II. �SON TODAS LAS AMIBAS INVASORAS?

A PRINCIPIOS de este siglo, predomin� en la protozoolg�a m�dica la teor�a de la unicidad de las amibas, propugnada por la escuela anglosajona. Seg�n esta teor�a, todo paciente que presentara infecci�n intestinal con E. histolytica, tendr�a un grado mayor o menor de lesi�n en la mucosa del intestino grueso, pero siempre las amibas vivir�an a costa de ulcerar el epitelio del hu�sped. Las diferentes modalidades cl�nicas de la infecci�n, poco aparente en la mayor�a de los casos y de evoluci�n fatal en una peque�a proporci�n de ellos, a menos de administrar terapia adecuada, ser�an tan s�lo el resultado de las reacciones diversas del organismo humano frente a la infecci�n amibiana. As�, la exitosa defensa del organismo, en el caso de los portadores, dar�a por resultado escasos s�ntomas, mientras que la ineficacia de dichas defensas en los pacientes con formas graves de amibiasis invasora, producir�a complicaciones tales como la colitis fulminante y el absceso hep�tico. Otra posibilidad dentro de la teor�a unicista es que la amiba sea s�lo potencialmente pat�gena en todos los portadores, pero su virulencia o su poder invasor permanecen latentes, en tanto que no act�an factores externos (como bacterias, alteraciones de la funci�n gastrointestinal, alimentaci�n o clima), que disminuyen la resistencia del hu�sped y afectan la integridad de la pared intestinal.

LA AMIBA ES UNA

Esta concepci�n unicista fue sostenida, entre otros, por Clifford Dobell, uno de los protozo�logos m�s eminentes del siglo XX, quien mucho influy� para que la escuela norteamericana, representada por Faust, Craig y D'Antoni, adoptaran la misma teor�a seg�n la cual el poder pat�geno de la E. histolytica es el mismo en amibas aisladas de cualquier regi�n del mundo. La escuela de Dobell pensaba que las amibas viven en y de su hu�sped:



Figura 7. Retrato del doctor Dobell. (Cortes�a del doctor Enrique Beltr�n.)



Un par�sito que se alimenta de su hu�sped puede hacerlo en mayor o menor grado. La condici�n ideal para el hu�sped y el par�sito es un estado de equilibrio como el que se encuentra entre Prometeo y el �guila; donde el primero regenera suficiente tejido cada d�a para compensar los destrozos producidos por el ave.

Por ello, la teor�a de Dobell recibi� el nombre de "prometeica". Recordemos de la mitolog�a griega c�mo Prometeo rob� el fuego a Zeus, quien en venganza lo mand� encadenar y envi� un �guila para que comiera su h�gado inmortal, constantemente regenerado, hasta que fue liberado del tormento por H�rcules.

Dobell (Figura 7), considerado por sus colegas brit�nicos como el m�s grande protozo�logo de su tiempo, inici� estudios de medicina a principios del siglo, pero, seg�n sus propias palabras, "prefer�a los animales a los humanos"; deriv� por ello sus estudios hacia la zoolog�a. Fue lo que hoy d�a se llamar�a un distinguido estudiante "f�sil", ya que no obtuvo su doctorado sino hasta los 56 a�os, y esto, solamente obligado por "motivos de trabajo". Durante la primera Guerra Mundial, realiz�, durante cuatro a�os, estudios sobre disenter�a en militares ingleses y fue en esa �poca cuando adquiri� gran experiencia en el estudio de los protozoarios del intestino humano, al examinar m�s de 10 000 muestras de materia fecal. Era, al parecer, una persona singularmente individualista, que rechazaba el contacto social con sus semejantes. Realizaba �l mismo sus cultivos, sus preparaciones histol�gicas y la experimentaci�n en animales, sin aceptar nunca la posibilidad de contar con ayuda t�cnica. Consideraba —con cierta raz�n— que los congresos cient�ficos no son sino p�rdida de tiempo. Luch� denodadamente para lograr cultivos de amibas par�sitas, y cuando las circunstancias lo requirieron, se inocul� a s� mismo par�sitos para completar sus investigaciones. A lo largo de varias d�cadas public� doce art�culos con el titulo gen�rico de "Investigaciones sobre los protozoarios intestinales de los monos y el hombre" —primero los monos y despu�s el hombre—, que sin duda constituyen la m�s importante contribuci�n a la amibiasis experimental durante la primera mitad del siglo XX; entre otras observaciones, logr� por vez primera analizar el ciclo completo de la E. histolytica.

