremos, fue �l uno de los causantes de la confusi�n que a�n existe en muchos medios en relaci�n a la amibiasis. Seg�n Dobell :

...hay muy poca duda de que la E. histolytica, a�n cuando no cause disenter�a u otros s�ntomas reconocibles, debe siempre vivir a expensas de los tejidos del hu�sped. Todo portador sano tiene el recubrimiento del intestino grueso m�s o menos ulcerado; si bien la ulceraci�n puede ser, y probablemente lo es frecuentemente, superficial y casi invisible post mortem.

Seg�n esta teor�a, los casi 500 millones de seres humanos infectados con E. histolytica tienen un cierto grado de alteraci�n de la mucosa intestinal. Sin embargo, es bien sabido que s�lo un peque�o porcentaje de esas infecciones generan lesiones por invasi�n amibiana.

La pol�mica se agudiz�. Al cabo de muchas d�cadas la concepci�n unicista, seg�n la cual todas las amibas son pat�genas y siempre producen da�o, ha resultado ser falsa; nos tomaremos un cap�tulo entero, el pr�ximo, en demostrarlo.

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