Igual m�rito tuvo su actividad como bi�grafo de cient�ficos; su texto cl�sico Antonie van Leeuwenhoek y sus "animalitos", publicado en 1932, contribuy� a revalorizar la gran importancia de la obra del microscopista holand�s, a quien se han adjudicado varias paternidades cient�ficas, entre otras, el ser el iniciador de la bacteriolog�a, de la protozoolog�a y, muy recientemente, de la microtom�a.

El doctor Enrique Beltr�n es uno de los pocos mexicanos que trat� con Dobell. En 1948, envi� al protozo�logo ingl�s un ejemplar del libro que acababa de editar con el nombre de Los protozoarios par�sitos del hombre; recibi� comentarios aparentemente poco favorables de Dobell. El propio Beltr�n relata la experiencia de la siguiente forma:

Como un intento de mostrar facetas amables de la personalidad del ilustre protozo�logo, al que sol�a hac�rsele el cargo de ser demasiado agresivo en sus cr�ticas y a veces realmente intratable, transcribo el �ltimo p�rrafo de su carta que no puede ser m�s cordial: "le ruego no tome mis cr�ticas y correcciones como agresivas. Estoy muy complacido de poseer su libro, y orgulloso de tener un ejemplar enviado por su distinguido autor. S� que usted, como yo, s�lo ans�a el progreso de nuestra ciencia de la protozoolog�a."

Lamentablemente, este mis�ntropo genial cometi� el error de considerar que la amiba histol�tica es siempre un par�sito que vive a costa de los tejidos de su hu�sped, en los que produce lesiones sangrantes que lo proveen de los eritrocitos de que se alimenta. Esta vampiresca afirmaci�n fue hecha por Dobell en 1919, cuando a�n no se lograba cultivar en el laboratorio amibas en ausencia de eritrocitos. A medida que se generaliz� el cultivo en esas condiciones, pero en presencia de bacterias, Dobell se vio obligado a cambiar su posici�n inicial irreductible y en 1931 acept�, seguramente muy a su pesar, tener que rectificarse a s� mismo: "La E. histolytica vive a veces en el hombre como comensal inofensivo." Sin embargo, esta apreciaci�n pas� inadvertida, al grado tal que todav�a en 1970, en la Parasitolog�a cl�nica de Faust y Craig, texto habitual en muchas escuelas de medicina, se dice:

"A�n las amibas de menor virulencia producen erosi�n de la mucosa intestinal."

La observaci�n pionera de Walker y Sellards en 1913 sobre el posible papel de la E. histolytica como comensal fue ignorada bajo el peso abrumador de la sapiencia de Dobell. Ignorados tambi�n fueron los resultados de Kuenen y Swellengrebel en 1913 y de Mathis y Mercier, en 1916. Ellos mostraron c�mo vive la amiba, en los portadores de par�sitos, libres de s�ntomas, como comensal en la luz del intestino bajo la forma llamada minuta, subsistiendo a base de bacterias y transform�ndose en quistes. Esta forma de minuta y sus quistes representar�an los estadios esenciales del ciclo evolutivo normal de la amiba, mientras que la forma magna, histol�tica o eritrofagoc�tica (que ingiere gl�bulos rojos de la sangre), representar�a un estadio transitorio, de aparici�n s�lo ocasional en el transcurso de la infecci�n. A�os m�s tarde, la forma minuta de la amiba histol�tica result� ser, en realidad, una especie diferente de amiba, la E. hartmanni.

A medida que se aplicaban m�todos diagn�sticos m�s precisos con el fin de poder identificar las diferentes amibas en los estudios coproparasitosc�picos, resultaba evidente que la E. histolytica se encontraba en proporci�n muy elevada aun en regiones en las que las manifestaciones de la amibiasis invasora eran verdaderamente excepcionales. Reichenow, en 1926, consider� imposible que un par�sito capaz de producir cantidades tan grandes de quistes como las que frecuentemente se encuentran en el hombre, tuviera necesariamente que vivir a expensas de la destrucci�n de los tejidos del hu�sped.

SON DOS LAS AMIBAS

Fue en 1925 cuando el gran parasit�logo franc�s �mile Brumpt (Figura 8) emiti� la hip�tesis de la dualidad de las amibas. Basado en consideraciones epidemiol�gicas, Brumpt recalc� que la amiba de distribuci�n cosmopolita es un par�sito no pat�geno al que llam� Entamoeba dispar, mientras que la localizada en ciertos pa�ses tropicales en los que la disenter�a y el absceso hep�tico son frecuentes, es otra amiba, a la que dio el nombre de E. dysenteriae. Insisti� que no era posible precisar diferencias morfol�gicas entre ambas, pero, seg�n Brumpt, los datos epidemiol�gicos eran incontestables y s�lo pod�an fundamentarse en la existencia de dos especies diferentes de amibas, unas pat�genas y otras no pat�genas.



Figura 8. Retrato del doctor Emile Brumpt.



El propio Brumpt dijo, veinticuatro a�os despu�s de haber enunciado su teor�a dual:

Si bien nuestra descripci�n de la Entamoeba dispar fue hecha en 1925 y desde esa �poca llamamos la atenci�n de los m�dicos sobre la epidemiolog�a muy particular de la disenter�a amibiana y del absceso del h�gado; a pesar de que defendimos,nuevamente, el mismo punto de vista en la cuarta edici�n de nuestro Tratado de parasitolog�a (1927), en diversas publicaciones realizadas en Buenos Aires (1927), en Londres (1928), en Nanking (1935) as� como en la quinta edici�n de nuestro Tratado de parasitolog�a (1936), pocos autores han adoptado nuestros conceptos. Sin embargo, nuestra opini�n, lejos de cambiar, no ha hecho m�s que reforzarse en vista de todas las nuevas estad�sticas publicadas sobre la frecuencia de quistes de amibas tetranucleados en diversas partes del globo y, en particular, en las regiones en las que la disenter�a amibiana no existe. La falta de acci�n pat�gena para el hombre constituye un car�cter suficiente y de gran importancia te�rica y pr�ctica para aceptar la existencia de la E. dispar y poder comprender la epidemiolog�a, inexplicable sin ello, de la amibiasis intestinal y de sus complicaciones.

SE OLVIDA A BRUMPT

El predominio de la ciencia m�dica anglosajona hizo que las observaciones de Brumpt fueran relegadas al olvido, tal vez como una simple manifestaci�n de inquietud latina, o, m�s probablemente, como resultado de la notoria deficiencia de algunos investigadores norteamericanos, quienes, ya desde esa �poca, mostraban el lado d�bil de su s�lida formaci�n profesional: el desconocimiento, en general, de otras lenguas que no fuera la propia.

Al parecer, pues, la pol�mica hab�a sido ganada por los promotores de la concepci�n prometeica.

El tema de nuestra centenaria pol�mica dista mucho de tener inter�s puramente acad�mico. Si en realidad s�lo existe un tipo de amiba y �sta es siempre pat�gena, todo individuo que presente quistes o trofozo�tos en las heces tendr� amibiasis invasora. Esto produjo enorme confusi�n entre los m�dicos cl�nicos, que al asociar la presencia de amibas en el intestino con una gran variedad de s�ntomas, adscribieron a la amibiasis todas las condiciones que se pueden encontrar en la cl�nica.., �menos el embarazo!, seg�n dice el incisivo doctor Elsdon Dew, gran experto sudafricano en amibiasis, lamentablemente fallecido en fecha reciente. Tambi�n comenta Elsdon Dew que "la amibiasis se hab�a convertido en el cesto de los casos cl�nicos hu�rfanos de diagn�stico".

M�s ponderado, Adams comenta en su excelente libro sobre amibiasis:

Me parece totalmente injustificado adscribir a una infecci�n intestinal con E. histolytica un n�mero indeterminado de s�ntomas muy alejados del abdomen. La credibilidad se lleva m�s all� de los l�mites aceptables cuando cualquier cosa, desde un dolor de cabeza, un trastorno visual, hasta alteraciones sexuales y artritis reumatoide, han sido atribuidas a una infecci�n, en realidad asintom�tica, por E. histolytica.

D'Antoni, todav�a en 1952, agrega a esta lista: fatiga, dolor de cabeza, nerviosismo, trastornos urinarios, en la memoria y en el estado de �nimo (!). A riesgo de incurrir en la incredulidad de ustedes, transcribir� algunos de los argumentos seudocient�ficos en los que la escuela norteamericana basaba sus tajantes concepciones sobre la amibiasis:

Es dudoso —dice D'Antoni— que exista ning�n otro m�dico en el mundo que sepa m�s de amibiasis que el coronel Charles Franklin Craig...Mucha de la confusi�n que oscurece la comprensi�n de la enfermedad puede ser aclarada si se pone m�s atenci�n a los principios enunciados por �l.

Pero en el mismo art�culo dice: "La amibiasis es una enfermedad confusa, incompletamente entendida y muy mal comprendida"; �d�nde queda pues el vasto conocimiento de su maestro y jefe, el sapient�simo coronel Craig?

LOS INGLESES RECTIFICAN

Fueron, curiosamente, investigadores ingleses como Hoare y Neal los que pusieron en tela de duda la concepci�n anglosajona,al recapacitar sobre los datos epidemiol�gicos en los que insist�a Brumpt y al verificar en el laboratorio que las amibas obtenidas de portadores sin s�ntomas no producen lesiones al ser inoculadas en ratas, mientras que las provenientes de pacientes con disenter�a amibiana si generan ulceraci�n. Asimismo, se demostr� que las propiedades de las cepas amibianas eran relativamente estables, que no pod�an ser modificadas dr�sticamente por el intercambio de flora bacteriana, por el r�gimen alimentario ni por pasos sucesivos en el animal ya que, despu�s de todas las tentativas, las cepas mostraban sus caracteres originales. La ausencia de virulencia de las cepas obtenidas de portadores asintom�ticos ha sido confirmada en nuestro medio por Tanimoto y colaboradores. Asimismo, el seguimiento por varios meses de portadores de quistes amibianos realizados en 1984 en la India por Nanda ha mostrado que al cabo de un promedio de ocho meses la infecci�n intestinal es eliminada espont�neamente, sin que se llegue a presentar en estos individuos ning�n s�ntoma producido por lesi�n intestinal.

Hoare afirm� en 1961 la existencia de dos tipos diferentes de amiba histol�tica: "Es seguro que al lado de las cepas activamente pat�genas, en los pa�ses c�lidos, existen en todas las regiones del globo, cepas constantemente avirulentas que son totalmente inofensivas para el hombre en regiones templadas."

Estas observaciones fueron publicadas en revistas especializadas, normalmente no consultadas por los m�dicos, quienes siguieron aprendiendo de los textos de parasitolog�a el err�neo concepto de la unicidad. Se desarroll� por ello, particularmente en las poblaciones donde la amibiasis invasora es com�n, una amibofobia, que hacia que cualquier trastorno coincidente con una infecci�n amibiana fuera inmediatamente adjudicado a las amibas, con el resultante florecimiento de laboratorios cl�nicos y farmacias. A�n hoy d�a existe discusi�n entre los cl�nicos sobre la conducta a seguir en los casos de portadores asintom�ticos. Parte de la confusi�n ha sido aclarada gracias a los criterios establecidos por el Centro de Estudios sobre Amibiasis de M�xico, que considera un portador asintom�tico al individuo que adem�s de tener quistes de E. histolytica en sus heces, no tiene s�ntomas atribuibles a la infecci�n, ni anticuerpos antiamibianos en suero y, adem�s, no presenta lesiones macrosc�picas en la rectosigmoidoscop�a.

La pol�mica entr� en estado de letargo durante los a�os sesenta; unicistas y dualistas reposaban pensando que cada uno ten�a la raz�n, mientras millones de pacientes descubr�an aterrados que su intestino albergaba voraces amibas alimentadas a cuenta de su propio intestino y los m�dicos empleaban con gran entusiasmo drogas antiamibianas para aliviar el mal humor o para eliminar el cansancio.

SE DESPEJA LA INC�GNITA

Se inici� la d�cada de los a�os setenta con la noci�n vaga de que Brumpt ten�a raz�n, pero que no hab�a forma de demostrarlo, como no fuera mediante el recurso de la experimentaci�n en animales. Por aquel entonces estaba en boga el estudio de las diferencias en ciertas propiedades de la superficie celular entre c�lulas normales y c�lulas cancerosas en cultivo. Llamaba poderosamente la atenci�n de los investigadores el descubrimiento de Burger en Estados Unidos y Sachs en Israel, sobre la susceptibilidad de c�lulas cancerosas a aglutinar en presencia de varias lectinas (prote�nas, en su mayor�a parte de origen vegetal, con la propiedad de reconocer espec�ficamente ciertos carbohidratos). Muchos tipos de c�lulas cancerosas en cultivo aglutinan con algunas lectinas, mientras que las c�lulas normales correspondientes lo hacen en menor grado.

Interesados en hallar explicaci�n a este fen�meno, analizamos, en colaboraci�n con el Instituto de Investigaciones del C�ncer de Francia, la localizaci�n en la superficie celular de las mol�culas —receptoras— que interaccionan con las lectinas. Al mismo tiempo que Nicolson, describimos en 1971 que las diferencias entre las c�lulas normales y las cancerosas radican no en el n�mero de receptores, sino en la movilidad de los mismos. La mayor movilidad de �stos, en las c�lulas tumorales, facilita su aglutinaci�n.

Por mera curiosidad solicitamos en 1972 un cultivo de amibas pat�genas al doctor Bernardo Sep�lveda y, a trav�s de Margarita de la Torre, obtuvimos un tubo con esos fascinantes par�sitos. Interesados como est�bamos en el efecto de una lectina, la concanavalina A, sobre las c�lulas cancerosas, a�adimos �sta al cultivo amibiano y para nuestra sorpresa, el resultado fue aglutinaci�n masiva de las amibas; no la formaci�n de discretos c�mulos, como en el caso de las c�lulas tumorales, sino la producci�n de grandes aglomerados visibles macrosc�picamente. Desde entonces, las amibas se convirtieron en residentes perpetuos de nuestro laboratorio. Acudimos nuevamente a Margarita de la Torre y analizamos cuanta cepa ten�a disponible, con la colaboraci�n de Arturo Gonz�lez. A la sorpresa inicial de la aglutinaci�n masiva de una cepa pat�gena, sigui� otra, igualmente interesante; las cepas provenientes de portadores asintom�ticos presentaron muy escasa aglutinaci�n. La comunicaci�n de estos resultados, aparecida en 1973 en la revista Nature, mostr� por vez primera la posibilidad de distinguir, en el laboratorio, diferencias entre cepas invasoras y cepas provenientes de portadores. Los resultados mencionados fueron corroborados por diversos investigadores en Canad�, India y Holanda.

Las causas de la diferente susceptibilidad a aglutinar en presencia de la lectina parece radicar en diferencias en el n�mero de receptores de superficie expuestos al medio. Independientemente de la explicaci�n bioqu�mica del fen�meno, el inter�s de la observaci�n radic� en demostrar la existencia de diferencias en propiedades de superficie entre cepas pat�genas y no pat�genas. A la demostraci�n de la diferente susceptibilidad a la aglutinaci�n, sigui� la comprobaci�n de la mayor eficiencia en la incorporaci�n de gl�bulos rojos humanos —eritrofagocitosis— en cepas pat�genas, realizada en colaboraci�n con Dorothea Trissl; el hallazgo de la modificaci�n paralela de la virulencia de una cepa y de su capacidad fagoc�tica, realizada con Esther Orozco; la demostraci�n de diferencias en carga el�ctrica de superficie entre cepas pat�genas y no pat�genas, demostrada junto con Carlos Arg�ello y Arturo Gonz�lez Robles y la diferencia en la capacidad de da�ar c�lulas. Una limitaci�n, a�n insalvable, de este tipo de estudios es la imposibilidad de cultivar, libres de bacterias (ax�nicas) las amibas de portadores. Nuestras observaciones demostraron claramente diferencias funcionales entre cepas pat�genas y no pat�genas, pero los m�todos no eran adecuados para un an�lisis epidemiol�gico extenso que permitiera comprobar, en gran n�mero de muestras, que las amibas de portadores son diferentes de las productoras de amibiasis invasora. Se explicar�a con ello la existencia de las dos formas cl�nicas fundamentales de amibiasis: la luminal, en la que los par�sitos act�an como comensales sin producir da�o en el hu�sped, y la amibiasis invasora, que produce da�os en intestino, h�gado o en otros �rganos. Elsdon Dew fue el promotor de esta diferenciaci�n cl�nica de gran importancia en la pr�ctica y que empieza ya a adquirir aceptaci�n universal.

Peter Sargeaunt, investigador de la Escuela Londinense de Higiene y Medicina Tropical, tuvo la feliz ocurrencia de aplicar la t�cnica del an�lisis de isoenzimas para resolver el problema de la diferenciaci�n entre amibas pat�genas y no pat�genas. Los primeros en emplear las isoenzimas para el estudio de las amibas pat�genas fueron Reeves y Bischoff en 1968. Esta t�cnica detecta sutiles diferencias en algunas enzimas, basadas en la carga, la configuraci�n y el peso molecular de las prote�nas. Las enzimas estudiadas participan en la v�a glicol�tica del par�sito, pero no parecen tener un papel definido en la virulencia. Sargeaunt inici� una larga serie de estudios realizados entusiastamente en Europa, Am�rica, Asia y �frica. Los resultados obtenidos por �l y sus colaboradores pueden resumirse como sigue:

   a) Todas las especies de amibas del intestino humano pueden ser diferenciadas por patrones isoenzim�ticos. Este resultado incluye la importante verificaci�n de la existencia de la E. hartmanni, antes llamada forma minuta de la E. histolytica, como especie distintiva.

   b) M�s de veinte patrones isoenzim�ticos de E. histolytica han sido encontrados en cuatro continentes.

  c) Las amibas cultivadas de muestras obtenidas de casos bien definidos de amibiasis invasora (disenter�a amibiana o absceso hep�tico) se agrupan en siete diferentes patrones de isoenzimas, caracterizados por la presencia de bandas espec�ficas en la enzima fosfoglucomutasa, y por bandas "r�pidas" en la enzima hexoquinasa.

   d) Todos los patrones restantes fueron encontrados en amibas aisladas de posibles portadores.

Estas observaciones apoyan la hip�tesis de Brumpt: la amibiasis invasora es producida por una especie de amiba biol�gicamente distinta a las no pat�genas que tienen distribuci�n cosmopolita.

Los estudios de Sargeaunt ten�an dos deficiencias fundamentales: la inexplicable ausencia de isoenzimas con patr�n invasor en, al menos una proporci�n peque�a de portadores. Durante varios a�os, todos los portadores examinados por Sargeaunt ten�an isoenzimas con patr�n no pat�geno; �l estaba muy entusiasmado con lo "perfecto" de los resultados, pero no hab�a tomado en cuenta que, de ser ciertos, la amibiasis invasora no deber�a existir, puesto que no habr�a individuos que expulsaran quistes de amibas pat�genas y, por ello, no ser�a posible transmitir la infecci�n (!). Despu�s de que le present�ramos esta objeci�n, empez� —seguramente por coincidencia— a informar de la presencia de patrones isoenzim�ticos pat�genos en una peque�a proporci�n de los portadores por �l analizados.

La segunda deficiencia de los estudios de Sargeaunt ha sido la inadecuada caracterizaci�n cl�nica de los portadores. Muy recientemente, junto con Isaura Meza y sus colaboradores hemos estudiado cultivos de portadores definidos como tales por Tanimoto, bajo los estrictos criterios del Centro de Estudios sobre Amibiasis. Siete de los portadores mostraron patrones no pat�genos, pero en uno, tanto la fosfoglucomutasa, como la hexoquinasa, mostraron patr�n de amibas pat�genas. Es claro, pues, que la mayor�a de los portadores asintom�ticos albergan en su intestino amibas no virulentas, pero que una proporci�n que en nuestro medio parece ser peque�a y mayor en Sud�frica, muestra infecci�n asintom�tica con amibas pat�genas y por ello diseminan quistes de par�sitos que pueden producir lesiones invasoras en otros hu�spedes humanos.

Los pr�ximos a�os ver�n, sin duda, la aplicaci�n extensa de estudios isoenzim�ticos para la mejor comprensi�n de la epidemiolog�a de la enfermedad, de la que derivar�n datos importantes para el mejor control del padecimiento. En principio, los portadores de quistes podr�an dividirse en dos grupos: aqu�llos infectados con amibas pat�genas deber�n ser tratados hasta erradicar las amibas, mientras que los que tengan infecci�n con amibas no pat�genas no requerir�n tratamiento. Por otro lado, la identificaci�n y tratamiento de sujetos infectados con amibas pat�genas, en comunidades con alta incidencia de amibiasis invasora, podr�a ser un nuevo medio de control de la amibiasis.

La pol�mica parece haberse aclarado. Brumpt ten�a raz�n. Queda ahora a los protozo�logos la tarea de definir si las diferentes cepas son en realidad especies diferentes. El entusiasmo provocado por la aplicaci�n de las nuevas y revolucionarias t�cnicas de la biolog�a celular y molecular a la parasitolog�a m�dica ha relegado a la taxonom�a a un segundo plano. Es preciso, sin embargo, que este problema taxon�mico, decisivo para el conocimiento y control de una importante enfermedad, sea resuelto cabal y totalmente.

El problema parec�a aclarado, pero hace poco Mirelman, en Israel, ha logrado hacer variar, al parecer, los patrones isoenzim�ticos de amibas pat�genas a�adiendo o eliminando bacterias asociadas a los cultivos amibianos. Es pronto a�n para saber si esas observaciones son artificios de laboratorio, o si, en realidad, dichos cambios ocurren en el ser humano infectado con el protozoario cosmopolita.

La historia de la amibiasis nos ha mostrado c�mo la historia toda del avance del conocimiento cient�fico, c�mo el camino que lleva a la reducci�n de nuestra ignorancia est� hecho de observaciones y experimentos cuidadosos, pero, tambi�n, c�mo se alarga esa ruta por los muchos vericuetos que forman el error, la prepotencia y la ligereza de criterio. Nos ense�a, sobre todo, que en ciencia no podemos limitarnos tan solo a mirar hacia adelante; repasar lo hecho por otros, aprender de aciertos y de errores nos pone, de entrada, en situaci�n de ventaja sobre los que deciden ignorar la historia.

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